Fue asombroso el relato del orfebre Juan Carlos Pallarols –emitido por la señal televisiva del diario La Nación– sobre el bastón presidencial fabricado por él, que Mauricio Macri rechazó en 2015 porque lo creía embrujado por Cristina Fernández de Kirchner.
“¿Se lo prestó a ella para hacer una macumba?”, quiso saber el tipo que había irrumpido en su taller de San Telmo presentándose como “enviado del gobierno entrante”. Después –siempre según el testimonio de Pallarols– otros desconocidos intentaron “confiscar” el bastón de su autoría, aunque el despojo fue frustrado por los alaridos de una empleada. ¿Acaso pretendían peritarlo?
Lo cierto es que el 10 de diciembre causó notable extrañeza en la prensa que Macri asumiera con un bastón cincelado por un artesano que no fuera él. Aunque ese fue el único signo visible del asunto.
En paralelo transcurría una trama conexa, que había comenzado cuando el sacerdote Carlos Mancuso, un prestigioso exorcista de La Plata, atendió una llamada telefónica. Del otro lado de la línea, una voz le dijo de corrido:
– Soy la señora Gómez. Y le habló de parte del presidente de la Nación para encargarle una limpieza espiritual en la Quinta de Olivos.
El cura preguntó si se trataba de una “infestación” (un espíritu poseído que recorre los ambientes), una “obsesión demoníaca” (un espíritu diabólico que persigue a una persona y le provoca malestar) o “un poseso” (un espíritu maligno que penetró en el ser humano).
Ella no lo sabía con exactitud. Y él le aclaró:
– Cada caso requiere una terapia específica.
La mujer quedó en averiguarlo. Y volvió a llamarlo dos días después, pero para disculparse.
– ¿Sabe qué? Lo siento mucho, pero el señor presidente ha optado por el rito budista para solucionar su problema.
Si bien no se pudo identificar a la presunta “señora Gómez”, el diario Clarín, en un artículo publicado el 28 de enero de 2016 por Santiago Fioriti, confirmó que el entonces flamante jefe de Estado había ordenado una serie de “limpiezas energéticas” en la Casa Rosada y en la Quinta de Olivos a raíz de “las jaquecas que sufría al usar los salones que hasta su asunción usaba CFK”.
Mauricio no dejaba ningún detalle librado a azar.
Desde entonces ya habían transcurrido casi cuatro años, cuando el 15 de septiembre pasado viajó a Salta con la primera dama, Juliana, sin otro motivo que asistir a una celebración religiosa.
En el lapso comprendido entre los supuestos maleficios de CFK y dicha zambullida en agua bendita “pasaron cosas”. En resumen: la crisis que bajo su mandato se adueño de la Argentina, un país que día a día amenaza con dejar de serlo para convertirse simplemente en un territorio poblado.
Claro que eso le deparó a su máximo hacedor la catástrofe electoral del 11de agosto. Una derrota que –ya se sabe– lo dejó muy alicaído.
En ese contexto recibió en Olivos a Esteban Bullrich. Fue él, un hombre intensamente católico, quien, con tono de catequista y actitud evangelizadora, le refirió el trasfondo de la Fiesta del Milagro en Salta.
El senador arrancó su narración con un hecho extraordinario ocurrido en 1592, cuando una caja llegó flotando al Puerto del Callao, en el Alto Perú, sin noticias sobre la nave que la transportaba. Contenía la figura tallada en madera de un Cristo crucificado. Se trataba de una donación para la ciudad de Salta. Y fue llevada allí por el Camino del Inca para terminar en un sótano de la Iglesia Matriz, olvidada por los feligreses. Una herejía.
Macri escuchaba la leyenda con expresión absorta.
Bullrich, ya muy compenetrado en sus palabras, no dejaba de gesticular con el histrionismo de un predicador. Así desgranó detalles del terremoto que en 1692 destruyó la ciudad de Estuco y cuyas réplicas amenazaban con reducir a escombros lo que actualmente es la capital salteña.
De modo que el subsuelo de la urbe que un siglo antes había fundado el español Hernando de Lerma ya crujía; era el típico sonido que anticipaba los temblores de la tierra. En aquellas dramáticas circunstancias –según Bullrich–, al sacerdote jesuita José Carrión se le apareció la Virgen con una revelación: el Cristo crucificado podía frenar la tragedia. Pero a tal fin había que sacarlo en procesión. Eso fue lo que se hizo. Y los temblores cesaron definitivamente.
Desde entonces esa figura de madera pasó a ser el “Cristo del Milagro”. Y su hazaña es festejada todos los 15 de septiembre.
Al concluir el relato, Bullrich notó que los ojos del presidente estaban humedecidos por la emoción. Había captado el paralelismo entre la parábola que acababa de oír la y su sismo personal, la hecatombe que estaba a un paso de devorarlo. Todo parecía indicar que una oleada de fe se había apoderado de su alma.
Tanto es así que durante el segundo domingo del noveno mes, Mauricio se entregó in situ a esa apelación religiosa.
Había que ver como lo inundaba la paz, arrodillado con Juliana, durante la misa al aire libre que el arzobispo salteño, Mario Cargnello, ofrecía desde el altar montado frente a la Plaza 9 de Julio, de espaldas a la Catedral.
Hasta que, de repente, el arzobispo le soltó: “Mauricio, has hablado de pobreza… ¡llévate el rostro de la pobreza!”.
Para el aludido fue como un súbito cachetazo en la mejilla. O peor aún: si su sobrevida política dependía de un milagro, semejante guiño celestial se desvaneció de golpe ante sus pupilas.
Así, errático y confundido, regresó a Buenos Aires.
Prueba de su desenfoque fueron las declaraciones de Roberto Lavagna en el programa Debo decir (A24), de Luis Novaresio:
“El Presidente se quejó de que en el Congreso no avanzaba el proyecto de reperfilamiento de la deuda. Cuando le dije que no habían ningún proyecto circulando, él se mostró muy asombrado”.
Mientras tanto los más estrechos colaboradores de Macri aún cumplen con perseverancia sus tareas de Estado, pero sin desatender los proyectos para el futuro inmediato.
Por caso, Gabriela Michetti planea retirarse de la política para redactar un “informe de gestión” sobre su paso por la vicepresidencia y la jefatura del Senado. “Lo quiero dejar escrito para la Historia –señala– porque es mucho lo que hemos hecho”. A su vez, María Eugenia Vidal también admite que dejará la función pública. “Trabajaré en el sector privado o en alguna ONG para así seguir trabajando por la gente”, asegura.
Más realista, Patricia Bullrich avizora para ella un futuro incierto.
“Yo y mi familia nos quedamos sin custodia el 10 de diciembre, y nadie me avisó nada”, supo quejarse en una reciente reunión con sus colaboradores. La frase fue confirmada a Zoom por una fuente del Ministerio de Seguridad.
Pero Bullrich desmintió a Clarín –que el 22 de septiembre, en una nota firmada por Walter Schmidt– desliza su idea de abandonar el país, al igual que la titular de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso, y el jefe de la Unidad de Información Financiera, Mariano Federici.
Ellos, en cambio, no refutaron las afirmaciones del articulista. Y Alonso expresó su decepción hacia Macri y Marcos Peña, al decir: “Hoy ni siquiera puedo caminar por la calle o ir al supermercado para evitar problemas. A mí no me llamó nadie del Gobierno desde el 12 de agosto. Ni para decir ‘quedate tranquila, te vamos a bancar’. Por eso estoy pensando irme a vivir al exterior”.
Ante la evidencia de tales signos de dispersión, el otrora todopoderoso líder del PRO oscila entre picos de euforia y depresión.
Pero su esposa parece tener los pies más sobre la tierra: a siete días del decepcionante viaje místico a Salta partió hacia Madrid con la excusa de ver un espectáculo en el Teatro Real. En realidad –tal como trascendió en esferas oficiales– estaría buscando en el Viejo Continente un lugar de residencia para ella y su esposo una vez que finalice su mandato. Es la hora del adiós.