No se puede resolver en un mes lo que no se hizo en cuatro años. Ausencia en la Legislatura y en el ágora. La economía nacional, el mejor argumento de Macri. Predicar con el ejemplo, un camino para mejorar las propuestas de derecha.
Voy a empezar diciendo algo que se relaciona con las críticas que llueven sobre la campaña de Filmus y muchas veces sobre Filmus mismo. Insólitamente, en muchos casos por parte de gente que abogaba por su candidatura.
La campaña tuvo sus problemas y Filmus sus características personales que no lo hacen muy carismático que digamos, pero nadie que esté cuerdo puede pretender que en una campaña electoral se llene el vacío de por lo menos cuatro años de ausencia de política kirchnerista en la capital. El kirchnerismo no existió y mucho menos en el poder legislativo, un lugar importante de disputa, debate y orientación de su abundante y desorientado activismo.
Imperdonablemente, tampoco existió el Estado nacional, que pretende actuar en Buenos Aires como con cualquier provincia sin darse cuenta que, para sus necesidades objetivas, Buenos Aires es autosuficiente y no depende ni siquiera de la coparticipación, porque no coparticipa. Y de que está en manos de un político opositor que pretende, muy deficientemente gracias a Dios, usar el gobierno de la ciudad como base de poder y vidriera para la creación de una fuerza nacional. Hay que agradecer, además, que la impericia, el sistema de negocios y la ausencia de una estructura política medianamente coherente, le impidiera dejar la candidatura en manos de un colaborador y participar de la campaña nacional como candidato a presidente, porque ahí, a agarrarse.
En otras palabras, que el Estado nacional pretendió actuar en la ciudad a través de las estructuras del Estado municipal, en vez de pasarle por encima, olvidarse del gobierno porteño y actuar directamente en el territorio federal, porque aunque los porteños no lo entiendan (especialmente Pino, que en su debacle resulta que ahora se nos hizo mitrista), Buenos Aires sigue siendo territorio de toda la Nación, no de los vecinos de Buenos Aires. Coincido en que los vecinos elijan a su intendente y que le quieran decir “jefe de gobierno”, pero sigue siendo un intendente, no un gobernador. Y si no, preparémonos para otra revolución del 74 o del 80.
En fin, que en vez de actuar directamente, con estructuras y presupuesto propio, con agentes y operadores propios en el ámbito de la ciudad, para crear una política efectiva, una organización y una conducción política del distrito, el Estado nacional se dedicó a polemizar con Macri, la militancia a hacer agitación y tonterías, y ahora a culpar de ese vacío político a sus publicistas y candidatos, que, dicho sea de paso, en los últimos años estuvieron olímpicamente ausentes de la problemática política, social e institucional de la ciudad.
Eso, respecto a la campaña.
En cuanto al análisis del resultado del domingo, el principal argumento electoral de Macri es la buena marcha de la economía nacional. Y el hecho de que si no saca más del 50 por ciento de los votos en primera vuelta, es sólo porque su gobierno no fue bueno.
El cuadro “ideológico” o cultural del votante medio de Buenos Aires es común al de todo el país, o al menos a la cada vez más extensa zona “pampeana”, digamos mejor, cerealera. Y la mayor parte de los gobernadores no se diferencian esencialmente de Macri, sino sólo cosméticamente: Macri es apenas más brutal. Y se opone directamente a la casi totalidad de las políticas nacionales, a diferencia de Binner o Schiaretti, que se oponen apenas a las más importantes.
Desde un punto de vista ideológico, no hay mayores diferencias entre Macri y Scioli, Binner, De la Sota, Juez, Capitanich, Urtubey, Das Neves, Verna, Marín o Gioja. Lo que hay es una mayor o menor dependencia del Estado nacional y una construcción política más o menos acabada, que en todos los casos se basa en tres pilares: los sectores muy marginados, la clase media baja y la clase dirigente. Según las provincias, con parte de los sectores marginales y de los sectores medios, más la clase trabajadora, y porciones de la clase dirigente alcanza para que un conservadurismo popular venza a una derecha desembozada. En Buenos Aires no, porque la “base popular” de la ciudad es la clase media baja, profundamente reaccionaria, cipaya y xenófoba y la influencia de la clase trabajadora organizada es ínfima.
El voto duro de Macri, que es altísimo porque ronda el 30%, es un voto ideológico: los tipos están en serio de acuerdo con todas las cosas que nosotros le criticamos, y repito que a nivel nacional el porcentaje de ese voto ideológico es también muy alto. Ahí la pelea es de otra naturaleza, de una naturaleza no electoral ni publicitaria, pero cuya base o punto de partida es derrotar a Macri políticamente y quitarle la voluntad de pelea. Pero ese sería nomás el punto de partida.
Luego, hay una batalla cultural, aunque a algunos sociólogos no les gusta, pero hay también una batalla de hechos, de mostrar en los hechos por qué es necesario un buen sistema público de salud, cosa imposible de demostrar si el sistema de salud pública es secundario en relación a la medicina prepaga y al sistema de obras sociales. No sería entonces cosa de mejorar los hospitales sino de transformar el sistema nacional de salud y organizarlo según principios peronistas o si se quiere, nacionales y populares. Lo mismo vale para la educación, donde no es una cuestión solamente de presupuesto.
Observo lo que está haciendo Nilda Garré y es de lo que estoy hablando: en los hechos la concepción del kirchnerismo respecto a la seguridad, en todos sus aspectos, debe ser superior y más efectiva que la de la derecha. Si no, puro jarabe de pico “progresista”, fenómeno para tranquilizar las conciencias pero cuya inoperancia y duplicidad moral se da en que quienes hablan de la seguridad organizada según la vigencia de los derechos humanos viven en el mejor de los casos en barrios de clase media de Capital,en edificios con seguridad privada, y no en Lugano o Soldati; se atienden en prepagas y no en el hospital público; y en muchas ocasiones se dan casos, vergonzosos casos, en que los hijos de funcionarios, dirigentes ¡y hasta sindicalistas docentes! que se llenan la boca con la educación pública, mandan a sus hijos a escuelas privadas.
A mi entender, esto significa una cosa: que en estos rubros la política y las propuestas electorales kirchneristas son un fraude, pura sanata. Y la gente no es tonta y, en última instancia, todos quieren vivir como viven legisladores y funcionarios del partido que sea. Por lo que no hay que ver ninguna rareza en que voten al crápula que les promete que podrán vivir como él, antes que al santurrón que les dice que vivir como él vive es reaccionario y antipopular.
¿Y por qué al mismo tiempo muchas de las personas que votaron por Macri lo harán también por Cristina? Porque la economía anda bien, porque hay plata en los bolsillos y prosperidad, y porque es evidente que tanto Néstor como Cristina fueron buenos gobernantes, excepcionalmente buenos en comparación con los que los antecedieron y con lo que serían quienes se les oponen. De manera que toda esa gente le perdona a Cristina sus excentricidades, como la ley de medios, el matrimonio igualitario y la defensa de los derechos humanos.
En síntesis, que esa clase de voto cruzado entre Macri y Cristina no debería parecernos “raro” ni sorprendernos en lo más mínimo: se trata de asuntos y de esferas muy diferentes. Y aunque estén íntimamente relacionadas, el cóctel que se arma en los baleros entre la ideología neoliberal y las bondades materiales debidas a una política económica nacionalista y populista es demasiado gordo para ser manejado según los escasos y aberrantes conceptos con que el ciudadano medio cuenta.
Y en más síntesis, es un asunto de política, no de campañas.