Luche y vuelve: lo que hizo la militancia para que vuelva el general

Entrevistamos al periodista y autor Enrique Arrosagaray, quién testimonia en su último libro a los actores involucrados en la militancia que logró la vuelta de Perón al país en los años 70.
peron

Hace medio siglo Juan Domingo Perón terminaba el exilio que diferentes gobiernos, militares y civiles, le impusieron por más de 17 años. Aún se polemiza acerca de qué o quién logró esa ruptura. Más de un sector social o más de una corriente dentro del peronismo ha pretendido poner esa cucarda.

El texto “Luche y vuelve”, con prólogo de Juan Manuel Abal Medina, que recientemente ha sido publicado por Editorial Punto de Encuentro e incluido en su colección Cabecita Negra, intenta echar un poco de luz a cinco décadas desde aquella jornada. Lejos de un clásico trabajo académico, su autor Enrique Arrosagaray, subraya el valor de los recuerdos de los protagonistas por sobre conclusiones personales desde su observación. Éste es un estilo que Arrosagaray desarrolló en otros libros e incluso en buena parte de su trabajo periodístico. Nos lo argumenta él mismo:

Me parece que es una buena forma de conectar a los jóvenes de hoy con los jóvenes de ayer. Quiero decir: buscar y lograr que los muchachos y chicas de aquél 17 de Noviembre cuenten cómo intentaron llegar a Ezeiza para recibir a su líder. Y por supuesto, el contexto. Los relatos en primera persona, por más que sean parciales y subjetivo, son claros, vívidos y en muchos casos, con una energía insuperable.

Te costó mucho encontrar protagonistas?

Un poco, ya que el almanaque corre para todos; y porque muchos protagonistas del ayer pasaron desde hace mucho a una vida más privada y desentendida de lo social. Pero también es llamativo como en el trabajo paciente del investigador las pistas y las recomendaciones aparecen. Hay un momento en que surgen las palabras mágicas de algún entrevistado: ¿sabés a quién deberías entrevistar vos? ¡A Fulano! Y allí comienza una especie de cadena de relaciones que por suerte, desborda de matices.

¿Esos matices pueden llegar a complicarte en lo que hace a la orientación del texto?

Pueden, sí. ¡Y ojalá que suceda así!, porque de esa manera reflejaría mejor la realidad. La lucha de ideas y la lucha política se producen, justamente, por las diversas miradas sobre los procesos. Si uno cree que todos pensamos más o menos igual, estamos sonados. Aquél mismísimo 17 de Noviembre hubo millones que estaban contentos, pero también hubo millones que estaban entre confusos y odiados. ¡En aquella época también había odiadores, eh!

¿Está reflejado eso en tu libro?

¡Sí, claro! En un capítulo reproducimos algunas de las declaraciones públicas de algunas organizaciones que tenían acceso a la prensa de la época. Allí publicaron sus declaraciones de principios, denunciando la llegada del tirano depuesto, del dictador. Textos que además, dejaban clara su simpatía por los golpistas del 55 y por los poderosos de siempre. Porque en mi opinión, son los mismos de hoy. De cualquier manera, lo principal que hemos buscado son los testimonios de algunos de esos miles y miles de personas, que aquella madrugada salieron a la calle para marchar hacia Ezeiza. Y por una sencilla cuestión cronológica, a quienes encontramos eran personas que en aquellos años eran jóvenes entre 15 y 30 años. Cada uno tiene su historia ¿no?

¿Nos podrá dar un ejemplo?

Fíjense, por ejemplo, el caso del ahora querido y reconocido Norberto Galasso. Él estuvo caminando hacia Ezeiza aquella mañana, cuando era apenas un contador vinculado a ideas trotskistas y con hambre de entender a esas mayorías que persistían en querer a Perón, pues él siempre tuvo interés por lo nacional. Sus recuerdos están en nuestro libro pues como amigo, accedió a charlar en su casa, con la calidez de siempre.

¿Aparecen en este libro reflejadas, de alguna manera, las distintas corrientes dentro del peronismo que existían en ese momento?

Así es. Entrevistamos a personas del movimiento obrero y del estudiantado, de expresiones más de derecha hasta otros que se vinculaban a la guerrilla. Peronistas que impulsaban la idea de hacer todo con tranquilidad y en paz para no provocar la represión y otros, que como vieron que la represión ya estaba instalada, pensaron en romper, militarmente, algo de ese cerca. Pero eso sí: tratamos de ubicar sobre todo a militantes de base, a hombres y mujeres del pueblo que decidían ir a Ezeiza porque su corazón se los indicaba, se los exigía. No buscamos nombres de próceres sino gente sencilla que estuvieron impactados por la vuelta del Líder… Aunque algún prócer hubo, claro.

¿Por ejemplo?

Un prócer que era muy jovencito en aquellos días pero ya tenía una responsabilidad repentina y enorme: Juan Manuel Abal Medina. Con mucha generosidad y a pesar de temas de salud y por la pandemia, Juan aceptó una entrevista larga y creo que bastante a fondo. Y tan valioso como eso, también aceptó elaborar un interesante prólogo para mi trabajo. Además, hubo un caso a la inversa. Entrevistamos a una mujer menos conocida hasta el momento de nuestra entrevista y mucho más conocida pocos meses después, es decir ahora; me refiero a la flamante ministra de trabajo Kelly Olmos.

Es probable que éste sea el décimo libro de Arrosagaray, desde que a fines de los 80 y principios de los 90 escribió “Cordobazo” y “Los Villaflor de Avellaneda” y dejó en un segundo plano el periodismo para concentrarse en historias más largas y exigentes. Por ello sabe que contextualizar las entrevistas es útil y necesario. Aquí, esa contextualización la logró, afirma él, de dos maneras.

¿Cuáles fueron esas dos formas?

Por un lado con trabajo de archivo. Pero como habría tanto que consultar y sería interminable, decidí tomar un diario, el más crudamente antiperonista: La Prensa. Por eso pasé varias tardes en la Hemeroteca del Congreso tragando polvo y, por suerte, siendo muy bien atendido. No fue la única fuente escrita, pero sí la principal. Por otro lado, dos periodistas de la época aceptaron charlar conmigo y me ayudaron a contextualizar. Ambos no peronistas, pero tampoco anti. Me refiero a Ricardo Cámara, quien venía de trabajar desde pibe en La Prensa y continuó en varios medios, incluso el televisivo, y a Osvaldo Tcherkaski, un destacado periodista del diario La Opinión y con largas incursiones en Madrid y puntualmente, en Puerta de Hierro. Allí entrevistó a Perón para el diario de Timerman. Ustedes saben que el diario La Opinión pegó fuerte esos años, una publicación, digamos, de centroizquierda, destinado a las clases medias, medio intelectual que con poca sutileza trabajaba políticamente para Lanusse, para el proyecto que tenía el general: romper el peronismo y ser candidato a presidente él mismo, acompañado por un peronista en la fórmula. Contamos esto en nuestro libro. Tcherkaski y Abal Medina coinciden en este aspecto aunque discrepen en otros.

De alguna manera ¿sacás conclusiones propias?

Es inevitable, sí. Pero conclusiones parciales; más ricas que las que tenía antes. Ahora sé más detalles, tengo más elementos para analizar aquella coyuntura pero siempre hay más por saber. Pero lo primero y principal que debería decir a modo de conclusión es que el 17 de Noviembre, es decir, la ruptura del exilio de Perón, fue obra de nadie y de todos. Dicho de otra manera: de la persistencia en la mayoría del pueblo del deseo de que Perón regresara, junto a la decisión de expresar ese deseo en la calle y al deseo de Perón de regresar. Y finalmente, a la situación crítica en la que estaba la dictadura de Lanusse, pues desde hacía tres o cuatro años la dictadura estaba cada día más jaqueada por miles de luchas y cientos de miles de protagonistas en ellas, en las calles, en ciudades y pueblos. Las masas trabajadores le habían perdido el miedo a la dictadura y por más estado de sitio, cárcel y tortura, el pueblo la peleaba sin pausa. No sé si la revolución estaba a la vuelta de la esquina, pero, si vino la dictadura del 76 es porque a la revolución no se la veía ya como una utopía.

Los golpes que la lectura viene sufriendo a manos de la inmediatez de la imagen, detectada habitualmente por docentes de todos los niveles de la educación, viene haciendo teorizar sobre la desaparición de diarios, revistas e incluso libros. La lucha es desigual pero está dada. Quienes escriben y quienes editan enfrentan ese dilema.

Sí, claro que lo pienso pero no dudo. Hay que persistir en el libro, sin dudas. Cuando comencé a investigar para mi primer libro, en los ochenta, fui a consultar no recuerdo qué a la Biblioteca Nacional que aún estaba en la calle México e ingresé a la Sala de Lectura. Allí vi por primera vez todas sus paredes tapizadas de estanterías y libros desde el piso hasta el techo, no sé, como diez metros de alto. Involuntariamente pensé “¿Para qué diablos voy a escribir otro libro? Si ya está todo escrito”; pero no, no estaba, ni está todo escrito. Hay una lucha por la hegemonía y discúlpenme que me ponga serio, como en todos los planos, incluido el cultural y el del libro, hay una lucha por generar cultura popular o antipopular. Esa lucha está. Somos muchos los que investigamos y escribimos para aportar en esa lucha ¿Nos gusta investigar? ¿Nos gusta escribir? Sí, claro. No investigamos ni escribimos en contra de nuestra voluntad. Pero tratamos de poner ese esfuerzo al servicio de una cultura popular y en muchos casos, incluso, revolucionaria. Y el fuerte avance de la clásica derecha disfrazada de “cambio” en nuestro país, hace necesario, creo, juntarnos más que nunca para fortalecer un proyecto liberador. Dicen que la Constitución del 49 es vieja; antes de hablar sería bueno leerla. Otros dicen que nacionalizar la banca y el comercio exterior es viejo; yo diría ¿por qué no probamos? Pero en serio ¡eh! Y a fondo.

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