La estrategia de los políticos de oposición se encuentra en una encerrona y comienza a exhibir su verdadero rostro: la destrucción. Alejados de “la gente” se muerden la cola entre ellos. Son la antipatria.
Autodenigración es la palabra que se me ocurre para describir la actitud de la gran mayoría de los dirigentes de la oposición y periodistas de los grupos hegemónicos. Por su puesto que varios corren con ventaja, aquellos que son protagonistas excluyentes de esta pantomima de “la Banelco de Cristina”.
Autodenigración de la política, porque necesitan destruir la confianza en la única herramienta, para ser claro y contundente, que tiene el pueblo, los trabajadores, los pobres, la juventud, las mujeres, las minorías, de mejorar su situación social y cultural.
Los periodistas (porque se les acabó la excusa de la obediencia debida, hoy son lisa y llanamente son cómplices) y los dirigentes de la oposición, necesitan destruir el renacimiento de la vocación política como práctica solidaria para alterar las relaciones de fuerza entre los sectores populares y los grupos de poder hegemónicos y frenar el creciente auge de la participación juvenil.
La Coalición Cívica, el PRO, la UCR que vemos (si hay otra que me lo hagan saber y con todo respeto pido disculpas a aquel militante también indignado con esta situación) junto a los medios de comunicación hegemónicos están dando los últimos coletazos de una práctica política que se extingue: la “videopolítica” como única forma de posicionamiento político.
A un año de las elecciones, la oposición no parece interesarse en recorrer los barrios, las fábricas, las Universidades, reunir voluntades, organizarse, porque tienen la pantalla para su posicionamiento inmediato, y al asumir las reglas de juego de la pantalla televisiva, no encuentran otro camino que el del escándalo.
Ellos no necesitan la política, son fuerzas sin militantes, por eso, su peor panorama es el de tener que competir con una fuerza que se organiza en torno a la acción directa, que busca reactivar los canales de participación que supieron destruir en la década del noventa, cuando estos mismos elementos hacían estragos: la farandulización de la política televisada, la destrucción de la organización política como escuela de vida.
La palabra autodenigración no es nueva para la política argentina. El gran Arturo Jauretche en su Manual de Zonceras decía “La autodenigración se vale frecuentemente de una tabla comparativa referida al resto del mundo y en la cual cada cotejo se hace en relación a lo mejor que se ha visto o leído de otro lado, y descartando lo peor.”, refiriéndose a la “tilinguearía” que buscaba socavar la autoestima y los sentimientos nacionales comparándonos permanentemente con las demás naciones (no puedo dejar de pensar en el “milagro” de España e Irlanda sin que se me escape una sonrisa).
Entonces, la única forma de posicionarse para la mayoría de la oposición es con la autodenigración: de la confianza popular, del sentimiento nacional, y ahora de la política, esta última, batalla que creían particularmente ganada luego de años de destrucción sistemática.
Puede resultar paradójico, pero la oposición se ha convertido en la antipolítica, hoy son la oposición a la política y no sólo al gobierno. Su mensaje entre líneas es, por lógica, necesitamos un pueblo desmovilizado, porque eso es populismo, no podemos confiar en nuestras propias capacidades, porque siempre estaremos a la sombra de los demás países, y ahora, la política es sucia, es mejor y más fácil adherir al grupo de Facebook de la Coalición, seguir a Mauricio vía Twitter, o ver los escándalos que armamos en vivo y en directo en TN.
Por suerte, tenemos un gobierno que esta muy por arriba de la media de “la gente”, y un pueblo que ha empezado a ver sin las anteojeras de los medios de comunicación. Quién lo diría, pero finalmente tenemos anticuerpos suficientes para que la autodenigración que promulgan las fuerzas (me muerdo la lengua para no caer en lugares comunes pero ¿de que otra forma puedo catalogarlos?) de la antipatria se vuelvan como un boomerang y les de una cachetada de madurez política.
Pero la pelea es larga, y la unidad y la organización necesarias. A no bajar la guardia.