Tu querida presencia… en el cine

Entre 1967 (el año en que lo asesinaron) y 2008, se realizaron más de cincuenta películas (contando largometrajes y cortos) basadas en la vida del Ernesto Guevara. La mayoría de ellas es —o pretende ser— de carácter documental aunque, en ocasiones, ese formato fue utilizado para legitimar interpretaciones o juicios temerarios acerca de su temperamento público o privado.

Recorridos fotográficos y fílmicos, versiones y reversiones de los diarios, dramatizaciones y docudramas del desembarco del Granma, de la ofensiva en Sierra Maestra, de la rendición de Santa Clara, o de la entrada triunfal a La Habana y a Santiago de Cuba, videoclips de canciones que celebran su coraje, películas inspiradas en poemas, proyectos de series televisivas, son algunos de los materiales, formatos y ocurrencias a través de los que se intentó descomponer la figura de uno de los líderes revolucionarios más influyente del siglo XX. Y si es cierto que el Che pertenece a ese orden de sujeto histórico que, naturalmente, se erige a sí mismo como leyenda, no es menos cierto que, salvo contadas excepciones, el cine no permaneció indiferente a la moral ni a la emoción de esa configuración heroica.

Guevara: anatomía de un mito (2005, USA), dirigida por Luis Guardia (y subvencionada por el Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo, con sede en la orilla de enfrente a la isla, en Florida) es uno de los casos donde el formato documental está puesto al servicio de un juicio previo. Contradiciendo el carácter inorgánico de la formación mítica, los primeros diez minutos de cinta le alcanzan a Guardia para radiografiar (a través de testimonios endebles y audios manipulados) la “anatomía” de un Che impostor, despótico, frívolo, insensato y ególatra.

Entre las producciones de ficción, Y puro como un niño (1988, Cuba) de Mario Rivas, es el único filme de animación que abordó, hasta ahora, la biografía del Che. El cineasta escogió y animó pasajes de la niñez de “Ernestico” narrados por su padre —Ernesto Guevara Lynch— en el libro Mi hijo el Che.

Murió el Che, que viva el cine

La primera película sobre el Che la filmó el cubano maestro de cineastas Santiago Álvarez, en 1967. Se llamó Hasta la victoria siempre y representó la respuesta mecánica a la noticia del asesinato. Orfebre del montaje, Álvarez compaginó fragmentos de discursos pronunciados por el Che, imágenes documentales del campamento en Sierra Maestra, testimonios fotográficos de la pobreza en Bolivia y recortes de periódicos anunciando la colaboración entre militares estadounidenses y bolivianos para capturar a los guerrilleros.

El filme de Álvarez dio lugar a un sinfín de películas de bellísima factura que, a lo largo de los años, se realizaron en el ámbito del ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos), una usina de experimentación estética y política sin equivalentes en Latinoamérica. Por otro lado, Hasta la victoria siempre abrió la serie de filmes que, entre 1967 y 1969, se ocuparon del Che.

El segundo ejemplar fue, en rigor de verdad, una mención fotográfica con fines didácticos: en la versión original de La hora de los hornos (1966/1968), Pino Solanas y Octavio Getino incluyeron un plano fijo, de 4 minutos de duración, sobre el rostro fotografiado del cadáver de Guevara (tomado por Freddy Alborta en la lavandería del hospital de Vallegrande), mientras una voz en off conjetura que, “un hombre que elige su muerte, está eligiendo también una vida. En su elección, el latinoamericano recupera su existencia”. Más tarde, en la versión estrenada en 1973, los realizadores sustituyeron esa imagen por un plano breve del Che intercalado con el de otros líderes políticos como Salvador Allende y Juan Perón.

La tercera, El “Che” Guevara (1968, Italia), la dirigió Paolo Heusch y fue la película inaugural de las ficciones sobre Guevara. Basada en una novela de Adriana Bolzoni, la protagonizó Franciso Rabal quien, además, colaboró con la escritura del guión. Por último, Che! (1969, USA), dirigida por Richard Fleischer, tuvo la virtud de estrenar la colección de adefesios reaccionarios sobre el tema. Para eso, contó con un actor acostumbrado a esas artes: Omar Sharif, desde ya, en el papel de un Guevara sometido a la voluntad castrista de purgar el régimen de traidores. Créase o no, el papel de Fidel cayó en manos de Jack Palance.

De la Revolución a la caída del Muro

El trigésimo aniversario del asesinato de Ernesto Che Guevara de la Serna, sumado al contexto político (la caída del Muro de Berlín, la desactivación de la guerra fría y la perestroika), decidieron que 1997 fuera un año de explosión de películas-homenaje, provenientes de Cuba y Argentina. Entre las producciones locales, cabe mencionar Che… Ernesto (de Miguel Pereira), El día que me quieras (de Leandro Katz), Hasta la victoria siempre (de Juan Carlos Desanzo), El Che (de Anibal Di Salvo y Maurice Dugowson), y Adiós Comandante Che (de Edgardo Cabeza).

Ahora bien, si la Revolución cubana —el Che incluido— y el Nuevo Cine Latinoamericano fueron contemporáneos y análogos en su voluntad de transformar las condiciones políticas en la región, uno de los cineastas que trazó el puente que habría de unir Argentina con Cuba y Brasil fue, sin lugar a dudas, Fernando Birri. En 1984, Birri había escrito y rodado Mi hijo, el Che, documental basado en una minuciosa entrevista a Ernesto Guevara Lynch, que revela facetas inéditas y ofrece una visión inusual de su hijo.

Quince años más tarde, en 1999, Birri vuelve sobre ese objeto preciado: con la cámara al hombro, emprende el viaje tras las huellas del Che. La excusa —rescatar el mito y el hombre— se convierte en una dramática reflexión en torno a la vigencia y la resignificación de la quimera revolucionaria. El resultado quedó plasmado en Che ¿muerte de la utopía?.

A un costado la certeza y la buena o mala fe alrededor del dato biográfico, estas películas cobran relevancia cuando se las examina a la par del contexto político en el que fueron producidas. Entonces se explica que un director como Walter Salles se montara a la exitosa franquicia global que, en el final del siglo XX, replicó el rostro del guerrillero en remeras, llaveros y señaladores inofensivos. Cuando el brasileño rueda Diarios de motocicleta (2005), la precuela del Che revolucionario le sirvió para concretar un negocio políticamente correcto, eludiendo incómodos pronunciamientos ideológicos al respecto.

Otro ejemplar meditadamente reaccionario fue el que pergeñaron los “gusanos” Andy García (a cargo de la cámara) y Guillermo Cabrera Infante (responsable del guión). En La ciudad perdida (2005, USA) el Che resulta un implacable y sarcástico comandante de fusilamientos.

La histórica altura

Pasado el umbral del siglo, la figura del Che es nuevamente indagada por el cine. Otra vez la fecha fácil apuró la cámara: en 2007 se reavivó el furor evocativo pero con características singulares. Dos películas de origen estadounidense, resultan sintomáticas de la nueva perspectiva: Personal Che, de Douglas Duarte y Adriana Marino, y Chevolution, de Trisha Ziff y Luis López. En ambos casos se trata de documentales en los que es evidente que la distancia histórica con el Che de carne y hueso, permitió a los autores actualizar el repertorio de interrogantes acerca de su vida y, sobre todo, del impacto que ese hombre ejerció sobre sus contemporáneos.

Duarte y Marino, por ejemplo, viajaron a doce países recogiendo testimonios que confirmaran la hipótesis de un Che a la medida de las necesidades. Así componen un abanico documental que expone que, si para algunos fue un héroe, un santo o un modelo a seguir (“Lo que más yo quisiera es que, por lo menos él, me saliera como el Che”, sostiene un cubano depositando su mirada en uno de sus hijos), para otros aún opera como herramienta política (“Como Hitler, el Che fue un revolucionario”, afirma un skinkead alemán), como objeto comercial y hasta como inspiración musical.

En cambio, Chevolution (que acaba de estrenarse en el Tribeca Film Festival) hace hincapié en la imagen del Che que recorrió el planeta, la que más veces replicó en publicaciones y toda suerte de objetos. Se trata del retrato capturado por Alberto Korda, durante el funeral a los caídos en Le Coubre, que tuvo lugar en La Habana, el 5 de marzo de 1960. A partir de ese primer plano que congeló la expresión del Che, los directores desandan el significado mítico del personaje y la insidencia de esa construcción en la cultura pop estadounidense.

En cualquier caso, parece oportuno considerar que el carácter aislado de estas evocaciones, sumado a la sistemática ofensiva informativa de Estados Unidos contra Cuba, y al desencanto generalizado respecto a un cambio revolucionario, no hicieron más que acrecentar la configuración mítica del Che, confinándolo al baúl histórico de lo inefable. En este sentido, es probable que la mejor película sobre el Che, todavía, esté por hacerse.

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