De la cronología como escondite

Haber acumulado veinticinco años de democracia se instala como reconocimiento y aun como homenaje al tiempo cronológico que transcurrió desde aquella votación que se supuso constituía un rescate de la democracia añorada, soñada durante los años aciagos que habíamos transitado. El riesgo de contabilizar los años —que no excluye la necesidad de hacerlo— reside en acoplarse a la linealidad que el tiempo cronológico impone. De este modo, se emprolijan los hechos transcurridos y tal ordenamiento parecería que facilitase el planeamiento de lo por venir.

Estos años impusieron como estrictamente necesaria la imagen “del ángel de la historia (que) mira hacia atrás” de W. Benjamín. Nos enseñaron que es preciso estar prevenid@s acerca de las lógicas propias del tiempo lineal y homogéneo que apuesta a un futuro planificado en el cual corresponde introducir la alternativa de los acontecimientos que Badiou describió. Aquello que constituye lo posible de lo imposible, ajeno a lo preparado, que nos sorprende y se reconoce como necesario una vez sucedido.

Durante estos 25 años la misma corriente que desapareció militantes y no-militantes intentó retorcer el cuello del ángel, posicionándolo como ellos desearían, mirando a un futuro asociado con la idea de progreso, a la idealización de “lo que vendrá, el futuro que construiremos para nuestros hijos, etc.” según el orden planificado por los conservadurismos decadentes y activos. En ellas anida el riesgo de la repetición de los hechos que se pretenden olvidar y que algun@s suponen que no podrán volver. No es necesario crear campos de concentración para compaginar exclusiones mortíferas y desaparecer de la vista a los que molestan, por pobres o por jóvenes.

El tiempo cronológicamente evaluado—si no lo desordenamos con lo imprevisto que responde a la propia lógica del acontecimiento—, nos conduce a felicitarnos por la permanencia de esta democracia, enmascarando la presencia de aquellos que han quedado afuera del festejo, aquell@s muert@s o est@s oprimid@s. Razón por la cual no somos poc@s quienes sostenemos la memoria y nos comprometemos con aquell@s que no tienen voz o apenas logran hacerse escuchar. Los acontecimientos pendientes que se cotizan como imposibles, irrelevantes o ni siquiera imaginados nutrieron estos veinticinco años que habitualmente se traducen en clave de esperanzas por lo que aun resta por hacer pero no se trata de tan solo de esperanzas que es la más revolucionaria de las virtudes. El alerta apunta a nuestra incapacidad para asumir nuestra intervención necesaria en la historia —ajena a cualquier mesianismo, como Benjamín lo advierte— pero concientes que ”el enemigo no ha cesado de vencer”; así resulta cuando perdemos de vista la necesidad de convalidar los planteos políticos destinados a desestructurar las fuerzas economicistas, las represoras y a auspiciar lo posible de lo que se considera imposible (como era imposible que la ESMA fuera deshabitada).

Me congratulo con lo que fue posible realizar al margen de cualquier cronología, y me alerto, porque lo bueno realizado puede correr peligro. Aprendimos que la ideología del progreso que pretende convencernos de que podemos caminar tranquilamente hacia el futuro, esconde y también transparenta —como podemos comprobarlo diariamente— el poder que tiende a convertir en recuerdo sumergido que, democracia mediante, otro mundo es posible.

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