Aterrizar para despegar

Por Felipe Ibáñez Frocham

En un avión blanco, de marca blanca, amontonados, como en Galeras, vuela a esconderse en un lago argentino un grupo de esclavos a las puertas de su amo. No hay tiempo ni lugar en este vuelo para describir al amo, pero sus testaferros han ocupado parcialmente la Patagonia argentina.

Aterricemos, porque lo de hoy es urgente.

Hoy no estamos en el mismo mundo que en 2015. Hoy a un nuevo modelo de izquierda «aún más moderada» se le ha permitido volver a gobernar en Latinoamérica. Hoy Rusia ya no se cuida de un enfrentamiento diametral contra Estados Unidos, porque este ya sucede en sus propias puertas.

Yo destaco otro vuelo. Cristina voló a una reunión con Putin y posterior breve gira geopolítica, antes de anunciar que no se postulaba a la presidencia en 2019. He visto despegar ese avión sabiendo que si Rusia no daba su apoyo, no podríamos repeler al expoliador y seguirían plagando los buitres nuestros cielos.

La única estrategia del movimiento fue cuidar a la conductora. Cristina es todo lo bueno que se ha escrito sobre ella. Para el movimiento sociopolítico que ha producido históricamente algún cambio a favor del ser humano y de la vida en Argentina, que además está compuesto por argentinos de distintas posiciones políticas, Cristina es la posibilidad de retomar un rumbo propio, soberano, forjando la libertad que siempre fue más que una palabra en nuestra patria.

Con todos los ejércitos en contra, con todas las pistolas inútiles apuntándole, con todo lo que ha sufrido, entregado, perdido y ganado, Cristina siguió trabajando. Se puso en el medio del tiroteo, en vuelo sin nafta, en una nave sin alas, para intentar que el mal sea el menor posible. Y es una premisa que siempre vimos en el más auténtico de los peronismos, desde Perón en adelante.

Ahora Lula está en Brasil. Si yo fuera Rusia, estaría dispuesto a cubrir el costo de expulsar al expoliador de uno de los países que me puede proporcionar todos los recursos que Europa no. Por menos vuelo que tenga, mire, todos sabemos que en las próximas elecciones, si se presenta, gana Cristina.

Y así fue, a mi entender, que un grupo de los tilinguitos más bobos de nuestro suelo, inútiles congénitos, dependientes de la leche del amo, tras años de circo malo con aeromodelismo, recibiera la orden de hacer todo lo necesario, dentro y fuera de la ley (disparar a alguien a la cabeza, espero que todos aceptemos, está fuera de la ley, por ejemplo) para inhabilitarla. La prisión tampoco les interesa tanto, «¿que la “peronista” encima se haga mártir?».

Hasta ahí, vuelo bajo, rasante en la cultura del reality donde han puesto a malvivir a las sociedades, todo está controlado fácilmente para ellos. No hay consecuencias, para ellos.

Aterricemos.Aterricemos para ver lo que está sucediendo en las casas, en las pantallas, en las calles y en las aulas. Si no resolvemos la carencia más urgente, si no compartimos saberes y cultura, ejercicios para que la mente mantenga su capacidad de detectar la farsa y, como mínimo por instinto de supervivencia, se organice en la dirección necesaria.

Resulta indispensable la formación y medios para nuevas conducciones, organización horizontal, dejar de perder el tiempo con los distractores, cultivar el amor a la patria que es el otro, educarnos, cuidarnos entre nosotros.

Recuerdo que, según Margaret Mead, el primer signo de civilización humana es un fémur roto. Si el homínido se quebraba y nadie lo cuidaba, se lo comían los buitres. Cuidarnos nos define como especie. Ya sabemos dónde están los buitres.

La historia está siendo escrita.

Despeguemos.

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