El 25 de febrero hubiera cumplido 61 años. Lo que a veces resulta difícil de creer no es que Néstor Kirchner haya muerto, sino que haya existido.
Néstor Kirchner nació en la localidad santacruceña de Río Gallegos el 25 de febrero de 1950. Egresado del Colegio Nacional República de Guatemala en su ciudad natal, estudió y se recibió de abogado en la Universidad de La Plata, donde integró tempranamente las filas de la Federación Universitaria por la Revolución Nacional (FURN), luego subsumida por la Juventud Universitaria Peronista, de la que como muchos de los miembros de su generación se apartó en disidencia en enero de 1974, a raíz de la incomprensión de muchos de sus compañeros respecto al rumbo que el presidente Perón trazaba para su gestión de gobierno.
Con el inicio de la dictadura, abandonó definitivamente La Plata junto con su esposa y compañera Cristina Fernández, para retornar a Río Gallegos, donde se sentía más seguro y relativamente a salvo de la salvaje represión de esos tiempos. Ejerció exitosamente su profesión y la práctica discreta pero constante de la acción política, de manera que al fin de la dictadura y a los 33 años de edad, pudo ser designado al frente de la Caja de Previsión Social de la provincia de Santa Cruz.
Luego de ser electo dos años después intendente de Río Gallegos, inició una destacada actuación en diversos cargos ejecutivos, contando con el favor popular en todas las elecciones en que se presentó. Su desempeño como gobernador fue altamente beneficioso para la provincia, pues tuvo el “raro” mérito de transformar en superávit y fondo de reserva provincial las regalías recibidas tras la privatización de YPF, que sus colegas de Neuquén, Chubut, Río Negro, Mendoza y Salta, habían transformado mágicamente en déficit, según dejó establecido el informe de la importante Comisión Bicameral que, presidida por Elisa Carrió, investigó las maniobras de vaciamiento y lavado de dinero en las que estuvieron implicados importantes bancos locales y extranjeros.
Electo presidente con muy pocos votos en el año 2003, con decisión, audacia, energía y notable coraje se sobrepuso a la artera maniobra de Carlos Menem tendiente a quitarle legitimidad política, iniciando un sorprendente proceso de reivindicación y reconstrucción nacional luego del colapso social, moral y económico más profundo de la historia argentina. Con la mira puesta en la reconstrucción de la estructura industrial, la revitalización del mercado interno en base a más y mejor empleo, la progresiva inclusión social, la reconstitución del Estado, la vigencia de las instituciones republicanas, tanto legislativas como judiciales, la defensa de los derechos humanos, el procesamiento y castigo de crímenes imprescriptibles, logró no sólo un asombrosamente largo período de sostenido crecimiento económico, sino algo aún más importante: la reconstrucción de la autoridad política presidencial, esencial para preservar la unidad nacional y la recuperación de la confianza de los argentinos en su país, en sus instituciones democráticas y en sus propias fuerzas y capacidades.
Polémico, a menudo criticado impiadosa e injustamente, su prematura y lamentada desaparición física dio, tanto a sus críticos como seguidores, una mejor y más amplia perspectiva para evaluar la importancia y proyección de uno de los más significativos presidentes que tuvo nuestro país. Y si lo inesperado de su muerte hizo que muchos tardaran en tomar real conciencia de su desaparición física, su irrupción en la vida de los argentinos fue tan sorpresiva, vivificante, reivindicadora y reparadora, que lo que a veces resulta difícil de creer no es que Néstor Kirchner haya muerto, sino que haya existido.