El otro día una amiga me dijo que descubrió hace muy poco que su novio actual tiene gestos parecidos a su novio anterior. Sorprendida, también me dijo que en todos estos años no se había dado cuenta, y que la iluminación vino tan sólo por un gesto: vio a su novio hacer algo, no sé si fue una expresión o algo que dijo o una manera de moverse y mi amiga vio en ese gesto a su ex. Le dije que hace poco leí en algún libro un párrafo sobre la memoria de los gestos y la manera en la cual cómo a partir de tan solo un segundo, viendo el gesto de un otro, podemos sentir una familiaridad ancestral, una intimidad franca y querer que esa persona sea nuestra amiga o enamorarnos perdidamente de ella. Reconocer a una persona en otra, que no tienen nada que ver, que no se conocen, que jamás hubiésemos imaginado que tienen puntos en común; reconocer cierta manera de entrecerrar los ojos, de mover las manos, de hacer un chiste, una determinada manera de caminar. Hace días revuelvo mi biblioteca y no encuentro el párrafo, no me acuerdo de qué libro lo saqué. Estas semanas no me acuerdo de ciertas palabras, ni de dónde dejé las cosas, dicen que es un síntoma del estrés.
Me estoy volviendo loca porque quiero encontrar esas líneas, pero ya las busqué en los últimos cinco libros que leí y no aparecen. En fin, lo importante es la idea: la memoria de los gestos. Espero que entiendan a qué fenómeno me refiero y que alguna vez les haya pasado. Me bajé hace un tiempo un chat de inteligencia artificial y se me ocurrió preguntarle por qué pasa esto, por qué reconocemos gestos de una persona en otra, y su respuesta no me convenció para nada: “Es parte de cómo nuestro cerebro busca patrones y conexiones para entender el mundo que nos rodea”. Sí, pero…
Cuando mi amiga me contó sobre su nuevo descubrimiento entendí perfectamente a qué se refería, me pasa seguido ver a una persona en otra. Los momentos en que me sucede esto siento algo parecido a un déjà vu, sobre todo porque estas sensaciones te toman por sorpresa, una no está pensando en esa otra persona o en ese otro momento, aparecen y ya. Y justamente porque vienen de manera caprichosa, aleatoria e independiente es difícil estudiar los déjà vu, porque para estudiar qué es lo que pasa en el cerebro deberían estar analizándolo en ese momento que aparece y eso es muy difícil de hacer coincidir. Y en animales es imposible estudiarlo, básicamente por su falta de verbalización. Científicamente hablando, el asunto también está muy flojo de papeles.
Hace poco leí un ensayo de Borges, “Nueva refutación del tiempo” (1946), donde una vez más el autor intenta descifrar o comprender un poco más la cuestión que tanto lo obsesionaba: “el tiempo”. Nunca parece llegar a una respuesta clara o definida, lo que sí sostiene o por lo menos lo que interpreté yo, es que no se lo puede estudiar como algo lineal, pasado-presente-futuro, sino más bien como un círculo, o como una fundición de las tres cosas, de las tres dimensiones. Algo así como que todo el tiempo es todo el tiempo. En una parte del ensayo, relata una experiencia que tuvo en algún barrio de la capital porteña, cuando al ver las casas bajas, sentir el olor a madreselva, escuchar el ruido “intemporal” de los grillos y el canto de un pájaro, siente que esa esquina es la misma de hace treinta años atrás, que el pensamiento “estoy en mil ochocientos y algo” no fue sólo una expresión: se hizo realidad. Borges reflexiona: “Esa pura representación de hechos homogéneos –noche en serenidad, parecita límpida, olor provinciano de la madreselva, barro fundamental— no es meramente idéntica a la que hubo en esa esquina hace tantos años; es, sin parecidos ni repeticiones, la misma. El tiempo, si podemos intuir esa identidad, es una delusión: la indiferencia e inseparabilidad de un momento de su aparente ayer y otro de su aparente hoy, basta para desintegrarlo”.
Su aparente ayer, su aparente hoy, lo idéntico rompe con la diferencia y todo se convierte en lo mismo, al mismo tiempo. Si hablamos entonces del tiempo como un loop, un círculo, un revival constante, buscando en gestos de ahora personas de antes, encontrando en esquinas su existencia en otros siglos, me pregunto qué pasará ahora en estos tiempos que vienen y que vengo escuchando la expresión revival casi todos los días. Si busco “Milei» en internet, la mayoría de los títulos nombran esa década pasada junto a la palabra revival: “¿Vuelta a los 90?”, “Revival de los 90´s”, “La reivindicación de los 90”, “Revival menemista”. El tiempo que viene para mucha gente será un revival, para otra será una experiencia nunca antes vivida. En los 90’s, mi generación era bastante chica y lo que yo más recuerdo no son esos años, si no los que vinieron después, como aquel diciembre del 2001. Y lo recuerdo fragmentado, como en imágenes: un tacho de basura prendido fuego, a mi mamá caceroleando en la esquina de Alberdi y Centenera, a una jubilada que hablaba seguido en la tele y lloraba, el supermercado DIA, la heladera llena de productos DIA, mi papá contándole a mi mamá en el dos mil y monedas que lo habían echado del trabajo.
A partir del 10 de diciembre Javier Milei va a gobernar y este gobierno liberal nos agarra a los de mi generación, ya grandes, cerca de los treinta, viviendo solxs, y siento que para mí no va a ser un revival idéntico: va a ser una experiencia bastante nueva. Sobre todo, aún no sabemos cómo va a ser. No sirve mucho adelantarse, darle rienda suelta a la neurosis, aunque algo de las experiencias pasadas, de la historia argentina, nos permite sospechar ciertas cosas venideras.
Como no encontré aquel párrafo maldito que le quería pasar a mi amiga, recurrí a uno de mis libros preferidos, que es Por el camino de Swann (1913), el primer tomo de la larguísima novela En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. A partir de la introspección del narrador, éste descubre que el tiempo es la sustancia del hombre y que, a partir de observaciones particulares, el desplazamiento del Yo al Nosotros es recurrente, todos vivimos de los recuerdos. La memoria no solo reconstruye el pasado, sino que también lo recrea: un recuerdo puede ser realidad o no, quizás los fantaseamos, pero lo importante es que mediante ellos vivimos. El narrador de Por el camino de Swann vive todo el tiempo en una especie de déjà vu: el recuerdo es su manera de conversar con el mundo.
El protagonista comienza su viaje al pasado a partir de lo que siente por el olor y el sabor de una magdalena recién horneada mojada en su té. En las siguientes trescientas palabras del libro, el autor se sumerge en sus recuerdos a partir del sabor de esa magdalena. Tan famoso se hizo este procedimiento y es tal su interpelación en los lectores, que muchos se refieren al fenómeno humano memorístico como “la magdalena de Proust” o efecto proustiano, en el cual una percepción (en este caso, es por el olor) evoca un recuerdo. Puede ser también por un objeto, una imagen, un gesto de alguien o algún elemento que transporte a la persona a un recuerdo que creía olvidado.
En lo personal, me pasa mucho con los perfumes cuando camino por la Avenida Rivadavia, por Caballito, el barrio donde crecí. A veces camino desprevenida hasta que siento un perfume de señora mayor, dulce, potente, y me siento inmediatamente en mi infancia, aunque no es particularmente un recuerdo, sino una sensación, de ser chica, caminar por Rivadavia, salir del colegio, sentir esos perfumes. En esa avenida también vi el 2001. Y lo único que espero es no recordar, dentro de poco, imágenes y sensaciones de esa época que creía tener olvidados. O dicho de otra manera, no se si tengo muchas ganas de probar esas magdalenas de Proust.