De un tiempo a esta parte, en especial desde el debate por la 125 y aun más a partir de la discusión sobre la ley medios, cierto periodismo perdió toda compostura. Han perdido la chaveta, como se dice en el barrio.
Podríamos hacer una larga lista en este sentido, pero querría referirme a dos episodios de los últimos que marcan esta tendencia irreversible hacia el divague. El primero es la línea editorial de los columnistas más importantes de los medios gráficos a raíz de la intervención que tuvo Néstor Kirchner. Las parábolas alrededor de su salud traspasaron toda línea ética y rigor profesional. Confundir deseos con realidad o con necesidad de los patrones de los medios es un pecado ilevantable, sobre todo para quienes enarbolan la bandera (chamuscada ya) del periosimo independiente.
El otro caso es el desopilante episodio de Alfredo Leuco acusando al bloguero Lucas Carrasco, a quien conozco y dudo mucho que pueda empuñar siquiera una gomera. Diría que lo único que puede empuñar es una chopera, sin embargo es la mente febril de Leuco la que alucina y cree estar viviendo una etapa pre-algo que lo hace temer por su vida. Y lo peor de todo es que no lo hace de ingenuo sino por el hecho de desacreditar al gobierno nacional. La sensación es que el tiro le salió por la culata. Hoy es el hazmerreír de buena parte del país. Y como decía Perón, si hay algo de lo que no se vuelve es del ridículo.
Entre tanto dislate y mala leche, lo que no se ve en el horizonte son periodistas que generen un espacio para reflexionar sobre el rol que están jugando en esta etapa histórica sus colegas. Seguramente, los únicos que le pondrán un poco de pimienta a este sainete serán los amigos de Barcelona, a quienes los grandes grupos comunicacionales parecen querer correr infructuosamente por izquierda a fuerza de disparates.