En su esclarecedor y didáctico libro, La filosofía y el barro de la historia, el polifacético ensayista y licenciado en filosofía José Pablo Feinmann sostiene: “La realidad es reaccionaria, las cosas son reaccionarias: las cosas las tiene el poder, el poder instituido, el poder que construye la realidad”.
Los medios, los grandes, los importantes, son los encargados de comunicar esa realidad. La realidad que construye el poder. Por eso no existe el periodismo independiente. Ni tampoco el objetivo, ni mucho menos puro. Hasta en la selección de las noticias, su ubicación e importancia, un medio expresa su ideología y su ubicación dentro del negocio.
Veamos rápidamente dos casos emblemáticos de periodistas autotitulados independientes, como se proclaman, el Dr. Nelson Castro y Magdalena Ruiz Guiñazú. El primero conduce Punto de vista en la emisora que fue hasta hace unos meses de Marcelo Tinelli y hoy se sostiene es de propiedad de empresarios cercanos al gobierno. En televisión, tiene su programa El Juego Limpio, en TN, del grupo Clarín. En prensa escrita, es editorialista en el diario Perfil del grupo Fontevecchia.
Magdalena tiene la primera mañana en Radio Continental del grupo español Prisa y su reportaje semanal en Perfil. Se dicen independientes en tanto son críticos de los sucesivos gobiernos, pero omiten que son dependientes del poder instituido que construye la realidad. El reproche no va dirigido a que respondan a la línea editorial de los grupos que los contratan. Lo que sí resulta una hipocresía es que se proclamen asépticamente independientes.
Vivimos en un sistema capitalista. Que tiene unas cuantas virtudes. Pero está construido sobre la explotación. Que como es evidente, termina profundamente oculta. Carlos Marx la desnudaba con su precisión de filósofo: “El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo.” Por eso no es conveniente que un periodista trabaje subido a un púlpito. Como un fiscal impoluto, mientras sus anunciantes o las empresas que le pagan lo hacen “chorreando sangre y lodo”. O en otros casos, los dineros oficiales silencian las críticas.
Tal vez lo mejor que puede hacer un periodista es desarrollar y ayudar a desplegar la conciencia crítica. Sigamos con Feinmann: “La realidad (su construcción en tanto verdad) está en manos del poder: el orden natural de las cosas siempre es el orden del poder. El orden que el poder le propone al sujeto: verdades, estilos, modas, frases, imágenes que el sujeto pasivamente absorbe… La revolución comunicacional reclama la pasividad del receptor. Esa actitud de sentarse a ver, escuchar, de ser subyugado por los efectos especiales de las películas de Holywood, o por la CNN, donde hay un tipo que explica la guerra con un mapa, con flechas. Uno recibe pasivamente eso, la actitud de la conciencia es refleja, condicionada, es una conciencia que absorbe, que no es crítica. Para definir la conciencia crítica: es siempre una conciencia de la ruptura, que puede permitirse la ruptura, que sabe cuándo ejercer la ruptura, que confía en el discurso del emisor pero tiene (por decirlo así: a la mano) el poder de la duda, se trata de una conciencia abierta, en disponibilidad para negar la veracidad del discurso del emisor”.
De lo que deviene que no es cuestión de despreciar la enseñanza formal, sino de adosarle, por fuera de la misma, la conciencia crítica. Lo que el satírico escritor irlandés Georges Bernard Shaw definía: “Mi educación fue perfecta hasta los seis años, en que la abandoné para ir a la escuela.”
Jean Paul Sartre, en el prólogo a Los condenados de la tierra de Frantz Fanon, lo expresa con rigurosidad: “No nos convertimos en lo que somos sino mediante la negación íntima y radical de lo que han hecho de nosotros”.
La medicina
Dejemos atrás, entonces, a este enfoque de la realidad y los medios. ¿Y a qué viene esto de la medicina? Porque da la casualidad que el periodista Nelson Castro es médico. El hombre que es reconocido por sus colegas por su honestidad. Una persona que suele identificarse como un fiscal de los gobiernos. Sabemos que no siempre coincide, el poder real con los gobiernos, salvo en aquellos que son sólo su prolongación. El Dr. Castro suele criticar con precisión el ejercicio descarado de lo que popularmente se conoce como chanta. De manera que no deja de sorprender que ahora haga diagnósticos a distancia y sin tener el menor contacto con la paciente Cristina Fernández. El domingo 11 de enero se aventura desde el diario Clarín, en un reportaje, a hacer conjeturas médicas ingresando a un campo minado que transitó con más cuidado en su editorial de Perfil y en su columna en Crítica. En respuestas contradictorias sostiene: “Es llamativo. La información deja muchas dudas, como siempre ocurre cuando se comunica de esta manera… En primer lugar me llama la atención que la causa haya sido el calor. Primero, porque el jueves estuvo en Olivos y no creo que no tenga un aire acondicionado. Y, en segundo lugar, siempre aparece con una botellita de agua mineral y tiene hábito de tomar mucho líquido. Uno debe pensar si es que no hay otra causa… no creo que la Presidenta tenga alguna enfermedad”, aunque sí concluyó que pudiera ser que Cristina esté tomando alguna medicación que incluye «desde diuréticos hasta remedios de indicación psiquiátrica”.
Si otro médico hubiera practicado esta medicina a control remoto, el Dr. Castro subido a un banquito lo apostrofaría. Pero ahora pasemos a su análisis político del hecho, que para el periodista revela, conforme a cómo se comunicó la noticia, que “esta enfermedad habla de una clara debilidad política para este Gobierno.”
Los vómitos de Bush en Japón, el ateroma de Menem, la hemorragia intestinal de Kirchner, entre otros casos, no llevaron al periodismo a deducir “debilidad política”. Seguramente el Dr. Castro respondió al reportaje aquejado de “periodismo puro”. Sería conveniente que supere este mal trance que lleva a que como periodista se añore al neurocirujano, y como médico se extrañe al periodista.
La realidad que construye el poder y que reflejan los principales medios es al periodismo lo que posiblemente el curanderismo es a la medicina. Por las dudas, sostengo que no hago periodismo puro, ni objetivo. Eso sí, elijo la medicina al curanderismo. Y cuando cometo la torpeza de subirme al banquito, la conciencia crítica me saca tarjeta roja.