Una relación muy particular

De 2003 a la fecha, Néstor y Cristina se posicionaron de maneras diversas frente al PJ según fue mutando la coyuntura política. El triunfo cantado del próximo 23 de octubre augura nuevas tensiones cuyo escenario parece estar al interior del justicialismo y entre las fuerzas del Capital y el Trabajo. ¿La oposición? Bien, gracias.

A pocos días de conmemorarse el día de la lealtad peronista y ante el inminente triunfo electoral de Cristina, no está de más analizar cuáles serán las tensiones que atravesarán a diferentes sectores que integran hoy al kirchnerismo. Para aproximarse a los debates que se avecinan, es importante revisar la relación entre Néstor y Cristina Kirchner con el peronismo, identidad a la que indudablemente pertenecen pero que, en tanto es una identidad en disputa o al menos tiene diferentes adscripciones ideológicas que lo pretenden propio, no siempre fue reivindicada por ellos.

Tal es así que a comienzos de 2003 y a lo largo de los dos años siguientes, Néstor Kirchner, como presidente de la Nación, se abstuvo de identificarse con los símbolos peronistas, principalmente con todo lo vinculado al Partido Justicialista, pero también a la figura de Perón y Evita. Según quien lo mire, las explicaciones señalan una razón diferente. Aunque no hay que ser muy suspicaz para entender el nivel de desprestigio del PJ en los albores de la crisis del 2001. Por aquellos tiempos, la estrategia política se centró en la mentada transversalidad, a partir de la cual se incorporaron al naciente kirchnerismo diferentes sectores provenientes de partidos mayoritarios, desertores duhaldistas y conversos de última hora, pero también a muchos que se alejaron de la UCR y del PJ durante el exitismo neoliberal. El cuadro se completaba con la incorporación de sectores del campo popular que vieron en Kirchner a un dirigente que prometía cumplir las demandas sociales que se arrastraban hacía ya una década.

En las elecciones parlamentarias de 2005, el kichnerismo no contó ni quiso contar con la personería electoral del PJ a nivel nacional, que sí fue utilizada por la fórmula de Chiche Duhalde en territorio bonaerense. A pesar de, o gracias a esto, nuevamente según quién lo diga, la lista encabezada por Cristina Fernández de Kirchner se impuso por casi 30 puntos a la fórmula del PJ para la provincia de Buenos Aires. Una vez ganada la elección, desde el Ejecutivo nacional se evaluó comenzar un acercamiento hacia los gobernadores que adscribían abiertamente a esa estructura partidaria justicialista y, a través de la legitimidad otorgada por las elecciones de 2005, intervenir el histórico partido, jugada que se efectivizó en septiembre de ese año. Esta decisión provocó un sinnúmero de debates sobre la conveniencia o no de esta estrategia y sobre la posibilidad de gobernar un país sin el poder de esa estructura nacional. La teórica recuperación del PJ se sellaría recién tres años después, en abril de 2008, cuando finalmente Néstor Kirchner asumió como presidente del justicialismo. Desde ya, esta estrategia de poder no excluyó acuerdos marginales con sectores de otras fuerzas. Así lo confirma que Julio Cleto Cobos fuera candidato a vicepresidente de Cristina.

A partir de la crisis abierta por la resolución 125 durante 2008, y ante la evidente ofensiva de los sectores más reaccionarios del mapa político y económico, el espacio kirchnerista profundizó la tendencia de los años previos hacia la pejotización y cerró filas hacia adentro, no si antes perder varios actores del peronismo más tradicional, en su mayoría de origen duhaldista, que desertaron y conformaron el peronismo federal. Este proceso de “homogeneización” hacia adentro y salto de alambrados hacia fuera, tuvo una vuelta de tuerca más durante el año siguiente, a raíz de la derrota legislativa en la provincia de Buenos Aires con la lista que encabezó el propio Néstor Kirchner. No hay que olvidar que durante este período que se extiende desde la ruptura con los sectores encabezados por la Sociedad Rural y que se cierra con las primarias presidenciales del pasado agosto, las fuerzas que componen las bases militantes del kirchnerismo decidieron, por iniciativa propia o por pedidos explícito de la primera línea kirchnerista, bajar o postergar los niveles de sus demandas sectoriales ante la “necesidad” de fortalecer el espacio político y, sobre todo, la figura de Cristina Fernández de Kirchner como conducción estratégica. Paradójicamente, como si se tratara de un acuerdo tácito, durante esos mismos meses, desde el Estado se fueron instrumentando algunas de las medidas más progresivas hacia los intereses populares de los hasta entonces seis años de gobierno, tales como la estatización de las AFJP, la Asignación Universal por Hijo y la ley de actualización jubilatoria, entre otras. Incluso, muchas de las medidas impulsadas por el kirchnerismo chocaban de frente con los intereses de sectores provenientes de las tradiciones más ortodoxas del peronismo pero que a la vez integran el espacio kirchnerista, como la Ley de Servicios Audiovisuales o el matrimonio igualitario. Todas éstas, medidas que desbordan los reclamos y las expectativas de los sectores organizados del kirchnerismo que claman por profundizar el modelo a favor del pueblo trabajador.

Lo cierto es que el resultado de las primarias y su más que probable correlato en las elecciones de la semana que viene, abren un nuevo escenario de desafíos para los siguientes cuatro años. Con la oposición sepultada bajo el tsunami de votos oficialistas, buena parte de los sectores empresarios ya se están encolumnando dentro del kirchnerismo (a pesar de que muchos de ellos hasta hace poco meses destilaban odio hacia la presidenta), por lo que esta nueva etapa se caracterizará por reconocer que la derecha con la que habrá que disputar la direccionalidad de un proyecto de país, indudablemente estará dentro del espacio oficialista. Habrá que echar por la borda, entonces, la concepción que señala que “el exceso de demandas populares le hace el juego a la derecha” y salir a pechear los lineamientos hacia los que se quiere conducir al proyecto nacional.

Un esbozo de las peleas internas que se vienen son las campañas de desprestigio y judicialización de la actividad sindical que se vienen sucediendo, más allá de la identidad política de los militantes. Dejando de lado las particularidades de cada sector sindical, alineados o no en el kirchnerismo, la reactivación de causas judiciales y las operaciones de prensa contra la representación gremial están a la orden del día y auguran una ofensiva patronal tendiente a garantizar los índices de rentabilidad empresaria, sobre todo en un contexto en el que no está claro cual será el impacto en el país de la crisis financiera internacional. En esta línea de análisis, es más que probable que el próximo gobierno de Cristina esté signado más por la disputas entre los representantes internos del Capital y el Trabajo que por algún papel serio de la oposición, pelea que tenderá a reactualizar la tradicional disputa dentro del movimiento peronista, dinámica que se encuentra virtualmente congelada y que necesariamente deberá ponerse en marcha para garantizar los logros populares de los últimos ocho años y el cumplimiento de las demandas pendientes durante el gobierno que viene.

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