“Y si lo soñamos lo suficiente, ocurrirá.
Los sueños dan forma al mundo.
No sé cuántos de nosotros harán falta, pero debemos soñarlo.”
The Sandman, Neil Gaiman
Por Fabio Primo y Nahuel Jaszczyszyn
Elijo creer. La dimensión profética
El año en curso va tomando forma, vuelven las cargas y responsabilidades pero nosotros seguimos manija. El Mundial fue y es una fuente inagotable de sensaciones, tensiones y explosiones de alegría. Es por eso que nos negamos a abandonar este elixir de la ambrosía y queremos dedicarle estas palabras. El último campeonato fue el gran acontecimiento espiritual que convocó a nuestro pueblo a unirse, a agradecer y a ser feliz. Esto se debe en parte a que depositamos en él una fuerte porción de fe en uno de sus rasgos más singulares: la inmensa cantidad de presagios que auguraban una victoria argenta.
“Voy a salir campeón del Mundo, está escrito” aseguraba Angelito en mensaje a su pareja. “Y voy a hacer un gol en la final, como en el Maracaná y Wembley”. Así, Di Maria compartía el augurio personal que le había sido revelado sólo a él hasta ese momento. Aquella cábala de autofortalecimiento derivó en un presagio que anunciaba el porvenir. Como por fuerza del destino veíamos anuncios de un final prefigurado, y las redes nos ayudaron a difundirlos entre nosotros. En la previa y durante esta Copa del Mundo Qatar 2022 la manija de los futboleros y no tanto se alimentó de estos designios: el 5 de copas, la foto del Diego en el 86, el técnico saudi vaticinando – Lawrence de Arabia – una estrella en el conjunto luego de la derrota más improbable. Mística y épica se combinaron para alumbrar una fe tan férrea como inconmensurable. Por supuesto, los hechos acompañaban y le daban materialidad a la ilusión tanguera. Una canción unió a un pueblo y el héroe regresó a su tierra redimido.
El juego sagrado
Desde tiempos inmemoriales la cancha es un lugar sacro para la humanidad, donde los jugadores, como sacerdotes, libran el ancestral drama de la creación del universo: la batalla por el orden del mundo y de las cosas. La contienda que está escrita en la cosmogonía de cada pueblo. En la cancha se juegan cosas. Abundan ejemplos de la sacralización de las hazañas deportivas: mayas equilibrando el universo en los juegos de pelota donde un sacrificio sangriento cerraba el encuentro ritual; los relatos populares cantados por los aedos griegos hablan de la entrada de los campeones olímpicos al panteón de Zeus; en la Europa medieval y el renacimiento se practicaba el Soule o Fútbol de Carnaval, que se ejercitaba en las praderas y bosques, en pleno contacto con la naturaleza. Al igual que el Harpastum romano y el episkyros griegos, la práctica de este juego ritual se desarrollaba con extrema violencia. Tal era así que el clero local intentó en vano prohibirlos luego de atender que los propios parroquianos participaban en estas jornadas ¿El objetivo? Sencillo, llevar una pelota a través de un territorio delimitado de un extremo a otro sometiendo a sus portadores a todo tipo de agresiones físicas. El único límite eran las acciones mortales pero éste se cruzaba con mucha frecuencia. En comunidades cerradas podemos suponer un ámbito catártico para otros asuntos más cotidianos, incluso refriegas personales y sectoriales. Nada ha cambiado tanto.
El fútbol moderno no reniega de estos elementos antinómicos, de hecho es justamente su carácter agonista lo que constituye su máximo atractivo. Tanto los “clásicos” que dividen ciudades como los que enfrentan naciones enteras son el plato fuerte de las aficiones, que se agolpan para ver un espectáculo que suele tocar las fibras más íntimas en sus espectadores.
¿Qué se nos jugaba en este mundial? Hasta la Copa América 2021 y la Finalíssima –trágico fue el derrotero de la selección mayor— que en los últimos 28 años no había logrado consagrarse con un primer puesto. Estás copas obtenidas inflamaron las esperanzas de un pueblo golpeado por la miseria y la desazón vivida los últimos 7 años, a sabiendas que su capitán lo habría de dejar todo por la consecución de la Copa Mundial. Esta era su última bala en la recamara. En Qatar se jugaban muchas cosas: entre el macrismo, la pandemia, el pago de la deuda al FMI y la muerte del Diego, el pueblo argentino fue mellado en su espíritu festivo. Entre 2014 y 2018 el ciclo deportivo no trajo más que frustraciones. Varias olas de fatalidades nos acechaban y habíamos perdido a un Padre el 25 de noviembre del 2020 y a una Madre en el día de inicio de la Copa del Mundo. Diego y Hebe nos habían dejado en estado de orfandad espiritual. En la necesidad de canalizar tantísimas angustia que trascendía las finales perdidas, nuestra Patria anhelaba una fiesta nacional a todo trapo.
La dimensión heroica
La fertilidad futbolística y la abundancia de galardones obtenidos desde joven en Europa convirtieron a Lionel Messi en un héroe cosmopolita querido en todas partes. Por eso la copa Qatar 2022 estuvo ávida de aliento global en el que no solo la Argentina quería ver a Messi alzar la copa. En su historia con la celeste y blanca, y a pesar de su magia desplegada desde siempre, el mainstream periodístico argentino montó una feroz campaña en su contra para que abandonara la selección. Luego de haber sopesado esa nociva invitación, Lío optó por continuar formando parte del plantel para alcanzar su más antiguo berretín, el derecho de soberanía que reclama todo héroe: la consagración con los símbolos de su patria. Alentado por una espontánea y amorosa campaña de pedidos de permanencia con la albiceleste, Lío siguió dando todo por su sueño de redención. Entre los muchos pedidos, un jovencísimo Enzo Fernández profetizó lo que se iría dando después, pues solo no se puede. Acompañado de un sólido cuerpo técnico y por jugadores veteranos y otros más pibes –entre ellos el flamante número 24—, conformaron un colectivo amplio y solidario que retomó la senda copera para nuestra selección nacional.
El ethos futbolístico argento se forjó en torno a la imaginería maradoniana: el mito de un héroe plebeyo que se transforma en un dios en la cancha. Temperamental y aguerrido, el Diego era un hombre aquileo, poseedor de una fuerza sobrenatural capaz de someter imperios y vencer cualquier a enemigo. Si Lionel fuera una arcilla humana no encajaría en este molde. El mesías se encuentra bajo el signo de lo artúrico, su cualidad se potencia en la mesa de los iguales. Servir a su lado es un acto honorable. Como los caballeros de Camelot, todos darían la vida por él. Dibu Martinez, a pocos meses de la victoria en el Maracaná, señaló en entrevista para el diario Olé “le quiero dar la vida, quiero morir por él”. Si bien el Dibu cual moderno Galahad es uno de sus más grandes exponentes, esta atmósfera de autosacrificio envolvía a todo el vestuario. Son muchas las voces del pasado que lo habían augurado, de San Martín a Perón, de Evita a Cristina, pero en estos tiempos nuestra selección parece ser la única con capacidad de ejemplificar: nadie se salva solo.
Un fin de año tórrido en Qatar. Una última misión para el héroe de las mil batallas. La aventura final por el objeto mágico y el retorno del héroe ya consagrado. Esta historia no es nueva: Odiseo y su vuelta a Ítaca, Percival y la búsqueda del Grial. El héroe ungido se va transformando en tránsito a la inmortalidad. Ya puede tocar la copa. El mito se reactualiza como un cuento relatado por generaciones desde tiempos inmemoriales: el héroe padre cede la posta al héroe joven para poder al fin dejar el ámbito terrenal y devenir en deidad celeste. El Diego está incansablemente vivo, recepta plegarias y realiza milagros. La consagración se manifiesta como un acto de justicia metafísica. Si paso lo que tenía que pasar es porque hay Ser y por tanto hay esperanza. El orden cósmico presenta una faceta donde lo que “es” guarda un sentido, entre tanta angustia.
La realidad se presenta para el argentino como una paradoja lancinante: por un lado la identidad argentina se encuentra en plena expansión, es abrazada y festejada en los confines del mundo. Todos quieren ser argentinos, todo es ebullición. Por el otro, nuestro país asiste a su propio multiverso de las crisis: crisis de deuda como en el 2001, crisis inflacionaria como en el alfonsinismo. Ahora se suma la quiebra del Silicon Valley Bank y su efecto dominó. Se asoma la grotesca cara de la Gran Depresión del 29’. El futuro solo es un cúmulo de incertidumbres, hasta ahora nada auspiciosas. Pero parece que existe un balance en la fuerza. La angustia por lo que será –y aún no está escrito— se equilibra con una felicidad inmensa que se niega a abandonarnos. No soltamos. Tal vez esta gesta deje una última enseñanza para un pueblo tan fustigado: no hay que rendirse, la redención existe, habrá revancha y en la nación más meridional de La Tierra…Febo volverá a asomar.