Las raíces y las vueltas de la mandioca

El origen sagrado del arbusto según una leyenda guaraní. Las fiestas de culto en los pueblos de Misiones. La realidad de los productores explotados. Por Eduardo Silveyra

MITO. Según narra la historia mítica, gracias a una niña llamada Mandi-ó los guaraníes obtuvieron a través de ella la mandioca. ¿Quién era esa niña? La narración nos habla de una niña fea, con los dedos de las manos y los pies, sumamente largos, razón por la cual padecía la burla de sus compañeros de juegos. Para evitar esa situación, de la cual hoy hablaríamos de acoso o bullying, por más de que se trate de un relato mítico, Mandi-ó decidió quedarse encerrada en su choza. Los niños suelen ser a veces muy crueles. Para romper ese aislamiento, la madre le insistía a que saliera y jugara, pero ella, se mantenía firme en su postura. La preocupación materna llegó a oídos del dios Tupá. La intervención de los dioses en muchos casos resulta providencial para solucionar situaciones engorrosas. Esta fue una de ellas. Como veremos, la tragedia no solo es griega.

Cierta noche, Tupá se le apareció en el sueño a Mandi-ó y le dijo qué hacer para acabar con el rechazo y la soledad dolorosa en la cual vivía.

-En la próxima tormenta –dijo Tupá— caerá un rayo y hará un claro en el monte, allí enterrarás tus pies en la tierra y cuando cese la tormenta, tus hermanos deberán ir a rescatarte.

No sin ansiedad la niña esperó a la noche tormentosa y cuando el momento llegó, no dudó en seguir el camino trazado por Tupá. Lanzada a su destino después de la caída del rayo, Mandi-ó, halló el claro en la selva y el hoyo donde enterró sus pies, pero en su entusiasmo liberador, olvidó avisarles a sus hermanos, o tal vez no quiso hacerlo. Al llegar el día y al notar su ausencia, sus hermanos comenzaron a buscarla, pero al llegar al claro monte adentro, no la encontraron. Solo vieron una planta cuyas hojas se asemejaban a los dedos largos de Mandi-ó. Esto les hizo creer que a la misma la había tragado la tierra y comenzaron a cavar, pero solo encontraron las raíces de la mandioca. A través de esa transformación con cierta aura trágica, es que Mandi-ó acompañó a su comunidad en travesías que los llevaron desde las selvas misioneras hasta el Caribe, llevando y compartiendo la mandioca en lugares lejanos.

Los mitos y las leyendas están presentes en la vida humana. A veces se olvidan y se vuelven a rescatar, para ser reformuladas y adaptadas a los nuevos tiempos o reinterpretadas desde otros lugares. Lo cierto es que son muchos los alimentos que tienen una importancia vital en la vida diaria y económica de un pueblo y admiten, como el maíz u otros frutos sustanciales, una creación mítica. En la leyenda del origen de la mandioca, a pesar del dolor, podemos decir que lleva el aura de una heroína. Una mítica heroína originaria.

FIESTA. Así como hay fiesta de la vendimia en Mendoza, fiesta del tomate en Corrientes o fiesta del minúsculo ajo en Médanos –un pueblito que es el mayor productor en la provincia de Buenos Aires—, Misiones tiene su Festival Provincial de la Mandioca. Motivos no faltan. Es la provincia con mayor producción y consumo. En cada municipio donde se produce se realiza una prolongada fiesta de tres días de duración. El carácter dionisiaco de estos encuentros merece tal extensión. En Roca, pueblo misionero donde vivo, se espera a la Fiesta con cierta ansiedad.

-¡El viernes empieza el festival!

-¡Nos vemos ahí!

-Nosotros vamos a ir el sábado.

-El viernes es para la gente joven.

-Viene un DJ porteño.

Diálogos por el estilo se escuchan en los comercios, en el cruce por la calle con otros vecinos: todos esperan vivir a su modo la celebración.

A pesar de ser el día de la inauguración, como la música electrónica no me interesa y los discursos oficiales un poco menos, sigo el consejo de El Apu, uno de los albañiles que trabajó en mi casa y me dijo: “El sábado es el mejor día. A las siete lo esperamos”.

Las instalaciones del polideportivo están bastante colmadas cuando llego, una muchedumbre recorre los puestos de la feria, desfilan ante los ojos, niños que le piden helados a una madre austera, parejas de enamorados que toman tereré, vendedores ambulantes, encuentros no tan fortuitos y saludos de algarabía. ¡Es la fiesta del pueblo! En una de las mesas me esperan El Apu, su compañera Noelia y un muchacho con nombre de luchador de artes marciales, Eric Chan. Están sentados en el lugar donde Pepe, el asador del club polaco, despliega su arte en los costillares prendidos de las estacas de hierro. Como buenos pobres, por ser día de fiesta pedimos nuestra porción de carne asada y un vino acorde al momento. Y así, la pitanza pantagruélica y alegre, se fue extendiendo hasta la hora en que dio comienzo el baile. El sonido de las chacareras, seguido por el del chamamé y la cumbia, invitaban a sumarse a mover los huesos. Y eso hicimos.

Aunque yo no bailo, no porque sea un hombre duro, simplemente recorro el perímetro de la pista y miro, no me canso de mirar a dos chicas que bailan mirándose a la cara con los ojos encendidos de amor. A un grupo de hombres y mujeres contorneándose con frenesí al ritmo de la cumbia. A dos chicos que aplauden a una polaquita, candidata a reina mandioquera, que no para de menear las caderas. A los veteranos, que beben cerveza y golpean la alpargata contra el suelo marcando el compás y ríen, ríen en medio de la añoranza. A la chica trans que baila sola, como lo haría Mandi-ó si estuviera en el baile, pero a ella, no le importa nada. Y tampoco le importa si cae o no un rayo, ya vivió su resurrección hace ya tiempo.

MANDIOCA. Más allá de la noche festivalera, donde las culturas se encuentran en la leyenda originaría y en el baile dionisiaco, otra realidad estalla. Este año han sucedido cosas con la mandioca. Con un inverno extenso y con heladas que perjudicaron a las producciones y por ende a los productores, la situación comenzó a complicarse más de la cuenta y por si esto fuera poco, todo se agrava más con el precio que pagan los bolseros, esos señores intermediarios que lucran sin escrúpulos con el sudor campesino. Da cuenta de la situación Juan Saslaski, pequeño productor de Gobernador Roca, quien me dice: «Este año la cosa está muy mal, no es como el año pasado que había un buen precio. Este año pagan monedas por la bolsa de 45 kilos. A $2200 no sirve vender, ni siquiera podés pagar los insumos, ni la mano de obra de un ayudante para levantar la cosecha. Hubo gente que –como el año pasado se pagó bien— se decidió a plantar y ahora no saben qué hacer con la cosecha».

Graciela Cantero, otra productora de Piñalito –localidad al norte de la provincia—, cuenta con elocuencia: “Con mi compañero cosechamos seis toneladas, pero no las pudimos vender. El precio que pagan es una miseria, el año pasado, teniendo solo 25 mil kilos ganamos dos millones y hoy con más del doble de producción no llegamos a esa cifra y todo cuesta. Todo lleva combustible, están los insumos, pagarle a la gente para levantar la cosecha, son todos gastos que no se cubren con ese precio. El mercado no se regula solo, si no hay regulación del Estado pasa esto, no solo con la mandioca, también está pasando con la yerba. Esa es la libertad que te dan, o vendés al precio que dicen los bolseros o no vendés nada. Con mi marido estamos pensando en pasar la trilladora, moler todo y usar la mandioca como abono para otro cultivo, ahora empezamos a plantar tabaco a ver si mejora la situación Vamos a ver qué pasa, porque el productor vive de su producción y está en la tierra, con lluvia, sol, frío o calor.

Y aquí ya no importa el mito guaraní, como tampoco el festejo, si vemos que el intermediario paga como ya se dijo $2500 por 45 kilos y en los supermercados y verdulerías de Buenos Aires, se vende el kilo entre 1400 y 1500 pesos el kilo. Entonces, como dijo alguien por ahí: “Al final, chamigo, la libertad era para unos pocos. Habrá que seguir peleando”.

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