A pedir de Macri (con reservas)

Se definieron los nuevos bloques legislativos: los gobernadores unidos pero dispersos, el dilema de un cristinismo sin Cristina y el crack peronista que tranquiliza a Cambiemos.

Sergio Massa y Juan Schiaretti han decidido no sumar sus diputados al Bloque Justicialista, en el que se congrega la tropa que responde a algunos gobernadores de ese espacio en la cámara baja (mal llamado “de [Diego] Bossio” por la mayoría de la prensa). “Cada vez que escucho hablar de los gobernadores como sujeto político homogéneo saco mi pistola”, escribe en Twitter, con acierto, María Esperanza Casullo. Si algo puede consensuarse sobre los jefes provinciales es que no hay acuerdo posible en cuanto a sus respectivas situaciones de poder. Hay razones estructurales para esto: desde que el crack de 2001 terminó con los partidos nacionales tal como se los conociera en el siglo XX, el sistema se reconfiguró con sólo uno (el que ocupa la Casa Rosada) y múltiples localismos. También municipales, a partir de que Néstor Kirchner fortaleciera ese nivel de institucionalidad para saltar por encima de sus hasta 2003 colegas, que habían maniatado sucesivamente a Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde. Juegos que el patagónico conocía bien… porque había sido parte de ellos.

 

También hay motivaciones más coyunturales, propias de la relación de fuerzas que involucra a cada gobernador. ¿Es lo mismo el chaqueño Domingo Peppo, que tiene a Jorge Capitanich –quien todavía atesora robustez política– gestionando la capital de su pago, que el sanjuanino Sergio Uñac, cuyo alter ego es un José Luis Gioja aún respetado pero ya sin muchas balas en su cartuchera, más allá de ser formalmente el presidente del Partido Justicialista nacional?

 

Las ligas de que tanto se habla, entonces, no sirven para mucho más que para sumar número para que, en las discusiones con el presidente Mauricio Macri, cada uno de los caciques disponga de algo más que las bancas que específicamente otorga su territorio.

 

Para algunos, ésa no es suficiente tentación. Massa no tiene responsabilidades administrativas, ni ya tampoco legislativas. Pero el millón de votos que conservó pese a su tercer puesto reciente en provincia de Buenos Aires (llegó detrás de Esteban Bullrich y CFK, y por delante de Florencio Randazzo) es más que lo que puede ostentar cualquier gobernador. Quienes, encima, en su mayoría, también perdieron. Algunos de ellos hasta contaron chirolas ante kirchnerismos comarcales, a los que juzgan ya extintos, por lo cual los expulsaron de los peronismos domésticos: Juan Manuel Urtubey, quien desde esa nadería pretende dar lecciones sobre los nuevos tiempos históricos y jubilar a la líder de Unidad Ciudadana.

 

[Digresión: vaya paradojas las del desequilibrio demográfico argentino. Con un millón de votos obtenidos en el suelo más extenso, Massa está en terapia intensiva. Con cien mil menos en Capital Federal, en cambio, Elisa Carrió condiciona a Macri y vive su mayor apogeo político.]

 

Capitaneando una provincia fuerte como Córdoba, Schiaretti puede permitirse otros lujos. En definitiva, ninguna regla general que sintetice a todos es posible en estos negocios. Ni a nadie le basta para conducir, desde luego. ¿Quién tiene como para ordenar al tigrense?

«Las ligas de que tanto se habla, entonces, no sirven para mucho más que para sumar número para que, en las discusiones con el presidente Mauricio Macri, cada uno de los caciques disponga de algo más que las bancas que específicamente otorga su territorio»

Malas noticias, pues, tanto para el justicialismo de los caudillos que caminan juntos, como para el gobierno nacional. Los primeros planeaban convertirse en interlocutores privilegiados de la CEOcracia. Para eso, necesitaban coordinar su scrum de la Cámara de Diputados –donde los soldados de la presidenta mandato cumplido los desnivelan–, con el que cuentan en el Senado, gerenciado por Miguel Ángel Pichetto –ése sí superior al del líderado por Cristina Fernández–. De este modo, los trámites parlamentarios ganarían certidumbre y celeridad, porque dos primeras minorías significativas entendiéndose encarrilarían la cuestión sin mayor drama. Ahora, aunque tal vez sigan contando con el número necesario para pasar leyes (Macri y los gobernadores pactistas), el margen es más estrecho. Ergo, expuesto a más riesgos.

 

Ello le sube el precio a cualquiera que se corte sólo. Los provincialismos de Misiones y de Santiago del Estero, con el ejemplo del Movimiento Popular Neuquino como guía, han hecho escuela en ello. Schiaretti y el tucumano Juan Manzur ahora los imitan. Concurrirán sí en interbloque con el BJ, pero eso quiere decir que guardan fichas para ir por la suya si fuera necesario. Dolor de cabeza para el dogma fiscalista de Balcarce 50. Acá tampoco cederá la inflación. Lo que antes se charlaba sólo con Massa, ahora hay que tratarlo con unos cuantos.

 

Entre mera supervivencia, derrotas a lo largo y a lo ancho de la geografía federal y faccionalismos, se sigue sin novedades acerca de la posibilidad de que el peronismo alguna vez vuelva a ser alternativa a Cambiemos, de momento en fase de consolidación. Gildo Insfrán, tal vez el único ajeno a todos esos pesares, que por ende podría constituirse en primus inter pares, intentando así zanjar diferencias entre fragmentos, no tiene proyección, quizá tampoco voluntad de hacerlo y, ¿casualmente?, está siendo trompeado en la causa Ciccone.

 

El litigio no deja de girar en torno al cristinismo. La semana pasada, en esta columna, comentando el retorno a la cámara alta de la esposa de Néstor Kirchner, decíamos que si los mismos que la acompañaron durante sus mandatos hoy convienen con Macri, la explicación debe rastrearse en otro sitio. Su resiliencia (al fin y al cabo, continua siendo la peronista más votada) plantea una complejidad. Los suyos dicen que, con eso, debería ser suficiente para que sus pares se le subordinen. Estos le responden que es tan real ello como que es la única que caería frente a cualquier cambiemista en un hipotético balotaje, bache en que ha quedado la cosa desde que en 2013 se fracturó el Frente para la Victoria. ¿Cómo se resuelve? Hacíamos mención en aquel texto, asimismo, a la posibilidad de que ella ofreciera otra perspectiva de futuro. Dicho sencillo: de vencer. Que, a lo mejor, no sea con su rostro al tope de una boleta. ¿Acaso Carrió lo ha necesitado para mandar como lo hace en Cambiemos?

 

No se trata de excluir ya a CFK de candidaturas, sino de animarse, al menos, a debatir la chance. Sin lo cual, la escena seguirá congelada como la vemos hoy. Para que los gobernadores ordenen a su gente ir a la guerra legislativa contra el oficialismo hacen falta otras certezas. En criollo: alguna seguridad de que en breve será otro quien firme los cheques. Sólo así se atreverían a bancarse algún tiempo el desierto al que serían sometidos si se rebelaran.

 

En suma, Cristina tiene la llave de la derrota macrista. ¿Recordará dónde?

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