Por Laura Codaro
¿Qué lugar ocupa el género policial en la literatura argentina? ¿Qué características adoptan los textos contemporáneos? ¿Cómo es la “ola negra” en nuestro país? Estos son algunos de los interrogantes que motivan la revisión de un género un tanto relegado por la teoría y la crítica literarias pero que suma lectores, espectadores y ávidos amantes de forma constante. En consecuencia, este artículo plantea, en primer lugar, algunas posibles definiciones sobre el género. Luego, se inicia un recorrido por su desarrollo en el campo literario argentino para arribar, finalmente, al estado actual de la cuestión en nuestro país.
Para comenzar, resulta conveniente revisar someramente la historia y la teoría del género policial. Para retrotraerse a los orígenes, habría que revisar los relatos míticos, los textos bíblicos y otras fuentes antiguas donde el crimen y el suspenso ya estaban presentes. No obstante, para pensar en la configuración del género, es necesario acudir a la literatura universal y trasladarse a diferentes épocas y lugares del globo. Si bien hay diversas clasificaciones, podrían distinguirse la novela de enigma (o novela policial clásica), la novela negra o “hard-boiled” y la novela de suspenso o el thriller. La primera se inaugura por el ineludible cuento “Los crímenes de la calle Morgue” de Edgar Allan Poe, publicado en 1841: en París, Dupin, un detective amateur pero con gran facultad de observación y una increíble destreza deductiva, resuelve el enigma (un delito anterior al relato), encuentra al culpable y describe el móvil. La novela negra o “hard-boiled” surge en el contexto de la gran depresión (1920-1930) y presenta una atmósfera asfixiante de miedo, violencia e injusticia donde se contempla críticamente a la sociedad capitalista, el detective es un hombre mediocre cuyo objetivo principal no es la resolución del crimen, Dashiell Hammett y Raymond Chandler pueden ser considerados autores de referencia. En cuanto a la novela de suspenso o el thriller, aparece a mediados del siglo XX en Francia con Boileau-Narcejac (Pierre Boileau y Pierre Ayraud, también conocido como Thomas Narcejac) y adopta al suspenso como recurso narrativo central, como el crimen todavía no se produjo (desarrollo prospectivo) hay una amenaza que transforma el tiempo en una larga agonía, el detective tiene un papel secundario mientras que el lector suele identificarse con la víctima.
Asimismo, hay quienes distinguen en sus orígenes y su desarrollo la escuela inglesa, la escuela norteamericana y la escuela española; se habla de un “boom” de la novela policíaca española (como suelen llamarla en el viejo continente) pero también de un “boom” en la literatura policial latinoamericana, con cierta especificidad en algunos países como el nuestro y de la explosión del policial nórdico; hay estudios sobre ciertas particularidades del género como la capacidad de que las novelas policiales devengan películas, historietas, etc. (“transmédiagénie” es el término acuñado por Pierre Marion), los subgéneros que emergen o la posibilidad de pensar en le polar en lengua romance; es posible encontrar numerosas propuestas para llevar el género en alguna de sus formas a las aulas escolares y cautivar a los adolescentes, más allá de la enseñanza de la literatura… En fin, se trata de un género que lejos de conformarse con el lugar marginal que otrora le ha dado la crítica, sigue invadiendo las librerías y las pantallas con nuevos títulos y atractivas propuestas.
Ahora bien, al ubicar y estudiar el género policial en la literatura nacional es posible marcar diferentes momentos. En sus lejanos orígenes aparecen los nombres de algunos autores que, hacia fines del siglo XIX, residían en Argentina y escribían en lengua castellana, en esa lista podrían destacarse Paul Groussac, Raúl Waleis y Eduardo L. Holmberg. En este sentido, La huella del crimen (1877) de Waleis es considerada la primera novela policial argentina y una obra pionera en este género en lengua castellana. Gran parte de los textos, muchos de ellos acuñados por escritores de la generación del 80 pero también traducciones de autores extranjeros, circulaban en publicaciones populares masivas, en forma de folletín. La narrativa policial en la Argentina surgió basándose en “hecho reales” (lo cual fue tomado de los modelos sajones) y denunciando lo que el periodismo callaba, se mezclaban elementos provenientes de la cultura popular con otros propios de la “alta cultura”. La edad de oro del género no llegó hasta entrado el siglo XX, algunos críticos remarcan dos publicaciones importantes en el indiscutible surgimiento de este género: El enigma de la calle Arcos y El crimen de la noche de bodas, ambos publicados en 1933. Hacia la década de 1940 toma mayor importancia, se consolida respondiendo a ideas e intereses que provenían de años anteriores. La producción del policial de la época estuvo en manos de escritores pertenecientes a la gran cultura entre los cuales destacamos a Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Leonardo Castellani, Manuel Peyrou, Enrique Anderson Imbert y otros, quienes conformaron un grupo que adhería a concepciones clásicas inglesas de la novela-problema. A su vez, con Borges, cuyo interés por el policial había nacido en los años 30, el género se constituye como algo central, presenta relatos policiales con rasgos particulares que sobrepasan lo tradicional e inclusive se anima a transgredir los límites del género en sentido estricto, lo cual puede observarse fundamentalmente en algunos cuentos de Ficciones (1944).
Jorge Luis Borges y a Adolfo Bioy Casares publicaron obras inscriptas en el policial que resultaron significativas, como en 1942 el primer libro de cuentos policiales en castellano: Seis problemas para don Isidro Parodi, y diversas reseñas ligadas a dicho género en la revista Sur. Al año siguiente editaron por Emecé Los mejores cuentos policiales y en 1945 se concretó el exitoso proyecto de El Séptimo Círculo en cuya colección se publicaron reconocidos títulos de la narrativa policial entre los cuales se encuentra la novela Los que aman, odian (1946) escrita en conjunto por Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, un relato policial con características heterogéneas particulares que se popularizó aún más cuando, en 2017, se estrenó su película homónima protagonizada por reconocidos actores argentinos.
Luego, hacia la década del sesenta el género policial en nuestro país (y de modos similares en el resto de Latinoamérica) adopta otras características, entre las que pueden destacarse el pasaje de los relatos policiales duros a la serie negra; la parodia a la literatura policial tradicional pero también a las traducciones, la lengua, los prototipos; la introducción de las problemáticas de índole social y político que se vinculan las dictaduras militares y la violencia institucional. Estas tendencias, que durarán al menos tres décadas, se desplegaron en la pluma de Rodolgo Walhs, Ricardo Piglia, Juan Carlos Martini, José Pablo Feinmann, Juan José Saer, entre otros autores que se internan en la práctica de estas modalidades narrativas.
En los comienzos del siglo XXI, la literatura policial argentina encuentra un nuevo resplandor, que coincide con la “ola negra” que tiene lugar en distintas partes del planeta. Esto se debe a varios factores: por un lado, a nivel mundial, las historias de suspenso y crimen empiezan a cobrar mayor relevancia ya que se desarrollan numerosos festivales sobre el género negro, hay mayores premiaciones, una gran proliferación de producciones audiovisuales en serie y un creciente interés por parte de la Academia que hace que los títulos, los autores y las tramas tengan mayor circulación y se dé una revalorización del género; por otro lado, hay un fenómeno que caracteriza a la literatura contemporánea en general que tiene que ver con la irrupción de las escritoras mujeres y de otros colectivos minoritarios entre los que se incluyen las disidencias sexuales y los jóvenes de la Web 3.0, este conjunto de autores y autoras, y artistas en un sentido amplio, traen nuevos temas y nuevas preocupaciones, que son también las inquietudes de la sociedad en la que vivimos. En el caso de la “ola negra” argentina en particular, aparecen mujeres que escriben y publican, sin miedo y sin pudor, rompen límites, transgreden normas, desafían al género. Claudia Piñeiro, Florencia Etcheves, Patricia Sagastizábal, Alicia Plante, Carolina Cobelo, Gabriela Cabezón Cámara, Paula Rodríguez, María Inés Krimer, Inés Arteta, Melina Torres, Solange Camauër, Mercedes Giuffré son algunos de los nombres de estas mujeres que protagonizan y surfean la ola negra de nuestro país. Algunas de ellas fueron premiadas en Argentina y en otras partes del mundo, sus libros han sido traducidos a distintos idiomas o adaptados para la pantalla grande. Sin dudas, algunos hitos como la llegada al cine en 2009 de Las viudas de los jueves, de Claudia Piñeiro, una novela que recibió el Premio Clarín de Novela en 2005 o la premiación de esta misma autora quien, en 2019, se convirtió en la primera latinoamericana en recibir el premio Pepe Carvalho en el festival Barcelona Negra significaron un gran impulso para que otras mujeres se animaran a escribir y sobre todo a publicar, a explorar y navegar este género tradicionalmente masculino. Si bien las tramas son diversas, podemos encontrar la configuración de detectives mujeres, una menor cantidad de crímenes, el secuestro de intelectuales, el retorno al pasado dictatorial, un interés más social, las preocupaciones que devinieron bandera gracias al feminismo como la violencia sexual, el embarazo o el aborto, entre otros escenarios que ubican a la mujer en un lugar protagónico. Definitivamente, el tiempo de las mujeres llegó también para el policial, ¿cuál será el futuro de la ola negra en nuestro país?