Por Norberto Galasso*
El 29 de mayo de 1969 tuvo lugar en la entonces industrializada ciudad de Córdoba una rebelión obrera y popular que se ha denominado El Cordobazo. Examinar este hecho hoy implica no sólo visualizar qué ha quedado de él en la memoria popular sino, sobre todo, recuperar la dimensión profundamente humana de sus protagonistas y las claves que nos aporta para la lucha política del presente.
Para ello haremos epicentro en el análisis de la figura de Agustín Tosco. No porque creamos en aquello de que “sólo los grandes hombres hacen la historia” sino porque su vida y sus acciones fueron representativas de la historia de lucha de una parte muy importante de la clase obrera argentina. Sobre todo en un momento muy particular del desarrollo del capitalismo argentino (fines de los ‘60, mediados de los ‘70) y con cuya derrota se definió un tipo de país y un proyecto económico antinacional que la dictadura genocida aplicó a sangre y fuego y al que el menemismo dio la puntada final.
Alianza obrero-estudiantil
Agustín Tosco nació en la localidad de Coronel Moldes —departamento de Río Cuarto, Córdoba— en 1930. En 1949, con sólo dieciocho años de edad, ingresó a EPEC (Empresa Provincial de Energía Eléctrica de Córdoba). Sus actitudes éticas, su compromiso militante, su coherencia y el apoyo de sus compañeros le irán haciendo ganar un lugar cada vez más importante en el sindicato de Luz y Fuerza. Si bien sus relaciones con el peronismo serán siempre oscilantes, podemos afirmar que, por lo menos hasta 1954, Tosco se “siente peronista”.
A diferencia de otros actores del movimiento sindical argentino, Tosco no abrigó esperanza alguna en los gobiernos de Frondizi e Illia a los que enfrentó cada vez que se presentaron a defender o promover políticas económicas antinacionales.
Para comprender los motivos por los cuales el liderazgo de Tosco se había consolidado, debemos observar con detenimiento su praxis sindical. En ella no solamente existía una relación directa y fluida con las bases, que podían acceder fácilmente a la conducción, sino, sobre todo, era una marca distintiva la ausencia de una burocracia que sofocara la participación.
Tosco se preocupó permanentemente de evitar el sectarismo involucrándose en el apoyo directo a luchas de otros sectores sociales, especialmente el movimiento estudiantil. Estaba convencido de que la única fuerza social que podía conducir un proceso de liberación nacional cuya meta sería el socialismo, se sustentaría en una alianza entre el movimiento obrero y el movimiento estudiantil en el seno del pueblo.
Muestras de ello resultaron sus apoyos consecuentes —con huelgas— tras la muerte del estudiante Santiago Pampillón y de la trabajadora de los ingenios azucareros Hilda Guerrero de Molina. Sin embargo, el momento cúlmine de este acercamiento entre la clase obrera y los estudiantes se producirá durante el Cordobazo.
El Cordobazo
Este hecho, central en la historia de lucha de los sectores populares, fue madurando desde principios de 1969 frente al intento salvaje del gobierno integrista, cursillista y corporativista de Onganía de privatizar los comedores universitarios. El movimiento estudiantil resistió esta medida produciéndose el asesinato del estudiante Juan José Cabral en Corrientes y de Adolfo Bello y Norberto Blanco en Rosario.
En Córdoba, acompañando estos reclamos, las dos CGT acuerdan un paro de treinta y siete horas el día 26 de mayo que incluía el abandono organizado y disciplinado de los puestos de trabajo. No fue un movimiento espontáneo. Tosco había acordado cada una de las acciones con el dirigente del SMATA Elpidio Torres. La situación tomará otro cariz cuando las columnas de estudiantes y obreros toman conocimiento del asesinato del obrero Máximo Mena. Esto desató la furia popular y cambió radicalmente la situación. Cincuenta mil personas en lucha en la calle toman la ciudad que queda absolutamente a oscuras a partir de las ocho de la noche, cuando los empleados de Luz y Fuerza hacen saltar los tapones de la usina central.
La oligarquía argentina y sus personeros mediáticos y militares comprendieron rápidamente la situación y actuaron en consecuencia enviando al ejército a recuperar la ciudad. Si bien lo lograron, ya no podrán detener el auge de masas que indicará claramente la agudización de la lucha de clases en la Argentina. Tosco es detenido y condenado por un tribunal militar a ocho años de prisión y enviado al Penal de Santa Rosa en La Pampa y luego a Rawson hasta el 6 de diciembre en que la presión popular logrará que sea amnistiado y liberado.
El Viborazo
Menos de dos años después, en marzo de 1971, se producirá otro episodio clave conocido como el “Viborazo”. Esta rebelión popular es una respuesta a los dichos fascistas del interventor Camilo Uriburu en la Fiesta Nacional del Trigo, quien llamó a “cortar la cabeza de la serpiente” haciendo referencia a la “levantisca” clase obrera cordobesa. Este movimiento, si bien será derrotado, tendrá consecuencias políticas importantes pues forzó la renuncia de Uriburu y el relevo de Levingston por Lanusse el 26 de marzo de ese mismo año. Por este episodio, Tosco también será encarcelado en abril y enviado primero a Villa Devoto —donde compartirá largas charlas con el dirigente gráfico Raimundo Ongaro— y luego, nuevamente a Rawson. Estará casi un año y medio en prisión. Al salir se ampliará indudablemente su pensamiento político. No solamente porque compartirá la detención con dirigentes y militantes de las organizaciones guerrilleras, lo que le permitirá reflexionar sobre la violencia como un elemento más en el proceso de lucha popular, sino también, porque se fortalecerá su opción por el socialismo como meta y por el marxismo en tanto instrumento teórico de análisis de la realidad y guía de acción política de las masas.
Esas adscripciones, sin embargo, nunca le harán perder de vista la centralidad que tienen en un país semicolonial las tareas de liberación nacional, la progresividad histórica del movimiento peronista y su centralidad como factor identitario de la clase obrera en la Argentina.
Estos argumentos serán la base teórica de lo que Tosco llamaba el “sindicalismo de liberación”. Este programa parte de la caracterización de la Argentina como un país dependiente, con una enorme polarización capitalista y con un orden injusto que se expresa a través de la represión. Es por ello que hay que producir una liberación nacional y una liberación social en el marco de la unidad latinoamericana. Tosco prevé que para lograr estos objetivos será indispensable la constitución de un frente político que exprese las aspiraciones del conjunto del pueblo, que no renuncie a la lucha por el poder y que se mantenga siempre en el camino de la unidad en la lucha.
Con respecto al sindicalismo, está convencido de que debe tener metas políticas, ir mucho más allá de las meras reivindicaciones económicas y que está obligado a concientizar a los trabajadores. Sin embargo, llama a no confundir la lucha sindical como palanca para la liberación con las tareas del frente político.
En el mismo terreno, si bien mantiene consecuentemente su enfrentamiento con el vandorismo y toda suerte de sindicalismo participacionista, está convencido de que la pelea hay que darla desde dentro de la CGT y nunca organizar una central paralela.
Esta postura lo llevará a tener enfrentamientos con el llamado “sindicalismo clasista”, surgido de la experiencia en las fábricas Fiat Concord y Materfer, que planteaba que “todo lo nacional es burgués”, que “no hay conciliación posible ni siquiera con un gobierno burgués democrático” y que levantaba el lema “ni golpe ni elección, revolución”.
“No me voy a convertir en el polo antiperonista”
En 1973 Tosco apoyará la fórmula del FREJULI —sólo en Córdoba— acompañando a sus candidatos Obregón Cano y Atilio López. El Partido Revolucionario de los Trabajadores, al que Tosco se había acercado a través de su vinculación al FAS (Frente Antiimperialista por el Socialismo) le ofrece la candidatura presidencial en las elecciones de septiembre de 1973, que él declina con una frase contundente: “no me voy a convertir en el polo antiperonista”.
El golpe de Estado producido en Córdoba el 27 de febrero de 1974 cuando el jefe de la policía, teniente coronel Navarro, destituye a Obregón Cano y a López, sumado a la intervención en el sindicato y la condena a muerte de la Triple A obligan a Tosco, el 9 de octubre de 1974, a pasar a la clandestinidad.
Los avatares de este estado y una salud precaria contribuirán al desencadenamiento de una encefalitis que lo llevará a la muerte el 5 de noviembre de 1975. Veinte mil personas asistieron a su sepelio. La policía y los sicarios del régimen se hicieron presentes en el cementerio de San Jerómino tiroteando el cortejo fúnebre. El odio los movilizaba, no lo habían podido “cazar vivo”, por eso iban por su cadáver.
Sólo unos pocos compañeros lograron cubrir el féretro y esconderlo de la barbarie fascista. Tosco había dejado un mensaje de lucha y de coherencia. La oligarquía argentina no perdona —ni aún muertos— a sus enemigos de clase.