A pesar de sus torpezas, los primeros meses de la gestión de Mauricio Macri al frente de la ciudad de Buenos Aires han confirmado que su vocación conservadora recién comienza. Su marcha restauradora parte de la base de que gran parte de lo hecho por el progresismo fue una pesadilla que casi duró 10 años. Para los gerentes del macrismo, ése es uno de sus próximos objetivos: que la herencia cambie o que al menos vuelva a ser como era antes de “tanta izquierda”. El paso siguiente: extirpar la división de la ciudad en comunas y suspender para siempre la posibilidad de que los porteños elijan representantes por agrupamiento de barrios para debatir y resolver sus problemas colectivos. Pero si al principio la señal fue mostrar poca voluntad para cumplir con la constitución porteña, ahora la apuesta es doble: pretenden reformarla para que el sistema de comunas sea una copia inútil del proyecto original y la descentralización pase a ser sólo un recuerdo.
Fue uno de los proyectos más ambiciosos del progresismo porteño, en la época que la Capital Federal reiteraba su confianza a los referentes anti-menemistas y elegía a Aníbal Ibarra como jefe de gobierno porteño. En aquél entonces, y no hace mucho, la Ciudad de Buenos Aires tenía uno de los electorados más avanzados del país en términos políticos y había confiado sus votos a las expresiones progresistas. Inspirado en los modelos de descentralización y participación popular que el Partido de los Trabajadores de Brasil había puesto en marcha en ciudades como Porto Alegre, el espacio de centroizquierda argentino encontró en esas experiencias la muestra más cercana de que era posible poner a prueba algunos métodos de democracia directa, o mejor dicho, menos indirecta que el maltrecho vínculo electoral que había sobrevivido al menemismo, y que estaba transcurriendo en condiciones socioeconómicas cada vez peores.
De aquel entonces hasta ahora hay dos leyes que quedaron en el olvido y su ausencia es totalmente útil para la derecha porteña. Se trata de la ley 1.777, de Comunas, sancionada por 53 votos afirmativos el 1 de septiembre de 2005; y la 2.405, del 16 de agosto de 2007, que fijó la fecha de elecciones de autoridades comunales para el 10 de agosto de 2008. Una fecha que podrá pasar a la historia, como el día menos posible.
La pérdida no será menor. La idea de las comunas nació luego de un dinámico proceso político que puso en el tapete la necesidad de
Según sus propios impulsores, “la descentralización propuesta por las Comunas es tanto de carácter administrativo, como de carácter político, a partir de la elección popular de sus autoridades y la responsabilidad de aquellas frente a quienes las eligieron. Desde esta perspectiva, las Comunas no son una repartición administrativa más del Gobierno Central. Sino que aparecen como organismos de gobierno con un ámbito territorial propio, con base poblacional y con autoridades electas.” Justo lo que Mauricio Macri no quiere ver ni en figuritas, ya que su gobierno considera que esos núcleos de participación podrían atentar contra la solidez que pretende para su administración. Es decir, que de ahora en adelante el derecho a la participación de millones de porteños depende del método de acumulación de poder que desee Macri. Pero lo más contradictorio, es que Ibarra hizo algo similar y si bien nunca buscó erradicar la idea, es muy cierto que más allá de los afiches y las declamaciones, las comunas pasaron por grandes dilaciones durante esa época. El otro punto a favor del empresario, es que si bien la participación es un derecho, es palpable que no hay grandes franjas de la población preguntándose por el tema.
Más allá de indagar por qué la clase media porteña se está perdiendo una descentralización pocas veces vista en la Argentina, vale la pena recordar que tras la caída de Aníbal Ibarra por la tragedia de República Cromañón, y luego de su derrumbe, no hubo ningún sector que saliera a plantear que más allá de los desaciertos, era vital preservar un estado necesario y participativo e ir por más democracia para conjurar las tentaciones de la derecha. Pero nada de eso ocurrió, y tras el ocaso de los gobiernos progresistas en la ciudad, el proyecto de las comunas corre peligro.
Antes de que Macri anunciara el intento de reformar la constitución porteña, las únicas explicaciones que resonaron el la Legislatura, fueron
«Para nosotros, el espíritu de la reforma no va por el lado electoral, sino por hacer una Constitución que nos permita una gestión mas dinámica», aseveró. «No creemos que deba haber siete miembros» en cada comuna, como se votó originalmente.
Tanto Michetti como el jefe de gabinete Rodríguez Larreta respondieron en duros términos al ex jefe de gobierno y actual legislador, Aníbal Ibarra, quien acusó al macrismo de oponerse a la descentralización. «No tiene mucha autoridad para hablar de las comunas, porque durante su gestión no hizo nada», opinó Rodríguez Larreta, mientras Michetti evaluó que el legislador incurrió en «una chicana barata y fácil, de las que hay que desterrar de la política».
Rodríguez Larreta reiteró que la reforma constitucional es un tema «del que se viene hablando» y negó que ahora quiera dársele «un impulso mayor», al recordar que para modificarla «se requiere de un consenso en la Legislatura». Pero esa fue la oportunidad para reducir la idea de las comunas a la menor expresión. Estimó que resultan «inoperativas, antidinámicas», por no generar «cuestiones que sirvan al ciudadano».
Michetti dijo que «es cierto» que el ex presidente Néstor Kirchner le transmitió a Macri que «creía necesaria la reforma de la Constitución», cuando se reunió por primera vez con el jefe de gobierno después de ser electo. Sin embargo, la vicejefa no se privó de advertir: «Nosotros pensamos que la Constitución (actual) es muy buena, muy progresista, pero que tiene algunas cuestiones, en términos de mejora, (que deben modificarse) para garantizar mayor inversión», planteó Michetti, en una potente demostración de que se pueden combinar con facilidad las peras y las manzanas sin que nadie lo advierta, ya que no hay mejor inversión para el estado de una metrópoli como Buenos Aires que descentralizar una estructura con casi 130 mil empleados y un presupuesto anual que figura entre los tres más importantes del país. Sin embargo, las posibilidades son ahora más lejanas que antes. Buenos Aires podría quedarse sin comunas y en manos de un empresario conservador de pocos escrúpulos. Lo peor de todo es que podría haberse evitado, y la supervivencia de las comunas podría ser vital para reconstruir el espacio perdido.