El pasado domingo, los actores que protagonizaban la escena de la política argentina sufrieron un fuerte sacudón, similar en magnitud a un terremoto. La Libertad Avanza, con Javier Milei a la cabeza, fue la fuerza más votada de las PASO, trazando así una pincelada de certeza en este cuadro caótico e incierto: el bicoalicionismo ha muerto.
A lo largo y a lo ancho de la sociedad y de la política, dentro y fuera de la “casta”, debajo de ella y por sobre ella, los resultados obtenidos por Milei generaron sorpresa. Es que se esperaba que fueran más o menos buenos; pero no tan excesivamente buenos al punto de dejarlo como el presidenciable con más chances para el tiempo que viene. Parece que el futuro aún conserva su cualidad intacta: venir de donde no se lo espera, o al menos irrumpir cuando no se lo espera.
En este ejercicio de escribir con el diario del lunes, me interesa hablar sobre los resultados y a partir de ellos. Con un punto de partida: la realidad de los fenómenos sociales es poliédrica. Tiene muchas caras y un volumen infinito. No se puede ir por el todo, pero sí por algunas de sus partes.
Rugido el león, crujida la estructura
En los días posteriores a estas elecciones asistimos a un sinfín de datos, estadísticas, y números que ilustran la estrepitosa caída de votos por parte de Unión por la Patria (ex Frente de Todos) y Juntos por el Cambio de una elección a otra.
Miremos las primarias de 2019. El FDT/UP, que había obtenido excelentes resultados en aquellas elecciones, perdió alrededor de un 20% del electorado en estas primarias. Juntos por el Cambio, cuya performance en las primarias de 2019 había sido muy mala, perdió a su vez poco más del 3% de los votos en estas elecciones. Es verdad que hubo aproximadamente un 11% menos de participación respecto de las elecciones anteriores (porción del electorado sobre la que las tres principales fuerzas ponen el ojo). Pero algo está claro, y es que La Libertad Avanza avanzó y a paso firme, sobre terrenos (distritos, municipios, seccionales, barrios) que antes se tiñeron de azul y de amarillo.
Los resultados arrojaron algunas postales
Dilapidado el sueño húmedo de Horacio Rodríguez Larreta de ser presidente, y con ello la certeza de algunos de que el marketing la guita los focus group las consultoras los aparatos radicales la gestión de la CABA y de nuevo la guita te allanan el camino a la victoria. Objetada también la certeza que circuló en los últimos tiempos: que de la interna de Juntos saldría el próximo presidente. Coincido con quienes dicen que Juntos por el Cambio ha sido el mayor derrotado de estas elecciones (y dentro suyo, Larreta y los radicales alineados con él) considerando todo lo que este frente tenía por ganar, y también considerando su triunfo pírrico por sobre Unión por la Patria (con una diferencia de tan sólo el 1%). Patricia Bullrich, ganadora secundaria del proceso, es la que más dilemas enfrenta en términos de estrategia política para las generales de octubre, que serán un partido distinto (y en mi opinión, más difícil que el de un balotaje) y que se jugarán muy posiblemente con otras reglas. A su derecha, Javier Milei. A su izquierda, Sergio Massa. Para cada lado que mira, hay un candidato. Y, además, luego de una interna descarnada con Larreta y de los aires de victoria de su adversario ideológico más friendly, Milei, se hace difícil no pensar en una dispersión del voto de Juntos.
Unión por la Patria fue el otro gran derrotado de la jornada. Nadie esperaba mucho de un peronismo cuya gestión transcurrió entre una pandemia, una sequía histórica, y un sinfín de desaciertos de gestión y conflictos a cielo abierto. De todas formas, y a pesar de la diferencia estrechísima que lo separa de los otros dos frentes ¿quién te quita lo humillado? Por ser peronismo, ser oficialismo, y ser tercera fuerza, todo al mismo tiempo. Acá hay algunas cosas por decir. En primer lugar, que para Sergio Massa el escenario hubiera podido ser peor. Si el adversario principal para las generales y, más aún, para un eventual balotaje, hubieran sido Bullrich o Larreta, la cosa se ponía más complicada, y la estrategia de campaña menos sencilla. La dificultad más importante, desarrollada en esta nota, sigue siendo la misma: su doble condición de candidato y ministro de una cartera que no tiene prácticamente ningún logro que exhibir. Le quedan cada vez menos conejos de la galera para sacar. Y la devaluación que el FMI venía pidiendo ya es un hecho. Con figuras marginales y no tan marginales del frente que lo quieren mandar a “dedicarse a la campaña”.
Pero el problema no es sólo suyo. Tiene que ver con el desempeño de los “aparatos” del peronismo en el nivel subnacional. En concreto, intendentes del conurbano que aportaron a la estructura de Milei y a un recorte de boletas en favor del libertario para contrarrestar el poder de Juntos por el Cambio en sus distritos. “Nos fuimos de rosca”, dice algún dirigente del conurbano en un medio que suele levantar muchos off the record. De nuevo, cada cual juega su juego. Desdoblando elecciones o, en su defecto, mandando a cortar boletas. No hay un solo peronismo. Los hay muchos, nacional provincial y municipal. Y todos juegan a conservar su poder.
En esta sintonía, un abordaje interesante proviene del politólogo Julio Burdman. Tiene que ver con la paradoja de que Milei haya ganado en muchas provincias (16 para ser precisos) en las que espacios político-ideológicos afines a él cosecharon pobrísimos resultados en las elecciones a gobernador de este año. Más allá de sus estudios en torno a problemas del federalismo (Estado nacional quebrado, gobiernos provinciales fuertes y reelectos), viene al caso lo que propone como una de las tantas interpretaciones posibles de los resultados: la correlación entre provincialismo del gobernador y resultados para Milei. Es decir, le fue muy bien en provincias chicas, con provincialismos fuertes, con fuerzas provinciales que no tienen candidato nacional (Salta, Jujuy, Chubut, Mendoza, etc) ¿Milei fue el candidato de esos provincialismos acéfalos en lo nacional?
Como sea, el político libertario ya no es foto. Es paisaje estable. Es el candidato sin armados provinciales que ganó en las provincias. Y es una de las tres minorías que ocupará un lugar de gran importancia en un escenario político y legislativo muy fragmentado, que parece vaticinar graves problemas de gobernabilidad y de formación de consensos mayoritarios.
Milei o la sociedad versus el Estado
Javier Milei no es solo síntoma y reflejo de cosas que no funcionan. También es artífice de los resultados y protagonista de una victoria inédita que desafió algunas verdades hasta hace poco incuestionables de la ciencia política y electoral vernácula, como la necesidad a priori de contar con “aparatos” provinciales y municipales para ganar una elección, o con muchísimos fiscales para cuidar los votos.
Comenzó como economista disruptivo invitado a programas de entretenimiento: fenómeno mediático. Luego obras de teatro, muchos videos en YouTube e interacción con los foros de Internet: un fenómeno a gran escala. Después, su salto a la escena política en las elecciones legislativas de 2021: fenómeno electoral.
En este salto, se perfiló como lo que alguna literatura politológica puede llamar “mojón ideológico”. El mojón ideológico “(…) es ordenador de muchas cosas. No siempre representa el voto, ni es el más votado, pero sí es ordenador por su impacto en la agenda pública, de gran parte de la oferta”. Hizo una gran performance en sus primeras elecciones para diputado nacional por CABA, posicionándose tercero y con una considerable cantidad de votos. Pero sobretodo, su gran potencial radicó en instalar temas impensados en la agenda pública (dolarización su caballito de batalla) y darle curso y forma al enojo colectivo. Ponerle nombre. Obligó a las dos fuerzas políticas principales a reaccionar ante su presencia. Especialmente generó realineamientos partidarios hacia dentro de Juntos por el Cambio y corrimientos del eje ideológico-político de algunos de sus referentes. Introdujo un tono nuevo a la campaña. Es decir, reacomodó el tablero político de los últimos dos años. Sin embargo, nadie esperaba que lo patee con tanta fuerza como lo hizo este domingo.
“Con la democracia se come, se cura y se educa”, dijo Alfonsín en 1983
Cuarenta años después, curarse y educarse, dos consensos básicos del Estado democrático argentino, son puestos en tela de juicio por el candidato libertario con sus propuestas de vouchers educativos, de desfinanciamiento del sistema de salud pública y de eliminación de los ministerios de educación y de salud. ¿Quién dijo que el Estado tiene que proveer servicios?, parece preguntar el candidato de la libertad. Vino a querer romper todo.
No se trata, en esta instancia del análisis, de preguntarse por la viabilidad o inviabilidad de tales propuestas (de eso tendrán que encargarse sus adversarios en la contienda política y electoral). Propuestas que, por cierto, vienen acompañadas de otras tan o más inaplicables como la dolarización en un país sin dólares y la eliminación del Banco Central. No se trata tampoco de endilgarle ingenuidad a su electorado o decir, sin más, que Milei miente. A fin de cuentas, lo hacen casi todos. Y, además, no sé si nos encontramos en un momento histórico en que la verdad importe tanto. No porque no exista, sino porque se prioriza lo verosímil por sobre lo verdadero.
La pregunta sería, más bien, por qué sus arremetidas contra el Estado y contra la casta tienen pregnancia entre tanta gente, y por qué la política no puede mirar para otro lado.
Sus diatribas anti-Estado se convierten en verdades afiladas contra el sistema en el momento en que, por ejemplo, curarse en el sistema de salud pública es un calvario para muchos que se encuentran al margen de obras sociales y prepagas. Ahorrar para tener lo propio se vuelve imposible porque el peso no tiene valor. Ni que hablar de la imposibilidad de imaginar o al menos soñar con la casa propia ¿Y qué derechos tiene para perder un trabajador informal que nunca tuvo aguinaldo, vacaciones ni días pagos por enfermedad? O un repartidor de Pedidos Ya que, aun con un ingreso más que digno, se rompe un brazo y vuelve a ser pobre, es decir, nunca salió de la precariedad. Con un Estado que ha perdido cada vez más autoridad sobre su territorio (violencia, moneda) y sobre distintos planos de la vida social como el trabajo, una apuesta discursiva y propositiva como la de Milei tiene más las de ganar que las de perder.
El problema no es que se perforó “el piso” electoral de las dos fuerzas mayoritarias del sistema político de los últimos años. El problema es el piso de derechos que se viene perforando hace rato. Miremos sino la composición mayoritaria de los movimientos sociales: no son desocupados o trabajadores de fábricas recuperadas como a fines de los noventa y principios de los 2000. Son “sectores excluidos” que nunca conocieron el empleo, y que en el mejor de los casos perciben un Potenciar Trabajo y algún otro plan más.
La dirigencia política. Nuestra política, la que conocemos, la que está de hace años, tiene la tarea titánica de conectar con las sensibilidades de nuestro tiempo. De salir de su microclima, demostrar de una vez que sus problemas no son más importantes que los problemas de la gente. Dejar de poner parche tras parche. Traer un poco de sensatez. Abrazar alguna idea de futuro. Mostrar que en un mundo en el que nuestros datos, nuestras emociones, nuestras preferencias; todo está mercantilizado, lo que menos necesitamos es un sistema que nos convierta en voucher y nos condene a todos y todas a la más absoluta precariedad.
Y la rebeldía dónde está
En esta época de pasiones tristes, de exacerbación de sentimientos negativos, hemos visto emerger líderes que de distintas maneras logran capitalizar los fracasos del sistema y, en nuestro caso, los de una dirigencia política que en la última década no quiso, no supo o no pudo encontrar soluciones para los problemas de las mayorías.
El candidato libertario llegó para oxigenar a la política. Su llegada fue transversal a distintos segmentos de lo social. Pasó a liderar y encauzar el descontento y las pasiones rebeldes de muchos adolescentes, jóvenes y adultos jóvenes de nuestra sociedad. No vino a proponer conservación sino ruptura (por derecha) del orden. El discurso de Milei es contra el Estado, contra la casta política, sí. Pero también es contra los “empresarios prebendarios”, y contra los “ensobrados hijos de la pauta”. Los que supieron ser nuestros adversarios alguna vez. Para una generación (de la que soy parte) salir a la calle con el pañuelo verde era rebeldía. Ahora esa “rebeldía”, esa lucha sintetizada en el pañuelo verde, tiene un montonazo de oficinas en los gobiernos, universidades, empresas, etc. O podemos hablar de generaciones anteriores, de aquellos movimientos sociales que cortaban rutas y hacían piquetes. Ahora, muchos de los referentes de estas organizaciones ocupan oficinas en ministerios de desarrollo social y gestionan la política social.
No está mal. De hecho, tiendo a pensar lo contrario. Que está bien. Pero no podemos negar que la rebeldía se fue institucionalizando cada vez más. Y una rebeldía institucionalizada se burocratiza. Se vuelve una rebeldía anquilosada.
Quizás, un importante segmento de jóvenes o adultos jóvenes cuya sociabilidad transcurre detrás de las pantallas –y sobre todo durante ese espacio-tiempo que se llamó pandemia— se encuentra la rebeldía en otros nichos, que pueden ser espacios virtuales en los que dicen lo que quieren sin consecuencias o escuchan a otros que dicen lo que quieren sin consecuencias, bajo un usuario anónimo o la foto de un avatar. O en un reel de Instagram y tik tok en el que un loco propone un “plan motosierra” y arranca de un pizarrón etiquetas que llevan el nombre de distintos ministerios. O en el que un militante paleolibertario dice que quiere terminar con la ESI. O en su momento, algún usuario convocando a una marcha en contra del encierro que nos impuso la dictadura comunista con la excusa de la pandemia. El subtítulo del libro escrito y presentado por Juan Ruocco este año sobre democracia y memes es sugerente al respecto: “cómo los memes y otros discursos marginales de internet se apropiaron del debate público”. Ahí cuenta sobre la retroalimentación entre candidatos de ultraderecha, redes sociales y televisión. Lo que era una dinámica incipiente, “(…) se volvería hegemónico a partir del efecto disruptivo de la pandemia COVID-19, que funcionó como un acelerador para la difusión de discursos de corte conspirativo-paranoide en nuestro país”. Javier Milei encuadra demasiado bien con los formatos de la web y de la deep web.
Me sigo preguntando, ¿por qué no la vimos venir?
* *
Pienso que es hora de calibrar la mirada. De dejar de mirar tanta foto de dirigentes que se abrazan y que se pelean, sobre analizar las gestualidades políticas, y comenzar a mirar en otros sitios o reparar en otras situaciones.
En esos pibes de 15 años que hablan con sus amigos sobre inflación y saben a qué precio está el dólar blue. En esa conversación que escuchas de rebote en un negocio de cercanía, en la que un vendedor le dice a su cliente, con una sonrisa en la cara, “imagínate cuando cobremos en dólares”. O en esas anécdotas que te cuentan de pastores evangélicos que en sus misas sugieren a los fieles votar a quienes defiendan los valores de la vida y de la libertad.
Reparar en esos brotes de espontaneidad social; esa hierba que crece entre los adoquines de las calles de la Argentina. Eso que también aflora entre subcomunidades del ciberespacio que están por fuera de nuestras burbujas algorítmicas, y que no encontramos si no salimos a buscar.
Buscar la política más allá de lo político. Mirar los bordes, los intersticios. Ahí también hay política. Ahí también puede haber democracia.