El Hilo de Ariadna: El gobierno y sus laberintos

La reconstrucción del Estado como garante y sostén de este gobierno y gestor de un nuevo orden social.

¿De dónde venimos?


Es indudable que la fórmula Fernández – Fernández sintetizó y sigue sintetizando la unidad de todo el peronismo y los sectores populares aliados. 

Esta unidad del campo popular rápidamente demostró su fortaleza en las elecciones de 2019. La victoria aplastante del Frente de Todos colocó a AF como Presidente de la Nación, iniciando un nuevo ciclo de un gobierno nacional y popular.

AF inició su proceso de construcción de poder, partiendo de un accionar político muy activo en el diálogo y la búsqueda de consensos, primero hacia dentro del espacio y luego con todos los sectores económicos y sociales, consolidándose de esta forma como líder y generando estatus presidencial. 

El proceso hasta ahora está mostrando varias aristas complejas pero interesantes para el análisis de lo que viene. Por un lado, la capacidad de resiliencia del peronismo, entendida como un proceso donde la persona y las organizaciones deben adaptarse positivamente a las situaciones adversas.

El peronismo parece siempre resurgir de sus cenizas: cuando parece al borde de la extinción, cuando se cree que viene su superación histórica, el peronismo se readapta y cambia, sin perder su esencia. A pesar de procesos largos de desperonización de la sociedad, de la persecución de sus cuadros, de la calumnia y la difamación de sus dirigentes, a lo largo de su historia, el peronismo muestra una capacidad quizás inédita de reponerse, reagruparse, generar nuevos liderazgos y volver a representar a amplios sectores populares. 

Ejemplos de esto son la “renovación” en los 80, el kirchnerismo en el 2000, Alberto Fernández en el 2019; momentos de rearticulación interna, debate, surgimiento de nuevos líderes pero también -y fundamentalmente- la conformación de nuevos pactos con la comunidad.

Así el peronismo trata de construir una alternativa política que sume, además de lo anterior, a la marea verde feminista, a los sectores de clase media -que se habían alejado del gobierno de Cristina Fernández-, trabajadores de la cultura, de la educación, de las ciencias, uniendo a la vieja militancia y dirigencia peronista con las nuevas camadas juveniles (más identificados con espacios “progresistas” o filo kirchneristas). 

Pero la vida te da sorpresas

Luego de cuatro años de destrucción de la economía y desmantelamiento del tejido social a manos del gobierno neoliberal macrista, lo que queda es una brutal herencia: crisis económica, quiebra del aparato productivo, desocupación, y una deuda externa estratosférica. En síntesis, una crisis casi terminal, similar a la del 2001.

Nada es extraño, la experiencia liberal conservadora mostró una vez más su cara más perversa. Deuda más fuga, que todos los argentinos debemos pagar. Asumido el nuevo gobierno, nos encontramos además con el covid19. Una pandemia que ha puesto en jaque a toda la economía global. Los gobiernos de Alberto Fernández y Axel Kicillof han llevado adelante una tarea ciclópea, ejecutando políticas sanitarias preventivas que han sido elogiadas a nivel mundial, como lo es un proceso de vacunación masiva. Al mismo tiempo pudo, se lograron acuerdos importantes de renegociación de la deuda heredada. Mucho se ha hecho, pero todavía faltan los tramos más duros. 

En este año 2021 nos vuelve a golpear, antes de los previsto, una segunda ola de Covid19, más dura que la primera. A pesar de eso, y del impacto negativo que la pandemia tiene sobre el aparato productivo, los pronósticos económicos para el 2021/22 son positivos; tal vez por ello se explica la enajenación de una oposición político-mediática cerrada, violenta y autoritaria, que no reconoce las reglas del juego democrático e intenta, desde el primer día, sabotear al gobierno.

Los frentes de batalla

Hoy el gobierno de AF se encuentra luchando en varios frentes, muy complejos cada uno de ellos. 

En el frente externo, la renegociación con los acreedores y el FMI, con la intención de lograr un acuerdo que difiera los pagos en el tiempo, a una tasa razonable, que no impliquen condicionamientos ni ajustes sobre nuestra economía y los sectores populares. En estos días el Presidente, junto a varios ministros, han finalizado un viaje a Europa, buscando apoyos para la negociación. 

Internamente, la oposición política, encarnada por Cambiemos, con fuerte presencia en la Cámara de Diputados, ha planteado una oposición muy dura y violenta contra toda acción del gobierno nacional, llegando a boicotear las políticas sanitarias contra la pandemia. 

El fanatismo opositor está costando al país cientos de contagios y muertes por el virus. A esta situación debe sumarse el papel de los grandes medios, que juegan un rol tanto o más destructivo que la coalición opositora. A esta situación debe sumarse el comportamiento de las grandes empresas, abocadas a una acelerada escalada de precios sobre los productos básicos, cuando es claro que no hay razones económicas para un proceso inflacionario de estas características. Es evidente una campaña concertada para esmerilar al gobierno a través de una “inflación descontrolada”. 

Por si esto fuera poco, el gobierno está siendo jaqueado por la Corte Suprema de Justicia. No es nuevo el alineamiento de la Corte y de gran parte de la Justicia Federal con la coalición opositora. Ha quedado claro que el papel del poder judicial fue clave en el proceso que conocimos como “lawfare”, de persecución política mediática y judicial contra funcionarios del gobierno kirchnerista -sobre todo, contra Cristina Fernández de Kirchner-. Esa entente hoy sigue funcionando sin ningún tapujo, atacando claramente el accionar del gobierno nacional y entorpeciendo su normal funcionamiento. 

En el contexto latinoamericano se ha vuelto preocupantemente común este accionar, orientado a condicionar y debilitar a los gobiernos y preparar el terreno para golpes blandos.

Todos este escenario no es más que la punta del iceberg de una profunda crisis institucional y social que atañe a todos y que cobra mayor actualidad cuando el país vive situaciones de extrema pobreza, marginación y desigualdad.

Hay que mirar aquél contexto latinoamericano para buscar un posible futuro para nuestro país. Protestas populares masivas en Colombia, como ayer en Chile, producto de broncas acumuladas que están explotando, haciendo evidente una situación social incapaz de continuar en el tiempo. 

Latinoamérica es un continente en disputa, cuarenta años de neoliberalismo han generado crisis y violencia. En Argentina se vienen juntando broncas por debajo que si no encuentran su salida terminará estallando.

Hoy en la realidad argentina se ven además asomar otras urgencias. Se trata lisa y llanamente de una descomposición interna. 

El neoliberalismo ha construido un poderoso sistema alrededor de la exportación de commodities y la hegemonía del sistema financiero. Fue gestando, bajo la lógica del mercado, un país totalmente fragmentado socio económicamente, pero también geográficamente.En la ciudad de Buenos Aires, se concentra toda riqueza, pero también los grandes bolsones de pobreza y frustración. Frente a este poder central se yergue un interior desarticulado, con provincias ricas pero con sus economías en crisis permanente, donde aparecen expresiones de autonomías o separatismo que amenazan con una disgregación nacional. 

Fortalezas y debilidades

Los desafíos para el actual gobierno son muy pesados. No se trata solo de estabilizar la economía, domesticar la inflación y controlar el dólar: debe además detener la fuga de divisas y renegociar el pago de la deuda; generar puestos de trabajo, poner en marcha las pymes y hacer una fuerte campaña contra el hambre y la pobreza; terminar con la fragmentación social que deja afuera de sus derechos más elementales a casi el 50 % de la población. Al mismo tiempo, debe enfrentar la segunda ola de la pandemia que a la fecha ha causado cerca de setenta mil muertes. 

Además, como decíamos más arriba, la crisis no es solo económica y social. Hay una crisis institucional muy seria, con un trasfondo de corrupción, evasión impositiva, blanqueo y fuga de capitales, contrabando y avance de los carteles de la droga, que afecta instituciones estatales y sectores empresarios,  etc.  

Todo esto en un escenario interno y externo muy complejo, donde el conflicto de intereses es muy fuerte y los protagonistas muy poderosos. 

La principal fortaleza es también una debilidad. El gobierno hoy representa una coalición de casi todos los sectores populares. La unidad fue una lógica que permitió ganar sobre las fuerzas de derecha, pero la misma alianza no necesariamente es la mejor herramienta para gobernar. Por un lado, el poder ejecutivo está “loteado” por el reparto entre las distintas fuerzas, donde no siempre hay coincidencias sobre el accionar. Por otro, muchas veces priman los intereses  de las “orgas” por sobre el conjunto. 

También la elección de los funcionarios tiene que ver, en muchos casos, con razones de cumplir con los distintos espacios por sobre la capacidad del funcionario. Esto queda claro cuando hay muchos lugares que no funcionan y ameritaría un cambio de personas y de políticas. 

Sumando a esto, hay un fenómeno que está limitando la acción gubernamental. Cuarenta años de neoliberalismo han ido destruyendo al Estado, cercenando funciones, destruyendo sus fuentes de recursos, quitándole toda posibilidad de ejercer su poder de control y policía. Hoy se ve claramente la incapacidad del Estado, en sí mismo, de controlar cosas tan básicas como un control de precios, o regular un servicio esencial como las telecomunicaciones y los servicios de internet. En este panorama, es patente la insistencia de algunos sectores económicos y sociales en rechazar o desconfiar de cualquier acción estatal. Este fenómeno no es nuevo y es el resultado de una política de desprestigio de las instituciones estatales por parte de las élites.

Es justo mencionar también que la derecha ha mostrado en los últimos años capacidad de movilización y bloqueo contra políticas estatales. El primer round se dio con la “125”, donde minorías activas pudieron bloquear caminos y requisar mercaderías ante la pasividad del Estado.

En los últimos dos años, movilizaciones puntuales y ruidosas, a pesar de ser muchas veces minoritarias, lograron torcer el rumbo del gobierno: caso Vicentin; campañas antivacunas negacionistas; oposición a las medidas de prevención; presencialidad en las escuelas, etc.

El Estado, por su parte, desde hace décadas carece de cualquier capacidad para imponer medidas, arbitrar conflictos o disputas de facciones, o para encauzar y darle continuidad a diseños y ejecución de políticas y proyectos. 

En esta democracia Argentina de hoy parece que ser opositor es sencillo; gobernar, casi imposible.

El activismo y la participación ciudadana no son preocupantes, pero deben ser el correlato de un aparato estatal coherente y dotado de poder para planificar e imponer decisiones, arbitrar los conflictos e imponer premios y castigos, trascendiendo los límites de  proyectos sectoriales. 

Esta situación de una sociedad civil activa y un Estado impotente, solo puede generar inestabilidad y, en el largo plazo, violencia política. 

En este escenario cualquier política de redistribución del ingreso o de control sobre actores concentrados, los factores de poder se activan para bloquearla, a través fallos judiciales de dudosa legalidad, campañas mediáticas, violentas movilizaciones de los afectados, bloqueos parlamentarios, ataques y escraches personalizados que harán fracasar cualquier iniciativa por más tibia que esta pueda ser.

El escenario

El neoliberalismo ha construido una sociedad partida en dos: mientras afuera del mercado y de los derechos sociales y políticos quedaba casi el 50% de la población, hay sectores que han crecido y consolidado un poder político y económico considerable. Ese sector ha construido también a su alrededor una alianza política que trasciende su espacio de clase. A su vez, ha podido sumar a su alrededor un espacio transversal de sectores medios y -en algún caso- sectores populares, a partir de instaurar un “nuevo sentido común de derecha”, por penetración cultural.

El fenómeno no es nuevo y se está desarrollando a nivel mundial. El surgimiento de una nueva derecha, con una nueva cara “moderna y eficiente”, pero tan autoritaria, violenta y peligrosa como siempre.

Es necesaria una digresión sobre el comportamiento político de los sectores medios, pues son un sector clave en la lucha política presente y futura, para no quedarnos con una mirada jauretcheana. En principio, la clase media argentina es muy grande como porcentaje de la población, en comparación con otros países latinoamericanos (por ende, su peso político es mucho mayor).

Es también notorio el comportamiento de sectores, sobre todo asalariados, que técnicamente no son clase media pero ellos si se consideran dentro de ese rango. Parte de esa clase media aspiracional tiene parámetros de comportamiento cultural, político y de consumo que resultan similares a los otros sectores de mayores recursos. Tal vez esta situación se da como elemento residual de la vieja sociedad argentina, donde había parámetros de mayor igualdad y potencialidad de ascenso social.

En cuanto al comportamiento político, a grandes rasgos podríamos decir que, por un lado, están los “independientes”: personas que fluctúan su voto y muchas veces definen una elección. Actualmente son parte del electorado que sumó CFK con el 54%, aportaron para el triunfo de Macri en el 2015 y ahora acompañan al Frente de Todos. Por el otro lado se evidencia un sector de clase media muy refractario al peronismo, a pesar de ser la primera víctima de las políticas neoliberales.

Si algo demostró el gobierno macrista es la vulnerabilidad económica de la mayor parte de la clase media argentina. Las políticas de ajuste permanente llevaron a los sectores medios a un empobrecimiento generalizado, acercándose así a los sectores populares más pobres.

Entre tanto, hubo un sector que, ya sea por falta de cultura política o histórica, creyó en los globos de colores o en la virtud del cambio, pero hoy descubrieron en carne propia que el neoliberalismo solo genera el empobrecimiento de toda la comunidad.

Sin embargo, hay otros sectores donde esto genera situaciones de angustia y miedo, que los hace votar a modelos políticos que les prometen una salida individual, un salvarse solo, una meritocracia que les hace creer que son distintos y superiores a los pobres. Un síndrome de Estocolmo que los hace votar a quienes los perjudican y odiar a aquellos que los benefician o ver a los “otros”, los pobres, como enemigos. 

¿Qué hacer? La respuesta está en la política

Para un escenario tan complejo como el que describimos, con el aditamento nuevo de la pandemia que desconocíamos, no hay recetas. 

Es indudable que las viejas recetas no funcionan, que están agotadas. Las viejas políticas neoliberales que se han aplicado en el mundo en estas últimas cuatro décadas, no solo muestran su fracaso, sino que son culpables de muchos de los problemas de hoy.

El gobierno de AF ha encarado, por los menos en este año y medio, políticas muy tibias en cuanto a no cuestionar el fondo del modelo. Esto es -trágicamente- muy similar a experiencias anteriores de conciliación de clase, donde más allá de algunos acuerdos sectoriales, el control de algunas variables y alguna (tibia) política redistributiva, quedan sin tocar los ejes donde se asienta el poder político y económico de la clase dominantes. Estas experiencias también han fracasado, y volverán a fracasar porque estas clases no van a ceder ningún espacio de su poder sin luchar. 

Parafraseando a Nietzsche: “el poder debe ir por más poder o se empieza a perder”

El  gobierno cuenta con un poder político importante y muy sólido, más allá de la crisis que vamos atravesando y de la bambolla ruidosa y dañina de la oposición política – periodística. Por eso, deben usar el poder que tienen y no dejarse amedrentar por el accionar de la oposición macrista, se deben fijar su propia agenda de gobierno y no correr detrás de la agenda que le marcan los medios opositores; generar una agenda de futuro post pandemia, dejar de hablar del pasado y mostrar un proyecto de país superador.

De lo que se trata es de un gran objetivo, que movilice a la sociedad. Por ejemplo, encarar una batalla que genere épica, podría ser una gran lucha contra el hambre y la pobreza, y/o una batalla por el desarrollo industrial y la generación de empleos genuinos. Al mismo tiempo debe apuntarse a reconstruir el Estado, dotarlo de funcionarios en todas las líneas, consustanciados con el proyecto encarado; si no estuvieran esos funcionarios, hay que formarlos rápidamente. En esta reconstrucción del Estado se debe ir por los bolsones de corrupción que anidan en él: sectores de la justicia y de las fuerzas de seguridad, servicios de inteligencia, comercio exterior, aduanas, bancos y cuevas que son drenaje para la fuga de divisas, etc.

Es necesario desmontar las leyes que son el andamiaje de la estructura neoliberal dominante: ley de inversiones extranjeras, ley de entidades financieras, ley de medios, reforma judicial, etc, son solo un ejemplo de lo mucho que hay hacer.

Son batallas que hay que dar, muy duras, que amedrentan a muchos políticos. Pero hay que romper algunas lógicas. 

No hay que jugar con la pelota ni las reglas del adversario

Es cierto que el gobierno no tiene mayoría en la cámara de diputados y que cualquiera de estas acciones podrían ser  bloqueadas desde la justicia o el parlamento. Pero para evitar o neutralizar eso está la política. Hay que generar consensos, abrir el juego democrático, ampliar la democracia y sacarla de los ámbitos palaciegos.

Hay que crear comunidad, tarea opaca y de resultados lentos, pero perdurables y sólidos. El neoliberalismo destruyó, entre tantas cosas, los lazos sociales, culturales e históricos y sus instituciones, que son el entramado donde se asienta una nación, un pueblo, una sociedad. Se pueden usar los recursos que el Estado tiene y fortalecer la participación en las instituciones y organizaciones de base: la escuela y su cooperadora, el comedor comunitario, las salas de medicina preventiva en los barrios, las sociedades de fomento, las cooperativas y mutuales de base y toda organización comunitaria que surja. Hasta la pandemia puede ser una oportunidad donde la comunidad se organice para enfrentarla solidariamente, cuidándose y cuidando al vecino.

Ir construyendo una comunidad organizada y un pueblo empoderado. 

El gobierno tiene a su disposición una herramienta que ha puesto en marcha muy tímidamente AF y es el Consejo Económico y Social. Una herramienta peronista, que Perón puso en práctica en el Consejo Nacional de posguerra en su primera presidencia. Un  espacio donde puedan participar todos los sectores de la comunidad, de la producción, el trabajo, la educación, las iglesias y por supuesto la instituciones del estado y desde donde surja una proyecto de país consensuado, que incluya a los 45 millones de argentinos, que rompa la lógica de la “grieta”  que solo beneficia a los grupos dominantes.

Por supuesto que la historia argentina muestra que estos pactos sólo funcionan cuando existe un poder político muy fuerte que actúa como articulador o negociador entre las partes, pero también como dador de premios y castigos e imponga los límites al conflicto de intereses entre todos los sectores. 

El fortalecimiento del sujeto político

La experiencia también muestra que es necesaria la construcción de un sujeto político que encarne y lidere el proceso.

Este sujeto no es más que el pueblo empoderado y movilizado, detrás de un proyecto emancipador, que dé respuesta a las múltiples demandas de los distintos sectores que conforman el colectivo pueblo. 

Esta constitución de un sujeto político debe estar basada en la historia, la memoria colectiva, la experiencia popular, en una cultura, y sintetizados en un proyecto de nación.

Este sujeto político es el encargado de la disputa por los significados, por la construcción del relato hegemónico, por el sentido común, de dar la lucha por el poder y la hegemonía.

En síntesis, la reconstrucción del Estado, la construcción y fortalecimiento del/los sujetos políticos democráticos y populares, debe ser garante y sostén de este gobierno, para la instauración de un nuevo orden social. 

Sin un Estado fuerte y activo, sin el pueblo empoderado y movilizado, sin la comunidad organizada, la tarea de este gobierno será ardua y llena de escollos.

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