El ciclo de siete films que se proyectarán en la Sala Leopoldo Lugones tendrá su apertura el jueves 16 de febrero, a las 15 horas, con el clásico “Con ánimo de amar”. La iniciativa se llevará adelante en un trabajo realizado en colaboración entre el Ministerio de Cultura (a través del Complejo Teatral de Buenos Aires), la Fundación Cinemateca Argentina y la plataforma de cine Mubi, con copias restauradas en 4k. También podrán verse otras películas emblemáticas de este director chino, como “2046, los secretos del amor”; “Chungking express”; “Cenizas del tiempo”; “Manos”; “Ángeles caídos” y “Felices juntos”, el film inspirado en la novela del escritor argentino Manuel Puig
Cuando hacia fines de los setenta debutó en la televisión local, a los diecinueve años, seguramente Wong Kar Wai no imaginó que, rápidamente, se convertiría en asistente de producción. Mucho menos que sería, a la brevedad, guionista de películas y de series. Pero eso fue bastante antes de conquistar un reconocimiento internacional, a inicios del siglo XXI, con sus films “Con ánimo de amar” y “2046, los secretos del amor”. Aunque su ópera prima, “Wong gok ka moon” (“As Tears Go By” o “El fluir de las lágrimas”), es de 1988 y durante la década del noventa estrenó varios films: “Dung che sai duk” (Ashes of Time o Cenizas del tiempo), y “Chungking express”, en 1994; “Duo luo tian shi” (“Fallen Angels” o “Ángeles caídos), en 1995 y “A-Fei Zhengchuan” (“Days of Being Wild” o “Días salvajes”), en 1997.
Wong Kar Wai nació en Shanghai en 1958, pero en 1964 se mudó con sus padres de la China Comunista hacia Hong-Kong. Tenía cinco años y el dialecto que se hablaba en su nueva morada era muy diferente al que había conocido en esos primeros años de su infancia. Así que le resultó difícil hacer amigos. Quizás por eso pasaba las tardes en el cine, junto a su madre. Este dato, aparentemente anecdótico, es fundamental para comprender su futura estética cinematográfica. También fue muy común para él, según recordará años más tarde, acompañar a su madre por los bares de la ciudad, donde siempre escuchaban música latina. “Cuando era niño no sabía qué era un bolero, pero ya entonces me fascinaba. Yo los encontraba divertidos, y el ritmo me gustaba mucho. La música latina es muy creativa…”, supo comentar alguna vez.
Años más tarde, muchos de sus personajes que optarán por la soledad y el aislamiento, serán acompañados por boleros como música de fondo. Sin embargo, su mirada sobre el ser humano no es pesimista. “Es verdad que mis personajes están terriblemente solos, pero quieren dejar de estarlo. Buscan desesperadamente algo: lo malo es que lo que buscan ya pasó. Ahí surge la nostalgia, la culpa y el dolor…”, declaró en una entrevista. Lo que en el fondo le preocupa a nuestro cineasta son los sentimientos que atraviesan a sus personajes. “Nosotros queremos saber qué les ocurre a esas personas que no se encuentran nunca…”. En este sentido, ver una película de Wong Kar Wai es una experiencia que nos traslada a una apertura de la sensibilidad, tanto estética como visual. En su cine no hay grandes historias, ni un desarrollo complicado de argumentos, como muchas veces sucedía con el cine de culto europeo. No es que Wong Kar Wai desprecie los relatos: de hecho trabajó como escritor durante diez años. Pero, según él mismo ha declarado, “la historia es una parte de la película, pero una película no es solamente una historia”. Por eso sus guiones son apenas borradores. Y por eso filma y filma… y después recorta, para ver qué es lo que le interesa que quede.
En su universo artístico, todo está teñido por la nostalgia de la temporalidad, del transcurso del tiempo donde el presente se plantea como algo perecedero. Es como si el quiénes hemos sido, quiénes somos y seremos, se planteara como una constante, una suerte de metafísica del tiempo que se escurre. Por eso, quizás, es que pueda parecernos que estamos siempre frente a la misma historia. De hecho, en varias películas, existe una continuidad, a través de personajes que se repiten. Aunque la conjugación de música, colores y planos es, seguramente, el lugar donde reside su mayor fuerza.
En cuanto a la música, Wong dirá que la manera de utilizarla en sus películas es muy impresionista; que cada capítulo o cada historia tienen su propia banda sonora y que, cuando escribe, tiene la música en la cabeza. La introducción de música latina (el bolero), y la preeminencia de colores según el film, será una de sus marcas personales. Si en “Días salvajes” prima el verde –por ejemplo–, en “2046…” y “Con ánimo de amar” el color predominante será el rojo.
Uno de los últimos films en esta línea fue “Manos”, un trabajo protagonizado por Chang Chen y Gong Li difundido en 2004 junto con otros de Michelangelo Antonioni y Steven Soderbergh bajo el nombre de “Eros”. Años más tarde, en 2008, los cines comerciales de Buenos Aires proyectaron “My blueberry nights” (“El sabor de la noche”), una excepción dentro de su obra, por sus características claramente occidentales (es su debut en lengua inglesa y la historia transcurre en gran medida sobre la Ruta 66, en Estados Unidos), aunque es justo remarcar que mantiene algunos de sus históricos movimientos de velocidad (aceleramiento y desaceleración), un entone musical acompañando la historia (esta vez con blues, jazz y country), y una fotografía que no tiene nada que envidiar a sus obras anteriores.
De todos modos, su acercamiento más concreto a nuestra cultura (occidental) ha sido a través de “Happy Together” (“Felices juntos”), filmada en Buenos Aires en 1996, basada en The Buenos Aires Affair, de Manuel Puig, que por otra parte fue uno de sus principales referentes narrativos, según él mismo señaló alguna vez (“con su forma fragmentaria, Manuel Puig inspiró mi forma de contar”).
También Puig –nacido en el pueblo bonaerense de General Villegas– destacó alguna vez que, al igual que Won Kar Wai, de niño solía acudir al cine junto a su madre. El machismo típico de nuestras sociedades –sobredimensionado en esos años y en un pueblo como el que habitaba– se le aparecía al niño Puig como su realidad más inmediata. De allí que sus por lo menos cuatro visitas semanales al cinematógrafo se le presentaran como lo otro de la sofocante normalidad cotidiana, y estimularan su imaginación. De adulto, si bien tuvo un paso por la Facultad de Arquitectura, y por la de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, lo suyo se fue perfilando para el lado de la narrativa cinematográfica. Que se haya destacado como escritor no contradice la frase precedente, ya que la narrativa-Puig está teñida por el mundo cinematográfico. En 1968 aparece –producto de un guión fallido– su primera novela: La traición de Rita Hayworth. Continúa su producción, en 1969, con Boquitas pintadas (donde el género epistolar inunda las páginas), que lo llevará al reconocimiento internacional. Novela rosa, psicoanálisis, radioteatro, folletín y cine, retazos a partir de los cuales Puig supo, contra viento y marea, hacerse un lugar en la historia de nuestra literatura nacional, y también internacional, posibilitaron que años más tarde el cineasta Won Kar Wai se topara con sus escritos.
Con “Felices juntos” Wong Kar Wai obtuvo la distinción de Mejor Director en el Festival de Cannes, otorgada por primera vez en la historia a un director de Hong Kon. El film, protagonizado por tres estrellas del cine asiático (el cantante pop Leslie Cheung y los actores Tony Leug y Chang Chen), narra una historia de amor queer que se desarrolla en Argentina, con banda sonora de Astor Piazzola, Caetano Velozsso y Frank Zappa. Tal como sostiene Gonzalo Aguilar en su ensayo “Oriente grado cero” (incluido en su libro Más allá del pueblo. Imágenes, indicios y políticas del cine), una pregunta recorre esta película. A saber: “qué significa comenzar de cero”. Interrogante que, según el crítico literario argentino, puede ser respondido desde una frase misma del film: “comenzar de nuevo es dirigirse hacia otra ruptura más”. Por eso, para Aguilar, estamos ante un film que narra “el después de una ruptura y las nostalgias melancólicas que provoca un amorío en ruinas”, ya que “Happy Together” cuenta la vida en Buenos Aires de Lai Yiu y Ho Po Wingfai, pareja gay que huye de Hong Kong buscando recomponer aquello que ya se presenta roto. Las obsesiones, las dificultades de comunicación, la tendencia al ensimismamiento, son elementos que los personajes parecen no poder dejar atrás con el simple desplazamiento geográfico. Por eso al desplazamiento de continentes se le agregan el ir hacia la Patagonia o las Cataratas una vez instalados en Buenos Aires, ciudad que no deja de cobrar centralidad a la hora de pensar en las ruinas que habitan ya no sólo a los personajes, sino a los sitios en los que se desplazan. El tango y las nostalgia, la ciudad moderna de América Latina y sus ruinas en época neoliberal, sus zonas periféricas al interior de ese gran centro irradiador de sentidos que siempre ha sido esta urbe, logran ser captados por este cineasta de manera que quienes la habitamos o la conocemos de sobra, nos sentimos al mismo tiempo tan lejos y tan cerca de ese sitio que vemos en la pantalla.
A treinta y cinco años del estreno de su primer film, y con una reconocida trayectoria internacional, sin embargo, no resulta tan sencillo disponer de sus películas subtituladas al español. En las plataformas de internet más frecuentadas por el público masivo ni siquiera hay un film disponible para ver. Por eso estas dos semanas en cartelera en un cine de Buenos Aires, no pueden ser más que un motivo para descubrir o volver a disfrutar de este titán del cine asiático.
Más información sobre el ciclo acá:
https://complejoteatral.gob.ar/ver/Amor%20-%20El-cine-de-Wong-Kar-wai