Afganistán: un cementerio grande como un país

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Scott Olson/Getty Images
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A pocos meses de finalizar su segundo mandato, el presidente de los Estados Unidos Barack Obama deja en Afganistán uno de sus más sonoros fracasos. El retorno de todas las tropas norteamericanas del país centroasiático fue una de sus grandes promesas electorales. Desde 2014 se sabe que eso será imposible quizás por décadas.

 

La actual situación indica que no solo será imposible esa retirada, sino que muy posiblemente deba sumar más efectivos a los casi 9 mil que todavía se mantienen, cuando para esta fecha el número no tendría que sobrepasar los cinco mil.

 

El actual presidente afgano, un tecnócrata adiestrado en occidente, Ashraf Ghani, ha fracasado en su lucha contra el Talibán, a pesar de estar mejor considerado que su predecesor Hamid Karzai, (2004-2014), un pastún del clan de popolzai, vinculado a las guerras tribales e involucrado en casos de corrupción. Incluso su hermanastro, Ahmed Wali Karzai, mientras era jefe del Consejo Provincial de Kandahar, fue asesinado por un ajuste de cuentas de sus socios narcotraficantes.

 

Ghani, más discreto pero inoperante para manejar la violencia, llegó al gobierno en septiembre de 2014 prometiendo, entre otras tantas cosas, que territorios claves, como la provincia norteña de Khunduz, no se perderían en manos del talibanes.

«Desde 2014 se sabe que la retirada de las tropas estadounidenses será imposible quizás por décadas»

Khunduz es un enclave fundamental para Kabul ya que se encuentra, no solo bien conectada por vía terrestre con la capital hacia el sur y con Mazar-e-Sharif al oeste, y es la puerta hacia las provincias del norte, sino que además se ubica a poco menos de cien kilómetros de la frontera con Tayikistán, por donde pasan las rutas de los narcotraficantes de opio, la fuente de financiación más importante de la insurgencia talibán.

 

La provincia Khunduz se encuentra en situación crítica. El año pasado, su capital, una ciudad de 300 mil habitantes, fue ocupada militarmente durante algunas horas por los talibanes. En distritos como los de Dasht-e-Archi, Chahardara y en la misma ciudad de Khunduz, la capital provincial, se producen constantes enfrentamientos entre talibanes y fuerzas del ejército.

 

Ghani ha perdido en los últimos cuatro meses el 5% del total del 70% que controlan las fuerzas federales junto a los efectivos norteamericanos, al tiempo que la presencia del Estado Islámico es cada vez más notoria. En los últimos ocho meses en sitios próximos a Kabul se ha notado que la población ha dejado de fumar y escuchar música, una clara demostración de que las fuerzas del talibán están haciendo notar su presencia e imponiendo sus rígidas prohibiciones.

 

El Pentágono entiende que la evidente incompetencia de las fuerzas de seguridad afganas impide la retirada de las tropas estadounidenses en una guerra en la que Washington ha vuelto a perder el horizonte. La meta que significaba enero de 2017 para la presencia norteamericana ha vuelto a ser postergada lo que terminará sobrepasando la presidencia de Obama. Solo en lo que va del año son 1600 los muertos civiles según fuentes de Naciones Unidas.

 

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La lucha por Khorasan

En enero último Estado Islámico anunció la creación del Wilayat Khorasan, una provincia del califato de Ibrahim que abarca nada menos que Afganistán, Pakistán, India, Bangladesh y toda el Asia Central. Esto ha sido rechazado de plano por la comandancia talibán, que se rehúsa a la presencia de los hombres del Estado Islámico en su territorio, más que por problemas filosóficos o ideológicos, por negarse a la presencia de “extranjeros” en su territorio, que pretendan dirigir “su” guerra contra el invasor. Posición que obligó en su oportunidad a al-Qaeda a jurar lealtad al desaparecido jefe, fundador y líder espiritual de talibán Mullah Omar, Amir-ul Momineen o Príncipe de los Creyentes.

 

Estado Islámico pretende conquistar fundamentalmente el negocio del opio, ya que sus principales promotores, Turquía, Qatar y Arabia Saudita, por diferentes circunstancias han debido menguar los ingentes recursos con que alentaron su lucha desde enero de 2014 a lo que se le suman las cuantiosas perdidas que le han provocado los bombardeos rusos en Siria.

 

El gobernador de Khorasan, designado por el Califa Ibrahim, es Hafez Said Jan, que en febrero 2015 había realizado su bayat o juramento de lealtad a Estados Islámico. Said Jan combatió en el talibán entre 1996 y el 2001, cuando fue detenido después de la invasión norteamericana. Trece años estuvo recluido en Guantánamo, hasta que fue elegido en el grupo de los cinco prisioneros canjeados en mayo de 2014 por el sargento estadounidense Bowe Bergdahl, tras cinco años de cautiverio y cuyo comportamiento fue después muy cuestionado.

«Estado Islámico pretende conquistar fundamentalmente el negocio del opio»

Se sabía que Said Jan, junto a otros seis comandantes talibanes pakistaníes, algunos de ellos con largas reclusiones en Guantánamo, como Maulaui Abdul Rahim, Muslim Dost y el Mullah Abdul Qayum Zaqir, se habían distanciado de los talibanes para ingresar a Estado Islámico en octubre de 2015, por serias diferencias con la dirección de Tehreek-e-Taliban Pakistan (TTP), la rama paquistaní del movimiento, responsable del ataque a la escuela de Peshawar en diciembre de 2014, donde murieron más de 150 personas en su gran mayoría niños, hijos de militares.

 

Los enfrentamientos entre Talibanes y Estado Islámico son cada vez más frecuentes particularmente en la provincia afgana de Nangarhar, en la frontera con Pakistán.

 

Los dos recientes atentados en Kabul, reivindicados por Estado Islámico, pueden entenderse como una dedicatoria al recientemente elegido líder talibán Mullah Hibatullah Akhundzada, quien en mayo sucedió al asesinado Mullah Akhtar Mansour, quien fuera sorprendido por un dron en una ruta, cerca de localidad de Dhal Bandin, próxima a la ciudad de Queta, en Pakistán.

 

El atentado suicida de Estado Islámico en junio último contra un ómnibus que transportaba personal de seguridad nepalíes que trabajaban para la embajada canadiense y causó al menos catorce muertos y ocho heridos, también se lo adjudicaron los talibanes, lo que sin duda acrecienta las diferencias entre ambas organizaciones.

 

Tres horas después a pocas cuadras de ese atentado, el auto del legislador Ataullah Faizani estalló en la zona de Chel Siton, acción solo reivindicada por el Talibán.

 

Por su parte Estado Islámico reivindicó uno de los ataques más virulentos en la capital afgana producido en mucho tiempo, en sábado 23 de julio, al paso de una manifestación pacifica de la minoría hazara de confesión chiíta, que causó la muerte de 80 personas, e hirió a casi 250.

«Los enfrentamientos entre Talibanes y Estado Islámico son cada vez más frecuentes»

La comunidad hazara chií sufre constantes actos de violencia y discriminación por parte del gobierno predominantemente sunita. La protesta se realizaba en reclamo de la extensión de una línea de alta tensión en la provincia de Bamiyán, en el centro del país, una de las regiones más postergadas del patético panorama afgano.

 

La minoría hazara, compuesta por unos tres millones de personas, el tercer grupo étnico que representa el 24% del total de la población, unos 30 millones, ha sido históricamente blanco de persecuciones y miles de sus miembros fueron asesinados a finales de 1990 por la persecución de al-Qaeda y los talibanes.

 

Desde la invasión norteamericana de 2001, según fuentes oficiales, “muy oficiales”, los muertos llegarían a unos 150 mil, aunque otras fuentes indican que la cifra podría ser sustancialmente mayor, ya que por intereses políticos de los Estados Unidos y sus aliados locales resulta indispensable ocultar las cifras. Según se desprende de otros estudios “menos oficiales”, la cifra total de muertos en Afganistán por las diferentes guerras a la que fue sometido desde 1990 hasta 2015 podría encontrarse entre los 3 y los 5 millones.

 

La verdad sobre el martirio del pueblo afgano permanecerá, al igual que los muertos, enterrada por toda la eternidad, convirtiendo al país en un cementerio tan extenso como su propio territorio.

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