La brutalidad sistemática de la última dictadura militar en Argentina hace que el uso de la violencia en la política durante los períodos anteriores quede algo menospreciada. Marcelo Larraquy, historiador y periodista, realizó una investigación sobre “los fundamentos de la violencia política entre 1890 y 1945”, publicada por Aguilar como Marcados a fuego. Es su quinto libro después de dos sobre López Rega y la Triple A, uno sobre Galimberti y otro sobre la contraofensiva montonera. Aquí relata los distintos planos en juego en la toma de las armas y su carácter constitutivo en la evolución tanto de nuestro sistema institucional como de sus cuestionamientos.
—¿Podría reconocer variables en función de las cuales la violencia aparece como recurso más o menos natural de la política?
—Lo que busca el libro en su recorrido es mostrar cómo la violencia se presenta como consecuencia de los conflictos. Como una resolución que se va advirtiendo desde el Estado y contra el Estado. La violencia es un recurso alternativo de la política al que se apela cuando el consenso no funciona. Argentina se fundó a partir de una elite propietaria que poseía tanto el poder político como el económico. Por lo tanto surgió más tarde una impugnación del Estado conservador por parte de los cívicos en busca de los derechos políticos. Y surgió la violencia también como llamado de atención a ese armado conservador que llevaba las riendas de un modelo agroexportador latifundista. Entonces ahí la violencia funcionaba en dos planos, tanto en el social como en el político, y con actores diferentes. Más tarde, cuando ya en el siglo XX el Estado conservador pierde poder político, los militares comenzarán a sentirse el fundamento de la Nación, lo mismo que la Iglesia. Pero son actores que se colocarán por encima de los problemas políticos y sociales, presentándose como la Nación misma. Y eso, al no tener consenso social, se consuma durante la década infame a través del fraude, que es una forma de la violencia sobre la soberanía popular.
—La constitución misma del territorio del Estado Argentino es militar. Entre el ejército que conquistó en el desierto a los pobladores originarios, y el del siglo XX, ¿hay continuidad, hay un cambio sustancial?
—Hay un cambio cuando desaparece Roca, que era el arquitecto del Ejército y su poder sobre el Estado, y después sobre todo está el cambio dado por la presencia de un actor nuevo que es la revolución rusa, de la mano del problema social, acentuado, además, por el aluvión inmigratorio y la búsqueda de disciplinamiento social de los extranjeros que venían con ideologías “disolventes”, amenazantes para los rasgos de Nación que habían sido establecidos por el régimen conservador.
—¿La investigación le dio motivos para juzgar valorativamente los distintos usos de la violencia?
—Yo diferencio cuando es el Estado el que la impone y cuando la violencia se ofrece como impugnación al Estado. En el libro aparece por un lado la violencia de [Ramón] Falcón y por otro la de [Simón] Radowitzky, ellos representan dos países contrastantes, y vivían a ocho cuadras de distancia: Falcón en Callao al 800 y Radowitzky en Junín y Corrientes. Eran dos Argentinas, la de la propiedad -Falcón era coronel y vivía en un piso de Callao-, y la del conventillo. Esas dos Argentinas se enfrentan en un contexto violento, la violencia por el disciplinamiento social, y la violencia proveniente de la resistencia anarquista contra esta imposición del Estado. Lo que intento remarcar es que la historia argentina fue forjada a partir de la violencia de distintos actores. Por la inestabilidad política, por crisis sociales y económicas, la violencia fue inundando nuestra historia.
—Pensando por ejemplo en el caso Falcón-Radowitzky, ¿es posible medir cuánto la violencia es propia de un movimiento político y cuánto de pasiones personales?
—La venganza en algunas circunstancias es tomada como una reparación, como una compensación colectiva. Es una manera de contrarrestar. Había dentro del anarquismo sectores revolucionarios que respondían con violencia a la represión policial. Eso puede ser tomado de las dos formas, como una respuesta pasional, de reparación y venganza, o un llamado de atención al régimen. Sucede que en la década del ‘30 Argentina va en camino a la sociedad industrial, por lo tanto es preciso ver la violencia dentro del contexto social, ya no es un acto aislado de dos tipos que deciden matar al comisario por saña. Por más que estos hechos de ajustes de cuentas no estuvieran en el programa revolucionario del anarquismo, hay cosas que van surgiendo a partir de la coyuntura como estrategia política o como maniobra para frenar la represión.
En Rosario, por ejemplo, un anarquista (Penina) que repartía panfletos es buscado y levantado de la pensión donde vivía por la policía, sin siquiera poseer elementos de prueba para llevarlo a la justicia militar. Es a partir de allí que clandestinizan la detención y lo fusilan, pasando por encima del código militar. Entonces luego van dos anarquistas y le dejan una bomba al militar que ordenaba los fusilamientos clandestinos (“esto te lo manda Penina”). No son hechos aislados, sino que están inmersos en un contexto social y político. Si entendemos que el radicalismo hacía revoluciones con planteos políticos, el anarquismo también hacía planteos políticos mediante la violencia contra sus enemigos de clase.
—Si la venganza es tan comprensible, ¿por qué cree usted que no se dieron ajustes de cuentas contra los represores de la última dictadura?
—Ocurre que después del Proceso, el sistema se estabilizó. Se intentó hacer justicia a través de los Tribunales, sobre la junta de comandantes, y hubo una estructura jurídica que de alguna manera sostuvo la situación. Anteriormente no existía este tipo de estructura jurídica reparadora. Hubo una mayor estabilidad del régimen democrático, y eso suponía también que la justicia como institución podía dar algún tipo de respuesta como expresión política. Creo que si Videla no hubiese sido condenado en el ‘85 lo hubiesen matado; no es algo taxativo, pero por lo menos a lo largo de la historia la cosa funcionó así. Hoy funcionan los escraches como representación de protesta, pero en el caso de que no haya una justicia que logre amortiguar el daño físico, social y político que se hizo, obviamente los mecanismos de respuesta durante la historia argentina funcionaron de otra manera.
—Actualmente, ¿qué cosas pueden ser leídas en términos de violencia política? Por ejemplo, respecto de la forma en que el Estado y las fuerzas políticas leen el problema de la inseguridad.
—No lo leería en términos de violencia política. El problema de la inseguridad tiene otras variables, la cuales yo no estudié, pero puede hacerse una distinción entre lo que es una violencia policial de lo que puede entenderse por violencia política. Por violencia policial me refiero al gatillo fácil, uno puede estudiar mil fallas en el sistema, aunque repito no soy un estudioso del tema, tengo el criterio de cualquier persona, pero pienso que la violencia política brota de nuestro armado institucional, político, de nuestras relaciones sociales, y es un detonante a determinado tipo de conflictos. Es evidente que la violencia de la inseguridad surge también del deterioro de las redes sociales y laborales, eso es cierto también.
—Pero hay puntos comunes: aquellos que se quedaron afuera de la inclusión nacional, ingresan violentamente, amenazan la salud del orden de la distribución de la riqueza, y el Estado por ejemplo militariza la calle con la gendarmería.
—Sí, ese puede ser un elemento disparador de mayor violencia. La sociedad recibe una violencia constante traducida en falta de trabajo y pobreza, pero no creo que todos los tipos que viven miserablemente salgan a la calle con una pistola, gracias a Dios. Sí hay deterioro por la descomposición social y la masificación de la droga, ese es un discurso válido, pero yo prefiero distinguir eso de lo que es nuestro armado como país en cuanto al régimen político y modelos económicos.
—En estos años, en comparación al siglo XX, ¿podría decirse entonces que hay una merma importante del uso de la violencia política?
—Si uno hace las comparaciones de lo que fue la violencia del pasado con la de hoy se hace evidente un deterioro social pero también una mayor fortaleza del régimen político. Es cierto que todos los recambios institucionales en Argentina fueron traumáticos, leyendo desde la democracia para acá no ha habido políticas de cambio que se hayan continuado de un gobierno a otro, sólo los períodos reeleccionistas se dan en un marco de continuidad estable. Es decir que cada gobierno se instala como el fundador de una nueva Argentina. Pero en lo que refiere a la violencia, los crímenes políticos, tenemos hoy un nivel de tensión mucho menor de lo que se vivió durante todo el siglo XX. Pensemos que para matar a Perón se bombardeó la Plaza de Mayo; se llevó a cabo un acto de terrorismo contra la población civil sólo para sacar a un presidente, y ese bombardeo después fue legitimado por los militares que toman el poder, e incluso por los diarios. Si uno ve La Nación después del bombardeo del ‘55, se habla de un acto de servicio patriótico para derrocar al tirano. Entonces, la legitimación de la violencia es un paso posterior que se da según quién tome el poder. Por ejemplo, la Revolución del Parque: ¿cómo analizamos el movimiento armado de un grupo insurrecto que, bajo reclamo del derecho a votar, provoca mil quinientos muertos en un fin de semana? ¿Qué hacemos, los condenamos o les hacemos un monumento? El radicalismo les hizo un monumento.
—¿Monumento?
Primero fueron amnistiados por el mismo régimen conservador. Después fueron ascendidos. Y después quedaron legitimados en la historia del radicalismo. Tanto Jauretche, como Yrigoyen, como FORJA… En verdad todos nuestros próceres tomaron las armas para la defensa de la Nación o sus ideas. Alem, Yrigoyen, Justo, Perón, todos participaron de levantamientos armados. Hasta los radicales contra Perón también ponían bombas, formaban comandos civiles. El sector unionista del radicalismo puso una bomba cuando ganó Perón en abril el ‘53, y en ese atentado murieron ocho tipos. Asimismo Yrigoyen reprimió en su momento a las disidencias populistas del radicalismo en Mendoza y San Juan, que promovían reformas sociales superadoras respecto a las reformas que había ejecutado el gobierno. Por eso yo en verdad con el libro estudié los conflictos puntuales que tienen un detonante violento, y a partir de ahí cómo la historia está hecha de violencia. El intento no es hacer una cronología de la violencia sino estudiar los fundamentos de la violencia.