Los acontecimientos electorales y el ballotage del próximo domingo no solo vienen a definir el próximo presidente de la Argentina, sino también a abrir un nuevo escenario político, económico y social ostensiblemente distinto al que conocemos. Como afirma Julio Burdman, “esta elección es realmente una ruptura enorme en el sistema político argentino”. En este marco, conversamos con el politólogo sobre el tiempo que viene y sobre el más-allá de las elecciones: debates que nuestra democracia y nuestra política no pueden renunciar a plantearse.
Burdman es licenciado en Ciencia Política (UBA) y Doctor en Ciencia Política (Instituto de Estudios Políticos de París). Se desempeña actualmente como profesor de geopolítica en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de la Defensa Nacional, colabora como analista político en distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos Le Monde Diplomatique (publicación para el Cono Sur) y Revista Anfibia.
-Los acontecimientos electorales patearon el tablero y reordenaron el sistema político. ¿Cuáles son los cambios que llegaron para quedarse, independientemente de los resultados del ballotage?
-Yo creo que esta elección es una ruptura enorme en el sistema político argentino, tal vez solo comparable a 1945 en la magnitud. Emergió de la nada una fuerza política completamente nueva. Habíamos tenido otros casos de aparición de un nuevo partido político, pero nunca uno tan nuevo como éste. Aparte lo hizo a enorme velocidad y con una base de sustentación electoral muy peculiar, porque Milei –sobre todo en la zona metropolitana— tiene su mayor cantidad de votos entre los pobres. En la ciudad de Buenos Aires obtuvo en la primaria el 13% en Recoleta y el 40% en la 1.11.14 (el Barrio Padre Rodolfo Ricciardelli). Y la otra base de sustentación fuerte de Milei son las provincias bien periféricas (no en términos geográfico-político, sino de participación en la política nacional). Sacó muchos votos en el NOA, en el NEA, en provincias patagónicas; es un fenómeno de los márgenes del sistema político argentino en muchos aspectos. De este modo, la primera ruptura es la aparición de La Libertad Avanza. El otro punto fuerte es que la dirigencia política, al menos en su oferta de propuesta a la sociedad, se corrió hacia la derecha indudablemente. Si nos situamos en el 22 de octubre, las tres candidaturas son de centro derecha a la derecha. Massa está hoy inserto en una coalición más heterogénea, con componentes de centro izquierda importantes, pero él no viene de ese palo y creo que su objetivo no es llevar la política a ese lugar. Pienso que eso es otra ruptura. Y todo esto se da en el marco de los 40 años de democracia, lo cual resulta significativo porque son 40 años que no se están festejando ni se están recordando con mucho beneplácito. Por el contrario, estamos en un proceso de fuerte cuestionamiento. Milei y sobre todo Villarruel hablan de las cifras de desaparecidos, pero más allá del contenido de eso –muy ofensivo para mucha gente—, yo a todo esto lo veo como una suerte de cuestionamiento a todo el consenso del 83’. Se está poniendo en duda todo y no veo quién defienda claramente ese consenso. Hay una revisión muy fuerte de todo lo que es la Argentina contemporánea.
-Como lo muestra el caso de Juntos por el Cambio, los resquebrajamientos y rupturas en las alianzas se evidencian más luego de las derrotas. ¿Cuáles son las perspectivas del peronismo en un escenario de derrota?
-Yo creo que el peronismo ya ganó. El gran derrotado de esta elección es el anti peronismo representado por Juntos por el Cambio. Creo que tanto Massa como Milei representan variantes del peronismo. Esto quizás no es aceptable para algunos, pero Milei es alguien que no es gorila, que reivindica a Menem como el mejor presidente de la historia y cuyos primeros pasos muy precarios en la política siempre fueron tratando de meterse de alguna forma en el peronismo. Cuando lo acusan a Milei de haber querido formar parte de una fundación de apoyo a Scioli es verdad, y de hecho Milei muchas veces sostuvo que quería –y fue bastante premonitorio en eso— reordenar el sistema político argentino en términos ideológicos y estar en el polo donde iban a estar él, los halcones de Juntos por el Cambio –incluido un Macri que, haciendo un poco de revisión histórica, siempre quiso ser parte de una alianza con el peronismo y no de una alianza con los radicales— y también los llamados peronistas republicanos o federales. Por lo tanto, es como si estuvieran compitiendo dos variantes de peronismo: una que tiene componentes kirchneristas, duhaldistas, algo de menemismo, que es el nuevo massismo y otra que es un intento de recrear el menemismo, que es Milei. Hoy en los pasillos del círculo rojo se discuten posibles ministros para cualquiera de los dos. Por lo tanto, yo creo que gane Massa o gane Milei vamos hacia una reconfiguración fuerte de la política argentina y el peronismo va a formar parte de eso. Pero va a ser un peronismo distinto, un peronismo cada vez más alejado de la reivindicación telúrica y folclórica de Perón y Evita, pero dentro de un país que ya acepta al peronismo como parte de la política permanente del Estado.
-Hablás de una suerte de peronismo cultural
-Tal vez estemos más cerca de que se cumpla lo que dijo Perón cuando dijo, en primer lugar, que no tenía herederos y que el heredero era el pueblo, lo del bastón de mariscal, etcétera. Y además Perón dijo que somos todos peronistas. Esto me recuerda a algo que pasó en Francia, que tenía su propio Perón llamado De Gaulle, que también dijo que no tenía herederos. En un momento, parecía que eran todos gaullistas y se constituyó un partido gaullista que fue consumido por la dinámica política francesa y que parecía haber desaparecido. De repente nos fuimos encontrando con que todos los políticos de alguna forma reivindicaban a De Gaulle. Macron dice que es gaullista, Le Pen dice que es gaullista, los pequeños partidos soberanistas dicen que son gaullistas. En Francia de repente son todos gaullistas. Esto me recuerda un poco a la Argentina actual, en la que veo al anti peronismo cultural como un derrotado. Creo que la derrota de Juntos por el Cambio en parte se debe a que a su modelo basado exclusivamente en hacer anti peronismo y anti cristinismo no le dio más la nafta y ahora estamos entrando en una etapa en la cual nadie anda tal vez con la bandera del PJ, pero nadie tampoco es anti peronista.
-Considerando que gane quien gane, se tratará de un candidato al que en la primera vuelta le habrá votado en contra entre un 60% y un 70% del electorado y, por lo tanto, no podrá valerse de la fuerza propia, ¿cómo vislumbras la construcción de grandes acuerdos para el tiempo que viene?
-A mí esto de los acuerdos no me cierra porque además creo que la Argentina no está lista para eso. Ambos candidatos lanzaron conceptos para avisar que van a armar una nueva coalición si ganan. Massa le llama unidad nacional, Néstor en su momento habló de “transversalidad”, y Milei habla de reorganizar el sistema partidario en dos grandes espacios ideológicos. O sea, los dos están avisando que van a armar una nueva coalición desde el poder. Milei ya tuvo que arrancar con su plan y ya lo incorporó a Macri. No casualmente, la única que no prometió algo parecido fue Patricia Bullrich y así le fue. Ella era la única que decía que iba a gobernar con Juntos por el Cambio, mientras que Massa y Milei venían advirtiendo que iban hacia una nueva coalición una vez que ganaran las elecciones. Así que yo creo que cualquiera de los dos armará una nueva coalición seleccionando personas y a esa nueva coalición la van a armar desde el poder, muy parecido a lo que hizo Néstor Kirchner.
-En esto de construir una nueva coalición se cuela el concepto de hegemonía, de liderar el proceso de cambio en curso. Esto requiere de un liderazgo nacional fuerte y de la reconstrucción de la autoridad presidencial debilitada en los últimos años. ¿Cómo creés que puede convivir esta necesidad con el peso que tienen el jefe de gobierno y los gobernadores?
-En primer lugar, estos gobernadores eligieron en el marco de las elecciones más desdobladas de la historia argentina, solamente comparables a las del 2003 después de la hecatombe del sistema partidario. La gran mayoría de estos gobernadores –la única excepción fuerte es Kicillof—, fueron elegidos en forma independiente al proceso presidencial. Por lo tanto, son gobernadores que se consideran medio sueltos y cuyos alineamientos son completamente impredecibles. En este sentido, cualquier presidente va a tener una capacidad adicional a la habitual de hacer alianzas con ellos. En segundo lugar, creo también que el peso de los gobernadores en la campaña fue particularmente bajo. El único gobernador que se postuló fue Schiaretti –un gobernador que ya estaba de salida— y que tuvo una enorme dificultad para hablar de política nacional. Tanto es así que quedó el meme de Schiaretti hablando de Córdoba sin parar porque es un poco el destino infeliz en el que terminan los gobernadores avanzado el siglo XXI. La política quedó tan provincializada que los gobernadores no pueden hablar el lenguaje político nacional. Pasamos de ser en los 90 un país cuya política nacional se construía desde las gobernaciones a un país en el cual los gobernadores no pueden hacer política nacional y en ese tema para mí tiene mucho que ver la deriva del federalismo y sus implicancias discursivas. Porque si vos sos un gobernador cuya misión fundamental es defender el interés de tu provincia, no podés construir discurso nacional. El caso de Córdoba es casi caricaturesco, pero esto le pasaría cualquiera. Los únicos que tal vez pueden hacerlo son los que están en el AMBA, pero después te genera el problema de que la política parece muy “ambenia”. El otro punto que me parece fuerte en el futuro de los gobernadores es que por primera vez un candidato presidencial (Milei) planteó el tema de la coparticipación. No dijo cómo lo implementaría, pero dijo en algún momento que hay que destruir la coparticipación y agregó en alguna entrevista que las provincias van a tener que recaudar lo que gastan, con los impuestos que eso trae aparejado. La idea de eliminar la coparticipación o hacer que la Argentina sea federal en serio, paradójicamente es una idea que solamente han lanzado porteños, una idea que surge de economistas porteños que quieren que las provincias recauden. La diferencia reside en que esta vez lo planteó quien puede llegar a ser presidente. Aunque no profundizó en si se trata de una propuesta real o no –en el tramo final de la campaña parece estar negándolo— el hecho de que haya aparecido este tema en la campaña es un dato fuerte.
-Respecto a lo anterior, pienso que se plantea una disyuntiva: ir hacia un modelo de gestión federal en el que efectivamente cada provincia recaude sus propios impuestos y administre sus recursos ¿no significa debilitar el poder central y mutar hacia otro modelo en donde la autoridad nacional se vuelva más “débil”?
-Es buena la pregunta porque es incierta la respuesta. Para mí el modelo actual en Argentina está totalmente fracasado. La organización del Estado está desguazada y creo que una de las razones más importantes por las que tenemos crisis macroeconómicas recurrentes es esa: la Argentina es un país que se volvió anti geopolítico. Ahora bien, para mí se abren dos caminos para el momento futuro en que la Argentina esté madura para tratar estas cuestiones. O re-centraliza el gobierno, es decir, se vuelve a una situación similar a antes de que todo se haga pomada en 1955 con la Revolución Libertadora. La Libertadora intentó desarmar ese Estado centralizado, autoritario, corporativo que había creado Perón y buscó recrear un federalismo inexistente en la realidad, que solo había estado presente en los caudillos federales antes de Caseros. Entonces, o volvemos a ese lugar en el cual un Estado nacional puede planificar, regular y organizar al gobierno argentino o delegamos en las provincias realmente su capacidad de gobernarse. Porque la Argentina de a poco fue transfiriendo funciones a las provincias, pero nunca la función de recaudar el dinero con el que pagarían sus servicios públicos. Yo creo que la presidencia sería una cosa muy distinta si la Argentina fuera un país realmente federal. Al menos no sería el fracaso recurrente como se manifestó en las últimas dos presidencias. La única posibilidad para que la presidencia sobreviva es tener una muy buena oleada económica internacional que le permita al presidente tan sólo sobrevivir. Pero nunca vamos a tener un presidente que realmente pueda desplegar una estrategia nacional, geoeconómica, de desarrollo –que puede ser más o menos liberal, pero que sea una estrategia— hasta que no se resuelva el problema de quién gobierna la economía argentina. Es decir, si se va a hacer en forma conjunta, confederal o si se lo hará re-centralizando (que es lo que vienen pidiendo los ministros de economía fuertes que hemos tenido, desde Cavallo hasta en una menor medida Lavagna y ahora Massa, que trató de ser un ministro fuerte). Todos dicen de algún modo “la economía argentina necesita que yo, como ministro, tenga ciertos resortes de poder”.
-¿Qué posibilidades de pensar en una estrategia geopolítica hay en el marco de un gobierno federal en el que, por ejemplo, los recursos naturales –recursos estratégicos— pertenecen a cada provincia?
-Argentina perdió hace mucho tiempo toda la capacidad de pensar geopolítica y geoeconómicamente, y la perdió tanto en términos de un Estado planificador como de un Estado liberal. Porque Argentina no podría tener ni una política fuertemente estatal minera ni una política fuertemente privada minera porque justamente, como vos decís, nuestra minería –que sería una de las grandes industrias a desarrollar en el futuro— no tiene capacidad de tener una visión integral porque está fragmentada entre las provincias. Podemos tener ciertos episodios de economías mineras en San Juan, Jujuy, La Rioja, etcétera, pero no podemos tener un país minero que produzca riqueza para millones de argentinos como Chile o como Perú. Todos estos países tienen estrategias mineras nacionales –algunos más estatales, algunos más privadas—, y lo mismo sucede con la energía. ¿Qué es lo que puede hacer Argentina para tener una economía más grande? Bueno, minería y energía. En ambos casos, podríamos tener creación de riqueza genuina, superavitaria. Ahora, no podemos hacerlo en la medida que tengamos esta incapacidad de pensar estratégicamente los problemas y desafíos nacionales. Necesitamos recuperar la capacidad de pensar nacionalmente en pos del interés nacional argentino, que incluye obviamente ampliar la capacidad de nuestros mercados, de nuestras empresas, de nuestra producción. Pero eso requiere reordenar un poco el país hacia adentro y ese reordenamiento incluye pensar nuevamente qué es el Estado argentino y cuál es su geopolítica tanto interna como externa.
-Ya que hablamos de los grandes desafíos de la Argentina, pienso en la cuestión Malvinas que se hizo presente en el último debate presidencial. ¿Vislumbrás perspectivas favorables para que Argentina pueda reposicionar internacionalmente su reclamo por Malvinas?
-Creo que para hablar de Malvinas en serio, Argentina tiene que llevar el tema al verdadero árbitro de la cuestión Malvinas desde 1982 que es Estados Unidos. Las Malvinas son británicas porque Estados Unidos así lo quiso. Los militares argentinos en la dictadura se animaron a iniciar toda la aventura malvinera porque creyeron que Estados Unidos los iba a respaldar y descubrieron sobre la marcha que no era así. Por lo tanto, nosotros podemos lograr el apoyo de América Latina, apoyos en la comunidad internacional, en las Naciones Unidas, inclusive podemos tener el apoyo de chinos y rusos que son actores muy relevantes en otras geografías del mundo. Pero lo que realmente cambiaría el status quo de Malvinas sería que algún día Estados Unidos diga: “Argentina y Gran Bretaña tienen que encontrar una solución”. Ahora bien, quien puede hacer que eso suceda es un presidente amigo de Estados Unidos. Soy patriótico y tengo tendencia al romanticismo y me gustaría que Argentina recuperase Malvinas en un contexto de emergencia de la Argentina potencia. Pero, la verdad sea dicha, sin que Estados Unidos intervenga, Argentina no tiene chances. Por eso veo como una oportunidad –no digo que tenga que pasar ya—, establecer otra relación con Estados Unidos y llevar esa cuestión a un gobierno de Estados Unidos que además sea rupturista consigo mismo. Porque si es un gobierno que sigue creyendo tal como sucede con muchas administraciones norteamericanas que su principal aliado es Gran Bretaña, eso no va a pasar. Pienso que puede aparecer en algún momento un gobierno que apueste por una relación estratégica con América del Sur y considere realmente que estos países son parte de su interés estratégico de largo plazo. Si se da eso junto con un presidente nuestro con la capacidad de aliarse con Estados Unidos, tal vez algún día podamos llevar el tema a la Casa Blanca y podamos encontrar algo de nuevo. Creo que lo distinto en esta elección es que por distintas razones a Estados Unidos le interesa la elección argentina. A los republicanos de derecha les interesa que gane Milei y a los demócratas les interesa que gane Massa. Si es con Massa, seremos un país amigo de los demócratas. Si es con Milei, seremos un país amigo de los republicanos.Gane quien gane en la Argentina, la dirigencia política va hacia Estados Unidos. Tal vez ahí puede haber una oportunidad de que planteemos el tema donde realmente importa.
Foto de portada: Alejandro Santa Cruz