Una postal en el país del deshielo

La monolítica fortaleza del kirchnerismo ha comenzado a derretirse. Su aura de invencibilidad política, hasta hace poco imponente como el Glaciar Perito Moreno, ha perdido un tanto el brillo. La marcha arrolladora de la economía, una de sus llaves maestras en el poder, trastabilla por culpa de la aceleración inflacionaria.

Vivimos tiempos de deshielo. Ya nada parece ser como era hace apenas cuatro meses. Si bien se mira, debajo del agua que corre, se pueden ver algunas huellas que hacían presagiar este otoño de humo y cenizas.

A pesar del triunfo arrasador de Cristina en las elecciones de octubre, ¿qué nivel de construcción política alternativa generó el kirchnerismo de 2003 a la fecha? Por ahí andan los nuevos intendentes del conurbano, que bajaron a las momias pero ya se están enredando con las vendas.

¿A dónde está la organización y la movilización de los sectores populares que en instancias decisivas puedan mostrar los dientes ante una ofensiva de los grupos concentrados? Poco se la ha motivado en estos años.

Más allá de una inflación que viene pidiendo pista desde fines de 2006 y a la que se pretende disimular truchando mediciones, ¿no es evidente que a este modelo le falta una vuelta de rosca que modifique la matriz distributiva de la Argentina?

Como dice nuestro columnista Juan Salinas, este gobierno «últimamente no deja de meter la pata, pero sin embargo se lo combate sobre todo por sus aciertos».

Las meneadas retenciones móviles que desataron el conflicto con la patronal agropecuaria y, luego, casi al unísono, con el Grupo Clarín, ingresan claramente en la lista de los logros. Se trata de una medida de intervención en la economía dispuesta por un gobierno democrático para que el Estado se apropie de las ganancias extraordinarias de un sector.

El problema es con qué herramientas cuenta realmente el gobierno en esta puja para legitimar públicamente esta medida. Las respuestas a las tres preguntas anteriores anticipan un resultado. En el terreno de lo simbólico y lo discursivo, la pelea parece perdida. Salvo que, a la hora de los bifes y con la fuerza de los hechos, el gobierno demuestre el carácter redistributivo de las retenciones. En serio. Quiero decir, repartiendo. Ideas sobran, pero básicamente se trata de mejorar las condiciones de vida y el ingreso salarial de los trabajadores y posibilitar la inclusión de los sectores de la población marginados desde 1976 hasta la devaluación del 2002. Como se sabe, todos, y en especial la clase media, llevamos en el bolsillo las llaves que abren nuestro corazón.

Como está muy claro, los sectores que hoy ponen el grito en el cielo porque les recortan las ganancias futuras no movieron un dedo a favor de los jubilados o de los empleados públicos a los que los sucesivos ajustes de Menem y De la Rúa les carcomieron sus ingresos. Por lo tanto, un verdadero shock redistributivo, que solo podría realizarse a costillas de sus durante décadas privilegiadas arcas, los encontrará resistiendo en la banquina, al pie de la ruta, con la cacerola de teflón en la mano o tecleando rabiosos comentarios de lectores del diario La Nación. O todo eso junto.

Para ganar esta pulseada y las que quedan por delante en más de tres años de mandato, el gobierno deberá decidir cuál es la alianza social que decide expresar, a qué sectores elige privilegiar y actuar en consecuencia. Esas chicas levantando un cartel en una peatonal de Rosario antes de que Buzzi, el titular de la Federación Agraria, comenzara una conferencia de prensa, son la foto de un apoyo que está, que se manifiesta como se puede, a mano alzada entre la nube de micrófonos, y que espera señales concretas de que la apuesta siga siendo la misma (y mejor y más nítida) que la insinuada a partir de 2003.

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