Una bola de mierda

La publicación de la lista, elaborada por el Ministerio de Defensa, del personal del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército durante la dictadura, disparó una difamación. Una aclaración con pelos y señales.

Hace una semana, la revista Veintitrés publicó una extensa lista, elaborada por el Ministerio de Defensa, del personal del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército durante la dictadura. En dicha lista aparece un «Juan José Salinas», mi nombre completo. Como era previsible, mis enemigos se pusieron a decir que se trata de mí. Un copión compulsivo que antes repetía como un loro que en los años en que estuve exiliado fui agente de la Armada de Massera y que trabajo ahora en el Ministerio de Defensa, vociferó exultante que resulté del Ejército, sin dar explicación de como cambié de fuerza ni por qué Defensa me incineraría al revelar mi supuesta calidad de agente.

Demandaré a este subnormal profundo, pero por el momento quiero que sepan que quien aparece en la lista es un suboficial principal del Ejército, con estudios primarios, de especialidad arsenales y oficio carpintero, al parecer fallecido.

Este JJS nació en el Palomar el 24 de febrero de 1928, por lo que, de vivir, acabaría de cumplir 86 años. O sea, sería 29 años y un mes mayor que yo.

En la foto carnet que pude ver, mi tocayo aparece como un hombre calvo, fornido y posiblemente retacón, con cierto parecido a Danny De Vito.

Tenía Cédula de Identidad de la Policía Federal 8.041.909, Libreta de Enrolamiento 4.781.827, era el afiliado nº 49.708 del IOSE.

Estaba casado con Nidia Ramona Albornoz y fue padre de Sonia Adriana (1964) y Daniel Julio (1967).

Se retiró del servicio activo el 31 de diciembre de 1975 e ingreso al Batallón 601 el 1º de diciembre de 1980, jubilándose a partir del 1º de abril de 1995, por lo que es difícil que haya estado directamente involucrado en la «Operación Murciélago» contra los montoneros participantes de «la segunda contraofensiva» u otras acciones represivas similares.

Este JJS vivía en la localidad de Grand Bourg, partido de Malvinas Argentinas, y su nombre todavía figura en la guía telefónica. Llamé y fui atendido por quien dijo ser su hijo (Daniel), que me dijo que su padre había fallecido hace varios años, aunque no quiso precisar fechas.

Como se darán cuenta, vi el legajo de mi homónimo, titulado «Antecedentes personales» y que lleva también la inscripción «Ficha nº 1267», pero no lo pude fotocopiar por razones legales.

Todas estas complicaciones tienen lugar no sólo porque me granjeé enemigos al revelar la impudicia de agentes del Batallón 601 y de otros servicios como el ex CNU Carlos Tórtora y Jorge Daniel Boimvaser, que fueron las principales fuentes cloacales en las que abrevaron mis enemigos- comenzando por Seprin (cuyo exactísimo nombre original era «Servicios Privados -es decir, carentes- de Inteligencia) y siguiendo por el aludido copión y difamador serial.

Tampoco suceden solamente porque tengo un nombre baste común: según Telexplorer, solamente en la guía telefónica de Capital Federal y Gran Buenos Aires hay once Juan J. Salinas, y ninguno de ellos soy yo.

También suceden porque entre quienes me difamaron hasta el hartazgo hace muchos años en prevención de que fuera a escribir lo que jamás escribí (y que en cambio terminó revelando uno de ellos) se encuentra el mejor periodista del país. Que después de difamarme, no cumplió un trato que hicimos, acuerdo que de haber cumplido hubiera paliado en gran parte el estropicio causado, y que desde entonces se hace olímpicamente el tonto, diciendo a quien le pregunta por el tema que estamos distanciados por el hecho «imperdonable» de que lo ofendí (al señalar su complicidad con Clarín y su dueña apropiadora de niños en ocasión de ser ésta detenida), lo que sucedió… una década larga después de aquello.

Quienes me difaman ahora no dejan de señalar con fruición el hecho de que fue este gran periodista (con el que en los ’80 fuimos compañeros de agrupación, la Rodolfo Walsh, en la Apba y en la Utpba) quien inició sin odio ni pasión, aviesa, fría y premeditadamente, esta bola de caca que no deja de rodar.

Desafío a mis enemigos a que encuentren un sola nota periodística o página que yo haya firmado y de la que me tenga que avergonzar. Y confío en el criterio de mis amigos para utilizar estas líneas de modo de parar en seco a quienes se regodean en escupir hacia arriba, mear contra el viento, chapalear en la mierda, tirarla contra el ventilador y chuparse los dedos.

Que con su pan se lo coman.

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