Una de las pocas certezas locales que aún quedaban en pie está a punto de derrumbarse.
Hasta ahora habíamos creído que los alimentos naturales eran imprescindibles para un sano crecimiento de los chicos. Un corto publicitario nos saca del error en sólo 45 segundos.
“El doctor Mercado recomienda: para ser buena madre no es suficiente con alimentar a sus hijos con carnes, verduras, frutas, huevos y leche”, comenzaba el mensaje, y sigue así, luego de un paneo por carnes, verduras, frutas, huevos y leche: “Una verdadera buena madre, antes que toda esa porquería, siempre tiene a mano un buen Danonino, que aporta los cuatro nutrientes esenciales para un correcto crecimiento: hierro, fósforo, calcio y hierro”.
El producto compite con otro idéntico que no aporta nutrientes esenciales pero es capaz de derrotar -lo afirma Pancho Ibáñez, con cara de piedra- a todas las pestes conocidas o por conocer, desde el tétanos a la hepatitis.
El mercado de los yogures está muy segmentado.
Aunque es imposible encontrar en las góndolas un simple yogur con el gusto, la consistencia y las cualidades organolépticas del simple yogur, los hay especiales para bebés, para mujeres estreñidas, para hombres estresados, para celíacos, para divorciadas que hacen gimnasia, para adolescentes, para deportistas, para empleados con poco tiempo para comer, para obesos, para anoréxicos, y también para ancianos.
Nadie se pregunta que queda en la modesta leche en sachet luego de extraídos todos esos nutrientes y vacunas.
Afortunadamente, los jefes de producto de las empresas lácteas todavía no han descubierto la receta del kavasse, ese yogur de leche de yegua fermentada tan popular entre los hunos, que tenía una graduación alcohólica superior al vodka.
En cuanto la encuentren, el mercado de los lácteos ya no será lo que fue.
No muy convencido sobre la veracidad del mensaje que publicitaba las cualidades de lo que parecía capaz de reemplazar a todos los alimentos naturales y a la Sabin, pregunté a doña Isabel, titular de A&C Asociados y especialista en llegar a fin de mes.
“Habría que realizar una investigación cuantitativa, una encuesta al pie de la caja del supermercado chino, y después opinar”, me aconsejó.
El estudio de doña Isabel determinó que el 67% de las madres alimentaba a sus hijos con polenta y Danonino al mediodía, y arroz blanco con Danonino a la noche. Otro 20.5 % sólo con Danonino, día y noche. Un 3.4% complementaba el yogur, única comida del día, con una banana o manzana por semana; y un 0.3 con un churrasquito cada tanto.
Dieta completa y sobre todo, muy económica, capaz de acabar con la desnutrición.
La publicidad había tenido éxito, y eso me llevó a buscar más información.
– ¡Hay que ser muy chanbón para creerle a la tele!- me había comentado Hian Ching, el repositor sesentón del autoservicio del barrio, en una mezcla informe de chino mandarín y lunfardo de Villa Soldati.
Su reflexión reavivó mi optimismo: después de todo, la Revolución Cultural no había sido tan infecunda como se la pintaba.
En eso estaba cuando me llamó mi colega Fany Mandelbaum desde Haifa.
– ¿Cómo anda todo por allí?- pregunté, mientras escuchaba el estallido de los katiusha.
– Mal, pero acostumbrados- me respondió.
Haifa es la antigua Sycaminum romana, fundada por colonos de su gemela, la no menos romana Sicamino, al norte de Sicilia. Hasta hace cincuenta y pico de años, Haifa estaba habitada por miles de árabes que un día, inexplicablemente, la abandonaron.
Caracho, pensé, lo último que nos falta es que los ciudadanos sicilianos se presenten ante la ONU para que les reconozcan derechos como fundadores.
Recordé que a 15 kilómetros de allí se encuentra Acre, conquistada sucesivamente por asirios, griegos, egipcios, romanos, bizantinos, otomanos, cruzados, franceses, árabes, británicos e israelíes, y que había sido creada 1500 años antes de Cristo por el faraón Tutmosis III. Por ser consideradas blasfemas, en El Cairo están prohibidas las obras de Sigmund Freud: allá todavía no se enteraron que Moisés, lejos de ser judío, había pertenecido a la familia real egipcia y se rebeló contra su padre, algo que habría podido resolverse satisfactoriamente de haber existido psicoanalistas en esa época.
¡La censura es beneficiosa, después de todo!
Haciéndose oír sobre el estallido de los cohetes, Fany me anunció:
– Estoy aquí junto a la famosa Peggy Drexler.
– ¿Famosa? ¿Y qué hace allí, en medio de la batalla?
– Fue invitada al lanzamiento de una especie de yogur con gusto a frutilla. ¡El Danonino, el mismo que consumimos allá en Buenos Aires!- me explicó, muy agitada.
Qué increíble es la globalización: después de encontrar los mismos productos en las góndolas, uno puede considerarse feliz y seguro, incluso en Haifa, sabiendo que las empresas multinacionales, como un cálido útero materno, siempre velan por tus necesidades.
¿Habrá por allá supermercados chinos?
Hace una semana, nuestro colega M.K. denunció en los medios que la doctora Peggy Drexler, de la universidad de Stanford, había aconsejado administrar oxitocina a los palestinos para hacerlos más pacíficos.
La oxitocina no es un tranquilizante ni un alucinógeno, ni siquiera un chaleco de fuerza: es una hormona femenina que neutraliza la acción depredadora de la testosterona, esa otra hormona -afortunadamente cada vez más escasa- causante de todas las guerras.
Por si no se dieron cuenta, la Drexler es feminista y está convencida de que el sexo masculino es una mutación superflua de la naturaleza.
Según la científica, al reducir la agresividad, la oxitocina puede convertirse en un excelente reemplazo de otros remedios pacificadores como la ONU, las coaliciones de la libertad, los cascos blancos, las guerras preventivas, los ataques indiscriminados a la población civil y la bomba atómica.
– ¿Y allá también es el doctor Mercado el que aconseja su consumo a las madres desinformadas?
Quienes no tienen tevé deberán saber que Mercado es una especie de Socolinsky, pero menos locuaz y con un lenguaje un tanto más elemental.
Una especie de Bonavena de la medicina, digamos.
– No- respondió Fany luego de un rato- aquí el consejo lo da Peggy en persona, en ivrit y árabe, con traducción simultánea al inglés. La auspician las universidades de Cornell y Stanford, desinteresadamente.
– ¿Cómo que en persona y desinteresadamente?
– Así como te digo. Es un éxito de los comerciales de tevé. Todo el mundo hace cola para comprar Danonino. Eso sí, hay una cola para terroristas, y otra para soldados.
No se si, como aquí, los fabricantes de alimentos industrializados israelíes están obligados a detallar, impreso en el envase, los componentes del producto.
Por el curso que ha tomado la guerra en Medio Oriente, tiendo a creer que al Danonino que se consume en Haifa le han reemplazado el hierro -que los chicos pueden incorporar chupando una lata oxidada o una esquirla de bomba- por oxitocina, y que así, la paz está cercana.
Pero no pude sacarme la duda, porque Fany cortó la comunicación.