Un balde rojo

Historia secreta de la AMIA: la verdad detrás de las nuevas pruebas, la Trafic fantasma y el periodismo en su laberinto.
Foto: AFP
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La inexistencia de una camioneta-bomba en el ataque a la AMIA salta a la vista. Excepto en la mágica Buenos Aires, no hubo atentado cometido con un vehículo-bomba en todo el ancho mundo en el que los calcinados restos del automotor-carcasa no se vieran a simple vista. Incluso en el caso en que se utilizaron miles de kilos de explosivos en un camión (como en el ataque cometido contra el cuartel de los Marines en Beirut en octubre de 1983, en el que se calcula que se usaron 5 toneladas de TNT que mataron a 305 personas), el falso chasis quedó a la vista, aplastado contra el piso con ambos ejes y tres de sus cuatro puntas.

 

Como en el caso de la Embajada de Israel (donde nadie vio a la Ford F-100 supuestamente utilizada para perpetrar el ataque, cuyo último dueño conocido era un fotógrafo de la Policía Federal), en el caso de la AMIA no hubo ningún testigo de la existencia de una Trafic-bomba.

 

Es cierto que se presentó como tal una enfermera cordobesa, María Nicolasa Romero, que trabajaba en la maternidad Sardá y hacia reemplazos en el hospital Bartolomé Churruca Visca de la Policía Federal. Dijo que llevaba a su hijito a la guardería en compañía de una hermana menor y que iba por Pasteur en dirección a Corrientes cuando al cruzar Tucumán casi fue atropellada por una Trafic beige que dobló bruscamente por Pasteur. Y que el rostro de su chofer pasó muy cerca del suyo, que incluso por un instante la miró a los ojos, y que unos cuantos segundos después, cuando ella, su hermana y el niño ya habían cruzado y estaban junto a una verdulería, se produjo la explosión. Que ella la atribuyó a un aire acondicionado, y que prosiguieron su marcha.

 

Su testimonio fue tan clamorosamente falso como una perla de plástico. Y no sólo porque la hermana de la enfermera negó que hubieran estado a punto de ser atropelladas al cruzar Tucumán, sino porque los restos de chapa de Trafic supuestamente encontrados en el lugar no fueron de color beige sino blanco «Chapelco» y. Segundo. porque no estamos en Inglaterra y el solitario chofer que describió la enfermera mal podría estar conduciendo la camioneta del lado derecho de la cabina.

 

Muy nerviosa, en su segunda declaración María Nicolasa Romero terminó por admitir (aunque esto no conste en actas) que una compañera de trabajo, esposa de un comisario de la Superintendencia de la Federal, la había instado a presentase a declarar.

 

No fue el único caso. Hubo un policía -cuyas iniciales son JLG- que se dedicó a poner en boca de heridos gravísimos y de algún familiar de un fallecido declaraciones acerca de la presencia de una camioneta frente a la puerta un instante antes de las explosiones, que luego negarían vehementemente haber hecho.

 

cocheTambién es cierto que quien escribe -que por entonces trabajaba en la investigación del ataque para el abogado de la AMIA, Luis Dobniewski-, por indicación de un colega, Diego Igal, ubicó al portero de un edificio de la calle Pasteur al 700, Carlos Rigoberto Heindenreich, que decía haber visto una Trafic blanca minutos antes de la explosión. Dobniewski le avisó al juez Galeano, que lo citó a declarar. Para entonces su condición de macaneador hacía rato que había quedado en evidencia, ya que en nuestro segundo encuentro me había dicho que tiempo después del ataque en la terraza de su edificio se había encontrado una cabeza humana y que la policía se la había llevado, algo que de haber sucedido, va de suyo, no podría haber pasado desapercibido ni dejar de figurar en el expediente judicial.

 

En su sentencia de hace una década el TOF 3 de la Ciudad de Buenos Aires, consciente de la total falta de evidencias de la existencia de la Trafic evanescente, y a fin de dotarla de alguna materialidad, mencionó también a dos vecinos de la AMIA, Salomón Mario Seltzer, del edificio de enfrente -Pasteur 632- y Mónica Arnaudo de Yabiansky -que se encontraba con sus nietas en el edificio de Pasteur 644 con las ventanas cerradas- como testigos que habrían visto una Trafic blanca, pero cualquiera que lea sus declaraciones puede darse cuenta de que sus dichos fueron inducidos por quien los interrogó.

 

Por lo demás, hubo un testigo, Gabriel Villalba, que estaba en la esquina de Pasteur y Viamonte mirando fijamente a la esquina de Pasteur y Tucumán. Estaban cargando su camioneta estacionada en doble fila con equipos odontológicos y él vigilaba que no apareciera una de las Trafic del STO que por entonces colocaban cepos en los coches mal estacionados. Pues bien, Villalba dijo taxativamente que la mentada Trafic nunca existió y que él vio y escuchó que hubo dos explosiones.

“Como en el caso de la Embajada de Israel, en el de la AMIA no hubo ningún testigo de la existencia de una Trafic-bomba”

Por cierto, cuando Villalba se presentó a la policía a contar lo que había visto, quienes lo interrogaban querían forzarlo a decir que había visto una camioneta.

 

En el caso de un crimen común, con el testimonio de Villalba hubiera bastado, pero el juez Galeano desechó su testimonio como desechó también sistemáticamente los muchos testimonios de quienes dijeron que no hubo camioneta-bomba, como el barrendero Álvarez y el electricista Daniel Joffe, que sufrieron gravísimas heridas. Álvarez estaba frente a la puerta de la AMIA y explicó que de haber existido un vehiculo-bomba lo hubiera pisado, y Joffe estaba a unos pocos metros de allí hacia la calle Viamonte tratando de poner en funcionamiento su Renault 20 blanco, que se había detenido a metros de arrancar (tras dejar en la AMIA a dos compañeros que los bombazos mataron) porque se había olvidado de desconectar un dispositivo antirrobo. Joffe sostuvo enfáticamente en reiteradas oportunidades su absoluta certeza de que no hubo ningún coche-bomba.

 

Los restos de chapa que fueron presentados pocos días después del atentado como pertenecientes a la supuesta Trafic-bomba, cuando fueron peritados por el fabricante, Renault, dieron como resultado que no pertenecían a la Trafic que estuvo en manos de Telleldín hasta el domingo 10 de julio de 1994, cuando la traspasó a alguien (según destacó varias veces el ingeniero Antonio Horacio “Jaime” Stiuso en el juicio de la AMIA, esa camioneta jamás dejó de estar en la órbita de Alejandro Monjo y la Policía Federal; como se recordará, Monjo encabezaba entonces una lucrativa «industria» de doblaje de automotores en sociedad con la jefatura de la repartición). Los restos de la supuesta Trafic presentados por la Brigada de Explosivos de la Federal no pasaron de entre el 13 y el 17 por ciento del vehículo -según distintos cálculos- y según los peritos de Renault pertenecían al menos a dos vehículos mientras que la bomba de nafta estaba sin estrenar: por ella jamás había pasado combustible.

pruebas

Maniobras en cadena

Muchos bomberos de la Federal y particularmente los de la Brigada de Explosivos (refundada en 1974 por el comisario general Alberto Villar -jefe de la Federal de día, y de la Alianza Anticomunista Argentina o Triple A por las noches- con un propósito dual, tanto para desarmar artefactos explosivos como para colocarlos y detonarlos) hicieron todo lo posible para que no se pudiera determinar dónde habían tenido lugar las explosiones. Por un lado, parecía evidente que había habido una poderosa explosión interior, puesto que las bobinas de tela del depósito textil aledaño a la mutual hacia la calle Viamonte habían salido disparadas hacia la calle. También parecía que una explosión se había producido cerca de la medianera que separaba a la mutual del edificio contiguo hacia la calle Tucumán, en la que había quedado un enorme boquete. Y, del mismo modo, también parecía claro que se había producido una explosión fuera del edificio, sobre la vereda o muy cerca de ella, ya que la larga columna de alumbrado que se encontraba un par de metros hacia la calle Viamonte había sido cortada aproximadamente a un metro de altura, y tanto el Renault de Joffe como el camión de pan Sacaan que estaba más hacia Viamonte (y cuyo conductor, Juan Carlos Terranova, murió en el Hospital de Clínicas) habían quedado acribillados de esquirlas.

 

Curiosamente, el volquete que había sido colocado en la puerta se había partido en dos grandes pedazos (según los bomberos, un tercer pedazo se iba a encontrar a más de 200 metros) que tomaron direcciones opuestas, se encontraban como inflados y carecían de impactos de metralla, lo que ya a priori parecía indicar que había sido contenedores de explosivos.

«La inexistencia de una camioneta-bomba en el ataque a la AMIA salta a la vista»

Así las cosas, en su edición del miércoles 20 de julio Clarín informó que “los terroristas habrían puesto una bomba dentro de la sede judía a través de un edificio vecino (N.d.E. en obvia referencia al depósito textil, que había resultado tan o más demolido que la mutual judía). Es posible que hayan colocado otra en la puerta de entrada a la AMIA. Está prácticamente descartada la utilización de un coche bomba. (…) La primera conclusión de los expertos de Gendarmería es que hubo una acción combinada entre una o dos cargas explosivas colocadas en el interior del edificio, en su sector delantero, y otra bomba, que estaba en la puerta principal”. ¿Qué sucedió luego? Que apareció del segundo comandante de Gendarmería Osvaldo Laborda, el mismo que ya había hecho y rehecho pericias en la demolida Embajada de Israel, y váyase a saber cómo, convencería a los otros peritos de la fuerza de cambiar sus conclusiones.

 

Gabriel Levinas me enseñó una foto en la cual un grupo de bomberos aparecía llevándose la parte superior de la columna de alumbrado que estaba a dos metros de la puerta de la AMIA hacia Viamonte. Era una evidencia incontrastable para determinar dónde había estado el epicentro de la explosión que la había tronchado. Nunca más se supo de ella.

 

Del mismo modo, el portón metálico de la AMIA, que se encontraba bajado, es decir, a la altura del sótano, sugestivamente, también desapareció.

 

Lejos de preservar la escena del crimen, los bomberos se treparon sobre el semidestruido Renault de Joffe (la explosión había desintegrado la mayor parte del baúl y lo había girado 120º) y después, cuando llegaron las máquinas excavadoras, permitieron (si es que directamente no favorecieron) que se arrojaran sobre él toneladas de escombros. Ni ese auto, ni el camión de pan Sacaan que conducía el infortunado Terranova ni ningún otro vehículo acribillado de esquirlas fue peritado.

 

Tiempo después, recordó Joffe, alguien, insólitamente le ofreció 10.000 dólares, prácticamente lo que valía un 0 km. por ese cascajo arrumbado en un depósito policial.Instintivamente Joffe se negó, pero aunque pidió en el juzgado que se hicieran pericias sobre su coche no logró que le hicieran caso.

 

Los expertos Lopardos

sacaanLas pericias para determinar qué explosivo se había utilizado se le confiaron a un oficial de la Brigada de Explosivos, Horacio Ángel Lopardo, quien tenía un hermano con la misma especialidad en la policía bonaerense al que le gustaba juguetear con un llavero que lucía una cruz esvástica. Este hermano había sido acusado y juzgado por la voladura de la planta transmisora de Radio Belgrano y la sede del Partido Comunista en Morón.

 

Según la pericia de Lopardo, los terroristas habían utilizado cinco explosivos diferentes, lo que parece indicar que las muestras utilizadas estaban contaminadas, algo que no parece que pueda haber sido casual. Lopardo es el mismo oficial que firmó el acta según el cual dijo haber encontrado un pedazo de block de motor de una Trafic entre los escombros de la AMIA al anochecer del lunes 25 de julio de 1994, es decir pasada una semana de los bombazos. Hizo firmar ese acta por dos supuestos testigos del hallazgo en el juzgado de Galeano, pero al realizarse el juicio por el ataque, una década después, confesó que el acta era falsa, ya que ni él había encontrado ese pedazo de motor ni los testigos habían asistido a tan magno acontecimiento.

 

En ese momento, resulta obvio, debió haberse detenido y procesado a Lopardo por haber falsificado un documento público de tamaña importancia y dado por finalizado un juicio oral y público que se basaba, precisamente, en el hallazgo de ese pedazo de block de motor. Sin embargo y en medio de fuertes presiones, insólitamente el tribunal dio por buenas las explicaciones de Lopardo acerca de que el hallazgo había sido hecho por oficiales israelíes, a los que se cito a declarar como si por el mero hecho de ser israelíes no pudieran mentir.

 

En el teatro de las operaciones

El hallazgo de ese pedazo de metal fue una puesta en escena. Se produjo en el mismo instante en que los “rescatistas” israelíes se disponían a salir hacia el aeropuerto de Ezeiza para regresar a su país. Ya había anochecido cuando el general Zeev Livne le pidió a los policías que reunieran a los periodistas presentes. Pero resultó que todos se habían ido menos la bisoña Cynthia Ottaviano, de La Prensa, actual Defensora del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual, nombrada por el Congreso. Lanzado, Livne le dijo que debajo de los escombros de la AMIA se habían encontrado restos de la Trafic-bomba, y dentro de ellos, los restos de su chofer, que se había inmolado. Ottaviano así lo publicó, dejando la evidencia de que Livne era todavía más bolacero que el barón de Munchausen.

 

Supuestamente fue a través de ese pedazo de motor como se llegó a Carlos Alberto Telleldín, pero la foja 114 del expediente judicial demuestra que el pedido de que se interviniera el teléfono de su casa de Villa Ballester fue formulado por la SIDE mucho antes.

 

Como se recordará, tres días después del atentado, y ante la renuencia del jefe de la Policía Federal, el comisario Jorge Luis Passero, a plegarse a la Historia Oficial (ya en ocasión de la voladura de la Embajada de Israel, Passero se había mantenido en sus trece de que, según le habían informado sus colaboradores de confianza, la explosión había sido interna, aunque se abstuvo de contradecir públicamente a su jefe, el ministro José Luis Manzano y a su adláter Miguel Ángel Toma, un boy-scout de la CIA), Menem lo relevó -reemplazándolo por Juan Adrián Pelacchi- y relevó también a toda los miembros de la Plana Mayor de la PFA, entre ellos al superintendente de Bomberos, Omar Rago.

 

En exhibición

autoPues bien, en el juicio tanto Rago como el comisario que lo reemplazó, Roberto Corsetti, dijeron que ese pedazo de block de motor se había encontrado antes de que los israelíes llegaran a Buenos Aires, el mismo lunes 18 o más tardar el martes 19. Lo que coincidió con el testimonio de Carlos Bianco, el veterano movilero de Radio del Plata que una hora después de las explosiones vio cómo policías de civil (pero, como quien dice, con la marca de la gorra sobre la pelambre al ras del parietal) manipulaban un block de motor cerca de la esquina de Pasteur y Viamonte. Viendo que se lo llevaban, Bianco les preguntó a qué tipo de vehículo pertenecía, recibiendo como respuesta que a una Trafic o en todo caso a un Renault.

 

Rago y Corsetti coincidieron también en señalar que ese pedazo de block de motor les había sido exhibido horas después en dependencias de la Brigada de Explosivos, esto es, en el Departamento Central de Policía, sobre la calle San José casi esquina Avenida Belgrano.

 

¿Qué parte no se entiende? Por si faltara algo, un año más tarde, Alberto Cánepa Carrizo, un bombero de la Brigada de Explosivos que había participado de las labores posteriores a los bombazos y que sostenía que sus jefes estaban involucrados tanto en el ataque como en la destrucción de evidencias, murió en el cuartel de Recoleta de dos disparos, uno en el pecho y otro en la cabeza. Sus jefes dijeron que se había suicidado y excepto Crónica TV -que les dio micrófono a aquellos- nadie informó de lo sucedido.

 

El protagonismo de federales en el atentado (no sólo en el encubrimiento) fue también evidente en el levantamiento de la custodia de dos policías de la puerta de la AMIA por un efectivo de civil de la comisaría 7ª perfectamente identificado, pero en aras de la brevedad dejaremos este tema para otro momento.

 

Un video lleva al balde, y al lado del balde… aparecen las esquirlas

stiusoA lo largo del año que está por finalizar, un grupo de investigadores de la UFI Amia, el Grupo Especial de Relevamiento y Análisis Documental (Gerad), dirigido por el coordinador de la UFI, Juan Patricio Murray, encontró en varios edificios de la ex SIDE una ingente cantidad de material referido al atentado a la AMIA que ni fue aportado al entonces juez Galeano ni a quien lo sucedió al frente de la investigación, Alberto Nisman, ni fueron desclasificados tal como ordenaron sucesivamente Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Lo que es resultado de una decisión (más allá de que Héctor “El Chango” Icazuriaga y Francisco “Paco” Larcher eran formalmente sus superiores) del jefe de Operaciones del organismo, “Jaime” Stiuso, quien fue el hombre fuerte del organismo hasta diciembre de 2014.

 

Stiuso era un eximio contrabandista y un devoto chupamedias de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, Alemania y, particularmente, de Israel, con cuyos agentes estuvo y está asociado en emprendimientos muy redituables. Ya hace más de una década, durante el juicio de la AMIA, Stiuso reconoció que ilegalmente y por orden suya agentes de la SIDE, antes de la voladura de la AMIA, grabaron unas tres mil horas de conversaciones mantenidas a través de los teléfonos de la Embajada de Irán. Stiuso dijo que le entregó los casetes en farsi a sus amos israelíes, sin quedarse con una copia. El hecho de que esas grabaciones jamás hayan sido utilizadas como arma por el Mossad demuestra que a lo largo de todas esas copiosas conversaciones no hubo un mísero indicio de que los persas desarrollaran actividades terroristas.

 

Entre el mucho material encontrado por el Gerad en “cuevas” de la ex SIDE, rebautizada AFI (Agencia Federal de Inteligencia), se encontró un viejo casete de video VHS rotulado “Autopsias” en el que se ve al decano de los médicos forenses, el bonaerense Osvaldo Raffo y sus colaboradores extraer esquirlas metálicas de los cadáveres. Cuando la UFI le requirió a la Policía Federal esa evidencia, la respuesta oficial fue que a los diez años se destruía todo. Sin embargo el comisario Fernando Vera, del Laboratorio Químico (ubicado sobre la avenida Ingeniero Huergo al 600, dónde en la época del atentado se encontraba la sede de Drogas Peligrosas y en cuya playa de estacionamiento se depositaron el Renault de Joffe, el camión de pan Sacaan que conducía Terranova y otros vehículos alcanzados por la deflagración y la metralla) informó que, aunque nada sabía de las esquirlas, en un freezer del lugar estaba depositado desde tiempos inmemoriales un balde rojo de plástico con la etiqueta “DAIA” conteniendo restos humanos.

balde-rojo

Según informó La Nación el sábado 17 de diciembre acerca de lo sucedido el pasado mes de septiembre: “La policía lo quiso descongelar, pero los frenaron a tiempo. Los fiscales llevaron al lugar una máquina de rayos X y vieron que adentro del hielo había recipientes que parecían contener muestras”. La crónica añade que entonces se produjo un hallazgo casi milagroso: debajo del balde, dentro del freezer, se encontró una bolsa identificada con la leyenda “MAT. REMANENTE PER 6730/94 (Esquirlas)”, que tenía adentro otras 14 bolsitas transparentes con restos metálicos, rotuladas con números que se correspondían con las autopsias”.

 

Continúa La Nación: “Los forenses se llevaron el balde y lo descongelaron en la morgue, dónde descubrieron que contenía hisopos con muestras de restos orgánicos y frascos con pelos de las víctimas”.

 

Si hay sangre desconocida… ¡será la del suicida!

En la edición impresa, Hernán Cappiello, el periodista de la “tribuna de doctrina” que viene siguiendo el tema desde los años ’90 y que jamás criticó la desinvestigación piloteada por Galeano (tampoco recuerdo que haya criticado a Nisman, pero puedo equivocarme) escribió que “Los fiscales ordenaron realizar estudios de ADN para determinar a qué víctimas pertenecen. Si eventualmente alguno de ellos no corresponde a ninguna de las conocidas, se podría estar frente al conductor suicida o a otra víctima”. Conclusión que parece de Perogrullo pero que es aviesa, ya que aunque se contabilizan 85 víctimas no todas tienen su correspondiente cadáver.

 

Durante siete años, hasta el 2001, se decía que las víctimas de la AMIA eran 86, pero entonces se descubrió que Patricio Irala, un panadero paraguayo, estaba vivo y trabajando en un regimiento del ejército guaraní. Su ex esposa se había presentado ante la Justicia diciendo que Irala había entrado a trabajar en la AMIA como chofer y que había muerto en el atentado. Nadie verificó que fuera cierto pero igual se le pagaron a la avispada mujer 50.000 dólares de indemnización.

“A diferencia de Cappiello, Raúl Kollmann sostiene en Página/12 que las supuestas piezas metálicas de la supuesta camioneta-bomba no se encontraron cerca del balde rojo y en una bolsa aparte, sino dentro del mismo”

Hasta agosto pasado, además, había un cuerpo sin identificar. Entonces se anunció que había podido determinarse que pertenecía a un tal Jesús -Augusto Daniel Jesús-, un veinteañero cuya madre, María, había muerto dentro de la AMIA cuando se aprestaba a recibir un curso de enfermería.

 

A pesar de que haberlo identificado en estas circunstancias por el ADN resultaba una bicoca, Nisman se negó reiteradamente a hacerlo, pretextando que debía tratarse de un albañil boliviano sin familia conocida, acaso para mantener flotando la sospecha de que ese cuerpo pudiera ser el del fantasmal chofer suicida. Es muy posible que haya sido con ese mismo propósito que al cadáver le habían sido cercenados tres dedos, que se llevaron agentes del FBI a su país y nunca devolvieron.

 

“Definitivamente”

amia-volqueteAunque en el caso de la AMIA el descontrol sobre el número e identificación de las víctimas mortales no llega a los extremos de la Embajada de Israel (donde se dice y se repite que los muertos fueron 29 cuando sólo están identificados 22), según Carlos Telleldín hay en el expediente judicial constancia de tres bolsas negras de consorcio llenas de restos humanos que nadie sabe a dónde han ido a parar y que probablemente hayan sido desechadadas como basura hace mucho tiempo.

 

Hablando de fantasmas: Cappiello echó las campanas al vuelo, al citar a los fiscales que reemplazaron a Nisman (Sabrina Namer, Roberto Salum y Leonardo Filippini, que reemplazó a Patricio Sabadini) en la siguiente, concluyente sentencia:

 

“Con este hallazgo quedan definitivamente despejados los fantasmas. Se descartan las ideas de que el explosivo estaba en el volquete que estaba frente a la AMIA; la teoría de la implosión; la hipótesis de que la bomba ingresó al edificio de Pasteur 633 en los materiales de construcción con los que se trabajaba en el lugar, o la de que se plantaron el motor y los restos de la camioneta para armar una escena.”

 

Algo esto último que a mi modesto y leal saber y entender, y como pongo a consideración de los lectores, está archidemostrado.

 

Y tú y tú y solamente tu, Tutú

En fin, pareciera que el balde rojo es algo así como la piedra filosofal (a pesar de las decenas de cortes de Edesur que ese frezeer ha de haber soportado en estas dos décadas largas) y las pericias hechas por una Gendarmería penetrada por la DEA (dónde aún talla el lábil Laborda y cuyo jefe político es la renegada Patricia Bullrich, pública agente de la CIA y el Mossad) una inobjetable verdad incontrovertida. Lo cierto es que los fiscales (para Namer es su despedida, ya que hace mucho que ha sido nombrada jueza) escribieron que “La determinación de la existencia de esquirlas metálicas en los cuerpos de las víctimas coincide con la estructura y recubrimiento de los restos de la Trafic secuestrados al momento del hecho y, tal como fuera objeto de los médicos forenses a la hora de preservarlas con gran tino, permite afirmar que el aparato infernal no pudo ser otro que esa camioneta”.

 

¿Esa? Váyase a saber a cuál se referirán. La palabra “esa” -con el perdón de los fiscales, a los cuales no es mi intención ofender- es ridícula, ya que según la pericia hecha por Renault las exiguas piezas de Trafic aportadas por la policía se correspondían al menos a dos vehículos, ninguno de los cuales era el que había pertenecido a la textil Messin, pasado por las manos de Telleldín y tenía el motor que apareció, desapareció y reapareció en la calle Pasteur al 600.

“Las pericias para determinar qué explosivo se había utilizado se le confiaron a un oficial de la Brigada de Explosivos, Horacio Ángel Lopardo, quien tenía un hermano con la misma especialidad en la policía bonaerense al que le gustaba juguetear con un llavero que lucía una cruz esvástica”

A diferencia de Cappiello, Raúl Kollmann sostiene en Página/12 que las supuestas piezas metálicas de la supuesta camioneta-bomba no se encontraron cerca del balde rojo y en una bolsa aparte, sino dentro del mismo.

 

Tuni Kollmann procura deslumbrar a legos y desprevenidos con una jerga supuestamente científica. Escribe que se hizo sobre los fragmentos metálicos hallados “un análisis de microscopía electrónica de barrido con espectrometría de dispersión de rayos X” que es “el estudio más sofisticado existente” porque compara “los átomos de las esquirlas con los de restos de camioneta encontrados después del atentado”.

 

El célebre peluquero encarnado por Fidel Pintos, inventor de la sanata, no lo habría dicho mejor.

 

“La imposibilidad de cualquier manipulación”

Pues bien, en esta idolatría han caído los incautos fiscales. Kollmann informa con indisimulable alborozo que han llegado a la conclusión de que «existe plena coincidencia en la estructura y recubrimiento” de los pequeños fragmentos de chapa color blanco Chapelco, “con el utilizado en las camionetas Trafic fabricadas entre marzo de 1987 y octubre de 1989, lo que permite afirmar que el ‘aparato infernal’, usando un término de los forenses, no pudo haber sido otro que esa camioneta». Ignorando datos tan elementales que constan en el gigantesco y adiposo expediente como que el trozo de metal que por poco le secciona un brazo a Rosa Montano (la mamá del pequeño Sebastián Barreiro, de 5 años, muerto en el ataque) era de color azul.

 

Continúan los fiscales: «Las esquirlas y las partes de la camioneta fueron detectadas en la escena de la explosión y en los cuerpos de manera contemporánea, a los pocos minutos; el lugar en el que fueron encontrados los cuerpos que contenían las esquirlas, cercano a aquel que los peritajes determinaron que habría explotado la camioneta; la imposibilidad de cualquier manipulación de esa prueba por el tipo, la cantidad y los efectos de las lesiones que las esquirlas produjeron en las víctimas, descriptas en las respectivas autopsias y en el video de esas autopsias y, finalmente, por la concordancia y coherencia del resultado del peritaje ordenado con el resto de las pruebas obrantes en la investigación».

 

Todo esto quizá impresione a los desprevenidos, pero apenas quiere decir algo. Aún si la pericia de la Gendarmería fuera correcta, está claro que fueron los propios terroristas los interesados en desviar la investigación sembrando las pistas de una camioneta-bomba que nunca existió, y para esto lo más práctico era combinar los explosivos con pequeñas piezas y fragmentos de una Trafic que sirvieran de esquirlas.

 

Por supuesto, también hay otras hipótesis, como que piezas de una Trafic fueron sembradas por un camillero o incluso que fueron depositadas en la azotea de la AMIA por un helicóptero que muchos vecinos vieron detenerse sobre el edificio esa madrugada. Uno de ellos dijo haber visto cómo, auxiliándose con un reflector, se había arrojado desde el helicóptero una soga gruesa sobre la terraza.

 

La sombra de Yabrán

image555bd33d8a9843-47562812En esta última hipótesis, o bien los terroristas pudieron calcular la manera en que el edificio habría de derrumbarse, de manera que las piezas cayeran entre los escombros, o bien contar con complicidad dentro del edificio. Porque conviene recordar que en la AMIA como en muchas instituciones judías se respeta el Sabbat, y la limpieza se realiza el domingo por la noche. En el caso de la AMIA se le había confiado a una empresa, La Royal, que era de Alfredo Yabrán, socio y amigo de Monzer al Kassar, el sospechoso nº 1 de haber instigado el ataque.

 

A pesar de que se le pidió reiteradamente que especificara qué helicópteros y con qué tripulación habían volado sobre Buenos Aires el domingo 17 y la madrugada del lunes, la Dirección General de Operaciones (DGO) de la fuerza, de la que dependen los helicópteros, que tiene base en la isla Demarchi, jamás aportó esa información. Sólo aceptó que había habido aparatos volando el domingo vigilando los festejos de un reducido grupo de brasileños por el triunfo de su selección nacional de fútbol en el mundial de los Estados Unidos (frente a Italia, en Los Ángeles y por penales luego de 120 aburridos minutos de juego sin goles). Del mismo modo, a pesar de que todos los helicópteros de la Federal estaban dotados de modernas cámaras de video (una donación de la firma SkyLab de Alfredo Yabrán), la PFA nunca aportó videos tomados a posteriori de las explosiones.

 

Por cierto y curiosamente, la que fuera durante largos años abogada del hoy imputado ex presidente de la DAIA y ex banquero Rubén Beraja, Marta Nercellas, fue también abogada de empresas de Yabrán.

 

El video de los Blue Firefighters

El ubicuo subinspector Lopardo volvería a participar en una “pericia” organizada por los periodistas Raúl García, Néstor Machiavelli y Florencio Mozón, todos con buenos vínculos con los servicios de inteligencia. Los tres, junto a la Brigada de Explosivos de la Policía Federal pretendieron “demostrar” en un programa de TV que el explosivo no podía haber estado en el volquete y sí había estado en una Trafic.

 

Se trató, en rigor, de la escenificación de un programa televisivo, cuya dirección artística se confió a Lucía Suárez, nacida en la Argentina pero criada y formada como periodista en los Estados Unidos.

 

García había sido el director del semanario Somos durante la dictadura, a la que le ofició de House Organ. Machiavelli tenía vínculos con el Servicio de Informaciones de la Fuerza Aérea (SIFA) y la SIDE, y Monzón (que tiene, entre otros méritos, el de haber reivindicado en uno de sus libros al suboficial mayor -bibliotecario- César Marcos, uno de los jefes de la resistencia peronista) ya era entonces, a fines de 1996 y comienzos de 1997, el vocero del comisario Pelacchi, jefe de la Federal, a quién poco después seguiría como secretario privado a Lyon, Francia, sede de Interpol, cuando el comisario ocupara un lugar en su buró, y también lo acompañaría a Aeropuertos Argentinos.

 

Recuerdo que cuando se anunció que se haría detonar tanto una Trafic y un volquete en un campo de Azul, Dobniewski me dijo que era una barbaridad que los privados se pusieran a hacer seudopericias que sólo le correspondían a la Justicia. Sin embargo pronto quedaría claro que lo había dicho pour la galerie, ya que inmediatamente que la “pericia” se hizo, y él y el abogado de la DAIA, Rogelio Cichowolski, le pidieron formalmente al juez Galeano que la validara como si hubiera sido pedida por él. Por alguna razón a los tres les parecía crucial eliminar de cuajo la posibilidad de que a alguien se le ocurriera investigar a fondo la función cumplida por el volquete acomodado frente a la puerta de la AMIA.

 

Tiempo después, entrevistado por Horacio Verbitsky, Dobniewski admitió que no había sido ajeno al pergeñamiento del engendro.

“Resulta obvio que no puede haber garantías de qué parte o todas las piezas o pedazos de piezas de una Trafic milagrosamente aparecidas en bolsistas no inventariadas dentro de un frezeer del Laboratorio Químico de la Federal pueden haber pertenecido a la camioneta detonada en Azul y puestas allí por manos anónimas ma non troppo”

El resultado fue un video que parecía de publicidad institucional de la Brigada de Explosivos con la participación de periodistas amigos, con el objetivo explícito de robustecer la hipótesis del coche-bomba -muy floja de papeles- y desechar la que afirmaba que el volquete había contenido explosivos. Una escenificación cuyo director técnico, más allá de Lucía Suárez y de Lopardo, fue el superintendente de Bomberos, el comisario general Carlos López, que también puso la cara, al igual que el fiscal Eamon Mullen.

 

La primera frase que se pronuncia en ese programa especial que no fue encargado por ningún canal es mentirosa, lo que da el tono de lo que seguiría. “El atentado contra la sede de la AMIA fue avisado con semanas de anticipación”, proclama Macchiavelli en referencia a la advertencia que el confidente de los servicios de informaciones brasileños Wilson Roberto Dos Santos hizo a los consulados de Brasil, Israel y Argentina en Milán el 8 de julio de 1994, diez días antes del atentado.

 

La advertencia fue imprecisa pero dramática y categórica: se iba a cometer un atentado contra un blanco judío en Buenos Aires”, continuó Macchiavelli, que omitió decir que Dos Santos alertó que el atentado iba a tener un objetivo que, al igual que había sucedido con la Embajada de Israel, se encontraba en refacciones, por lo que no se entiende por qué no se habían adoptado elementales medidas de seguridad.

 

Enseguida aparece en el video una grabación clandestina hecha a la cónsul argentina en Milán, Norma Fassano, donde esta farfulla que no le hizo caso a Dos Santos, entre otras cosas porque “no era precisamente Robert Redford”. Macchiavelli interviene entonces para apuntar que el brasileño se había referido a su romance con una mujer que “aparentemente pertenecía a una organización terrorista iraní”, cuando en realidad Dos Santos se había referido a su relación con una prostituta iraní, Nasrim Mokthari, a la que él y solo él había relacionado con el Hezbolá libanés.

 

Hace más de dos años -continuó Macchiavelli- nuestro equipo (?) propuso al juez de la causa la voladura de una Trafic utilizando una carga similar a la determinada por los peritos de la Policía Federal”.

 

Hace más de dos años”, dijo. Es decir, desde poco después de cometido el atentado. En cuanto a “nuestro equipo” incluía, obviamente, a los sospechosísimos jefes de la Brigada de Explosivos.

 

AMIAPrimero filmamos los restos del vehículo recogido en el lugar”, agregó en obvia referencia a la AMIA, dejando claro que habían estado trabajando desde un primer momento junto a los peritos del Cuerpo de Bomberos y haciendo tabla rasa de que gran parte de las escasas piezas con las que se había reconstruido una pequeña porción de una Trafic con piezas de dos o tres camionetas no habían sido encontradas entre los escombros de la AMIA, sino en la Costanera Norte, junto a la Ciudad Universitaria y el río, donde varios camiones (incluyendo alguno aportado por la empresa Santa Rita, a la que había pertenecido el volquete partido y desfondado) los habían arrojado.

 

Carlos Telleldín dijo haber podido averiguar durante su larga estancia en dependencias del disuelto DPOC (Departamento de Protección al Orden Constitucional, la antigua Coordinación Federal, luego Superintendencia de Seguridad Federal) que la mayor parte de esas piezas fueron obtenidas por los policías en los mismos talleres y desarmaderos que él utilizaba para armar “autos mellizos”.

 

La carga puesta por los expertos de la Brigada de Explosivos de la PFA en la Trafic explosionada en Azul fue de 300 kilos, más del doble de la que había determinado en su momento Laborda (un mínimo de 125 kilos), con quien habían coincidido el perito estadounidense Charles Hunter y otros expertos contratados por la AMIA. “Después, una Trafic del mismo modelo fue cargada con 300 kilos de un explosivo en base a nitrato de amonio”, agregó Macchiavelli, sin especificar de qué explosivo se trata (según todas las pericias, excepto las de la PFA, el utilizado en la AMIA fue ANFO, una mezcla de nitrato de amonio y aluminio -amonal- con fuel oil).

 

Luego de producida la explosión en campo abierto, Macchiavelli comentó: “El impresionante estallido dispersó los restos en forma similar al mapa de los pedazos encontrados frente a la AMIA”. Mapa que confeccionó, claro, la Superintendencia de Bomberos.

 

En su afán por descartar que hubiera podido haber explosivos en el volquete, el equipo mixto de periodistas y Brigada de Explosivos puso uno a tres metros de la camioneta detonada. Luego mostraron trozos muy chicos del mismo, cuando el volquete puesto frente a la AMIA se había partido en dos pedazos grandes y uno pequeño.

 

El falso documental no muestra, como hubiera sido preceptivo, el lugar de la explosión, y es que si lo hubiera hecho se habrían apreciado la carrocería de la camioneta arrugada, deformada y quemada pero fácilmente reconocible.

 

En lugar de ello aparece Macchiavelli junto al fiscal Eamon Mullen, teniendo como fondo el horizonte campestre. El breve diálogo parece calcado de otras “pruebas” tendientes a “comprobar científicamente” que un jabón lava más blanco que los de la competencia.

 

-¿Qué valor pericial tiene para la causa esta explosión? -preguntó el periodista.

 

-Por lo que acaban de decir los expertos en explosivos (es decir, López, Lopardo y compañía), corrobora casi en un cien por ciento el informe preliminar y el informe final de la Superintendencia de Bomberos (es decir, sus propios informes).

 

-La prueba fue categórica y confirmó los peritajes y testimonios que ya estaban en la causa -apostilla entonces el propio Macchiavelli en off, haciendo tabla rasa de que no hubo ni un solo testigo fiable que haya dicho haber visto una Trafic en la escena del crimen.

 

-Pero algún tiempo después comenzó a circular una teoría sin sustento sólido según la cual los explosivos habían sido colocados en un contenedor de escombros o volquete que estaba frente a la AMIA -continuó diciendo Macchiavelli, con lo que dejó a la vista la pata de la sota. Porque tal “teoría sin sustento” no había comenzado a circular “algún tiempo después”, sino el mismo día del atentado, y ya en su edición del miércoles 20 de julio Clarín se había hecho eco de ella al describir que “un volquete de recolección de escombros (…) quedó sepultado a la altura de la puerta de entrada del edificio. Ese contenedor presentaba sus paredes de hierro casi desgajadas y abiertas en flor, como si una carga explosiva hubiera estallado en su interior”.

“Muchos bomberos de la Federal y particularmente los de la Brigada de Explosivos hicieron todo lo posible para que no se pudiera determinar dónde habían tenido lugar las explosiones”

Macchiavelli dialoga luego con el comisario López, capi di tutti capi de los bomberos. “Lo que llama la atención es que el piso está intacto”, le dice. Y el comisario López explica que quedó entero porque la explosión se produjo afuera. Ninguno de los dos explicó, con todo, por qué el pedazo de volquete que mostraban, al igual que el despanzurrado en la AMIA, no tenían ni un solo impacto de esquirlas, siendo que todos los vehículos situados en las inmediaciones del foco habían resultado acribillados.

 

Resulta obvio que no puede haber garantías de qué parte o todas las piezas o pedazos de piezas de una Trafic milagrosamente aparecidas en bolsistas no inventariadas dentro de un frezeer del Laboratorio Químico de la Federal pueden haber pertenecido a la camioneta detonada en Azul y puestas allí por manos anónimas ma non troppo, siendo firmes sospechosos los miembros más veteranos de la Brigada de Explosivos que participaron de aquella experiencia teatral y pudieron habérselas guardado.

 

Esto, más allá de que la más elemental de las lógicas indica que los propios terroristas pueden haber puesto pequeñas piezas de Trafic dentro del artefacto explosivo externo para que sirvieran de metralla de modo de disimular cuál fue su verdadero continente.

 

Como explicaron Jorge Lanata y Gabriel Levinas antes de ponerse al servicio del Grupo Clarín, la supuesta Trafic-bomba fue un invento de los asesinos al que se aferraron supuestas víctimas que fueron extorsionadas, y luego de que Israel y Estados Unidos presionaran a Menem para que aceptara el desvío de las investigaciones (Menem no tenía cómo oponerse, ya que sin Trafic-bomba la investigación hubiera enfilada hacia estrechos allegados y familiares suyos, como advirtió tempranamente el perspicaz Rogelio García Lupo), todos los diarios sin excepción se plegaron a este consenso. Y detrás de ellos, todos los medios.

 

Quizá el podio de los periodistas encubridores le corresponda a Roman Lejtman, que le propuso a Tuni Kollmann escribir un librito que contuviera la “confesión” de Telleldín, a fin de blanquear el pago a éste de 400 mil pesos/dólares que le había prometido dar un alto funcionario que Lejtman se rehúsa a identificar alegando que se trata de una “fuente” (pero que quienes están en el tema saben que se trata de CVC), proyecto que capotó porque, como les explicó Gloria Rodrigué, por entonces propietaria de la Editorial Sudamericana, no había autor en el mundo al que una editorial argentina pudiera pagarle 400 mil dólares, ni un tercio de esa cifra.

 

Lejtman, además, hizo luego un documental en base a un guión milimétricamente coincidente con los requerimientos del Mossad, procurando apuntalar la temblequeante historia oficial basada en una camioneta-bomba conducida por un kamikaze libanés teledirigido desde Teherán por protervos ayatolás. Y, según fuentes de “la cole”, seguiría trabajando para el reo Beraja.

 

Pero si Lejtman se lleva las palmas y Cappiello mantiene un bajo perfil (¿para qué hacer alarde de las infamias?), si Kollmann, muy trabajador, tira la piedra y esconde la mano cubriéndose, valga la redundancia, con una buena cobertura de los avatares del caso Nisman, Daniel Santoro, de Clarín, en su afán de apuntalar aquella Historia Oficial, rompió el boludómetro.

 

esquirlasFue cuando confundió un pedazo de dedo evidentemente sembrado en un piso alto de un edificio vecino a la Embajada de Israel con el propósito (¡toda una obsesión!) de “probar” la existencia de un supuesto chofer suicida de la supuesta camioneta Ford F-100 que nadie vio aquel infausto 17 de marzo de 1992, con un grumo de sangre reseca en un pedazo de pedal de acelerador aportado por los bomberos como encontrado entre los escombros de la AMIA. Ocurrió al participar en el último programa de “Ronda de editores”, el espacio que conduce María O’Donnell en la TV Pública.

 

“Voy a decir una cosa truculenta pero hay que saberla: parte de las 85 víctimas tenían incrustaciones del chasis y demás… ¿Para qué sirve esta prueba que son como se ve en las imágenes de la nota de (Hernán) Cappiello? El tema es el conductor suicida. Porque se había encontrado un dedo que estaba quemado que se supone que era el dedo que podía llegar a confirmar que Berro, Al Berro, que decían era un miembro de Hezbolá del Líbano que era el conductor suicida, que eso… pero las pruebas de ADN no sirvieron porque estaba muy quemado… Entonces la esperanza es que en estos restos de ADN se pueda comprobar con los dos hermanos de Al Berro, el único, el miembro de Hezbolá del Líbano, que viven en Estados Unidos y que puede (el cotejo de ADN con el dedo carbonizado) llegar a dar positivo para avanzar sobre el conductor suicida”.

 

Tal cual. Adrián Murano, Javier Calvo e Irina Hauser escuchaban a Santoro estupefactos. Posiblemente recordaran el blooper perpetrado por Nisman, su alter ego Stiuso y su entonces fiscal adjunto Marcelo Martínez Burgos cuando fueron a Detroit a entrevistarse (FBI y fiscal estadounidense mediante) con dos hermanos del libanés Ibrahim Berro, señalado por los servicios secretos israelíes como el kamikaze que habría embestido contra la AMIA. Se llevaron tremendo chasco cuando los hermanos Hassan y Abbas Berro le dijeron que Ibrahim había quedado contrahecho en un bombardeo israelí; que por eso no le habían dado la visa para ir a los Estados Unidos tal como era su deseo; que lo habían visitado en el Líbano después del atentado a la AMIA y que estaba allí, pobre y sin haber podido salir del país; que jamás había pisado la Argentina y que había sido tan desgraciado que un nuevo bombardeo israelí lo había matado. El “dato” había sido un chiste de judíos. Israelíes, para más señas.

 

No obstante, y siguiendo indicaciones de un Stiuso inasequible al desaliento, Nisman llegó a Buenos Aires y anuncio urbi et orbi que el caso AMIA ya estaba resuelto porque ya estaba confirmado que Ibrahim Berro había sido el conductor suicida, etc., etc.

 

Tal como narro con más detalles en El Caso Nisman: Secretos inconfesables (Editorial Punto de Encuentro), bastó que horas después Rolando Hanglin -que conducía su programa “RH Positivo” por Radio Continental- se pusiera en contacto con Abbas Berro para que la historia se desmoronara como un castillo de naipes.

 

Abbas Berro dijo que Nisman había inventado una historia. “Yo les di una foto, ellos me mostraron otra, pero esa ya no sé de quién es”, dijo Abbas, y aclaró todo lo que ya se ha dicho.

 

Del mismo modo se derrumbará esta historia de baldes rojas, bolsitas plásticas y cabezas de tacho, excepto que se soborne a uno de los hermanos Berro o se le extraiga sangre dormido para luego untar un trozo de pedal de acelerador y exigir seguidamente que se someta a un análisis de ADN.

 

En el ínterin, reitero mi desafío a cualquiera de los defensores de la Historia Oficial a debatir en público la existencia o inexistencia de coches-bombas, choferes suicidas y la mar en coche.

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