Una receta para tiempos caóticos

Ayer entré al consultorio de mi analista con el cerebro dividido: estaba conmocionado con la noticia de la estatización de los fondos privados de retiro (eso me angustiaba) pero necesitaba contarle de la sorpresa (eso también) que me había producido esa mujer huidiza hasta la exasperación, quien el lunes pasado me llamó al celular:

–Podríamos intentarlo, –me dijo– quizás me anime…

–Esperá que me siento– acoté, sentándome en un macetero de la calle Florida. Su voz sonaba como quien va al matadero (mal comienzo) pero era un avance: antes del lunes, a cada invitación correspondía un no puedo porque estaba trabajando, con la mamá, viendo tele, de shopping o en la peluquería.

Venía pechando contra ese muro desde bastante tiempo atrás, una especie de guerra popular y prolongada, pero se me habían acabado todas las fórmulas, y la llamada me tomó desprevenido.

Uno es uno y su circunstancia: no soy el príncipe de Mónaco ni un broker del JP Morgan. No podía ofrecerle una luna de miel en Venecia ni el castillo normando de la estancia de Amalita Fortabat. Mi capacidad de seducción tenía un tope: plagiaba la lírica de Paul Eluard en formato de mensajes de texto; recurría a Armando Manzanero para las promesas de amor eterno por teléfono; era como un amante de Verona cerca de la jubilación…

–Y ahí entran las AFJP…– me animó el psicólogo mordisqueando su pipa apagada porque optó por la vida sin humo. En ciertas circunstancias, envidio su capacidad para sacar conclusiones equivocadas.

Se parece mucho a las de los economistas: la mitad dice que esto va para rato, o acaso que se acabó el capitalismo, y el resto, que los neoliberales van a tomar efectivas medidas de regulación estatal y el futuro será tan maravilloso como el tema de Louis Armstrong.

–No– negué– el amor rejuvenece. Mi alma eterna es peronista, y eso me impide comportarme con ella como Conan el Bárbaro. En Calígula, Albert Camus plantea recurrir al desprecio, pero eso era antes: ahora hay que refugiarse en la incredulidad. La incredulidad provoca desconfianza, la desconfianza, sensación de inseguridad, y los que se benefician son los vendedores de Rottweiler, los noticieros, los vendedores de acciones, los…

El analista levantó las cejas en signo de interrogación. Debe haber advertido que mis labios se inmovilizaron antes de pronunciar psicólogos.

–¿Por qué lo habrá hecho?– continué– ¿Me está engañando? ¿Se burla de mí? ¿Cuáles son sus intenciones?

–Lo suyo es bastante histérico, y confundiendo los planos privado y público me está volviendo loco.

En ese contexto, la locura es privativa del paciente. Por demás, la histeria es típicamente femenina.

–No vaya a creer… –se puso a la defensiva– Fijesé en los mercados.

–Es usted el que confunde. El mundo está del tomate, no yo –no lo incluí en el mundo– El último domingo, Clarín tituló Quieren subir las jubilaciones con la plata de las AFJP.

Por el modo en que reaccionó (un tic rarísimo: procuraba chocar el mentón con el hombro, mientras la boca retorcida soplaba el cuello de la camisa) sospeché que debía ser uno de esos tontos que creyó en la libertad de mercado y la libre elección.

–Fui afiliado compulsivamente a una AFJP en 1993– lo confirmó– y ahora me quieren confiscar compulsivamente.

Con el analista puede reproducirse la relación que une a un maestro con su alumno: el docente debe aceptar que la finalidad de la enseñanza es convertirlo en alumno de su alumno.

–Traducido, Clarín quiere decir que le van a meter la mano en el bolsillo a los aportantes ricos que trabajan para repartir entre muchos jubilados estatales que quizás nunca trabajaron. Ricos contra pobres…

–La presidenta dijo que el peronismo nunca alentó la lucha de clases.

–Cavallo las obligó a invertir en bonos de deuda pero los banqueros no derrocaron al gobierno porque con una tasa de interés en dólares superior a la de Estados Unidos, ganaban aquí en un mes lo que allá en un año… .

–Interesante punto de vista. No soy experto. Freud, Lacan y los pacientes no me dejan tiempo para consultar a los que saben– dijo, pero por el tono de su voz parecía una de las víctimas infantiles de Compulsión, la novela de ficción-no ficción escrita por Meyer Levin que anticipó A Sangre fría.

–Usted soñó con recibir una renta de Nueva York gracias a los honorarios que le pagaban pacientes que vivían y trabajaban en Mogadiscio pero creían recibir salarios de Nueva York. Depositó 200 mil pesos en 14 años, y ahora le quedan 100 mil.

–¿Quiere decir que lo mío fue una ilusión? –se hundió un poco más en el sillón.

–Más o menos. Los que siguen soñando son los gerentes de las AFJP que organizan manifestaciones privatizadas en Plaza de Mayo.

–Volvamos a su oscuro objeto de deseo –dijo, considerando el tema agotado– y cuénteme que pasó cuando se encontraron. Imagino que actuó como si fueran a caerse los planetas.

–No fui. La relación perfecta es la relación imposible, pero ahora que lo dice…

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