Pablo Ferreri es subsecretario de Economía y Finanzas de Uruguay y uno de los referentes del espacio de Daniel Martínez, el candidato a presidente del Frente Amplio, que en los comicios del pasado 27 de octubre se impuso con el 40% de los votos. El oficialismo uruguayo, que gobierna hace 15 años, tendrá una difícil parada en el balotaje del 24 de noviembre, donde se enfrentará a Luis Lacalle Pou, del Partido Nacional, que en la primera vuelta sacó el 28% y en torno al cual se abroquelan distintas fuerzas de derecha y centro derecha.
De paso por Buenos Aires, Ferreri sostuvo que el oficialismo “ofrece un proyecto nacional de desarrollo, donde un pilar fundamental es el crecimiento inclusivo”, mientras aseguró que la oposición “es neoliberal en lo económico y habla de un ajuste feroz del gasto público”, junto a “un retroceso muy importante de la agenda de derechos”. Para el funcionario frenteamplista, Cambiemos en Argentina, así como Sebastián Piñera en Chile, son ejemplos que muestran “los resultados de políticas públicas con un sesgo neoliberal”, porque “cuando retiramos al Estado, quienes más sufren son los que menos tienen”.
Sobre el golpe contra Evo Morales en Bolivia, remarcó que “no se puede calificar de otra manera cuando los militares ‘sugieren’ la renuncia de un presidente” y consideró que se trata de “un hecho más en una cadena de convulsiones que ha sufrido América Latina en los últimos meses”.
– ¿Cómo ve al escenario político de su país rumbo al balotaje?
– Estamos en la recta final y podemos sacar algunas conclusiones. El Frente Amplio, un partido que está hace 15 años en el gobierno, lo cual siempre genera desgaste, igualmente sigue siendo la fuerza política más grande del país, con un 40% de los votos. La segunda fuerza obtuvo el 28%, es decir, una distancia importante. Para darte una idea, si la elección se hubiera hecho con la ley argentina, no habría segunda vuelta por esa diferencia de votos. Pero esto deber ser complementado diciendo que los partidos de derecha y de centro derecha han armado una coalición para competir de manera potente con un proyecto de izquierda, de centro izquierda, como es el del Frente Amplio. Por lo tanto, lo que va a haber es una discusión democrática, republicana, como tiene que ser, entre dos proyectos de país.
– ¿Con qué temas en debate los uruguayos van a ir a votar?
– Diría que los puntos centrales de preocupación de la ciudadanía tienen que ver, en primer lugar, con la seguridad. Uruguay es un país muy seguro en relación al resto de América pero afronta problemas bastante más importantes comparados con su propia historia. Otro tema es el empleo, la economía, algo determinante en las elecciones de todo el mundo. Es decir, seguridad y empleo, en ese orden, son los aspectos que más preocupan a la gente en estos comicios.
– ¿Qué es lo central en la propuesta electoral del oficialismo?
– El Frente Amplio ofrece a la ciudadanía un proyecto nacional de desarrollo, con un rumbo estratégico claro, donde un pilar fundamental es el crecimiento inclusivo, porque el crecimiento económico es una condición necesaria más no suficiente. Por eso, en estos 15 años, estuvo acompañado con un reparto de la riqueza mucho más equitativo, más justo, y de la mano de una potente agenda de derechos. Uruguay se ha convertido en el país de América Latina con el ingreso per cápita más alto del continente y el que tiene la menor desigualdad, y a su vez se aprobó la despenalización del aborto, la regulación del consumo de cannabis, se reconoció la identidad de género, se sancionaron leyes que atendían a colectivos muy vulnerables, como la población trans; se blindaron los derechos de los trabajadores rurales y de las trabajadoras domésticas. Es decir, es un país más rico, más igualitario pero también más libre, gracias a esa agenda de derechos. Es el rumbo que ofrece la izquierda uruguaya.
– ¿Y cómo considera a la oferta de la oposición de derecha?
– Es un modelo en contraposición. Además, esa coalición muestra partidos que son nuevos y que tiene rasgos preocupantes: una derecha seudo militar, corporativista, ultranacionalista, con un discurso anti agenda de derechos. Su agenda es neoliberal en lo económico y habla de un ajuste feroz del gasto público, que en Uruguay está muy enfocado en generar igualdad de oportunidades y atender a los más necesitados. Es una mirada económica que va de la mano con un retroceso importante de la agenda de derechos. También tenemos que verlo con espíritu democrático y no demonizar al otro. Si la elección es competitiva es porque una parte de la población sintoniza con esas propuestas. Entonces, hay que ver qué cosas no se hicieron lo suficientemente bien durante en los gobiernos progresistas.
– En gobiernos de tantos años, van surgiendo nuevas demandas en la ciudadanía. ¿De qué manera asume el oficialismo estos desafíos?
– Es un rasgo bastante transversal en la mayoría de América Latina. En los primeros años del siglo XXI, la región logró sacar, a distintas velocidades y por diferentes vías, a millones de personas de la pobreza. América Latina se enriqueció, por decirlo de alguna manera, aunque no disminuyó la desigualdad en términos generales, salvo en algunos casos como el de Uruguay. Eso dejó dos desafíos importantes. En primer lugar, resueltos algunos desafíos básicos, las aspiraciones, las necesidades de la gente se fueron sofisticando, y por lo tanto los reclamos fueron cambiando a cosas diferentes, más evolucionadas. El no poder satisfacer parte de esas agendas nuevas generó descontento en muchas sociedades. Otra debilidad es que esa gente que salió de la pobreza no lo hizo hacia una clase media absolutamente consolidada, sino que estaba o está en muchos casos prendida con alfileres y necesitaba todavía el apoyo de la política pública. Vemos entonces cómo esas mejoras están en cuestión y muchas veces son tiradas abajo. Es el caso de los gobiernos progresistas de Argentina, que sacaron a mucha gente de la pobreza, pero no se necesitó mucho tiempo de malas políticas para un retroceso importante. Uno ve a un país como la Argentina, “granero del mundo”, decretar la emergencia alimentaria o tener 15 millones de pobres, y se da cuenta de cuán rápido se puede retroceder.
– ¿Uruguay puede aprender de lo que ocurrió en la Argentina?
– No son casos 100% extrapolables, porque cada sociedad tiene sus características y hoy la economía uruguaya es bastante diferente en su estructura o en sus números macro con respecto a la argentina, pero hay lecciones que se pueden aprender. La primera tiene que ver con los resultados de políticas públicas con un sesgo neoliberal y que cuando retiramos al Estado de determinados lugares, quienes más sufren son los que menos tienen. Creo que el caso de Argentina es paradigmático, lo vemos en el deterioro de todos los números, no sólo económicos sino sociales. Podríamos partir de la base, para saldar algunas discusiones, de que las intenciones de todos, más allá de las diferencias ideológicas, es hacer lo mejor por el país. Pero dejando eso de lado, vimos cómo este gobierno no solo deterioró los indicadores sociales, algo previsible dadas sus políticas, sino que eso supuestamente era para mejorar los números económicos, objetivo en el cual se fracasó estrepitosamente. Ahí es donde también vemos la ausencia de la política, porque gobernador un país es muy diferente a dirigir una empresa, y extrapolar CEO exitosos a atender problemas sociales y aspiraciones de la gente…, es totalmente diferente.
– ¿Ve un eco de las ideas de Mauricio Macri en la oposición uruguaya?
– Bueno, fueron muy gráficas las expresiones de felicidad, de gran satisfacción de la oposición uruguaya cuando Macri asumió. Festejaron como locos. Tienen una mirada similar del mundo. Es esa derecha con un corte “moderno” que se quiere plantear, que la puede encarnar Macri en Argentina o Piñera en Chile. Debo reconocer que solo alguna fracción menor o no tan menor pero que no es la mayoría de esa derecha, tiene un sesgo más parecido al de Bolsonaro. Pero, como decía, no es la mayoría…
– … pero está presente.
– Está y marcó un 11% en las elecciones nacionales, lo cual no es nada menor y es muy preocupante, pero vemos a la derecha más en sintonía a lo que pueden ser Macri o Piñera. Lo cierto es que pueden haber grandes operaciones de marketing, medios que jueguen a favor, pero no hay más porfiada verdad que la realidad, y vemos los indicadores sociales de Argentina y el caos que se ha generado en Chile, producto quizás no de un mal desempeño económico, pero sí de un pésimo aporte de la economía al aspecto social. La desigualdad en Chile es vergonzante y el caldo de cultivo que generó en la opinión pública produjo lo ocurrido las últimas semanas.
– ¿Considera que esa es la política que define a la oposición de su país?
– Yo veo con preocupación que lo que se propone a la ciudadanía por parte de la derecha en Uruguay tiene mucho que ver con eso: una mirada ultraneoliberal en lo económico, con una visión reduccionista del Estado; un modelo de impuestos y salarios bajos, en donde se plantea devaluar, devaluar y devaluar, cuando lo que ocurre, y lo vimos en la Argentina, es una disminución del salario real importante. Eso a mí me lleva a decir dos cosas. En primer lugar, que ese no es el tipo de país en el cual yo quiero vivir. Podemos ver el paradigma de modelo de impuestos y salarios bajos en Paraguay, y comprobamos lo que genera la ausencia del Estado, pero también, más allá de no compartirlo conceptual y económicamente, la evidencia empírica muestra que esas líneas de acción no generan mejoras a la sociedad ni a la economía, que en Paraguay decreció un 3% en el primer semestre de este año. Otro ejemplo: Brasil y Argentina degradaron a sus ministerios de Trabajo, quitándoles la condición ministerial. ¿Mejoró el empleo en esos países por esta medida? No, por el contrario, hubo un importante deterioro de las condiciones laborales en ambos casos.
– El próximo será un gobierno sin mayorías parlamentarias. De ganar los comicios, ¿cómo proyecta este escenario el oficialismo?
– El Frente Amplio tiene que negociar con los otros partidos. Tiene el 40% de los votos, no tiene mayorías parlamentarias en ninguna de las cámaras, con lo cual para aprobar proyectos va a tener que conversar. En los tres períodos que gobernó hasta ahora, sí tuvo mayorías, por lo que las negociaciones eran distintas, muchas veces más enfocadas hacia la interna del oficialismo que en su interacción con el resto del sistema político. Esto, que puede ser visto en algún caso como una debilidad, también puede ser bueno para el país: que haya que conversar más entre los distintos partidos para lograr acuerdos más generales. Ahí, un activo muy importante son las características de Martínez, quien en la intendencia de Montevideo se ha caracterizado por su espíritu de negociar, de acordar, de generar consensos.
– El modelo uruguayo, que viene recibiendo elogios del presidente electo Alberto Fernández, ¿puede resultar útil para la Argentina?
– Diría que quizás una experiencia que puede servir de guía es que, justamente, Uruguay no tiene un modelo. Nosotros decimos que Uruguay tiene un proyecto nacional de desarrollo que está marcado por un rumbo estratégico. Lo que importa es el rumbo hacia el que vamos, y no lo calificamos de modelo porque, en general, los modelos son rígidos, no permiten flexibilidad, se vuelven muchas veces dogmáticos. Por el contrario, cuando lo que tenés claro es el rumbo hacia dónde vas, después las herramientas específicas pueden ir variando en función del contexto o la realidad o la coyuntura. Uruguay se ha movido con un rumbo claro pero luego con pragmatismo a la hora de diseñar herramientas que respondan de la mejor manera a esa orientación en cada momento. Esa ha sido, yo creo, una virtud de lo que se ha hecho en nuestro país durante los últimos años.
– ¿Qué perspectiva abre un nuevo ciclo peronista en Argentina?
– Yo creo que es una buena noticia, si bien, y en esto quiero ser sincero, más allá de las diferencias ideológicas, que las hay, con Mauricio Macri las relaciones con el gobierno uruguayo fueron muy buenas. Pero creemos que con el gobierno de Alberto Fernández van a ser igual o mejores. Hay una sintonía entre nuestros pueblos que va más allá de los gobiernos, pero creemos que esto puede ayudar. Además, el fortalecimiento de la economía argentina, con una mirada diferente, va a ser positivo para un país que está muy interrelacionado. Por ejemplo, en la venta de servicios turísticos y logísticos de Uruguay, nuestro principal cliente es el pueblo argentino.
– ¿Qué tipo de política regional tendría una gestión de Martínez?
– En eso tenemos un rumbo claro y sobre él pretendemos seguir trabajando, y es una política de regionalismo abierto. Uruguay es un país pequeño, necesariamente tiene que estar abierto al mundo y cuanto más abierto, mejor. Pero no sólo para comerciar, sino también desde una mirada de autoreafirmación de la propia identidad nacional. Abierto al mundo defendiendo valores como la libertad, la democracia, la no intervención en los asuntos internos de otros países, el combate al uso de la violencia en cualquiera de sus formas. Pero está claro que su tamaño es una desventaja a la hora de generar acuerdos de relacionamiento, y por lo tanto entendemos al Mercosur como una fantástica plataforma, pero no como una estación terminal. Es decir, no debería ser el Mercosur una jaula para el Uruguay, sino una plataforma de lanzamiento. Esa es la mirada de regionalismo abierto: basados en la región, usarla como plataforma al mundo.
– ¿Qué lectura hacen del golpe de Estado contra Evo Morales?
– Es un hecho más en una cadena de convulsiones que ha sufrido América Latina, y América del Sur en particular, los últimos meses. A la delicada situación de Venezuela, se agregaron las tensiones en Ecuador y Perú, y luego el estallido social en Chile. Ahora vemos lo que ocurre en Bolivia, donde hubo un proceso electoral que tuvo sus problemas y eso llevó a una suerte de crítica de la OEA, frente a la cual Evo Morales, para tratar de mantener la paz, generó la instancia de una nueva elección, y termina en un golpe de Estado, porque no se puede calificar de otra manera cuando los militares le “sugieren” la renuncia de un presidente. Se trata de un quiebre institucional grave. Hay que bogar por restaurar la paz en el país y, sobre todo, para que no se vea perjudicado el pueblo boliviano. La coordinación regional va a ser muy importante frente a hechos de estas características.