Perdón a Walter Nelson, a los Almirante Brown (el de Capusotto y el otro), a los Fideles Pintos y Castro, a Castromán, a Mandela. Perdón a todos, en nombre de los que creen que todo es lo mismo y que cualquier cosa es algo.
Nelson Castro es una empresa dependiente del periodismo hegemónico resuelto en el sistema mediático concentrado de la Argentina. En ese sentido es un actor preponderante del sistema que legaliza la dictadura en 1980 con la actual Ley de apropiación mediática conocida como Ley de Radiodifusión.
Cierto es que apareció formalmente en 1994 gracias a la amputación de piernas de Maradona, cuando calificó de médico legista periodístico descargando su insidia contra la efedrina de entonces, el Maradona de entonces y sus aversiones de siempre: lo popular y lo nacional.
Nelson Castro conoce muchos departamentos en el mundo, ya que no el mundo, puesto que el mundo tiene demasiado por conocerse a pesar de la versión que el periodismo de las agencias internacionales sintetiza en los formatos Miami de la CNN. En uno de esos departamentos del mundo lo sorprendió el atentado a las gemelas. ¡Pum para arriba! La empresa empezó a cotizar en el nivel siguiente.
Bien entonces: eso es Nelson Castro. Cuotas módicas de insidia, prejuicios muy estables, inteligencia menos que media, formación de médico, standards de modosidad y afectación elegantes, y un creciente sentido del oportunismo a lo que dé lugar.
Esta semana se propulsó víctima de la censura kirchnerista. Vana es la realidad con ser muy otra, porque la superempresa de la que depende el periodista independiente y que involucra muchos intereses y empresas, tiene el privilegio del grito mediático. Ese grito tapará la cuestión real: el Almirante Castro pretendía 225 mil mensuales en lugar de 140 mil. La empresa libre de la libre empresa no gustó del número independiente del libérrimo periodista.
Es que para un ético de la talla de este Nelson, un 62 por ciento de diferencia es un asunto de la moral.
Poco vale el hombre que tiene que más tener para ser mejor en el mundo.
Y no hay «na má» diría el gitano.
Ni censura, ni gobierno intolerante a la palabra adversa, ni semáforos rojos para los antirrojos de la SIP, ARPA, ADEPA y todas las organizaciones de la dictadura mediática planetaria.
Nunca se escuchó a Castro hacer crítica a la falta de política ferroviaria del gobierno K. A mí sí y a varios ni hablar.
Nunca se escuchó ni se leyó a Nelson fustigar a las áreas de acción social del gobierno para que aceleren con el auxilio, porque hay gente que no tiene desesperación agraria sino real. A mí sí y a varios ni qué decir.
Jamás se le adivinó al Almirante un gesto de disgusto ante las demoras y dilaciones en materia de política energética. A mí sí y a muchos otros: válgame Dios.
Con todas estas ausencias de decir y de gritar, resulta el hombre, por los favores del sistema del que depende siendo independiente, un periodista opositor. Sí señor, opositor y víctima, razón de dolor y de protesta de las escandalizadas clases medias.
Qué cagada ser oficialista, no tener moral de porcentaje, superar la medianía intelectual y tener esa férula mierdosa de la honestidad guiándote los actos como mirada de padre.
Uno sería idiota feliz en un país de infelices, un amoral creído de moralista, un Almirante Rojas pero de apellido Castro.