Raúl Blanco (Teodoro Boot) fue un militante popular, escritor, editor, y también, un erudito. Fue autor de las novelas Pureza étnica, Espérenme que ya vuelvo, Sin árbol, sombra ni abrigo, Memorias de un niño peronista, La termocópula del doctor Félix, Ahora puede contarse, No me digas que no; el tratado de autoayuda Pido a los santos cielos; el libro de ensayos La verdad verdadera; el Diccionario de mitología greco-romana, el libro Genealogía de los Dioses (héroes y Dioses en la antigua Grecia); y Sección imposible (ilustrado por Francisco Solano López); más cientos de artículos en revistas de todo tipo y variedad como Reconquista, Cuál es, Iniciativas, El porteño, Lezama, Causa Popular, Diario Uno (de Salta), y en webs como Zoom, Diario registrado, Puede colaborar, Pájaro rojo y Columna vertebral, entre otras; más varios textos más, difíciles de recopilar porque los escribía y publicaba de manera caótica, profusa e irrefrenable en todo tipo de formato, incluyendo el género documento político o minuta de circulación interna para el análisis de coyuntura de sus compañeros de militancia; pero también, como si todo esto fuera poco, en su muro de Facebook, y en el muro de Facebook de identidades inventadas por él, como la de Abelardo Santiago, en donde escribía santorales.
Este artículo en particular que ofrecemos a continuación, fue publicado en el año 2008 en la web nacionalypopular.com, en el contexto de la llamada crisis del campo. Pese a su antigüedad, se lee con interés y placer porque habla de algunas cosas que trascienden la coyuntura ocasional y se mete en asuntos de naturaleza más duradera porque implican identidades y sensibilidades políticas que vienen del fondo de nuestra historia, en tanto movimiento nacional, como podemos constatar ahora en los debates suscitados tras la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque de diputados del FdT en la Cámara baja y la relación y tensiones al interior de espacio de gobierno.
El artículo percibe muy bien (y facilita) el despertar de una generación política. El pase desde distintos tipos de disconformidad -que iban desde el escepticismo al nihilismo, pasando por algunas izquierdas y la anti política- hacia una nueva forma de participación e involucramiento en los asuntos públicos asumido desde el interior de un tipo de sensibilidad peronista de nuevo cuño dada en llamarse «kirchnerismo». Ímpetu que alcanzaría su punto de ebullición más notorio un año y pico después, en el sentimiento colectivo de orfandad que embargó a una considerable parte de la juventud argentina de aquel entonces tras la muerte de Néstor Kirchner, y que irrumpió en la escena nacional en las masivas manifestaciones populares en las que los restos mortales del ex presidente y su familia fueron acompañados por cientos de miles de jóvenes en todo el país.
La semana pasada, el día 2 de febrero el autor de la nota, Raúl Blanco, falleció a sus 71 años de una complicación hepática.
Vaya esta brevísima introducción y comentario a su obra, la publicación del artículo a modo de humilde pero sentido homenaje al autor, y el saludo fraterno a sus amigos y compañeros del peronismo del barrio de Boedo de la ciudad de Buenos Aires.
Hasta siempre, compañero.
Me fui consiente, expresa y manifiestamente del peronismo en el año 90. O el peronismo se fue de mí, vaya uno a saber. La cosa es que al cabo de los años, empecé a sospechar que sólo se puede dejar de ser peronista de la misma manera que se puede dejar de ser alcohólico.
Esta tarde, en el baño, leía una de las entregas del folletín de (José Pablo) Feinman sobre el peronismo. Feinman suele decir mucha pavada fruto de su pedantería y de que ha mirado las cosas desde afuera, para peor, creyendo que estaba en el carozo del asunto. Me gusta, sí, y mucho, la calidad que tiene para transmitir sensaciones y el espíritu de una época pasada. Es un gran novelista, además.
En uno de sus delirios, Feinmann habla de Favio, burlándose o ridiculizando el título de su película: Sinfonía de un sentimiento. Y me puse a pensar que, en realidad, es Favio el que tiene razón, y Feinman involuntariamente lo demuestra: lleva cientos de miles de palabras escritas para tratar de explicar o explicarse el peronismo. Y sigue MUY lejos de conseguirlo.
Si me tocara a mí dar esa explicación sólo atinaría a recurrir a metáforas y sé que jamás podría explicarlo apelando a la razón: es posible arrimar el bochín considerando al peronismo como fenómeno histórico, sociológico, político, pero tomando en cuenta que no se trata de un ente orgánico, ni de un rígido cuerpo doctrinario, o un recetario revolucionario. Teniendo claro de antemano que es imposible explicar racionalmente por qué se es peronista. Y en tanto se es y se sigue siendo, aun en la abstinencia, ese sólo hecho, la existencia de peronistas, basta para que el peronismo exista.
A diferencia de otros fenómenos políticos o intelectuales, en la pertenencia al peronismo no hay un proceso previo de estudio, reflexión y adhesión. Yo al menos, nacionalista de ínfulas libertarias, primero me sentí peronista y despúes me puse a ver de qué se trataba.
Para dar un ejemplo: desde que tuvo que estudiar la teoría del valor, mi hijo más chico se hizo marxista. O socialista, según me dijo. Traté de diferenciar las cosas argumentando que el de socialismo es un concepto amplio, dentro del cual entran los movimientos libertarios, la socialdemocracia, el comunismo, el troskismo, el villismo, el chavismo y el peronismo (no armen debate: la cosa era que no se le fuera a ocurrir meterse al partido socialista, quise evitar la tentación de estrangularlo mientras duerme). Pero a la vez, y muy seriamente, él me explica que tiene «un corazón justicialista».
Al mayor, quien dice haber entendido por qué «nosotros» (yo, su madre, mi actual mujer y la totalidad de mis amigos) somos peronistas leyendo «Qué es esto» de (Ezequiel) Martínez Estrada, nunca lo escuché definirse como peronista, aunque en realidad lo es, por más que lo haya votado a Pino. O acaso será que lo votó por peronista. ¿Y por qué? Si yo nunca les bajé línea ni nada parecido. Y durante casi 15 años no hablé de peronismo, excepto para pelearme con la fanática de mi mujer.
El año pasado en una fiesta o reunión familiar (que son multitudinarias) mi hijo mayor llevó música en su pendrive. Entre todos los temas, llevó 9 versiones de la marcha en distintos ritmos y La descamisada, por Nelly Omar. Y cada tanto se ponía a boludear pasando cachitos de ellos. La jeta de mi gorila madre era de antología, de manera que me arrimé a mi hijo y le dije: mirá, capaz que los peronistas somos una especie en extinción, pero los gorilas… esos son eternos. «Ya me di cuenta», me dijo.
Para Gonzalo Chávez, «a los cabecitas los gorilas no nos perdonan los diez años de fiesta que tuvimos con Perón».
Por más que históricamente no parezca haber sido así, hay muchas más pistas para sospechar que el gorilismo es previo al peronismo. Y hasta lo explica, de manera que doy una vuelta de tuerca a la tesis y afirmo categóricamente: mientras haya gorilas habrá peronistas, como bien lo muestran estos tiempos de «protesta rural»: nadie hizo tanto por peronizar a los pibes de hoy como la mesa de enlace.
A mí me basta con eso y coincido con la visión «ecléctica» de Martín, y aclaro: el horizonte no es el país de Perón y Evita de hace 60 años sino el espíritu movimientista, la conciencia de que no se trata nomás de ganar elecciones sino de organizar a la sociedad y (re) construir el movimiento nacional, aislando y desnudando al enemigo.
En todo caso, como dijo Marechal: «La de Perón y Evita es una de las encarnaciones del pensamiento nacional».
Digresión sarcástica: los otros días, supongo que en broma, (Gerardo) Yomal me preguntaba cómo tenía que hacer para hacerse peronista. Le dije, en el mismo tren (no hay nada más ridículo que hablar en serio cuando los demás pelotudean… cosa de la que debería tomar nota el gobierno) que el primer paso consistía en señalar infiltrados.
Es un sarcasmo que sabrá muy amargo a algunos compañeros. Pero tiene un fondo de razón. Y éste es que nadie me va a andar enseñando qué es ser peronista, ni me va a dar la autorización para serlo, porque no se trata de afiliarse, ni de leer una cartilla ni de firmar abajo. Uno es peronista porque lo es, y ahí está todo.
Lo demás, que lo explique Feinman.
De manera que mi opinión es: a las cosas y a las discusiones objetivas, que tengan propósitos prácticos.