El 7 de marzo se produjo la movilización obrera más importante de los últimos años. La convocatoria fue contundente y se calculan que se desplazaron por la Avenida Belgrano varios cientos de miles de trabajadores. En diversas localidades del país también se produjeron actos.
El Triunvirato de la CGT convocó el encuentro y tuvo la capacidad de reunir un conglomerado diverso socialmente (trabajadores sindicalizados y desempleados), políticamente (PJ, Frente Renovador, izquierda o kirchnerismo), sindicalmente (CGT y CTA) e ideológicamente (moderados, combativos o independientes).
Operaciones mediáticas y políticas: “destruyan a la burocrática CGT”
Los medios de comunicación se dedicaron a repetir que la movilización tuvo diversos disturbios y que los organizadores salieron debilitados del acto. El falaz argumento está centrado en:
-Conflictos del final de la movilización que darían cuenta del masivo “repudio al Triunvirato”, por parte unas “bases combativas” que “piden su cabeza”.
-Reclamos de una huelga general que no fue declarada por los oradores y que evidenciaría la “traición” del Triunvirato.
-La existencia de grietas entre un grupo combativo (kirchnerismo e izquierda) y una “burocracia sindical negociadora” que busca detener el avance popular y respaldar a Cambiemos.
Los tres argumentos son erróneos y solamente dan cuenta de algunos aspectos de la cuestión e impiden una lectura más objetiva de la dinámica del conflicto sindical y político en el país. Esa interpretación tendenciosa fortalece a Cambiemos y al poder económico trasnacional:
-Separa -aún más- a la organización política kirchnerista (clase media) de la CGT (trabajadores sindicalizados de la producción y la industria).
-Debilita la reciente unidad entre la CGT, los Movimientos Populares y la CTA.
-Dificulta la unidad política anti-macrista en un año electoral.
¿Muestra de repudio a las políticas de Cambiemos o rechazo al Triunvirato?
La magra situación económica actual no explica la movilización del 7, pese a que la potenció y radicalizó. Las crisis por sí mismas no organizan los hechos colectivos de masas, sino que es la actividad política el ordenador.
Los conflictos de la marcha fueron insignificantes y todos los que movilizamos ese día podemos afirmar esta realidad sin ánimo de equivocarnos. Sin negar que hay disputas (como en todas las organizaciones), la inmensa masa del pueblo se movilizó bajo el paraguas de la convocatoria, pacíficamente y sin repudiar a nadie exceptuando a Mauricio Macri y sus políticas. La enorme y heterogénea marcha reconoció la legitimidad del Triunvirato que lo llamó a movilizarse. Si la CGT y el Triunvirato son débiles y carentes de representatividad como dice la prensa, ya existiría otra conducción y la marcha hubiese sido escueta y anárquica.
Al día de la fecha nadie puede convocar y movilizar un acto similar al del 7 de marzo y no hay que olvidar las palabras de Perón acerca de que el “mundo no vive de buenas ideas; vive de buenas realizaciones”. Cristina Fernández conduce a los “propios” que son una parcialidad y si bien la ex mandataria tiene un capital electoral que no detenta la CGT, hoy ese hecho no la hace “conducción natural”. Un sector del peronismo directamente cogobierna con Cambiemos como es el caso de Juan Manuel Urtubey. El PJ tiene dificultades para ofrecerse a la sociedad como una alternativa unificada de resistencia al neoliberalismo. Los Movimientos Populares también son una parcialidad y si bien consolidaron un importante frente en la movilización de San Cayetano y en la sanción de la Ley de Emergencia Social, no condensan una mayoría política y menos una alternativa electoral. La CGT consiguió movilizar un frente opositor que ningún otro actor político y social había hecho y eso hay que reconocerlo y potenciarlo.
Los reclamos de los participantes son diversos y si bien se habló de paritarias, de poner un freno a las importaciones y a los despidos, allí no se agotaron las demandas. Las Pymes argentinas piden protección arancelaria, créditos o mejora del mercado interno. Los asalariados formales reclaman paritarias y la defensa del puesto laboral. Las organizaciones populares exigen la aplicación de la ley de emergencia social y su inclusión definitiva en el universo del trabajo formal. Hay fuertes internas entre los sindicatos de servicios, industriales o estatales que se vieron perjudicados de disímil manera por el programa económico de Cambiemos. La existencia de estas tensiones expresadas en sugerencias o reclamos de mayor combatividad no invalidan el acto y tampoco la capacidad de la conducción de la CGT de convocar a una protesta.
“Al día de la fecha nadie puede convocar y movilizar un acto similar al 7 de marzo y no hay que olvidar las palabras de Perón acerca de que el ‘mundo no vive de buenas ideas; vive de buenas realizaciones’”
Los que movilizamos con nuestro sindicato tenemos delegados elegidos democráticamente y fuimos al acto sin manifestar rupturas contra el Triunvirato como postulan los diarios de derecha o de izquierda. Hay debates y luchas internas, pero hay que descartar que la marcha fue una manifestación de las “bases contra la conducción”. Esa idea está en la cabeza de algunos pocos dirigentes y periodistas, no en los cientos de miles que salimos el día 7.
El debate sobre la huelga general es parte de esta discusión y como en toda la historia argentina, hay posiciones combativas, dialoguistas y entreguistas. Si bien muchos consideramos que hay que endurecer la resistencia política y gremial contra el Gobierno Nacional, no se puede sostener que la movilización fue un fracaso por no ponerle una fecha a la medida. Del vamos, todos los que marchamos “paramos media jornada”. Asimismo, la efectividad de una huelga no es tema solamente del Triunvirato o de la Corriente Federal (que se manifestó a favor), sino que incluye otros interlocutores como el Movimiento Sindical Argentino (MASA) que no está en CGT y que adhirió pero no movilizó el 7 de marzo.
Las luchas de poder de la CGT existieron siempre y no están centradas meramente en el debate del paro. La ocupación del palco por algunos pocos trabajadores es un problema de organización y de seguridad del acto, no una muestra de rechazo masivo al Triunvirato. Los reclamos de la huelga forman parte del debate y no expresan un estado “revolucionario de las bases que se proponen suprimir a todos los dirigentes”. La marcha fue contra Cambiemos, no contra la conducción de la CGT como postulan algunos diarios. Tampoco se puede desconocer que una huelga general no es un programa o una alternativa de gobierno. Los sindicatos docentes fuimos al paro en reiteradas ocasiones en 2016 y en 2017, sin por ello resolver los problemas salariales y menos aún los políticos de fondo. La dirigencia partidaria y social debería preocuparse más por sus propias incapacidades, que por pedir a la CGT las soluciones para la Argentina que ellos no están ofreciendo.
Será la misma central gremial la encargada de decidir la continuidad o no del Triunvirato y no se va a ir por los cánticos de un sector de la movilización. La unidad actual de una parte de la CGT costó esfuerzo y el puente trazado con las organizaciones sociales es histórico y sería absurdo destruirlo por disentir en un tema (por importante que sea la huelga). La mayoría de los afiliados no estamos dispuestos a rifar los avances en la estructuración de una central unificada, para pasar el mando a una conducción con retórica de combate y sin representatividad como está sugiriendo el progresismo. Perón fue claro cuando sostuvo que los dirigentes salen de la misma organización y “el que elija el pueblo, ese es mi candidato (…) flaco servicio haría si yo me pusiera a digitar quiénes han de ser los hombres”.
¿Existe una división entre combativos y burócratas?.
Hace un año Cambiemos triunfó electoralmente en las provincias de Buenos Aires, Jujuy o Mendoza. Muchos de los trabajadores en actividad y desocupados votaron a la fórmula Macri-Michetti que triunfó en Córdoba, San Luis o en Santa Fe. Esta realidad -aunque no guste- es un dato no menor a la hora de exigir combatividad gremial.
Muchos actores que hoy piden intransigencia a los sindicatos, no actuaron de esa misma manera en las elecciones del año 2015. Un sector del FPV prácticamente no militó y le entregó el gobierno a la derecha neoliberal sin demasiada resistencia. No fue lo que ocurrió en Iberoamérica y Lula se movió activamente para que gane Dilma en Brasil en una disputa sumamente ajustada. Chávez se encargó antes de morir de que Nicolás Maduro sea el Presidente de Venezuela. Mugica acompañó el triunfo del Frente Amplio y la asunción de Tabaré con el cual tenía diferencias. Correa está al frente de la disputa electoral en Ecuador y adelantó que va a pelear hasta el último voto para que triunfe Alianza País. En Argentina hubo una inusitada calma, un escaso apoyo a Scioli y la campaña electoral careció de organización y tuvo más apoyo en la militancia de base que en la dirigencia. El mismo día del conteo de votos de las presidenciales hubo dos bunker de campaña dentro del FPV. Todos deberían hacer un baño de humildad o al menos, como lo sostuvo Perón, podrían reconocer que “el fracaso es una de las grandes lecciones que da la vida”. En su defecto, y como postuló Jauretche, seriamos los expertos en el “animémonos y vallan”.
Parte importante de la dirigencia política argentina que se dice opositora oficia como el marco de gobernabilidad de Cambiemos, votando las leyes y ocupando áreas de gobierno nacional y provincial.
En buena medida, pareciere que las ambivalencias de la CGT son una réplica de las prácticas de la dirigencia partidaria que le reclama a “los gordos” la guerra social a Cambiemos. No sólo a la CGT hay que pedirle combatividad y coherencia ya que el conjunto de la clase dirigente está en crisis. Decía Perón que el conductor debe ser un “maestro y debe enseñar por el ejemplo”. Esa responsabilidad es transversal a todo el mundo. Una huelga general sin una dirigencia y sin programa político de oposición radical y propositiva poco hará frente a un gobierno liberal que sigue teniendo apoyo en la opinión pública y apuntalamiento mediático, judicial y financiero.
«La dirigencia partidaria y social debería preocuparse más por sus propias incapacidades que por pedir a la CGT las soluciones para la Argentina que ellos no están ofreciendo»
Una de las manifestaciones de la inexistencia actual de una dirigencia es la apología permanente a los auto-convocados y la sobrestimación la militancia de clase media en redes sociales. Estos grupos de cibernautas reproducen una ingenua noción política y aún no dimensionaron que la oligarquía y la Embajada norteamericana son los que gobiernan la Argentina. Se llena la Avenida Belgrano de trabajadores organizados y disciplinados y salen los librepensadores en Facebook o algún medio televisivo o gráfico a denunciar la burocracia, a convocar al “paro por internet” y a pedir la destitución de los dirigentes elegidos por sus organizaciones. Aunque el pensamiento progresista insista en la potencialidad política del individuo liberal independiente, ya lo dijo Perón “la improvisación no puede ser un método”.
El rechazo al mundo sindical conduce al enfrentamiento político interno y a la imposibilidad de unificar un frente nacional. El país ya conoció este problema en los años setenta y la derecha lo sabe y es por ello que habla del “copamiento del palco” por parte de la izquierda y el kirchnerimo. La prensa conservadora levanta estas consignas para enfrentar a los actores que necesitan unirse para no ser dominados. La subestimación del sindicalismo se torna tendencia y en la importante movilización de mujeres del 8 de marzo había carteles sosteniendo que las chicas de clase media tenían “más ovarios que la CGT”. Absurdos, irrespetuosos e innecesarios comentarios que por suerte no se reproducen desde la CGT que no agrede a las otras manifestaciones sociales. Todas esas internas no ayudan en nada, crean falsos enconos y contribuyen a fortalecer a la derecha en el poder.
En la compleja CGT hay burócratas, combativos, tibios o participacionistas de la misma manera que en los municipios, las universidades, las legislaturas o en las unidades básicas. Con aciertos y errores, la Central participó de la sanción de la Ley de emergencia social, consiguió aumentar el piso de muchas paritarias y reformó la ley de impuesto a las ganancias. Cuando el Movimiento Obrero tenga una organización superadora a la actual y que concentre y movilice más trabajadores que el 7 de marzo cambiará a sus dirigentes. A los que sueñan destronar el Triunvirato con tapas de diario y operaciones de Partido hay que recordarles las palabras de Perón “que los dirigentes que se pueden hacer a dedo dan muy mal resultado (…) los conductores no se hacen por decreto”.
Se debe mantener la unidad de la CGT y sus vínculos con los Movimientos Populares. En el plano de la lucha anti-macrista, la movilización fue un avance fundamental y el Triunvirato canalizó la demanda que ninguna fuerza política puede desplegar. El paro general se hará más tarde o más temprano y está bien que las organizaciones que así lo consideren lo exijan. Lo que no es correcto es la vocación de destrucción de la unidad alcanzada y la subestimación de la movilización y del poder gremial. Hay que ocuparse de la construcción de frente nacional y sin los sindicatos el camino es incierto. La dirigencia política podría acusar menos y construir más y como dijo Perón “el conductor no lleva a nadie, a él lo siguen, sino no es conductor”.