Los “Zonales” introdujeron un nuevo paradigma en el periodismo argentino. Lo que podría haber sido una herramienta de los vecinos en cada una de las localidades, se convirtió en un arma para amenazar a los intendentes y beneficiar a las empresas que engordan las arcas del Gran Diario a cambio de publicidad.
Una flota de camiones que rompen las calles de Villa Castellino. Atilio, el vecino de Ramos Mejía que fue amigo de Gardel. Mabel, la maestra de Santos Lugares que se inspiró en Ernesto Sábato para elegir su profesión y ahora quiere ponerle el nombre del escritor a la escuela donde trabaja. Arreglan la tapa de la boca de tormenta en la esquina de Belgrano y Pellegrini, gracias a la denuncia realizada por los vecinos en el Zonal Morón-Ituzaingó.
Antes de entrar en la locura terminal que está atravesando, y arrastrar consigo a todos sus satélites, hace diez años el diario Clarín comenzó un proyecto periodístico más o menos serio, que terminó siendo el furgón de cola de la temeraria línea editorial del matutino: estamos hablando de los suplementos para el Gran Buenos Aires, que la empresa decidió llamar “Zonales”.
Estos venían una vez por semana junto al cuerpo principal del diario y, según explicaban los editores de aquel entonces, llegaban a cada partido del Conurbano con el objetivo de solucionar los problemas locales, ofreciendo una opción más de intermediación con el Municipio.
En rigor, nada nuevo bajo el sol: con el lanzamiento de los suplementos zonales, Clarín no hacía otra cosa que poner en práctica una vieja idea que ya habían llevado adelante, con suerte dispar, los Diario Popular, La Nación y hasta Página/12, que tuvo a principios de la década del noventa su zonal “Oeste/12”, de existencia muy breve.
Sin dudas, el lugar en donde mejor funcionó el experimento fue en el Diario Popular. Según las fuentes consultadas por este cronista en el diario propiedad de la familia Fascetto, la idea de los zonales fue de Raúl Kraiselburd (N. del A: propietario, entre otros medios, del Diario El Día de La Plata, y fundador del Diario Popular junto a Jorge Fascetto, con quien mantuvo una sociedad durante más de veinte años).
El primer zonal que editó Diario Popular, a mediados de la década del ochenta fue “El Quilmeño”, un suplemento que salía junto al cuerpo principal del diario en los partidos de Quilmes, Berazategui y Florencio Varela. Son varios los que coinciden con que la idea de aquel emprendimiento tenía como objetivo molestar, perjudicar, al diario El Sol, propiedad de José María “Cacho” Ghuisani, con quien Kraiselburd mantenía (mantiene) un enfrentamiento que ya es histórico.
A poco de andar, El Quilmeño pasó de ser un capricho de Kraiselburd a un buen negocio, dada la buena aceptación que tuvo entre lectores y anunciantes. A partir de allí, los zonales del Popular se extendieron a todo el conurbano, con cuatro suplementos (además del Quilmeño) que continúan acompañando al diario en cada región del Gran Buenos Aires.
Los zonales de La Nación nacieron casi al mismo tiempo que los del Popular, aunque nunca lograron asentarse lo suficiente como para perdurar en el tiempo (cierto es que nunca se evidenció un compromiso con el proyecto, por parte de la empresa propiedad de las familias Mitre y Saguier, como si ocurrió con el anterior caso descrito).
La Nación supo tener un suplemento para la zona oeste, que salía en La Matanza y en el viejo partido de Morón (luego dividido en Morón, Ituzaingó y Hurlingham). No le fue muy bien al zonal oeste, y tras un par de años dejó de ver la calle.
Distinta fue la suerte del zonal San Isidro, que nació en 1986 y se amplió a toda la zona norte, editándose hasta nuestros días con ese nombre. Por otra parte, en 1995 nació el zonal “Belgrano”, que se discontinuó durante un tiempo, a principios de esta década, y hace unos años fue relanzado.
Pasaron muchos años luego de estos experimentos que hemos mencionado, para que el Gran Diario Argentino se animara a probar suerte con los suyos.
El jueves 2 de noviembre de 2000, Clarín sacó a la calle a su primer suplemento semanal para un municipio del Conurbano. Apostando a lo seguro, el proyecto de los zonales tuvo su primera experiencia en el partido de Vicente López.
El primer número, trajo la misma cantidad de páginas que el cuerpo principal del diario, y se entregaba gratuitamente con éste (salvo excepciones, la gratuidad de los suplementos siempre sería igual, con todos los zonales).
Los primeros números del zonal Vicente López se editaron en papel color salmón (similar al que utiliza El Cronista Comercial), y además de información local vinculada a salud, educación, cultura, sociedad y deportes, también traía un coleccionable de dieciséis fascículos con la historia del municipio.
El cerebro del proyecto de los zonales de Clarín fue Daniel Aller, mientras que el editor de los zonales Vicente López y San Isidro (el segundo en salir) era Daniel Fernández Quinti. Estos dos periodistas son personajes centrales en esta historia, y de ellos nos ocuparemos más adelante.
Como decíamos, el zonal que le fue en zaga al de Vicente López fue el de San Isidro, municipio donde casualmente vive (o vivía, no se sabe) Ernestina Herrera de Noble junto a Marcela y Felipe, sus dos hijos adoptados en circunstancias poco claras, siete años después de la muerte de su esposo, Roberto Noble.
La salida de un zonal de Clarín en San Isidro, el 21 de marzo de 2001, no era inocente. A diferencia del de Vicente López, éste ya tenía un competidor preexistente: nada menos que el suplemento del diario La Nación, socio del “Grupo” en emprendimientos de gran envergadura como Papel Prensa, y los diarios La Voz del Interior (Córdoba) y Los Andes (Mendoza).
De cualquier manera, el formato de los zonales Vicente López y San Isidro, terminaron apelando a otro tipo de lector: todos aquellos que quedaban fuera del segmento que se encontraba cautivo por La tribuna de Doctrina.
La dialéctica de los zonales de Clarín era, si se quiere, más coloquial y lavada. En ese sentido, los zonales del Gran Diario Argentino se acercaban mucho más al formato de un medio barrial, que los de La Nación.
El desembarco de Clarín en el Conurbano no se detenía, ni siquiera en medio de la creciente crisis económica que se apoderaba de la Argentina. Por el contrario, estaba claro que todo ello formaba parte de una estrategia pensada a gran escala, y que las decisiones tomadas por los jefes máximos del matutino, se cumplían a rajatabla.
Una semana después de la aparición del zonal San Isidro, salió a la calle el primero de los suplementos que englobaba a dos municipios: el zonal Morón-Ituzaingó.
Las características del producto eran similares a las de sus hermanos mayores: buen papel, periodistas vinculados a la región, avisos clasificados, discurso ameno, y posiciones políticas bastante amigables con el Intendente de turno. Además del coleccionable con la historia de ambos partidos.
Un mes más tarde, el 19 de abril de 2001, aparecía el primer zonal de la zona sur, dedicado a los municipios de Lomas de Zamora (el más extenso y poblado de la región) y Almirante Brown.
Meses después, el 22 de agosto de 2001, salió a la calle el Zonal Avellaneda-Lanús, que salía junto con la edición nacional de los miércoles, a diferencia del resto, que lo hacía los días jueves.
El último zonal en aparecer durante el año 2001 fue el de San Martín y Tres de Febrero, que estuvo en los quioscos de estos dos municipios junto con el diario del 4 de octubre de aquel año.
Al mismo tiempo en que se estaba gestando el estallido social más importante de la historia de nuestro país, el diario Clarín fue desarrollando uno de sus proyectos editoriales más ambiciosos de las últimas décadas.
Alguien podrá preguntar, con algo de razón, cómo fue que a los directivos del diario se les ocurrió arriesgar un proyecto tan importante, en épocas en las que casi todo el mundo prefería conservar lo que todavía le quedaba.
Obviamente, la respuesta a esta pregunta solamente la conocen quienes se encargaron de tomar estas decisiones, pero por lo Revista Zoom pudo averiguar, la idea de los zonales salió de la cabeza de los mayores responsables del diario a mediados de 1999. Ricardo Roa, número 2 del diario y hombre de confianza del CEO de la empresa, Héctor Magnetto, fue quien tuvo la idea de armar un equipo con quienes por entonces eran los “periodistas estrellas” en la redacción de la calle Tacuarí, y darles la responsabilidad de desarrollar un proyecto de medios zonales que fuera el fiel representante periodístico de ese sujeto político creado en las usinas intelectuales del Grupo: La gente.
El grupo de profesionales que se puso a desarrollar el proyecto de los zonales estaba encabezado por Daniel Aller. Lo acompañaban otros jóvenes y prestigiosos periodistas de la redacción, como Daniel Fernández Quinti, Eduardo Paladín, Mariano Hamilton y Julio Boccalatte, entre otros. La mayoría de ellos venía de formar parte de staff de Mística, la revista que salía los sábados junto con Olé.
A ellos les sumaron algunos periodistas de larga trayectoria en el diario, que por aquella época se encontraban “colgados” en la redacción, sin una tarea full time asignada.
La expectativa puesta por los popes del Grupo en este nuevo experimento, no era una casualidad: Ricardo Roa (un ex militante de la organización Montoneros, devenido amanuense de los verdugos de sus ex compañeros de militancia) venía de ser el creador de uno de los éxitos más resonantes en la historia de la empresa: el diario deportivo Olé, y todo hacía prever que el proyecto de suplementos zonales iba en camino de convertirse en un nuevo gol de mitad de cancha.
Según afirmaba el propio Aller en 2001, los zonales de Clarín no sólo llegaban al conurbano para quedarse, sino que también iban a cambiar el paradigma de información local en el Gran Buenos Aires, estimulando el desarrollo de nuevos y mejores medios regionales. Diez años después, ya sabemos, la situación es muy diferente. Pero es fácil hablar con “el diario del lunes”, porque lo que no podía prever Aller en aquel momento, eran todas las cosas que iban a ocurrir en el medio.
Al margen de los vaivenes económicos de la empresa, un problema frecuente que ha tenido el diario Clarín en la última década fueron las continuas reestructuraciones que sufrió la estructura interna del diario. Si bien eso nunca es noticia, estos cambios se ven reflejados en los continuos cambios en la diagramación, y en el panquequeo de su línea editorial.
En los últimos diez años, Clarín ha “reorganizado” su redacción en por lo menos cuatro oportunidades, incluyendo: creación de nuevas secciones; supresión de otras; enroque de editores y redactores; ascensos varios; traspasos a otros medios del Grupo, etc.
Por lo general, sección o suplemento que funciona bien, termina sirviendo como “cantera” de las que funcionan mal o directamente van para atrás. Es así como, por ejemplo, puede ocurrir que el editor del suplemento “Autos” pase a dirigir la Revista Viva, o que la directora de “Clarín Mujer” termine siendo editora adjunta de “Política”. Así se toman las decisiones, y a nadie se le ocurre cuestionar, o siquiera preguntar por qué el diario funciona de esta manera. Es así, y punto. La puerta de calle siempre está abierta.
Como era de esperar, cuando los zonales empezaron a andar bien se decidió que los mejores hombres del equipo pasaran a otras áreas. Así fue como, en agosto 2003, Daniel Aller, editor general de los zonales, pasó a ser el editor jefe de “Ciudad”, llevándose consigo a su segundo, Eduardo Paladini.
Los que conocen de cerca a Aller sostienen que el traspaso fue para él un alivio, dado que sentía que el proyecto editorial de los zonales se estaba desvirtuando. Por otra parte, en los últimos meses al frente de los zonales, Aller había tenido varios roces con algunos de sus Jefes, porque sostenía que la empresa se estaba excediendo en el número de pasantes que destinaba a los suplementos. Era muy difícil trabajar con una redacción en la que convivían pasantes de las escuelas de periodismo con cronistas que tenían 30 años de experiencia en el diario.
El colmo de esta situación se dio con el caso de Javier Drovetto, un periodista que en abril de 2007 publicó una nota que ganó el Premio Rey de España (uno de los más prestigiosos para el periodismo de habla hispana), mientras Clarín lo tenía escribiendo en el Zonal de San Isidro.
Al mismo tiempo, hubo otras cuestiones con las que Aller tampoco estaba de acuerdo, y que finalmente terminarían desencadenando su salida de la empresa, un año después de haber dejado el proyecto de los zonales (para no ahondar en detalles, digamos que Aller “se hartó” del mundo Clarín).
El lugar de Aller sería ocupado por el antiguo Editor de los zonales de zona norte, Daniel Fernández Quinti, uno de los tantos soldados que con el tiempo se fueron volviendo más leales a Roa que al diario en sí mismo.
Fernández Quinti compartía con Aller un pasado en el efímero Diario Sur, de fines de la década del ’80. Tiempo después ingresó a Clarín, y se recibió de periodista estrella cuando en 1992, una nota suya de gente encadenada a las camas de un hospital porteño salió en la tapa del matutino.
La foto recorrió el mundo y Fernández Quinti aprendió enseguida a tocar el Clarín, es decir, a escalar posiciones dentro de la sección dentro del diario, siempre en la vieja sección “Información General”.
Durante la era Aller, los suplementos habían funcionado muy bien a nivel económico: no sólo le sumaban un plus de ventas a la edición nacional el día que salían, sino que también contaban con una buena pauta publicitaria.
Según estimaciones que promedian a todos los zonales del diario, estos concentran entre un 40 y un 50 por ciento de la pauta total que manejan los municipios.
Para Miguel Armaleo, periodista de más de treinta años de trayectoria en la zona norte y director del periódico Lo Nuestro, esta concentración “se ha vuelto un problema para los medios locales más pequeños, que desde el desembarco de Clarín tuvieron que conformarse con repartir lo que sobra”. Además de la pauta oficial, continúa Armaleo, el zonal de Clarín tiene “de la otra”, la de las empresas amigas del Intendente, como Transportes Olivos, que “ponen plata en el suplemento para que todas sean buenas noticias”.
Sin embargo, el desafío que tenía Fernández Quinti al asumir, era el de dotar a los zonales de un verdadero espíritu local, dado que hasta ese momento la gran mayoría de los periodistas que escribían en los zonales no vivían en los lugares donde hacían las notas.
Paulatinamente, a partir de 2004 los zonales fueron incorporando periodistas (de la redacción o pasantes) que más o menos conocían la realidad sobre la que estaban escribiendo.
Sin embargo, ésta también es la etapa en donde comenzó la acción, porque al mismo tiempo, el Grupo decidió desplegar toda su lógica empresarial en los territorios del Conurbano, sumándole a los periódicos sus proyectos audiovisuales, como portales de Internet y canales de televisión con programas dedicados a la realidad regional. En suma, el combo perfecto.
A esta altura, se sabe que uno de los negocios que más rédito económico le ha dejado al Grupo es la de ser el distribuidor de televisión por cable más grande del país, luego de la adquisición de Cablevisión por parte de Multicanal.
El cable (y sus negocios accesorios) le han reportado al Grupo ganancias por centenares de millones de dólares, gracias a su posición monopólica dentro del mercado. Hasta que apareció Telecentro, la prestadora de televisión por cable propiedad del inclasificable Alberto Pierre.
En ese momento, Clarín, empezó a estar nervioso.
Si hasta entonces, los zonales servían como instrumento módico para apretar a los Intendentes, una vez que Telecentro comenzó a solicitar la entrada a los diferentes municipios del Gran Buenos Aires, los aprietes se convirtieron en amenazas. La frase, recurrente, pasó a ser: es mejor aparecer en el zonal cortando una cinta, que en la sección “policiales” del cuerpo principal. Esta definición es adjudicada a uno de los editores de los suplementos zonales, por una de nuestras fuentes consultadas, un periodista del diario independiente de la zona norte INFOBAN, que por ahora prefiere no ser mencionado.
A partir de la guerra desatada contra Telecentro, comenzó a ser muy fácil darse cuenta cuáles eran los partidos en los que la empresa de Pierre estaba por “entrar”, dado que súbitamente comenzaban a salir notas contrarias al Intendente en cuestión y a su gestión, tanto en los zonales como en edición nacional del matutino.
Como la disputa por el espacio aéreo para extender el cableado de fibra óptica se extendió a todo el Gran Buenos Aires, Clarín puso en marcha una segunda etapa del “proyecto zonales”, y desembarcó en aquellos municipios que todavía no tenían su propio suplemento.
El primero de esta nueva etapa fue el zonal Tigre-San Fernando (22 de marzo de 2007). Casualmente, el lugar elegido para editar el segundo suplemento fue nada menos que La Matanza, el pago chico de Alberto Pierri. El zonal matancero apareció el 6 de septiembre de 2007.
Luego se agregó el de los municipios que conformaban el viejo partido de General Sarmiento: San Miguel, José C. Paz y Malvinas Argentinas (jueves 18 de abril de 2008).
Después vino el de Quilmes, Berazategui, Florencio Varela (2 de octubre de 2008), y el último en aparecer fue el de Pilar, Escobar, Zárate y Campana (21 de junio de 2009), que sale los domingos pero no es constante.
En los últimos años, la mayoría de los zonales han aportado varios periodistas a las secciones “Ciudad” y “Sociedad” del diario. De hecho, el editor general de los suplementos, Daniel Fernández Quinti, se ha convertido en editor en jefe de Ciudad, y ha ido ganando muchos espacios en el segundo piso del edificio de Tacuarí (también algunos enemigos).
Sin embargo, el crecimiento desmesurado de la criatura ha sido notable. Lo que comenzó siendo un proyecto periodístico renovador se fue convirtiendo en una especie de Frankenstein impredecible, que no se sabe muy bien contra que superficie se va a terminar estrellando.
Algunos de los zonales han cobrado vida propia, y hasta se dan el lujo de sumar muchos más enemigos que los que junta el propio diario principal.
El caso de Vicente López quizás sea, una vez más, el paradigma de cómo funciona la estructura actual de los zonales: su actual editor, Mariano Roa (¿les suena ese apellido?), fue durante varios años el vocero extraoficial del Intendente Enrique García, hasta que el “Japonés” decidió mantenerse leal al kirchnerismo luego del conflicto en 2008 por la resolución 125. A partir de allí, y de la agudización del enfrentamiento entre el Gobierno Nacional y el Grupo, el Japonés García pasó a ser poco menos que el diablo, según los ojos del zonal de Vicente López.
Basta con ver las ediciones del zonal en los años que se votaron las distintas excepciones al Código de Planeamiento Urbano que permitieron la construcción de torres de quince pisos sobre la costanera (además de otros emprendimientos inmobiliarios), para recordar el apoyo explícito a estas medidas por parte la edición local de Clarín.
Basta ver las notas (sin firma, por supuesto) que comenzaron a salir en la edición nacional del otrora Gran Diario Argentino, contra la administración del Intendente García. Cualquier tema es válido para hablar de lo mal que le hace este hombre a los vecinos: Vial Costero; utilización de postes por parte de Telecentro; vecinos indignados por doquier; inseguridad, etc. Todo está mal en Vicente López, y ya no hay pauta publicitaria que pueda calmar a las fieras.
En la actualidad, al igual que el resto del diario, la tirada de los zonales ha bajado notoriamente, y los que mayor circulación tienen (San Isidro, Vicente López, Morón, y Avellaneda-Lanús) no superan los doce mil ejemplares semanales.
Pero eso ya no importa, como tampoco importan las noticias sobre los camiones que rompen veredas y las tapas de las bocas de tormenta que se arreglan, gracias al reclamo de los vecinos.