VILLA ELISA. A las 8 de la mañana la temperatura en Resistencia es de 20º, por lo cual el día promete ser esplendoroso. Partimos desde un hotel céntrico rumbo a Villa Elisa distante unos 120 kilómetros. El viaje lo emprendemos con Fredy Fernández –chaqueño de Charata e ingeniero agrónomo— al frente de la delegación del Instituto de Agricultura Familiar Campesina e Indígena (INAFCI), y Analía Real, una antropóloga nacida en Pehuajó que se estableció en el Chaco hace ocho años y trabaja también en el organismo. Élla es una de las coordinadoras del programa de instalación de cisternas en la zona del Impenetrable chaqueño. Está preocupada por la urgencia en terminar las obras a su cargo, un proyecto financiado a través de aportes del Banco Mundial y articulado por la Dirección de Programas y Proyectos Sectoriales y Especiales (DIPROSE) en conjunto con el INAFCI. Mientras avanzamos por la ruta nacional 16, entre mate y mate me explica cómo se articula el proyecto.
La licitación para construir las cisternas la ganó una empresa de Buenos Aires, Urban. S.A.. En una de las cláusulas se estableció que debían emplear mano de obra local para la construcción. En cada cisterna se puede acopiar 16.000 litros. Adonde vamos, funciona el Centro de Formación Profesional (CFP) y el Centro Integrador Comunitario (CIC), que es donde están los chicos y chicas haciendo las bombas para las cisternas.
También me cuenta que en Villa Elisa se realizaron 40 perforaciones en busca de agua y se han construido 8 cisternas para acopio de agua de lluvia. Este proyecto está fuertemente relacionado con la sequía que azota la región desde hace tres años. Cada tanto, vemos en el camino los carteles que señalan la presencia de un arroyo o un río, pero al mirar sus cauces al cruzar el puente, solo vemos un hilo de agua o un cauce seco. Por el camino ya nos hemos cruzado con camiones de la municipalidad con tanques cargados de agua para proveer a los vecinos.
Después de una hora de viaje llegamos a la entrada del pueblo y apenas alejado unas cuadras de la ruta arribamos al local donde funciona el CIC. En una sala inmensa, un grupo formado por chicas y chicos adolescentes trabajan en una máquina que hace las roscas en los caños plásticos, que ensamblados con otras piezas, serán las bombas de extracción del agua de las cisterna. Rosana Bastiani, que coordina las tareas, me comenta que el grupo está conformado por personas que han sido víctimas de violencia de género, tanto algunos chicos por su orientación sexual y mujeres por parte de sus parejas. Uno de ellos, me comenta que están armando 150 bombas de extracción, pero que además trabajan en un taller de vitro fusión, donde fabrican vasos, bachas para lavabos, fuentes y otros objetos en vidrio. Pero que el trabajo más importante que están realizando todos es el armado de las bombas, por la función social que van a cumplir. También apunta que en el lugar se dictan cursos de diez carreras formativas y que también ensaya la orquesta municipal, de la que algunos forman parte. El sol brilla alto en el cielo y es la hora de partir, nos despedimos con la esperanza de volver a cruzarnos otra vez en ese pedazo de suelo chaqueño, donde a pesar de las dificultades, todos los días algo se construye.
CASTELLI. Casi 300 kilómetros separan a Villa Elisa de Castelli, ciudad cabecera del departamento de General Güemes y conocida también como Portal del Impenetrable, porque desde allí parte todas las rutas que llegan a ese monte chaqueño, donde viven comunidades wichis y qom. Tomamos la ruta provincial 9 y por el camino, volvemos a cruzarnos con los camiones cisternas acarreando agua y con grandes áreas desmontadas, en las cuales reinan los monocultivos de trigo, soja o sorgo. También a lo lejos se pueden ver las llamas o el humo de algún foco ígneo, provocado por la sequía. Llegamos al centro urbano de Castelli pasado el mediodía y después de dejar los equipajes en el hotel, vamos a almorzar a un restaurant, aprovechamos la sobremesa para que Analía me pase información acerca de las 479 cisternas construidas en la región chaqueña, para beneficio de la agricultura, familiar, campesina e indígena y de las 557 proyectadas que recién se han comenzado las obras, pero pese a todo se ha avanzado bastante y hay conformidad en los pobladores de los parajes donde se ubicaron.
A las 6 de la mañana partimos desde Castelli hacia el Paraje Puerta Negra, distante unos 100 kilómetros de la ciudad, pero, el camino es de tierra y la camioneta conducida por Ana, avanza a paso lento, Analía me comenta que la zona a la que vamos es el lugar con el mayor índice de pobreza del Chaco. Después de una marcha de casi tres horas nos adentramos en una picada rumbo a la casa de Dionisia Álvarez, una qom que vive con su nieta en un rancho en el medio del monte. El sendero es bastante escabroso y vamos de salto en salto, hasta que al fin llegamos a la tranquera de la casa de Dionisia. Apenas detenemos la marcha de atrás de unos árboles espinosos aparece ella, diminuta y delgada, me observa con cierto recelo pero me tiende la mano. A un costado del rancho un rebaño de cabras camina entre las gallinas y un perro se recuesta sobre las cenizas aun calientes.
La obra está terminada y le pregunto si está contenta, a lo que me responde:
-Sí, contenta. Falta la lluvia o que venga el camión a traer agua.
Es muy parca al hablar, pero su parquedad no le impide decirme el nombre de algunos árboles que rodean su vivienda, como el espinillo, itín, tuscas, quebrachos, y palo santo.
Le digo que muchos tienen esperanza de que llueva el viernes, así al menos lo anuncia el pronóstico meteorológico y Ana toma nota para hacer el pedido de agua a la municipalidad. Dionisia, espera que Ana termine de anotar y le dice:
-El viernes está cerquita.
Después de despedirnos, volvemos al camino de tierra para ir al Paraje el Zanjón o Relac Lapel en lengua qom, allí nos esperan en su rancho, Santa Paz y Juan Ceballos. Cuando llegamos, Santa interrumpe su labor de tejidos de yaguar, esa planta espinosa que con sus fibras se fabrican carteras y otros objetos como canastos y maceteros. El rancho de ella no es muy diferente del de su distante vecina. También están las cabras, los cerdos, las gallinas, los perros y algún gato. Le pregunto a Santa si nació allí y me responde:
-Sí, nací en el monte.
–¿Y a tejer quien te enseñó?
-Me enseñó mi mamá.
-¿La cisterna, qué te parece?
-Es linda, le vamos a dar utilidad. Podemos lavar la ropa.
-Es importante entonces.
-Esta vez cumplieron.
El testimonio de Santa se replica en el de Julia, habitante del Paraje las Carpas, en la zona de Miraflores, quien además de criar ovejas y cabritos, tiene por primera vez una huerta en su vida, en la cual destaca que ha plantado zapallos. La implementación de las huertas es algo reciente en la cultura qom, ya que son cazadores y recolectores de animales y frutos del monte. El trabajo de capacitación para construir una huerta, es llevado adelante por técnicos del INAFCI que trabajan en esos proyectos.
CECILIA. Ella también es qom y habitante del Paraje Puerta Negra, su casa es de material y por ahí anda un perro guiando la manada de cabras, debajo de una tusca, las gallinas picotean los granos y los cerdos, vuelven a internarse en la espesura de la vegetación, donde es mejor no ir, para no ser picados por los polvorines, un bichito molesto e invisible cuya picadura provoca escozor. No tarda en armarse la ronda de un mate bajo la sombra de un algarrobo y le pregunto:
¿Cuánto hace que vivís acá?
-Hace tres años. Antes estaba en Castelli.
-¿Qué te motivó venir acá?
-Más tranquilo y menos problemas. Aparte tengo mi hijo y no me gusta como son las cosas en la ciudad, yo quiero que él tenga otra mentalidad, otras cosas. Los chicos en Castelli se ponen a pelear y están en la joda y esas cosas. Yo quiero un futuro diferente y digno para él y acá en el monte es mejor.
¿Tu familia es del monte?
-Mi mamá sí, ella era de allá de Las Palomas.
-¿Queda lejos de acá?
-Sí, lejitos.
-¿Y con el proyecto de la cisterna cuándo empezaron?
-Hace un tiempo, pero justo llegó la pandemia. Esta era una comunidad que ninguna familia tenía agua, los aljibes y los pozos que habían, el agua era salada. En la pandemia hicimos el relevamiento y presentamos el proyecto y ahora desde mayo que ya tenemos agua.
-¿Cómo te cambió la vida el acceder al agua?
-Es más lindo, más cómodo. Ya no nos preocupamos tanto por el agua, antes teníamos el aljibe pero no alcanzaba para los animales, para darle a las chivas, no alcanzaba.
-¿Qué animales tenés?
-Tengo chivas, chanchos, ovejas y gallinas, a veces carneo y vendo y si no para el consumo propio.
-¿Ahora con agua, podés hacer una huerta?
-Sí, espero que las gallinas no me coman todo (risas) voy a plantar lechugas, acelgas y zapallo.
-¿Y se puede vivir del monte también?
-Sí, hay quirquinchos, chancho morito, vizcachas. Y está la chaucha de algarrobo, que se puede hacer harina y pan y esas cosas. Se junta en octubre y noviembre, que el árbol está cargado.
Esperá –dice Cecilia con su voz tenue— se va y vuelve a aparecer con dos bolsas de harina de algarroba fabricada por ella.
El sol comienza a caer y es hora de desandar el camino, nos despedimos de Cecilia y su compañero. Ana, comenta que la comunidad está integrada por ocho familias que comparten 270 hectáreas de monte. Un monte amenazado por la sequía y los monocultivos, entre otros factores que han contribuido al cambio climático y su escasez de lluvias. Solo la presencia del Estado, como en este caso con la fabricación de cisternas, puede permitir paliar una crisis, que también necesita de políticas precisas en cuanto a la distribución de la tierra. La presencia de técnicos del INAFCI, no solo es oportuna, sino que vital para el desarrollo de las comunidades originarias del Chaco.