El ojo del Gordo alimenta al amo

La Argentina de estos días es de una gran fertilidad. Crece todo con facilidad, con vigor, con energía. Sucede que los nutrientes intelectuales inyectados durante ciento cincuenta años favorecen esa prodigalidad.

Por eso el jardín de las verdades, las mentiras y sus variadas mixturas está pletórico en esta patria amada.

Como en la oscuridad fulgura el fósforo, en el mar de la ignorancia y el engaño todo parece luz.

No hay nadería que no se pueda erigir en estilo, ni aberración que no ceda a la tentación de convertirse en causa.

Cecilia Pando, simplemente una ignorante, ha conseguido por fin asomar su pálida lucecita con ayuda del atizador de estos tiempos fecundos de confusión y cambalache.

Qué fácil sería tomar esa garganta de estupidez y necedad y pasarle el filo de la historia. Pero ¿para qué? Ese degüello intelectual no cobrará una cabeza de valía.

Prefiero en vez, hacerle la topografía a las paredes intelectuales y mediáticas que hacen retumbar “el eco de su voz”.

Con Chiche Gelblung, el marido de Pando quien también es subordinado del represor Mercado, citó a Martín Caparrós. La referencia fue una nota publicada en el diario proteico de Lanata; matutino excedido en sorna y con niveles de auto elogio muy por encima de los normales de laboratorio. En la oportunidad de contratapa, efectivamente Caparrós admite por su cuenta que el espíritu insurgente de los finales de la década del sesenta y principios de los setenta tenía escaso tenor democrático y que, por el contrario, solo lo animaba la búsqueda de una sociedad más justa que la ofrecida por la democracia burguesa.

Confieso que cuando leí la nota me tenté a apelar a algunas de las pantallas disponibles para dar respuesta a semejante disparate. Pero me ganó la desidia, o quizá esa sensación de que todo es inútil ante la frondosidad de bobería que, con afeites mediáticos, se presenta inteligente ante los ojos de los argentinos.

Debí decir entonces como contrapunto lo que voy a decir ahora por razones de fuerza mayor.

Si la cara progresista de la democracia liberal burguesa, Caparrós por caso, se empeña en borrar al peronismo de la historia, comprenderla es “imposhible”, como diría el personaje de Peter Capusotto.

Es altamente probable, y por experiencia personal seguro, que los muchachos que creyeron que la historia empezaba cuando ellos llegaban hayan tenido esa intención a la hora de subirse al carro de la insurgencia. Pero la insurgencia había comenzado mucho antes, en 1955, como también en 1861 y en 1935. La insurgencia nacional contra la imposición demoliberal de cuño extranjero es tan vieja como el enemigo.

Mas, en particular, aquella regeneración de la insurgencia de las décadas 60/70, procedieron por un cometido altamente democrático: la vuelta de Perón. ¿Por qué? Pues porque la primera condición de la democracia posible en la Argentina de entonces era la recuperación de la voluntad popular proscripta durante casi dieciocho años plasmándose en las urnas. El pueblo argentino quería reivindicarse en el voto como principal condición institucional. Por lo tanto, si los Caparrós entraron al cumpleaños de quince pensando que era un casamiento, al menos deberían respetar el espíritu de la fiesta original y dejar de gritar “que vivan los novios”.

Lo que digo ahora y no dije entonces se potencia en el disparador por una referencia hecha por Gelblung. “Pasa que Caparrós es muy inteligente, y se da cuenta del nivel de soberbia de los Montoneros, y lo reconoce. Ya Pablo Giussani escribió Montoneros, la soberbia armada, un libro muy importante”.

El marido de Pando, a la sazón subordinado del represor Mercado, cita a Caparrós. Gelblung cita a Giussani.

El libro de marras es la base argumental de la teoría de los dos demonios, ideología que ofrece la comodidad a quienes no tuvieron ninguna posición o tibia cobardía durante los años de plomo de la Argentina. Fue también el trampolín que sirvió al lanzamiento durante el “alfonCinismo” a chiquillos que recién sintieron el miedo a partir de las narraciones sobre las atrocidades del terrorismo de Estado que comenzaron a difundirse un par de años antes de Malvinas. Dos demonios, uno verde militar, otro rojo y de fanatismo barbado. En el medio “la gente”, ese colectivo infame que vino a sustituir el concepto de pueblo, el ánimo de destino colectivo y el altruismo social que hace grande a las sociedades. Un cuento de hadas que sirvió para la amnesia y para que “la gente” se sintiese absuelta de su medianía ante la inmensidad de la historia. No hacía falta.

Pando no va a entender nunca, y parece que Caparrós tampoco, que de septiembre de 1955 hasta marzo de 1973 la Argentina había perdido el orden institucional y que, por lo tanto, cada argentino tenía el derecho nacido de su ausencia, de alzarse en armas para su recuperación. Miren que simple, Martín, Cecilia, Chiche, Jorgito.

Ahora: si hay quienes creyeron que contribuir a la vuelta de Perón era aprobar el examen de química e, inmediatamente pasábamos a otra materia, es que leyeron mal el programa.

Que esta distorsión se sostenga no es sólo el resultado de la inteligencia de los Caparrós o de la insidia de los Gelblung. El fundamento de que una negación de la historia como ésta se sustente es, simplemente, que un grueso importante de la representatividad política e intelectual de la Argentina necesita de esa mendacidad. Los gobiernos democráticos de Íllia y del estadista de Frondizi, el socialismo antipopular y gorila, la derecha nacionalista antipopulista, la Iglesia golpista y todos los que tenemos cosas que reprocharnos de la confusión de los setenta, necesitamos de este olvido, de esta omisión, de este fraude historiográfico. Algunos pocos hemos decidido revisar y no aceptamos, porque estamos grandes y no queremos ser tan pequeños.

El que no reconoce sus errores termina pagando con aciertos para el enemigo. Otros están pasados de lípidos de soberbia. Y el enemigo del país posible nubla el pasado para que no haya mejor futuro.

El tercer demonio, el cobarde, el voluble, el descomprometido, el oportunista, el que se tiene a sí mismo como sola y única causa, ese demonio es el que debe vencer nuestra Argentina.

Hace falta gente flaca de vanidades y robusta de dignidad. La puta si hace falta.

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