Nota en colaboración con el Colectivo Gallo Negro
Las ciudades fundadas por los conquistadores en el territorio que hoy constituye el Estado argentino fueron producto de un proceso signado por la violencia. Sin embargo, en el imaginario de gran parte de la sociedad, las fundaciones suelen estar imbuidas de un halo romántico y a lo largo y ancho del país se festejan a modo de “cumpleaños” o “aniversarios” por lo general vaciados de contenido. Suele quedar desdibujada la base de una conquista etnocida que se produjo sobre un territorio habitado por diversos y variados grupos originarios con su consecuente caída demográfica, así como una drástica reconfiguración de sus pueblos.
Las fundaciones de las ciudades se constituyen en efemérides que deberían interpelarnos, construir sentidos, y generar reflexiones sobre nuestro pasado y presente multiétnico; porque aunque en la actualidad algunas voces digan lo contrario, no se puede negar la preexistencia de los pueblos indígenas.
Luego de la toma del Cuzco por parte de los españoles se desató la guerra civil entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro generando una convulsión política que perduró por décadas. Es en ese contexto que debemos analizar las primeras incursiones al Tucumán ya que serán partidarios de uno u otro bando quienes se aventuren al reconocimiento de esta zona. Ese clima de inestabilidad política reflejaba no solo enemistades personales sino también la descarnada lucha por el poder, la tierra y la mano de obra indígena.
La conquista fue realizada por medio de acuerdos entre particulares y la corona, quienes participaron en ella lo hicieron guiados por el afán de aventuras y riquezas, insatisfechos por los logros obtenidos en Perú obtuvieron autorizaciones y nombramientos en retribución de los servicios prestados. En 1535 Diego de Almagro se introdujo en los valles calchaquíes, una década después Diego de Rojas hará el reconocimiento de gran parte del territorio de lo que luego será la gobernación del Tucumán, incluyendo las proximidades del valle de Salta. Esa expedición duró cuatro años y en ella, Rojas perdió la vida a causa de una flecha india envenenada. La ocupación sistemática del territorio comenzaría con la designación de Juan Núñez del Prado en el cargo de capitán y justicia mayor de la provincia del Tucumán que había colaborado con el virrey La Gasca en la tarea de sofocar el levantamiento en el Perú de Gonzalo Pizarro.
La fundación de ciudades fue un acto político protagonizado por un pequeño ejército que poseía una autoridad incuestionable y que iba acompañado por lo general por un pequeño número de indígenas. Se ocupaba la tierra y se afirmaba el derecho de los conquistadores, la constitución de un cabildo era central como sede del poder político de la localidad. El líder daba golpes con su espada en el suelo, junto a la picota de la justicia que era el primer elemento que se colocaba en la recién fundada ciudad. Este acto tenía asimismo un carácter sagrado, se celebraba una misa o se entronizaba una imagen. Finalmente se distribuían los solares, las suertes de estancia y las encomiendas, aquí se reflejaba la estratificación social de la hueste basada en las diferencias establecidas por los aportes económicos que se habían realizado para llevar a cabo la expedición. Pero no era la única variable que se tenía en cuenta, tenían preeminencia los individuos de origen español por sobre los “hijos de la tierra”, probablemente mestizos. Aquellos soldados que quedaban sin indios encabezaban la exploración de nuevos pueblos.
Las huestes eran fuentes de disturbios, la desconfianza, los celos y las ambiciones personales generaron reyertas permanentes. Las mercedes de encomiendas fueron uno de los motivos más permanentes de litigios, dadas las escazas riquezas existentes en la región constituyeron el bien más preciado al que se podía aspirar. La encomienda era una institución por la cual la corona le otorgaba a una persona el derecho de usufructuar el tributo de un grupo determinado de indígenas y en esta región ese tributo se pagaba con trabajo.
Muchas de las fundaciones llevadas a cabo en el Tucumán no prosperaron. Sólo la importante densidad demográfica indígena en esos valles puede explicar la insistencia por parte de los españoles en emplazar allí núcleos urbanos. La tarea de establecer poblaciones españolas y mantenerlas no fue fácil, los fuertes se convirtieron en escenarios de duras luchas por el poder.
En el proceso fundacional del Tucumán podemos mencionar dos etapas. La primera incluye desde los primeros reconocimientos hasta mediados de la década de 1570 y se caracterizó por la decisión personal de conquistadores cuya motivación sería la búsqueda de riquezas y la comunicación entre Perú y el Atlántico. La segunda responde a los intereses de la corona donde las fundaciones se llevarán a cabo de acuerdo con las instrucciones del virrey el Perú Francisco de Toledo, quien comprendiendo la importancia de las minas altoperuanas tratará de organizar hacia allí un buen flujo de hombres y mercancías.
La ciudad de Lerma
El objetivo de la creación de la ciudad de Salta el 16 de abril de 1582 tuvo que ver directamente con la política toledana de contar con un rosario de ciudades que pudieran abastecer la población de Potosí, centro minero de plata altamente productivo y densamente poblado que demandaba alimentos y vestimentas para un enorme número de trabajadores. El sitio elegido para la ciudad de Lerma no solo significó el afianzamiento definitivo de los españoles en el Tucumán sino que garantizó la comunicación de la región con los centros de poder político y económico del Perú.
Salta fue fundada por el adelantado licenciado Hernando de Lerma, licenciado en leyes. Fue uno de los pocos gobernadores que en la época podía hacer gala de una instrucción universitaria. Una vez instalada la ciudad, que era pobre y tenía muy pocos habitantes, Lerma se asentó en ella para dar el ejemplo y para que no se despoblara.
Si el proceso de conquista no fue una tarea sencilla para los españoles tampoco lo fue el sostenimiento de las nuevas ciudades. Sotelo de Narváez relata que luego de transcurridos ocho meses de la fundación de Salta la misma dependía de lo que pudieran llevar desde Talavera y San Miguel, que sus pobladores vivían en el fuerte y que eran en realidad, vecinos de otras ciudades. Medio siglo después la ciudad tenía cerca de sesenta casas y un “estado miserable”.
La historiadora Sara Mata refiere que Lerma representó con rasgos extremos el carácter díscolo y caprichoso de esos primeros fundadores. Torturó hasta quitarle la vida a su antecesor en el cargo de gobernador del Tucumán: Gonzalo de Abreu y persiguió a todo aquel que no se sometiera a su voluntad. Acusado de cometer todo tipo de tropelías terminó su vida preso en Madrid y sumido en la pobreza. Cuando Hernando de Lerma fue destituido sus bienes y los de sus allegados fueron redistribuidos.
“Viéndonos que éramos tan pocos salieron un día al camino a nos matar”
La instalación española en el Tucumán no fue empresa fácil, los indígenas presentaron una resistencia permanente a los intrusos. La ciudad de Salta quedó flanqueada por dos fronteras hostiles. Al este los indios del Chaco: mocovíes, guaycurúes, tobas… territorio sobre el cual se avanzó sobre todo a partir del siglo XVIII. Al oeste los calchaquíes que se rebelaron ante la dominación hispana y resistieron más de un siglo hasta que fueron definitivamente sometidos.
Los valles calchaquíes estuvieron habitados por una numerosa población, denominada genéricamente, en los documentos de la época, como “diaguita” estaba compuesta por una heterogénea cantidad de poblaciones de habla kakana que compartían algunas pautas culturales. Políticamente constituían unidades independientes, con ciertas fricciones entre ellas, pero tenían la capacidad de confederarse frente a riesgos comunes.
El imperio Inca había ocupado la región calchaquí no sin tener que enfrentar la reacción de los diaguitas, debió recurrir a la movilización e instalación de grandes contingentes de personas (mitimaes) para controlar política y militarmente el territorio. Es decir que cuando los invasores españoles llegaron a los valles, se enfrentaron con poblaciones que ya tenían experiencias previas ante un poder invasor. Así, la efectiva conquista de los valles por parte del imperio español se logró tras un intenso proceso de luchas y resistencias que duraron más de 130 años.
La figura del gobernador Alonso Mercado y Villacorta fue central para sojuzgar a las poblaciones originarias. Diseñó una política que consistió en pacificar la región para luego reducir a los indígenas, convertirlos en tributarios y castigarlos con la “desnaturalización”, es decir el traslado forzoso a otros espacios del virreinato. Este último recurso solucionaba dos problemas a la vez, por un lado, permitiría que las tierras vallistas fueran ocupadas y explotadas por los españoles una vez conquistado el territorio y por otro, resolvería el acuciante problema de la mano de obra: los indígenas vencidos y extrañados del valle Calchaquí serían entregados a diversos particulares y ciudades.
Así es que luego del sometimiento final de los calchaquíes fueron desnaturalizados y dispersados en chacras y estancias de distintas jurisdicciones de la Gobernación del Tucumán (Catamarca, La Rioja, Córdoba) y en Buenos Aires. Por ejemplo, un tercio de los Quilmes fueron repartidos entre el puerto de Buenos Aires, el fletero encargado del traslado, vecinos, cabildo, iglesia y órdenes religiosas de la jurisdicción de Córdoba.