Juan Manuel de Rosas: Una figura que despierta pasiones nacionalistas

Repasamos la figura de Juan Manuel de Rosas y nos preguntamos sobre qué recordamos cuando pensamos en este procer.

Por Facundo Nanni

La llegada del feriado que evoca la Batalla de la Vuelta de Obligado, ocurrida un 20 de noviembre de 1845, nos invita a abordar un tema crucial: la figura de Juan Manuel de Rosas y las pasiones cambiantes a su alrededor. Más allá de la centuria y bastante más que nos separan del suceso, y en plena fiebre mundialista, la cuestión de recordar los héroes y sus epopeyas cobra actualidad y tiene absoluta vigencia.

Tanto entre sus contemporáneos como en las discusiones que se perpetuaron tras su muerte, las grietas en torno a la valoración del líder fueron un constante vaivén, casi un péndulo.  No en vano, Jorge Luis Borges en su fantástico “Diálogo de muertos”, imaginó una provocadora conversación de ultra tumba entre Facundo Quiroga, retratado como un valiente caudillo del interior, y un menos virtuoso Juan Manuel de Rosas. El líder bonaerense, en el relato ficcional, le contesta al riojano una frase maravillosa sobre el amor y el odio hacia los héroes: El halago de la posteridad no vale mucho más que el contemporáneo, que no vale nada y que se logra con unas cuantas divisas. La poderosa confesión ficticia del caudillo de Buenos Aires hacia su par del interior era al mismo tiempo una confesión literaria del anti-rosismo de Jorge Luis Borges, que sin embargo apreciaba la capacidad estética que tenía el siglo XIX, con sus caballos, sus epopeyas, sus desiertos interminables.  

Una figura que despierta pasiones.

El rosismo en la memoria histórica

Precisamente el péndulo entre una percepción de Rosas como “tirano”, en contraposición a su calificación como “Restaurador del Orden”, serpenteó en la memoria colectiva en función de distintos proyectos de país, sujeto al tratamiento por parte de academias con tradiciones y colorcitos ideológicos. Pocos líderes fueron odiados y amados con tanto fervor. Esa energía enorme, en ambas direcciones, se materializó tanto entre quienes compartieron época con el propio caudillo, como entre las generaciones que evocaron su imagen una vez derrotado el rosismo con la Batalla de Caseros. Hacer despertar de la tumba al viejo federal, podía servir para discutir su legado, para pensar cada uno de los presentes que vivió la Argentina, en fin, para proyectar su futuro.

La forma de materializar estas visiones favorables o bien denigrativas se plasmaron en variados resultados académicos y extra-académicos (libros, conferencias, monumentos), hasta llegar al reciente decreto 1584/2020 que estableció el feriado nacional. No hay nada nuevo bajo el sol en ese sentido, ya que Juan Manuel de Rosas siempre fue un imán de pasiones, pero queda claro que el decreto tiene una connotación favorable hacia su figura. Se trata de una clara reivindicación a su figura, reconociendo a la fecha como Día de la Soberanía Nacional. Es que precisamente los sucesos del 20 de Noviembre de 1845, fortalecieron al controvertido gobernador de Buenos Aires y encargado de las relaciones exteriores de la Confederación. La estrategia de las cadenas contra el avance anglo-francés, sumamente cinematográfica (pero real e histórica) simbolizó un freno a la política expansiva de estos dos países industrializados y agigantó la figura de este líder con tantos claroscuros.

Los hombres y mujeres que se anoticiaron de la batalla, podían rememorar antiguos roces con las potencias, como las invasiones inglesas de 1806-1807, y más fresco en sus retinas las tensiones con la Francia de Luis Felipe de Orleans durante el bloqueo del puerto de Buenos Aires en 1838. Aun cuando los bombardeos del General Lucio Mansilla y del teniente coronel Juan Bautista Thorne fueron audaces, la victoria en la Vuelta de Obligado fue para Francia e Inglaterra, destinadas a ser las naciones más poderosas al menos hasta 1914. Sin embargo, el triunfo costó caro a las poderosas naciones de la Europa Occidental, que perdieron vidas y material bélico, y pronto reconocerían que la navegación del Río Paraná debía respetar las leyes de la Confederación Argentina. Victoria pírrica para Francia e Inglaterra, o triunfo estratégico del rosismo, si se prefiere.

Precisamente los argumentos de soberanía, añadiendo la anécdota del famoso sable corvo de San Martín para agradecer a Rosas, fueron razones esgrimidas tanto por quienes vivieron en carne propia la experiencia del rosismo como para las generaciones posteriores. Hasta aquí las posibles razones para sostener su legado, el problema es que contrastan con un numero grande de razones para cuestionar las políticas del rosismo. En las antípodas del relato glorioso, la violencia y la crueldad frente a los múltiples adversarios (unitarios, generación romántica de 1837, federales disidentes) fue y es todavía la principal piedra angular para anular o matizar las anteriores proezas. Las fuerzas de choque del rosismo, la Sociedad Popular Restauradora, con fuerte presencia de su esposa Encarnación Ezcurra, y aún más subrepticia la Mazorca, han perpetrado formas atroces de control de la opinión, particularmente entre 1838 y 1845, como lo han mostrado las investigaciones especializadas.

El impacto de la violencia rosista en Tucumán y su legado

Para Tucumán, la represión hacia las fuerzas de la Liga o Coalición del Norte que fracasó en su enfrentamiento a Rosas, y concretamente la brutalidad contra Marco Avellaneda cuya cabeza se exhibió en la actual Plaza Independencia, alimentaron las manifestaciones locales de anti-rosismo. En investigaciones anteriores, he abordado el tema de la memoria en torno a Marco Avellaneda, mostrando de qué manera los estudios pioneros de Paul Groussac, Lizondo Borda y Juan B. Terán fueron creando una heroización y un ícono anti-rosista alrededor del joven amigo de Alberdi, proceso que se materializaría con fuerza en 1941, durante el Centenario de dichos acontecimientos. Cabe destacar, que el crudo momento vivido tras el triunfo rosista en la Batalla de Famaillá, contrasta con otros años de mayor tolerancia durante los gobiernos de Alejandro Heredia y en cierta medida en el gobierno de Celedonio Gutiérrez, pretendiendo una “Conciliación de partidos”, entre unitarios y federales. En las provincias del norte los momentos de terror durante las décadas de 1830 y 1840 fueron más puntuales y episódicos, al no ser el área neurálgica del poder rosista, pero  han dejado también sus huellas. Aun cuando hubo momentos de feliz convivencia entre unitarios y federales en las provincias norteñas de la Confederación, algunos episodios como la persecución de Juan Galo Lavalle en tierras jujeñas, la mencionada muerte y decapitación de Marco Avellaneda, o las torturas sufridas en Santiago del Estero por la familia Libarona, han sido caldo de cultivo para la literatura, para la memoria, y para repensar la violencia política del siglo XIX.

Tal como esbozamos, la valoración cambiante frente al gobernador de Buenos Aires, fue un clivaje notable que corrió paralelo a la profesionalización de la práctica histórica en todo el país, dando lugar a las más variadas lecturas del fenómeno. El debate no ocurría solamente en cenáculos académicos. Hasta hace algunos años, en la intimidad de los hogares se discutían fervorosamente virtudes y defectos del federalismo rosista, y las familias solían remarcar su tradición unitaria o federal, costumbre hoy en desuso, reemplazada en la actualidad por otros clivajes. Hacia finales del siglo XIX importantes historiadores como Adolfo Saldías y Ernesto Quesada aportaron nuevos enfoques, matizando versiones heredadas sobre el periodo 1829-1852. Ricardo Rojas, intelectual nacido en Tucumán, de familia santiagueña, sostenía en “La Restauración Nacionalista” que el rosismo y sus seguidores tenían algo de auténtico y autóctono, aunque advertía la violencia política y la demora en la organización constitucional de la República. En aquella provincia de Santiago que formaba parte de las raíces de Ricardo Rojas, posteriormente en la década de 1960 el historiador Alen Lascano, de filiación radical, desarrollaría también una defensa del rosismo y de su vínculo estrecho con el caudillo Juan Felipe Ibarra.


Dr. Facundo Nanni (Junta de Estudios Históricos de Tucumán-Conicet/Universidad de Tucumán)

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