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Votamos con el hambre en los talones

Es el año 1790… y es un personaje “ese a veces insolente Ventura Prieto” … es una novela, y es Zama de Antonio Di Benedetto. La novela escrita, no la película. La rugosidad del libro usado que compré en la librería “de viejo” que se llamaba Los primos y que estaba en la calle Córdoba justo en la parada de los ómnibus cuando estudiaba en un lugar de La Mancha de cuyo nombre me acuerdo muy bien.

Es el año 2025 y soy yo, lectora, tucumana, en las vísperas de un 17 de octubre de la Lealtad, en la proximidad de una elección que parece tan distante en un Partido con su política de cuadros en harapos siempre desde la perplejidad, porque somos “las víctimas de la espera”, los Ventura Prieto, los Viva Perón, los nadie, ninguno, uno y cien mil que venimos a pedir el voto, que seguimos “con viciada curiosidad esta historia que no creí”

—Yo era un tenaz fumador. Una noche, con espanto, observé que me había nacido un águila de murciélago…Se interrumpió. (y empezó de nuevo buscando la escritura precisa de una crónica imposible) Yo era un tenaz fumador. Una noche quedé dormido con un tabaco en la boca. Desperté con miedo de despertar. Parece que lo sabía: me había nacido un ala de murciélago. Con repugnancia, en la oscuridad busqué mi cuchillo mayor. Me la corté.

El bandido Vicuña Porto y el oriental Ventura Prieto que fue puesto en prisión, y el soliloquio de Don Diego hablando con esa mujer, Marta. Tantos caudillos de nuestra biblioteca de Pedro Páramo, los hijos, los legales, los malparidos, los no reconocidos y Susana San Juan un poco loca por el desamor.

Entendí que la partida estaba ganada, aunque Prieto fuese español y yo americano. Operaba la solidaridad de estado (…) Supe, pues, cómo organizar mi relato.

Cuando las cosas se complican en la realidad es mejor contar el cuento de la vida y organizar el tiempo de las metáforas sobre una historia primitiva de Estados y gobernante y el mejor modo de organizar una narrativa.

De las patas en la fuente, de las cosas de los negros y de peor los peronistas, creo, ya escuchamos todas las organizaciones posibles de un mismo mandato político para explicar la insurgencia de esos otros que se atreven siempre a vuelta de correo. Fundación, pan dulce, vacaciones pagas, jubilaciones y la ciudad de los niños. Sin embargo, la distancia, de “nosotros, los notables” parece ser una vez más un tema de zapatos blancos, medias, alpargatas sí y guardarropías.

Sobre una memoria primitiva de los hechos se suman las marcas subjetivas que comprometen la rememoración: cruce de temporalidades y escenas de un lugar pasado al que se regresa para recordar. Es inevitable, en este movimiento, la necesidad de sumar detalles, recomponer olvidos y reponer personas ausentes.

Los cuentos son legados entre generaciones, procesos complejos de transmisiones de experiencias que necesitan recursos narrativos ficcionales para decir una verdad inédita en sus silencios: el 26 de octubre tenemos que votar. Y el peronismo está unido. Parecen frases y, sin embargo, se pueden incrustar en los avances y retrocesos de una misma historia: entre el águila de murciélago y el ala y esa gestualidad de cortar.

Las luchas políticas de los actores y la nueva configuración de los archivos parecieran volver impresentable, en palabras de la oposición entre fuego amigo y el progresismo que nos caracteriza con sus discursos de clase y racionalidad, el acuerdo político de la candidatura testimonial del gobernador Osvaldo Jaldo. Que, si gana una banca en Cámara de Diputados de la Nación, sigue siendo gobernador. Entonces: ¿qué votamos? Votamos Peronismo. Y ese enunciado, irreverente, como los personajes de las novelas, explica las palabras de un avance sin retorno.

Una vez más, pareciera el relato de Zama: ¡Que estemos expuestos al asalto de cualquier insensato, nosotros aquí, en la propia casa del rey!, pero, es nuestro relato. Se juega un destino brutal entre las certezas de las víctimas y las memorias contrapuestas en temporalidades diversas. La presidencia de Javier Milei con sus teatralidades de personajes y algoritmos que armó un dispositivo nuevo: la instancia pública y la construcción de una comunidad en donde los lectores son extraños y aprendimos a odiarnos unos con otros siempre entre pobres. El 3% es un número que representa la brutalidad de la corrupción extrema, pero claro, una vez más, “la culpa es de la hermana”.

El 26 de octubre la marca con lapicera es, en mi boleta única de papel, para la columna celeste de Tucumán Primero, casi que diría sin nombres. Es para ese Peronismo que llegó como pudo, con todas las marcas y en los atajos, que logró como una máquina vieja que todavía funciona, ajustar todos los tornillos ruidosos para salir a disputar un Estado de bienestar. Este dispositivo contempla al menos dos movimientos: el lado A, que compromete las narrativas heroicas de los muchachos combatiendo al capital; y el lado B, que implica su contraparte con el extremo de los relatos imposibles de los dos dedos en V y los que esperan en esta provincia palpitante corazón de un país. Porque, si tengo que confrontar, que sea con ellos, en esa mesa, en un patio de escuela, sin persecución, sin el grito feroz de la amenaza.

Probablemente las contradicciones tengan que ver con la mística de Los rubios, entre las metáforas de Albertina Carri y la militancia de los años setenta y el ala izquierda de los movimientos populares. Pero son ala de murciélago. Cortarlos implica perder, una vez más, la casilla del medio. Esta cuestión de la coherencia, las suturas homogeneizadoras, los candidatos desde Buenos Aires y las montoneras del norte entre los caudillos y los bandidos rurales. La política es, quizás, esa divergencia de tonos grises, de juegos de truco y santo y seña.

La voz del gobernador es la seducción del cuentero a grito pelado con las promesas ante una audiencia de otra generación en mis lecturas que permiten tender puentes herejes entre los movimientos revolucionarios de los pobres en América Latina y las memorias de sus héroes convertidos en crueles personajes de memes que ya no son caricaturas. Andamos con cuentos de boca en boca. La evidencia imaginativa conjura las contradicciones para poner con voz en primera persona esto que digo apenas como un susurro, con un murmullo. Expone una trama compleja de intervenciones intelectuales donde tenemos que ser críticos en la fotografía siempre incómoda del barrio y la territorialidad del barro en los zapatos. Que están sucios. No son los zapatos rotos del extraño de pelo largo y sin preocupaciones.

En 1988, Ignacio Copani cantaba descaradamente con ritmo caribeño lo que se convirtió en una gran metáfora de época y del modo argentino de ser (si es que los climas, las ideas y los argentinos existen como categorías) “Lo atamo’ con alambre, lo atamo’, lo atamo’ con alambre señor/ Lo atamo’ con alambre, con este hambre/ no hay otra solución”. En ese tiempo yo era una ilusionada estudiante de tercer año de la carrera de Letras. Hoy seguramente en mis memorias biempensantes borraría que ese tiempo también era peronista, sólo que claro… eso implicaba estar más cerca del voto menemista que de alguna conjura progresista de mis colegas de todas las izquierdas de la Facultad de Filosofía y Letras que hoy resiste pública, gratuita, grandilocuente y abierta en sus extremos más populares.

Me acuerdo de una tarde cualquiera, en este, mi lugar, caminando despacito desde el parque 9 de Julio hasta mi casa, que quedaba un poco lejos, un poco cerca para cantar bajito y cambiar la letra de Copani. Yo saqué lo del alambre y lo de atar, y decía más o menos así “Votamos con el hambre/ con el hambre, Señor”. Y esa era mi pastoral pagana. Y así fui a todas las urnas en los muchos domingos de votar. Como Don Diego en Zama, sin importar el siglo, que entre Buenos Aires y Tucumán habrá muchos kilómetros y tres siglos de distancia. Aquí, el régimen es invariable y mísero para hacer comidas regulares. “Eso pensé y por fin pude desahogar mi indignación”.

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