Gentileza ACTA, especial para ZOOM. A veinticinco años de ejercicio democrático, las cárceles en la provincia de Buenos Aires sirven para matar. No se trata de una metáfora exagerada. Es la realidad. Los pabellones “Circuito” y “Celeste” del Instituto Centro de Recepción de la ciudad de La Plata, fueron clausurados por el juez Fabián Cacivio, por las «condiciones inhumanas» de vida los detenidos.
La Constitución Nacional que habla de lugares para «resocializar» a los que están allí adentro es ya, a esta altura, una macabra ironía.
Los pabellones “Circuito” y “Celeste” del Instituto Centro de Recepción de la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, el primer estado de la Argentina, fueron clausurados por la decisión de un juez.
Allí había pibes.
O lo que quedaba de ellos.
Esos lugares de encierro son “verdaderas jaulas humanas, de condiciones inhumanas, donde los detenidos permanecen encerrados veintitrés horas de cada día… cualquiera sea su edad y estado físico, deben someterse inexorablemente a una revisión ocular tan completa que incluye, ante un policía del mismo sexo que el examinado, colocarse en cuclillas y toser, previo despojarse de todo ropaje, por caso que quizá contengan dentro de sus anos o vaginas… algún elemento o sustancia prohibida por la administración del Centro”, sostuvo en su fallo el doctor Fabián Cacivio, también platense.
En un lugar donde caben no más de treinta y cinco muchachos, había cincuenta y dos en condiciones de hacinamiento.
La denuncia original fue realizada por los abogados del Comité contra la tortura de la Comisión Provincial de la Memoria de Buenos Aires.
La noticia agrega que el fallo del juez sostiene que “al describir sus instalaciones destacó que hay ‘poca ventilación -ventana tapiada- y una de las celdas iluminadas a pleno con un reflector directo’; y que los jóvenes, a la hora de acostarse, ‘no tienen camas, camastros ni catres, debiendo dormir en el frío y húmedo suelo de cemento donde apoyan los colchones que les proveen’; ni tampoco cuentan con una ‘mesa donde apoyar la comida’ y por eso ‘deben hacerlo sobre las piernas, sentados en una suerte de cajas’ utilizadas como banco; y que por las noches y ‘cuando los guardias no los escuchan’ tienen que ‘orinar en botellas plásticas’”.
Los pibes tampoco tienen lugar para recibir a sus familiares que, por otra parte, según también sostuvo el juez, deben soportar requisas “humillantes”.
La noticia que parece formar parte de una crónica de los peores momentos de la noche carnívora, indica que “otro hecho grave que se constató es que los adolescentes sólo pueden hablar por teléfono una vez por semana con sus familias y que en todos los casos son controlados ‘a través de un guardia asistente de minoridad sentado al lado’. También es ‘harto insuficiente’ la educación escolar, salvo que eso pudiera ser reemplazado por ‘los esporádicos y sorteados encuentros de algunos jóvenes con algunos docentes de algunas materias de enseñanza básica, sin plan ni sistematización’”, remarca la información.
Un cuarto de siglo después del inicio de la democracia, en las cárceles e institutos de la provincia de Buenos Aires son pocos los que se dieron por enterados.