Atravesado por una nueva alza en la cotización del dólar, su incapacidad para cumplir con los pagos de los vencimientos de la deuda contraída con el FMI, un malestar social creciente y masivas movilizaciones de los sectores más postergados de la población que reclaman medidas urgentes ante el empeoramiento de las condiciones de vida, a la gestión Cambiemos se la ve ya tan y sin rumbo que hasta analistas como Jorge Asís la consideran “terminada”.
¿Qué situación se abre entonces en la Argentina?
En principio, un proceso generalizado de hastío popular, pero también, una crisis política que va mucho más allá del calendario electoral.
La fecha del 10 de diciembre -que son cada vez más los sectores que ponen entre signos de interrogación, en franca duda de si Alberto Fernández no terminará asumiendo antes de tiempo la presidencia de la Nación- se presenta en lo formal como el momento del cambio de gobierno, pero en lo real, aparece como el momento propicio para abrir una discusión en torno a qué país se quiere construir de ahora en más.
Una sociedad inquieta
La sorpresa en un país como el nuestro quizá no sea que -como ayer- cientos de miles de personas copen las calles del centro de la ciudad de Buenos Aires -y otras miles marchen en las principales ciudades- sino que un proyecto como el de Cambiemos haya llegado a ser gobierno.
Pero la ilusión de una nueva hegemonía construida por la derecha democrática duró francamente poco. Desde diciembre de 2017 el gobierno entró en un proceso creciente de inviabilidad de sostenerse sobre la legitimidad y los conflictos se multiplicaron, al ritmo de los números económicos adversos para los sectores populares y un crecimiento amplio del malestar.
Es que la argentina es una sociedad que suele estar en movimiento.
La unidad demostrada en las calles ayer (se movilizó un espectro tan amplio que implicó al Movimiento Evita y “Los Cayetanos” -Corriente Clasista y Combativa, Movimiento Somos Barrios de Pie y los distintos agrupamientos que integran la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular- hasta el Polo Obrero, pasando por otras organizaciones territoriales libertarias y de izquierda e, incluso, dirigentes gremiales de la CGT y las dos CTAs) suman un nuevo elemento al ya dinámico (e inédito) proceso de unidad y movilización masiva desarrollado por el Movimiento de Mujeres, que este año realizará en octubre, el Encuentro Nacional que realiza desde hace décadas, en plena ciudad de La Plata (anunciado además como Encuentro “Plurinacional” y ya no sólo de Mujeres sino también de Trans, Travestis y Lesvianas).
Este movimiento, dice María Pía López, se ha convertido en un “sujeto político” poderoso, “hacedor inquieto” con “potencia de conmoción más allá de toda identidad política preexistente” que supo “abrir sospechas sobre las rutinas”. Por eso, para la ex directora del Museo y de la Lengua de la Biblioteca Nacional, más allá (y más acá) de la batalla por al legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, los feminismos -sobre todo en sus corrientes populares- abren la puerta para imaginar algo impensado hace apenas unos años atrás: otros modos de ejercer el poder, una nueva institucionalidad.
Si una reforma política podía parecer impensable durante la década kirchnerista (a pesar de que personalidades de la cultura que lo apoyaban nunca dejaron de plantearlo, como el periodista Mario Wainfeld), y menos aún en estos años macristas, la actual inestabilidad política parece no cerrar del todo la puerta para quienes pujan por resignificar el concepto mismo de democracia que heredamos tras la última dictadura cívico-militar.
Eduardo Rinesi, por ejemplo, ha sido de quienes más ha insistido en esto de sentar las bases de un pensamiento que pueda no desear “huir de las crisis como quien huye de la peste” en función de intentar pensar en ella, al interior de ella (y no en su contra).
Si el desafío pasa por tramitar la crisis y no pretender anularla, la crisis puede, también, ser una oportunidad.
Oportunidad de repensar los modos institucionales que rigen el destino de nuestros países (de Argentina, pero también de los hermanos del continente, puesto que la derrota macrista trasciende fronteras nacionales y rediseña el mapa de pretensiones imperiales para la región) y poner en cuestión lógicas que parecen haber quedado caducas.
Para el filósofo cordobés Diego Tatián, por ejemplo, se trata de pensar en una democracia que “no desconfie de la potencia común”, ni pretenda “inhibir por el miedo” ni “despolitizar para el control”, es decir, una democracia como “creación de condiciones para que los cuerpos se reúnan con lo que ellos puedan” (decir, imaginar, pensar, actuar). Esta idea de democracia, entonces, comulga más con una voluntad de mantener abierta la pregunta que interroga por lo que los cuerpos pueden –ser y hacer– más que con una serie de definiciones prescriptivas respecto de lo que no se puede o debe hacerse en una democracia. Es decir que –para decirlo con las palabras de Tatián– la democracia puede ser pensada como “institucionalidad hospitalaria con la fuerza de actuar, pensar y producir significado con la que cuentan los seres humanos”.