Un verdadero sabio

Historias reales que son de no creer.

Para quien lo conociera en persona, el apodo de Alberto –“El Grande”–, podía sonar inocultablemente irónico, pero cabe presumir que sus contemporáneos se lo dieron por sus innegables dotes de pensador y científico.

Nacido de familia noble, en Lauingen, Suabia, en 1193, ingresó a la orden de los Dominicos recién treinta años más tarde. Era prácticamente un enano, lo que es fácil de deducir del modo en que fue presentado al Papa.

Su Santidad, que nunca antes lo había visto, disimulando lo que parecía una inocultable falta de respeto por parte del monje dijo con afabilidad: “Levántate”. “Señor Papa, ya estoy de pie”, respondió Alberto, que en efecto, hasta se había puesto de puntillas.

A pesar de su escasa estatura, no fue discriminado por sus hermanos ni por sus piadosos discípulos, entre quienes se contaba nada menos que Tomás de Aquino. Fue precisamente Alberto quien introdujo a Tomás en el conocimiento de Aristóteles y en la inusitada versación sobre la naturaleza femenina de que haría gala el Santo de Aquino.

Por su inconmensurable saber en todos los campos de la teología, la filosofía y las ciencias naturales, Alberto recibió el título de Doctor Universalis.

Especial admiración, aunque también recelo y temor, despertaban sus estudios de las ciencias ocultas. Se creía que podía cambiar el curso de las estaciones y ordenar al demonio que construyera puentes o lo trasportara por los aires.

En su lecho de agonía, el propio Alberto rehusó haber sido nigromante y pidió que al tercer día después de su muerte, abrieran su tumba. Así sucedió, y no lo hallaron tendido como a cualquier cadáver que se precie, sino orando en su sarcógafo. Podría decirse que si Alberto no sucumbió a la Inquisición fue porque pertenecía a la orden de los Dominicos, que eran, precisamente quienes, la lideraban.

Su misoginia fue exacerbada, pero científica: llamaba “hombres incompletos” a las mujeres y sostenía que eran menos morales por tener mayor proporción de agua en el cuerpo, un hallazgo asombroso y sin precedentes.

Para Alberto, el intercambio sexual era antinatural (en tanto el hombre copulaba con una bestia) y provocaba debilidad, hedor, calvicie y achicamiento del cerebro. Pero no hablaba por hablar: era de público conocimiento que durante años se vistió de mujer a fin de poder investigar la constitución y las enfermedades del cuerpo femenino.

Dos años antes de morir, perdió la memoria y sus conocimientos se borraron como se borra lo escrito con tiza mediante un borrador; entonces declaró que no podría hacerse responsable de lo que expresase de ahí en adelante.

Algunos maledicentes opinaron entonces que de tanto travestirse Alberto se había convertido en mujer. No obstante no ser eso verdad, no fue canonizado ni hecho Doctor de la Iglesia sino hasta 1931, casi setecientos años después de su muerte, cuando ya era evidente que toda su sabiduría no era más que un compendio de estupideces. Cosas que pasan.

Se lo representa como dominico u obispo, con una pluma o un libro en la mano. Nunca en la imagen de enano travestido.

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