Se fue Fidel Castro y los gusanos festejan en Miami. Fidel Castro murió y mercenarios del mundo entero cantan loas a la parca. Incluso algunos, disfrazados de un oficio que supo ser noble, inundan las redes sociales comparando al prócer cubano con el genocida chileno Augusto Pinochet. Llaman tirano a quien ya de joven entregó su vida a combatir a la tiranía, nombran con eufemismos cobardes que desprestigian porque no pueden situarse a la altura de tremendo acontecimiento: ha muerto un revolucionario, uno de los dirigentes políticos más destacados del siglo XX (y lo que va del XXI).
Mientras tanto, lo lloran cubanas y cubanos y otros tantos latinoamericanos que lo sienten como un padre, un hermano, un camarada en las luchas por la liberación y la dignificación de las mujeres y los hombres a quienes cada día se les niega esa posibilidad: las de ser, y no solo persistir. El otrora llamado Tercer Mundo llora un líder excepcional.
Se decía en décadas pasadas que a los revolucionarios muertos no se los lloraba: se los reemplazaba. Han pasado los años, las derrotas, las atrocidades y hemos aprendido a llorar a nuestros muertos. Hemos asumido que continuar su legado y mantener encendida la chispa que haga arder la memoria de sus nombres no es tarea sencilla, pero tiene menos peso que intentar reemplazar lo irremplazable: porque cada existencia es única e irrepetible; porque -caray– ¿quien se animaría a tratar de ser Fidel Castro? Sin embargo, el ejemplo de Fidel -como entonces el de Guevara, el de Camilo y el de tantos más- brota en cada rebeldía que se sostiene ante este orden injusto.
Pasaron las décadas y fueron desapareciendo físicamente los grandes dirigentes, pero también, se fueron desdibujando las referencias: murieron Lenin y Trotsky fue asesinado, perdió la Revolución en España y un manto de pena cubrió la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Pero pasaron los años y el Ejército Rojo enfrentó valientemente al nazismo; las décadas transcurrieron y se levantó el pueblo argelino, y el chino y vietnamita. Murieron Ho Chi Ming y Mao Tse Tung, pero también la revolución desbarrancó hasta no quedar un estandarte cuando el Muro de Berlín cayó.
Pasó todo esto y Fidel Castro siguió con vida. Pero no solo. Estallaron nuevos sueños, nuevas rebeldías y Cuba estuvo allí para hacer de puente entre las antiguas luchas y las nuevas. Y los rostros de Fidel y Guevara flamearon con los del Subcomandante Marcos y marcharon junto con los confederalistas kurdos. Las luchas sociales del continente conquistaron espacios de gobierno en Bolivia y Venezuela y allí estuvo Fidel Castro, acompañando la emergencia de Evo Morales y Hugo Chávez Frías en nuestra América que, otra vez, se mostraba digna y rebelde.
Hoy el continente, el mundo acaso, parece atravesar nuevamente por sendas de oscuridad y desaliento. Que la desazón no se apodere de los ánimos de los pueblos del mundo. Allí está el rostro de Fidel, su estrella que viene a dar cuenta de que, aún en los momentos más difíciles, siempre se puede resistir con dignidad.
Salud Fidel, las viejas guardias y las nuevas generaciones levantamos un puño en alto para despedirte. Y retomar tus palabras de cuando partió Guevara: ¡Hasta la victoria, siempre!