La crisis venezolana se profundiza. El gobierno ha respondido al acoso de la derecha local y de los Estados Unidos lanzando la iniciativa de la Asamblea Constituyente. Su intención fue producir un cambio radical de escenario convirtiendo a los acosadores derechistas en golpistas acosados por una probable avalancha popular movilizada detrás de la futura conformación de un nuevo modelo institucional fundado en el poder comunal. Las redes sociales y un número creciente de autores se refieren a la perspectiva de una “guerra civil”.
La oposición aparece girando en torno de dos polos, uno extremista, que algunos califican de “uribista”, sumergido en un neofascismo rabioso que postula el derrocamiento urgente del gobierno y la instalación de un régimen de terror antichavista, y otro de aspecto más moderado, que presiona buscando la concreción de una suerte de golpe blando o incluso el adelantamiento de elecciones presidenciales en las que se supone victorioso. La perspectiva de un levantamiento armado auxiliado de inmediato por una intervención externa, colombiana o multinacional piloteada por Washington, es visualizada cada vez más por todos ellos como algo altamente probable (y deseable aunque no siempre confesado).
Por su parte el gobierno busca ganar tiempo, le hace zancadillas a la derecha como la que acaba de realizar convocando a la Constituyente, busca dividirla estableciendo puentes de negociación con la supuesta oposición civilizada. Su objetivo publicitado a diario es “la paz”: Algunos suponen que se trata de una estrategia hábil que debería reducir el espacio social de la derecha empujando a sus sectores “moderados” a negociar, a establecer zonas de convergencia con el chavismo. Pero en el chavismo aparecen voces críticas señalando que este pacifismo a ultranza borra las perspectivas revolucionarias bolivarianas, sepulta las banderas del socialismo del siglo XXI y expresa, en realidad, la voluntad de la “boliburguesía”, la burguesía advenediza que se desarrolló en los últimos años al calor de los negocios con el Estado, y más en general de la derecha chavista que intenta establecer una suerte de acuerdo conservador, de pacto de unidad nacional donde navegarían triunfantes los exponentes de la vieja y de la nueva burguesía. Carlos Morreo por ejemplo establece la diferencia entre el “chavismo gubernamental” y el “chavismo amplio” que otros identifican como “pueblo chavista” animado por la gesta de su líder histórico trascendiendo las jugadas tácticas de tal o cual dirigente. Hace poco Reinaldo Iturriza Lopez, quien fuera Ministro del Poder Popular para las Comunas y más recientemente Ministro de Cultura afirmaba que “El chavismo es, para decirlo con John William Cooke, “el hecho maldito de la política del país burgués”. Cooke se refería, claro está, al peronismo, en un texto de 1967, pero la sentencia aplica para el caso venezolano. El chavismo es, desde su gestación, un fenómeno “maldito” para la burguesía, porque aquello que le da cohesión no es su capacidad para aglutinar el descontento, sino su decidido antagonismo contra el statu quo. Antagonismo que adquirirá matices anticapitalistas con el paso de los años, al fragor de la lucha, y como lo asumirán de viva voz tanto Chávez como sus líneas de fuerzas más avanzadas”.
“En medio de ese embrollo, se reprodujo desde el Estado una élite emergente parasitaria con fachada bolivariana y prácticas corruptas: la boliburguesía”
Nos encontraríamos entonces ante la confrontación ineludible entre una derecha contrarrevolucionaria, afirmada ideológicamente en el capitalismo, en el elitismo colonial y un pueblo chavista desbordando con su sola presencia los límites del sistema. En ese caso la paz es una quimera porque se trata de dos fuerzas históricas avanzando en sentido contrario.
El día a día marea, la avalancha de acontecimientos, el caos económico, el incesante bombardeo mediático global sobre Venezuela dificultan mirar la realidad más allá del desorden cotidiano.
Petróleo y geopolítica
Venezuela dispone de la mayor reserva petrolera del planeta (cerca de 300 mil millones de barriles de crudo según las últimas estimaciones), casi una quinta parte del total global, superando a Arabia Saudita (unos 265 mil millones de barriles).
En 2003 cerca del 70% de las exportaciones petroleras venezolanas iban a Estados Unidos pero hacia 2016 habían descendido al 20%. Frente a ello el 40% iba a China y el 20% a India. Esta inclinación asiática (principalmente china) de la mayor reserva petrolera mundial, su alejamiento de la vieja dependencia respecto del mercado imperial, constituye un casus belli de primer orden en la estrategia de Estados Unidos. La pérdida de Venezuela asociada ahora a China aparece como una situación intolerable. Más aún cuando las ilusiones estadounidenses acerca de su producción de petróleo de esquisto se han ido enfriando: según el pronóstico oficial dado por la U.S. Energy Information Administration, en el año 2021 se llegaría al máximo nivel de ese tipo de producción y a partir de allí comenzaría la declinación.
Las reservas petroleras imperiales se agotan y la paciencia de Washington también. El Imperio está perdiendo su gran guerra asiática y con ella su ilusión de controlar la mayor parte de las reservas de gas y petróleo del planeta. En consecuencia la reconquista de Venezuela pasa a ubicarse en el primer nivel de sus prioridades.
Además ese proyecto forma parte de la estrategia de recolonización de América Latina, retaguardia histórica del Imperio a la que la derrota en Asia otorga una importancia excepcional.
«La paz es una quimera porque se trata de dos fuerzas históricas avanzando en sentido contrario»
Pero la recolonización de Venezuela no resulta una tarea fácil. No se puede realizar allí un golpe blando, en sus distintas variantes, como sucedió en Honduras, Paraguay o Brasil, principalmente porque en ese país no solo existe una fuerza militar convencional fuertemente atravesada por el chavismo sino también milicias populares y todo ello apoyado en una alta capacidad de movilización de millones de chavistas.
La intervención de las fuerzas militares colombianas ha sido siempre una alternativa pero ello era difícil cuando en la retaguardia de esas fuerzas aparecían las FARC y sus miles de guerrilleros. Una compleja estrategia de desarme de la insurgencia fue desarrollada de manera paciente y sistemática, presionando a los gobiernos de Cuba, Venezuela y de varios estados progresistas de la región para que medien en las negociaciones pacificadoras, combinando ofertas atractivas, golpes bajos y un amplio espectro de acciones directas e indirectas sobre las FARC, desplegando una Guerra de Cuarta Generación de alto nivel de sofisticación. El resultado fue positivo para Washington, las FARC aceptaron su desarme y la retaguardia estratégica de militares y paramilitares colombianos quedó liberada de peligros. Ahora el que es considerado como el mejor aparato militar de la región tiene las manos libres para cumplir las ordenes de su amo imperial y colocarlas en el pescuezo bolivariano.
Sin descartar la intervención militar, por ahora, Estados Unidos desarrolla una estrategia de desgaste: sabotaje económico, guerra de calles, ofensivas mediáticas, cerco diplomático, juego de negociaciones y otras acciones tendientes a aislar, degradar y dividir al enemigo chavista. En los cálculos de los estrategas imperiales se encuentra sin duda el escenario del salto cualitativo del desgaste pasando a una etapa de insurrección político-militar convergiendo con la intervención externa.
Esperanzas y frustraciones.
Según datos del Banco Mundial en 1960 el 61% de la población venezolana era urbana, en 1980 llegaba al 79%, en el 2000 al 88% y en 2015 casi al 90%. Masas crecientes de población se fueron alojando en las grandes ciudades, principalmente en Caracas, no como resultado de la industrialización sino de la reproducción ampliada del parasitismo. Destrucción social motorizada por una burguesía importadora y financiera dueña del Estado que desde 1976 con la nacionalización de la producción petrolera aportaba las divisas generadas por la exportaciones (que en más del 90% provenían de las ventas de petróleo crudo y sus derivados). Heredaba, remodelaba el viejo sistema dominante basado en las exportaciones de cuero, cacao y café, afirmando la continuidad del subdesarrollo.
La economía de renta (petrolera) bloqueó las posibilidades de desarrollo industrial y destruyó el tejido agrario. Las víctimas del desastre pasaron a engrosar las filas de los marginales. El modelo estalló con el Caracazo (1989) y el aluvión popular abrió el camino de la revolución bolivariana, Chavez fue su líder.
“No fue superado el capitalismo sino que se caotizó su funcionamiento: no fue remplazado ni por el estatismo socialista (que el “socialismo del siglo XXI” chavista intentaba superar) ni por el “socialismo comunal” propuesto, producto de la auto-organización de las bases populares”
Ese despertar de masas sumergidas fue avanzando hasta la formulación de un horizonte postcapitalista: el socialismo del siglo XXI. Pero lo que sucedió fue una sucesión de trabas, dificultades, debilidades que fueron estableciendo una distancia cada vez mayor entre los objetivos socialistas proclamados y la capacidad de reproducción aunque sea degradada del país burgués que se pretendía superar. La burguesía comercial-financiera fue empujada, a veces golpeada, maltratada pero no eliminada. No fue superado el capitalismo sino que se caotizó su funcionamiento: no fue remplazado ni por el estatismo socialista (que el “socialismo del siglo XXI” chavista intentaba superar) ni por el “socialismo comunal” propuesto, producto de la auto-organización de las bases populares. En medio de ese embrollo, se reprodujo desde el Estado una élite emergente parasitaria con fachada bolivariana y prácticas corruptas: la boliburguesía. El viejo sistema decadente sobrevivía no solo en sus antiguos crápulas sino generando nuevos hombres de negocios (turbios).
Queda así planteada la tragedia con final abierto, sus actores están a la vista. La vieja burguesía parasitaria arrastrando a un vasto conjunto social multiforme donde las capas medias cumplen un rol esencial. No tienen un programa definido, solo los agrupa la furia antichavista. Frente a ella un vasto espacio chavista que agrupa civiles y militares, boliburgueses y masas populares radicalizadas, conciliadores con la derecha y revolucionarios. Espacio heterogéneo que oscila entre la rendición honorable y el salto hacia el postcapitalismo. Mientras tanto el Imperio va midiendo fuerzas, ajustando dispositivos de intervención. Sabe que aún desplazando al gobierno chavista nada le asegura el control del país y en consecuencia de su petróleo.