Aguardientes.
A veces nos toca enfrentar una pena. Las ineludibles, aquellas que se te prenden del corazón como el abrojo.
Los finales de algo tienen la textura de esas penas. Cuando alguien muere, con su color definitivo; cuando el amor se termina con su presagio de vacío; cuando el amigo no tiene la palabra o la cara que te hace falta en el momento en que, no importa si justamente, te hace falta.
Allí y entonces, la pena te clava ese colmillo sin ferocidad, sin desmesura, con la firmeza y la determinación de lo que se sabe inexorable.
Calles abajo, camino rumiando un dolorcillo de esos.
Dicen que uno crece con cada una de esas agujas de la vida, que cada empujón de muerte, de traición, de olvido, te saca una rama de árbol en el árbol que estás creciendo. Pregunto, ¿no será que ya no estoy en tiempos de crecer?
—¡Crecé!— me dicen, como si ese desarrollo precisara de mi voluntad para seguir su curso. Crecerás mal, desaprovechado en el sentido de la vida que te queda o de la muerte que te espera, pero crecer, crecés igual.
Y entonces, ¿qué me dicen?
Me dicen que si me revelo el reloj me atrasa, que se me terminaron los tiempos de revoluciones y de resistencias y de corazón insurgente. Pero también me dicen que si no ando a las piñas con el mundo soy una inocencia inconcebible, un crédulo patético, un gil que piensa que la gente es buena.
Ahora, donde meto la primera mano, ni bien disparo el primer castañazo para lo que creo es el lado de la justicia, salta el referí, saltan los jueces, salta la primera hilera del ring side. —¡Sos un energúmeno!—, me gritan impiadosamente.
Es decir lo que se dice un furioso, violento, salvaje, iracundo, loco, bestia, fiera, poseído, endemoniado, frenético, feroz, endiablado, enloquecido, exaltado, bruto.
Pero cómo, ¿no era que yo parecía el abuelito de Heidi? ¿No era que me faltaba colmillo, vena, tripa, pulsión sanguínea?
Tres calles más abajo, me preocupa el haberme acostumbrado al dolor. Rara vez lloro, y me alivia pensar que esta noche, quizá, sea una vez de la rareza.
Porque me convenzo que hay que saber tragar la hiel ya que la vida de los dulces y los plenos viene con ella. Viene con la hiel.
No se trata de crecer con pena, sino de crecer en pena, como de crecer en alegría, en tristeza, en sueños, en credulidades y desengaños. Se trata de vivir, con la vida que viene en un mazo de cartas infinitas, y en las que a veces, y por suerte, la mano viene bien.
Tres calles más abajo hay un bar. Lo miro. Nada en un bar puede engañarme a esta altura de los años, pero dudo.
Finalmente entro, guiado por mi pena.