Los miedos de Mordisquito

Ya sé, Mordisquito. Conozco tu discurso desde que me saludás. Tu escepticismo que te lleva a considerarte un exiliado europeo en tu país. Sí, ese al que acompañás con el complemento “de mierda”. Y viene luego la retahíla de actos de una sociedad que considerás corrupta hasta la médula. Sólo se salvan vos, tu familia más cercana y tal vez algunos amigos. Siempre acotás que estás cansado de trabajar y pagar “todos los impuestos” para mantener vagos. Sos una víctima del Estado que te expolia y de los políticos que son “todos ladrones”. Ante tus empleados, proveedores (cuando hay que pagar) y contador, siempre estás en crisis. Que en un pase de magia se transforma en una situación floreciente con tus amigos del country. Ahí puteás contra los gobiernos populistas, pero te vanagloriás del último viaje por el mundo, el departamento comprado en Pinamar y el modelo más sofisticado de una cuatro por cuatro. Eso sí que es civilización. Qué se puede esperar de un país donde se compra a la gente por un pancho y una coca o un tetrabrick. De esa desgracia que tiene el país que es el peronismo.

Tenés miedo de la crisis mundial y entonces tomaste las primeras medidas de ajuste. Se suprimió el café en la empresa y no te hacés más cargo del agua en botellones que toman los empleados. Sabés que eso no influye en tus costos, pero es la escenografía para exigir sin contraprestación monetaria la extensión de la jornada de trabajo, y así nadie va a venir a joder con aumentos. Imponés una flexibilización laboral de hecho, con la amenaza implícita o explícita de los despidos. Eso sí, con los amigos hablarás de la inseguridad jurídica que te lleva a dejar las ganancias en lugares serios. Tu dinero cumple tu sueño. Se aloja en los países civilizados o en verdaderos paraísos… paraísos fiscales. Luego acotás: aquí lo que falta es patriotismo, ser más nacionalista. Sin punto y aparte comentás que te trajiste la cámara fotográfica, la notebook, la filmadora, la alfombra turca de tu último viaje. Que sorteaste al vista de aduana con cincuenta dólares. Y sí, que vas a hacer, si este es un país de corruptos. Un país donde no se puede salir a la calle porque te matan. Ni te amedrenta que alrededor tuyo, miles de personas caminan por las calles. Lo decís desde la barra del club house o desde La Biela. Cuando se te salta la cadena, pedís que “hay que matarlos a todos”. Bueno, entre paréntesis, todos no son todos. No incluye a los ladrones de guante blanco, a los evasores fiscales, a todos aquellos que son “gente como uno”. El país es peligroso por los inmigrantes berretas que permitimos que usen nuestros hospitales, nuestras escuelas que se pagan con el aporte de todos aquellos que cumplimos con todos los impuestos. Claro, solo contarás a tus amigos, con los cuales compiten a ver quién es más piola. Que arreglaste la última inspección impositiva con unos pocos pesos. “Y qué querés”, dirás: este país no tiene cura. Son todos corruptos. A veces pienso que nuestra mayor derrota es haber vencido a los ingleses en 1806 y 1807. Fijate Estados Unidos.

Para qué sirve pagar impuestos si se roban todo y tengo que mandar mis hijos a la escuela privada, a la universidad privada, tengo que contratar la medicina privada y la seguridad privada. ¿Para qué estará el Estado que encima quiere meterse con mi rentabilidad? Ahí están los campesinos, el campo, a quien han expropiado con las retenciones. ¿Cómo se puede ir contra el campo? ¿Qué se puede esperar de un gobierno montonero? Que denigró a las fuerzas armadas, a la Iglesia, se peleó con Estados Unidos, se arrodilla ante el loro venezolano Chávez. Quieren hacer de nuestro país al que amo, una segunda Cuba. Por eso persigue a los empresarios, los piqueteros se adueñan de las calles y el gobierno, impasible. Hugo Moyano hace lo que quiere.

Este es un gobierno copado por los negros y las viejas del pañuelo que siempre defienden los derechos humanos de los delincuentes. Y encima el ex presidente dice que son su Madre. Y ahora esa histérica, inepta y autoritaria Presidenta. Hay cadenas de correos que desenmascaran sus vestidos, sus zapatos, sus carteras Louis Vuitton. Es una soberbia que expropió el futuro de los jubilados, volviendo al Estado las AFJP. Arruinó al campo. Por eso, aunque no tengo un metro cuadrado de campo salí a cacerolear. Por mi país. Por la Patria.

Tengo miedo de equivocarme en el voto útil para terminar con el populismo. Miedo a que después nos roben el único resultado posible a través de un descarado fraude. Miedo a que esto se convierta en Venezuela. Que no haya, ya no hay, libertad de prensa, como me alertan los periodistas serios e independientes. Miedo a seguir aislado del mundo civilizado y que no lleguen las inversiones extranjeras.

Tengo miedo que de tanto revolver en el pasado nos quedemos sin futuro. Reconciliémonos y marchemos toda la gente de bien para adelante. Lo pasado, pisado.

Tengo miedo que violen a mis hijas. Tengo miedo que me expropien el negocio y que mis hijos sean propiedad del Estado. Tengo miedo por el futuro. Tengo miedo que vayan contra la propiedad privada. Tengo miedo de qué va a pasar el día después del 28 de junio. Tendremos que volver a visitar las embajadas pidiendo visas con la idea de radicarnos en el extranjero, como nuestros hijos mayores en el 2001, 2002 y 2003. Que volvieron en el 2005. Es inútil. Este país no aprende de sus errores. Por suerte, te lo confieso a vos, pero no lo comentes porque tengo miedo que me secuestren, nos fue bien. Entre nosotros, muy pero muy bien, todos estos años. Trabajamos y ganamos como nunca. Pero qué querés. No aguanto a la yegua y al bizco. No soporto su autoritarismo. Me siento un republicano, un demócrata, ultrajado, violado.

Nada que ver cuando disfrutábamos de las maravillas del 1 a 1. Cuando el mundo era un pañuelo y todo era tan barato. Bueno, te voy a dejar. Tengo que retransmitir una cadena de e-mail que dice la posta: los hijos de la Bonafini están vivos en París. Derechos Humanos. ¿Quién se acuerda de los derechos humanos de la gente como uno, decente y que paga todos los impuestos? A la noche tengo una reunión de consorcio para pedirle, exigirle a una familia que ha ocultado que su hijo tiene gripe porcina, que se vaya del edificio. Tenemos unanimidad. Es un edificio en el barrio de Belgrano. Vos me conocés y sabés que soy democrático, creo en las instituciones, no soy discriminador, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados y que todos suframos la pandemia. Creo que este país se irá para arriba, cuando controle la inmigración, sin bolivianos, peruanos, paraguayos. Si me tirás la lengua, no me gustan los judíos. Siempre en víctimas. Por algo será que los persiguen. Y tampoco los gays y lesbianas, bah, los putos que son unos degenerados y esos enfermos como los travestis. Pero los peores de todos son los cabecitas negras. Vagos, borrachos, peronistas, que usaban el parquet de los departamentos que les regaló Perón para hacer asado. Sin educación, este país no va para ningún lado. Va a terminar siendo el paraíso de los cartoneros. Tengo miedo que mis hijos terminen siendo cartoneros. Mañana voy a gestionar un subsidio para mi empresa. Algo me tiene que devolver el Estado.

A esta altura, mi paciencia estaba agotada. “Chau Mordisquito…” le dije. Mi miedo es distinto al tuyo. Tengo miedo de tus miedos. Ya estaba lejos, por eso no escuchó el agregado: “…qué te convierte en un pichón de fascista.”

Nota del autor para los más jóvenes: Mordisquito fue una creación de Enrique Santos Discépolo, que allá por 1950/1951, sintetizó en ese personaje los prejuicios antiperonistas, lo que llevó al notable poeta popular a padecer el aislamiento y los improperios de muchos de los integrantes —incluso amigos— de su misma clase social. Hoy, se pueden encontrar rasgos discepolianos en las cartas abiertas de Orlando Barone.

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