Un año y nada para festejar

Aunque cueste creerlo, Mauricio Macri resultó más torpe, menos audaz y más ignorante respecto a los problemas de ciudad de lo que se esperaba. A poco de cumplir su primer año de gestión al frente de la Capital Federal, sus primeros pasos al frente de uno de los presupuestos más importantes de la Argentina han significado la consolidación de una ciudad expulsiva en términos habitacionales, indiferente en aspectos sanitarios y educativos y carente de opción alguna para sus sectores más vulnerables.

“Riachuelo, Transporte, Villas, Teatro Colón, Turismo, Escuelas, Ambientes, Subtes, Chicos de la calle, Seguridad, Basura: una sola de estas que realices, Ingeniero Macri, y la próxima te voto”, sentenciaba el post de un lector del matutino La Nación apenas Mauricio Macri asumió la jefatura del gobierno porteño. Ahora falta poco para que se cumpla un año, y lo que fue una opción de cambio para más del 60 % del electorado capitalino, ahora comienza a resultar un desencanto. De hecho, esa debacle comenzó a ser estudiada por el macrismo desde que descubrió que su principal obstáculo radica en la falta de capacidad para asumir las negociaciones fundamentales que le permitan llevar adelante los faraónicos proyectos que necesita realizar para diferenciarse y consolidar su camino a la Presidencia de la Nación en 2011.

Por ahora, el macrismo parece la versión conservadora de la teoría kircherista del estado de elección permanente. No en vano las principales obras, basadas en la fórmula de asfalto + baches + gran cartelería publicitaria, se reproducen con más asiduidad en las zonas centro y norte de la ciudad, los barrios donde el PRO obtuvo la mayor cantidad de votos. Sin embargo, el otro barrio que definió su victoria fue Lugano, el barrio más pobre de la ciudad que aportó un enorme caudal de votos y que hoy, a un año de gobierno, sigue peor que antes.

Subtes, no. Policía y basura, sí.

El 2009 está cerca y hay urgencia por mostrar obras. La ampliación de los subtes no será posible y por ende ya no es un caballito de batalla electoral. Los que quedan son: la creación de la policía, la transformación del tránsito, la inclusión de colectivos articulados, la nueva licitación de la basura y una batería de proyectos de obra pública que serán jugosos negocios y que le permitirán al gobierno PRO seguir diferenciándose con obras que considera de alto impacto para lograr la aprobación de los porteños. Pero nada será posible si no tiene financiamiento, algo que el macrismo tiene cada vez menos.

En ese escenario, los macristas también ha demostrado que uno de los peores obstáculos para sus hombres son las leyes porteñas, que en muchos casos indican todo lo contrario a lo que desea Macri, y su aplicación termina con graves desgastes judiciales y legislativos. Un costo alto, pero que parece que el macrismo está dispuesto a pagar hasta que aprenda a utilizar los resortes del poder de una forma menos tosca, más operativa y que le reporte más beneficios que desgastes. Para la CTA, las pricipales características del primer año de Mauricio en el poder son: “la violación a la independencia del Poder Judicial, la existencia de proyectos de cierre de talleres y hospitales, desalojos, institucionalización de niños, recorte de becas, precarización de trabajadores públicos y deterioro en la cantidad y calidad de viandas y raciones a comedores escolares».

Mediante un comunicado entendieron que «el hilo conductor de este gobierno es el corrimiento de un Estado garante de derechos hacia el formato neoliberal del Estado gerente de negocios». Para el titular de la CTA Capital, Fabio Basteiro, «sin lugar a dudas Macri utiliza esta ciudad como plataforma para el lanzamiento nacional, pero los trabajadores de la salud, de la educación, los compañeros de los centros culturales en barrios y las organizaciones territoriales, siguen discutiendo y peleando un modelo de ciudad diferente».

El problema es que ese modelo todavía no salió a la luz y precisamente por esa falta de definiciones claras, fue que Macri logró crecer gracias a los desaciertos de sus antecesores. Gracias a esa ausencia, el macrismo tiene un amplio espacio donde seguir avanzando y construir consenso a partir de las peores características de la clase media porteña. Es decir, del miedo, la inseguridad y el espanto que provoca el temor a que la crisis recrudezca y pulverice en poco tiempo los atributos que tanto le costó reconstruir.

Es posible que la clase media porteña sea más democrática que hace diez años atrás, pero el incremento de su xenofobia ya resulta inocultable. El referente de esos ciudadanos asustados se llama Mauricio Macri y desde que ganó las elecciones como jefe de Gobierno de la ciudad, no ha hecho otra cosa que enriquecer su relación con ese electorado a cualquier costo y sobre las espaldas de quienes menos tienen, justo aquellos a los que el Estado porteño ha comenzado a cerrarle las puertas.

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