Al igual que Plutarco, quien trazó paralelismos vitales con personajes históricos de su época y del pasado histórico que influía en su tiempo, también se puede trazar una suerte de Vidas Paralelas entre dos mujeres que fueron contemporáneas y que atravesaron sus vidas con las agitaciones de los momentos políticos, que las llevaron a recorrer ciertas sinuosidades que pueden resultar incomprensibles y condenatorias. Pero no por ello dejan de despertar curiosidad, puesto que sus determinaciones son coincidentes en los propósitos emprendidos. En otras, ese paralelismo parece discontinuarse, hasta que vuelve a coincidir cuando el final se vuelve real y certero como el destino. Hablamos de la uruguaya Blanca Luz Brum y de la chilena María de la Cruz Toledo.
La primera de estas nació en 1905 en el pueblo rural de Pan de Azúcar cercano a las costas atlánticas del país vecino, donde supo construir, a partir de su belleza deslumbrante, una autoleyenda que la llevó a escribir una biografía, donde se ubica a sí misma como a la adolescente de 16 años raptada de un convento, por el fauno y poeta peruano, Juan Parra del Riego, para casarse a escondidas de ambas familias tradicionales. Lo cierto es que tal tradicionalismo familiar era inexistente en su caso, al igual que el rapto mencionado, ya que el poeta la pasó a buscar en una moto por su domicilio y se casaron en el registro cuando ella tenía 19 años. La falta de tradicionalidad en su acervo, viene a cuento, porque no tenía lazo parental alguno con Baltazar Brum, presidente del Uruguay depuesto por un golpe de estado, quien después de resistir al mismo en su domicilio, se pegó un tiro en el corazón en plena calle. Sin embargo, la conducta que rozaba los límites de la mitomanía con la realidad, eran dejadas de lado por la belleza de Blanca Luz, cuya fuerza seductora iba más allá de los hechos fueran reales o no. Tal vez no se trate de mitomanía, sino de distorsiones literarias, creadas con el solo fin de escribirse a sí misma como a una leyenda.
Blanca Luz enviudó a los seis días de parir a su hijo, razón por la cual decidió abandonar Montevideo y viajar a Lima en busca de la ayuda económica de la familia del poeta, perteneciente a la burguesía peruana. Mucha solidaridad por parte de estos no encontró, ya que la juzgaron como a una mujer aventurera y de vida desordenada, ateniéndose uno a las formulaciones burguesas. Razones no les faltaban, ya que al poco tiempo de vivir en el país andino, se lanzó a vivir una vida apasionada en lo político, lo literario y lo amoroso.
Sus primeras aventuras en el Perú comienzan cuando se contacta y forma parte del círculo íntimo de José Carlos Mariategui y adhiere al comunismo indigenista, propuesto por el teórico del marxismo latinoamericano. Pero, debido a las persecuciones y al paso de unos días en la cárcel, debe volver al Uruguay. La relación con su país natal no era muy buena y en cierto modo lo detestaba, algo que queda explicitado en su libro Contra la corriente, en el que define a su terruño como productor de poetas y futbolistas. Sus juzgamientos literarios, también son despreciativos en cuanto a la categorización de las poetas, a las cuales considera “gordas, sucias e invertidas”. Sin embargo, sus artículos y notas culturales, eran publicados en el diario Justicia del Partido Comunista.
Su filiación ideológica la lleva a conocer al muralista mexicano Alfaro Siqueiros, quien en 1933 visitaba Montevideo como asistente a un congreso sindical. Siqueiros, al verla, quedó deslumbrado por su belleza y su personalidad fuera de lo común, por lo que solo atinó a decirle: “Te llevó conmigo”. Y así sucedió, luego de un tiempo partieron hacia Nueva York, donde en pleno viaje, se enteró que Siqueiros era casado, por lo cual una vez llegados a los Estados Unidos viajaron a México para tramitar el divorcio y viajar después a Los Ángeles, donde el muralista pintó tres murales, hasta que fueron expulsados por ser considerados agentes soviéticos y retornaron al Río de La Plata. En Montevideo, las cosas no iban de lo mejor, el Partido Comunista los ignoró y decidieron partir hacia Buenos Aires.
En la ciudad donde el tango y las artes bullían, Siqueiros fue contratado por el también uruguayo Natalio Botana, empresario periodístico dueño del diario Crítica, quien le encargó la realización de un mural en la bodega de su quinta en Don Torcuato, para lo cual, Siqueiros contacto a los pintores, Spilimbergo, Berni y Castagnino, para formar el equipo. Si los compañeros pictóricos de Siqueiros estaban deslumbrados por la belleza desnuda de Alba Luz, que sirvió de modelo para las ondinas representadas en el mural, más deslumbrado y cautivado quedó Natalio Botana, con el que Alba comenzó un amantazgo, que la alejaría de Álvaro Siqueiros, quien con el corazón herido, partió hacia México con la esperanza de que Alba lo siguiera, algo que nunca sucedió.
La relación con Botana fue un tanto escandalosa y duró muy poco. Motivada vaya uno a saber por qué designios, una noche, partió de manera enigmática hacia Chile. Al poco tiempo de establecerse en el país andino, se casó con el empresario y diputado del Frente Popular, Jorge Beeche, con el cual en 1938 tuvo a su hija María Eugenia, pero el hombre superado por la personalidad arrolladora de Alba Luz, abandonó a madre e hija unos meses después del nacimiento. Sintiéndose desamparada, decide impulsivamente retornar a la Argentina.
Pasados ciertos momentos de zozobras emocionales y económicas, el destino le abriría las puertas a una nueva fascinación política al conocer al entonces Coronel Juan Domingo Perón, de quien escribiera: “He ahí a un hombre nuevo, esto es lo que yo quiero”. Su amor hacía el líder político la llevó a escribir eso y adherir activamente a la causa peronista y sus derroteros. Son momentos existenciales vividos con máxima entrega, razón que la lleva a presentarse ante quien se cuadre, como el cerebro pensante del 17 de octubre.
A pesar de la casi inexistencia de documentos, la fascinación entre ella y Perón parece ser mutua y cierto es que se la puede ubicar como jefa de prensa en la campaña electoral que lleva a Perón a la presidencia con una consigna o eslogan –según élla- pergeñado por su creatividad: “Braden o Perón”. No son pocos quienes hablan de una relación amorosa entre Blanca Luz y Perón, la cual motivaría que una vez ganadas las elecciones, Evita, le diera cuarenta y ocho horas para abandonar el país, cosa que realmente sucedió. Partió nuevamente hacia Chile como apoderada y representante del peronismo.
En tierras trasandinas, Alba Luz no dejó de sorprender; se oxigenó el pelo y dejó de ser morocha, para ser tan rubia como “esa mujer” que la alejó de su objeto amado. Más allá del cambio estético, los aires chilenos y su nueva actividad política parecen sentarle bien y se casa nuevamente con otro empresario, Carlos Brunson, con el que tiene otro hijo.
Su adhesión al peronismo se debía a que en el mismo encontraba una conjunción de valores que sintetizaban sus creencias: la preocupación por los desposeídos y la fe cristiana, algo que el comunismo no le permitía. Pero, el casamiento con Brunson, solo lo justificaba por la necesidad permanente de criar a mis hijos. A pesar de ese casamiento por razones económicas y de la crianza de un hijo en común con Brunson, que fallecería en un accidente automovilístico (al igual que su primogénito), su adhesión y militancia peronista continuó en los momentos duros de la resistencia y tras el golpe del 55’. Se la encuentra colaborando de modo protagónico en la fuga de Guillermo Patricio Kelly de la Alianza Libertadora Nacionalista, al cual disfrazó de mujer para sacarlo del penal de Ushuaia. Después de esos hechos fue detenida por la policía chilena y a raíz de esos episodios políticos en 1964 se divorció del empresario. Pero a su vida aún le faltaban consumar más sorpresas; las mismas estallaban progresivamente a medida que sus posiciones políticas se iban tornando más virulentas, ya que fue profundizando su anticomunismo y un catolicismo un tanto sinuoso, ya que en su práctica religiosa un tanto particular y llevada adelante en la isla de Robinson Crusoe, también comprendía al nudismo y era común verla caminar por la arena, tal como vino al mundo, entre el mar y los roquedales de la isla.
En esa isla, alejada del continente, la sorprendió el triunfo de Allende en 1972. Desbordada y temerosa de alguna represalia imaginaria, pidió asilo al presidente ultraderechista del Uruguay, Jorge Pacheco Areco, perteneciente al Partido Colorado. Este ignoró el pedido de asilo, como el de ser nombrada agregada cultural en alguna embajada. A pesar de esos temores tremendistas e injustificados, al acceder Perón a la presidencia en 1973, Blanca Luz, fue invitada a la asunción presidencial. No es fácil de precisar si viajo en el mismo avión que la delegación chilena que asistía a la ceremonia, y no tiene mayor relevancia. Lo cierto es que sí se alojó en el City Hotel, donde mantuvo un encuentro a hurtadillas con Perón, de índole amistosa para algunos y amorosa a pesar de las edades para otros. Para evitar murmuraciones, Perón, entró al edificio del entonces Concejo Deliberante por la entrada de la calle Perú, con la excusa de visitar en soledad el despacho que en el edificio del mismo tenía Eva Perón, pero, el elusivo general, volvió a salir por la entrada que da a Diagonal Sur y se dirigió sigilosamente, acompañado por un puñado de custodios al City Hotel, para encontrarse con su amada amiga, alojada de incógnito en una de las habitaciones; según contara una noche de revelaciones esplendorosas, Pablo Unamuno, en una rueda amistosa en la que estaba entre otros el poeta y librero Federico Sironi.
Después del encuentro y finalizada la ceremonia al día siguiente, volvió a tierras chilenas. Al sucederse el golpe de Pinochet, se la vio en las calles, manifestando como ferviente pinochetista y frente a la Casa de la Moneda, donando joyas para sostener al régimen del dictador. Aplacadas las aguas del golpe, volvió a la isla y a sus recorridos de espumas y vaporosidades matinales, resguarda en una cabaña que construyó con sus propias manos. Escribió unas memorias que nunca fueron publicadas. En ellas se habría podido leer que se casó cinco veces en tiempos donde no existía el divorcio y que ninguno de sus cuatro hijos la sobrevivió. En 2010, un tsunami arrasó con la isla y se llevó las páginas y fotografías guardadas en una valija, de una vida política y amorosa de asombrosa singularidad.
MARÍA DE LA CRUZ TOLEDO
Al igual que Blanca Luz, María de la Cruz, también nació en un pueblo. En su caso fue en Chimbarongo, perteneciente al interior chileno, en el año 1912. En lengua mapuche el nombre quiere decir “entre nieblas” y es un poco desde ese lugar que uno rescata a la figura de esta María Cruz, que no presenta en sus biografías ningún estudio terciario cursado, pero sí sabemos que desde muy joven se volcó al ejercicio de la profesión periodística y literaria, que también incluyen a la poesía.
Si con Blanca Luz surgía una comparación descalificadora, al compararla con su compatriota Juana de Ibarbourou, llamada Juana de América, a nadie se le ocurría descalificativo alguno para abrir una grieta entre María de la Cruz y Gabriela Mistral, ya que toda su producción literaria y periodística iba en una sola dirección, o en dos para ser precisos: la política y el feminismo. De silueta desgarbada y voz fuerte, a María de la Cruz, se la puede ubicar como un ser contrapuesto al de la uruguaya, ya que era una mujer con un solo matrimonio a cuestas y madre de dos hijos. Pero un hecho coincidente las unía en sus vitalidades políticas: la adhesión al peronismo y en cómo vivían las coyunturas y contingencias de esos momentos en sus regiones y en América.
Admiradora tenaz de Eva Perón, María de la Cruz Toledo funda en el año 1946 el Partido Femenino de Chile, para que las mujeres accedieran al derecho al voto. La herramienta política de la mujer chilena para tal disputa tenía un basamento ideológico y espiritual basado en las propuestas justicialistas del Partido Femenino Peronista creado por Evita. Dueña de una personalidad carismática, no era solo una agitadora de barricada, en sus actos, donde se atiborraban mujeres y niños, la escenografía del escenario casi siempre presentaba una fotografía de Perón en el centro acompañadas por una del presidente Ibáñez y otra de ella a ambos costados. En ocasión de un discurso encendido, propio de su estilo combativo, declaró:
“Soy peronista porque soy justicialista y Perón es el fundador del justicialismo. Soy ibañista porque la doctrina de Ibáñez es el justicialismo”.
Esta honestidad discursiva por parte de María de la Cruz tenía ciertas aristas brutales y solían traerle problemas a Ibáñez, que si bien era un aliado de Perón, tenía un frente opositor donde confluían, al igual que en la Argentina, la izquierda colonizada y la derecha oligárquica. Además, tanto Ibáñez, cómo Perón, trabajaban en conjunto en la construcción de un bloque político y económico regional que comprendía también al Brasil de Getulio Vargas, o sea, a los tres países más industrializados de ese momento en América del Sur. El bloque llamado ABC, por las iníciales de los nombres de los tres países implicados, se lo puede identificar como a un antecedente del Mercosur. Este armado era mal visto por los EE. UU. que lo veía como a un peligro y un ataque a su hegemonía en la región, por lo tanto se dedicaron a demonizar la figura de Perón, acusándolo de ser un Mussolini americano, un expansionista militar y territorial de la Argentina, ya que denunciaban planes estrambóticos de anexar Chile a la Argentina.
Al igual que Blanca Luz, María de la Cruz, que finalmente logró ser electa diputada en 1953, vio al peronismo como una creación cristiana y en cierta ocasión, declaró en su estilo a boca de jarro:
«El peronismo es la realización del cristianismo. La historia de la Humanidad se dividirá en dos grandes eras: del siglo I al XX será la Era Cristiana y del XXI en adelante será la Era Peronista«.
De un lado de la cordillera sus simpatías justicialistas generaban recelo y del otro lado provocaron desconfianza e incluso sorna. Ella misma admitía que en la Argentina era percibida como «una extranjera con pretensiones de enseñarles doctrina». Pero de todas formas, no dejó de relacionarse con mujeres dirigentes peronistas, como Delia Deglioumini de Parodi y Magdalena Álvarez, que acompañaron a Perón en su viaje a Chile y a la disertación que diera en la Universidad de Chile, increíblemente gracias a acuerdos logrados por Pablo Neruda, quien también sentía afinidades políticas con el peronismo.
La comparación de María de la Cruz con Eva Perón era inevitable y era evidente que ella misma cultivaba ese parecido. Para contribuir a tal semejanza, en un despacho del local partidario, solía recibir a los chilenos humildes con infinita entrega. «Cada persona trae un problema y en cada problema hay un aspecto de la vida de la nación», le escribía a Perón. No solo por la correspondencia, sino también por lo encarnado de su lucha, los muchachos la bautizaron como “la Evita de Trocha Angosta”.
Antes de la caída de Ibáñez en Chile y de Perón en Argentina, María de la Cruz sufrió un revés que la fue alejando de la vida política. Este fue debido a una acusación que se basaba en sus propias declaraciones a la prensa, en la que había declarado haber anotado una casa a su nombre para ayudar a un amigo que se estaba separando de su mujer y también el haber recomendado la compra de relojes para estaciones ferroviarias a cambio de una ayuda económica para el partido. Esa sinceridad, también de estilo brutal, propició que la tradicional clase dirigente chilena, hiciera fila para pegarle y se la destituyera de su banca en la cámara de diputados, acción que se realizó en la víspera de la firma de los acuerdos de cooperación económica entre Chile y Argentina, en plena gestación del ABC.
Nunca un ataque de moralina burguesa resultó tan oportuno. Esos avatares la condenaron al ostracismo, al cual lo vivió inmersa en un estado de devoción religiosa, cercano a un misticismo no exento de cierto resentimiento, que la llevó a organizar los caceroleos previos al derrocamiento de Allende y convertirse al igual que Blanca Luz, en una ferviente pinochetista.
Es posible que en esos días borrascosos y terribles, las dos hayan cruzado sus pasos de fantasmas desangelados por calles y alamedas. Lo cierto es, que Blanca Luz no logró ningún cargo ni embajada, pero María de la Cruz Toledo logró que Augusto Pinochet, como una burla del destino, la nombrara inspectora de feria ad honorem, antes de morir en Santiago a los 82 años.