¿Un armagedón nuclear?

Exponemos la situación actual del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania. La amenaza a las armas nucleares y la provocación de la OTAN.
putin

Los recientes referendos de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, y su posterior anexión a Rusia, han modificado el escenario en Ucrania. Desde la perspectiva de Moscú la guerra ya no se libra en territorio ucraniano sino que lo hace en espacio ruso. El ejército agresor ha pasado a ser el ejército de Ucrania. En consecuencia, según la doctrina de guerra rusa, la situación habilita al país para hacer uso de su arsenal nuclear. Las palabras de Putin, advirtiendo que “utilizará todos los medios necesarios para defender el territorio ruso”, sonaron como una amenaza en esa dirección para los analistas de la alianza atlántica. A tal punto que Biden declaró, ante sus colegas del partido demócrata, que el riesgo de un “armagedón” nuclear es el más alto desde la crisis de misiles en Cuba de 1962. La pregunta entonces surge sola ¿qué tan posible es que Rusia utilice sus misiles nucleares? En términos de costo-beneficio Moscú tendría más para perder que para ganar si usa armas nucleares, por eso las posibilidades son mínimas. Aun así, existen. En lo que sigue analizamos en qué contextos Putin puede juzgar que el beneficio de usar armas nucleares podría ser mayor que sus costes.

El arsenal nuclear ruso
En 1972, en Moscú, Leonid Brézhnev y Richard Nixon firmaron el Tratado sobre Misiles Anti-Balísticos (ABM) que limitaba la cantidad de ojivas nucleares que podían ser desplegadas. El tratado tenía una duración de treinta años. En 2002, cuando debía revalidarse, Estados Unidos se retiró de forma unilateral. Con esa decisión la Casa Blanca dejaba a la comunidad internacional sin uno de los instrumentos jurídicos más importantes en lo que refiere al control de armas y mantenimiento de la paz. Para Rusia la retirada estadounidense fue una prueba más de que la expansión de la OTAN hacia Europa Oriental ocultaba intenciones hostiles. Por tanto, las fuerzas armadas rusas buscaron reconsolidar su capacidad nuclear disuasiva.
Existen dos tipos de armas nucleares: las “estratégicas” y las “tácticas”. Las primeras refieren a aquellas que fueron diseñadas para la defensa estratégica y la disuasión per se. Las segundas, en cambio, fueron pensadas para su empleo en el campo de batalla. Es decir, que las armas nucleares “tácticas” tienen una capacidad de destrucción inferior a las “estratégicas”. En 2013 Rusia contaba con 4500 ojivas nucleares, 1800 de ellas “estratégicas”. Para 2015, según el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo, contaba con 7500 ojivas, de las cuales 1750 estaban instaladas en misiles balísticos. Mientras que Estados Unidos tenía 7300 ojivas con 2080 misiles balísticos. Aunque en 2022, según datos de la Nuclear Threat Initiative, Rusia cuenta con 6370 ojivas en total, es decir, contando las desplegadas, no desplegadas, almacenadas y prontas a desmantelar. Estados Unidos, por su lado, cuenta con 5750 ojivas en total. En todo caso, es evidente que tras la disolución del tratado ABM ambos países han aumentado sus reservas de ojivas nucleares.
Sin embargo, la doctrina nuclear estadounidense prioriza las armas nucleares “estratégicas”, mientras que Rusia, en cambio, prioriza el desarrollo de armas “tácticas”. La razón detrás de tal diferencia de doctrina estriba en la inferioridad rusa en el desarrollo de armas convencionales que la obliga a buscar, en su arsenal nuclear, una forma de contener las ventajas cualitativas que la OTAN tiene en el campo de batalla. La superioridad tecnológica de Occidente en materia de industria militar es evidente, y lo será aún más a medida que continúe la conversión de las fuerzas armadas ucranianas en unas fuerzas armadas occidentales. De hecho, si algo quedó demostrado con la guerra es que la propia industria bélica rusa depende de proveedores tecnológicos de Occidente. Es pues, el arsenal nuclear lo que permite a Rusia ser considerada una potencia militar en igualdad de jerarquía con las potencias de Occidente.

Motivaciones
Decía el historiador griego Tucídides que existen tres razones por la que un Estado va a la guerra; honor, miedo e interés. La guerra actual en Ucrania parece responder a las tres causas por igual. De la misma forma creo que el honor y el miedo podrían incidir en una eventual decisión de Putin a usar las armas nucleares. Lo más factible es que para que ello suceda la situación deba alcanzar ciertos extremos. Por un lado, que las operaciones militares ucranianas redunden en derrotas deshonrosas para las fuerzas armadas rusas en un territorio que ahora se percibe como propio. Por otro lado, que la tensión política en la propia Rusia amenace con un cambio de régimen. Sí ambos casos, además, se dan de forma combinada la presión sobre Putin sería enorme.
Está claro que de usar armas nucleares, Rusia utilizaría misiles “tácticos”. En otras palabras, que lo haría para modificar el resultado en el campo de batalla y no para alcanzar una disuasión estratégica. Para ser más preciso, difícilmente arrojará una bomba nuclear sobre Kiev, lo más factible es que lo haga sobre infraestructura o unidades militares ucranianas específicas. Teniendo en cuenta eso se puede afirmar que de continuar los éxitos militares ucranianos el riesgo de empleo de armas nucleares “tácticas” aumenta. Todo parece indicar que a Putin le conviene el status quo actual con Rusia controlando el 20% del territorio ucraniano. Dicha situación le permite mostrarse como el vencedor en la contienda. La contracara sería retirarse de Ucrania sin lograr ninguno de los objetivos declarados de la invasión y perdiendo contra la OTAN. Ese es un escenario que querría evitar para salvar el honor de Rusia. Es ese un escenario propicio para emplear armas nucleares “tácticas”.
Según el medio británico The Economist las sanciones occidentales a Rusia provocarán, en un horizonte de tres a cinco años, estragos en su economía. Por ahora Rusia ha absorbido con relativa eficacia tales sanciones. Empero, si los problemas económicos se agudizan y la oposición política se acrecienta podría surgir la opción de un cambio de régimen. No es sencillo, Putin cuenta con un capital político importante. En la década de mil novecientos noventa, bajo el gobierno de Boris Yeltsin, Rusia vivió una verdadera experiencia caótica. En 1998, como consecuencia de una severa crisis económica, el país se declaró en default en los pagos de deuda interna y externa. El rublo se despreció y la inflación pasó del 27,6% anual ese año de 1998 a 85,7% en 1999. El 40% de la población vivía bajo la línea de la pobreza, más de trece millones de habitantes se encontraban sin trabajo y los empleados públicos prácticamente no cobraban a causa del déficit presupuestario. En ese contexto, el 9 de agosto de 1999, Vladimir Putin fue designado Primer Ministro para luego, tras la renuncia de Yeltsin, alcanzar la Presidencia. Desde entonces ha tenido éxito en presentarse, ante la opinión pública, como el hombre que sacó a Rusia del caos y el garante de que no vuelva a caer en él.
Por difícil que parezca imaginar un escenario de cambio de régimen, si el mismo se hiciera presente Putin podría considerar los beneficios de usar armas nucleares en Ucrania como superiores a los costos. Después de todo su papel de “restaurador” de la grandeza de Rusia en el frente externo es central en la propaganda que hace de Putin el garante del orden doméstico. Y si los éxitos militares ayudan a callar las disidencias internas, y evitar un cambio de régimen, bien valdría usar las armas nucleares para obtener tales éxitos. Estos son, en síntesis, dos escenarios posibles que podrían llevar a Rusia a emplear su arsenal nuclear.

La retórica del armagedón
Un punto importante en la presente escalada nuclear entre Rusia y la OTAN es el aspecto discursivo. Uno y otro están luchando también una guerra psicológica donde instalar la idea de una respuesta nuclear resulta de utilidad. Para Rusia sembrar la duda de un posible empleo de las mismas es un instrumento de presión para mantener a la OTAN fuera del conflicto. Para Estados Unidos advertir que habría una respuesta si Putin utiliza armas nucleares busca, por un lado, lograr la disuasión y, por otro, criminalizar aún más a Rusia. De hecho, si Putin autorizara el uso de armas nucleares, rompería un tabú que lo terminaría de aislar del resto del mundo. El problema no es tanto el uso de las armas nucleares como el hecho de ser el “primero” en usarlas.
En una entrevista a France 24 el presidente Macron declaró que Francia no respondería con su arsenal nuclear si Rusia atacaba a Ucrania con misiles nucleares. El Secretario de Defensa británico Ben Wallace lamentó, usando una metáfora proveniente de los juegos de naipes, que Macron haya “mostrado sus cartas”. En otras palabras, aunque los miembros de la OTAN que cuentan con armas nucleares, Francia, Reino Unido y Estados Unidos, no están dispuestos a responder con una guerra nuclear a un posible primer movimiento de Rusia, resulta crucial dar a entender que sí lo harían. La misma lógica aplica a Putin, que puede no estar decidido a usar las armas nucleares, pero es necesario mantener la incertidumbre para evitar un mayor compromiso de la OTAN. El problema con este juego retórico es que el límite entre lo verdadero y lo falso se torna difuso.
Hasta aquí hemos escrito sobre la relación coste-beneficio para Rusia, pero no debemos olvidar que para Estados Unidos también hay una relación de costo-beneficio en el hecho de que su antagonista sea el primero en usar armas nucleares. En ese sentido, es obvio que Estados Unidos tiene más para ganar que para perder si Rusia finalmente emplea armas nucleares “tácticas” en territorio ucraniano. Pues lograría finalmente el repudio internacional contra Putin y consolidaría su liderazgo. En consecuencia, evitar el holocausto nuclear no es solo responsabilidad de Rusia. Depende también de que Estados Unidos no presione intencionalmente para provocar el armagedón y obtener beneficio de él.


Licenciado en Historia y Dr. En Ciencias Sociales. Docente en la Universidad Autónoma de Entre Ríos.

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