Calcinándose bajo el sol matinal del 28 de febrero, la jauría periodística estaba allí, ante el portón de la Unidad 21 de Campana, para devorar una imagen, la del hacedor del femicidio más desaforado de la historia policial argentina en el instante de salir en libertad tras 24 años de prisión.
Exactamente al clavarse el mediodía de ese viernes, la silueta de Fabián Tablado emergió de la nada. Y fue transmitida en cadena por todas las señales de noticias. Sitiado por micrófonos y cámaras, los movileros lo acribillaban con obviedades. “¿Por qué la mataste? / ¿Crees que pagaste el mal que hiciste? / ¿Cuál es el mensaje para tus hijas? / ¿Cómo será tu vida ahora?”.
Sus respuestas frías e impersonales parecían estudiadas de antemano. Así dio sus primeros pasos en un mundo sin rejas. ¿Acaso era el final feliz de la historia que lo lanzó a la fama o el primer peldaño de una nueva desgracia? Aquellos eran los tópicos del interrogante que a esa hora se extendía entre los televidentes. Un interrogante que dignificaba la sociedad del espectáculo.
En este punto bien vale retroceder al 27 de mayo de 1996.
El señor de los cuchillos
Es de suponer que el tipo atesora vívidos recuerdos de aquella noche. Y de las 72 horas anteriores, aunque se hayan quemado en una maratónica ingesta de cerveza y cocaína. Entonces supo estrellarse contra una espantosa revelación: la chica con la que mantenía un tempestuoso noviazgo desde hacía cuatro años le era infiel. Esa novedad le había llegado por boca de un amigo que tenía un problema similar, y con quien supo sellar un pacto suicida. Pero la mezcla de alcohol y polvillo blanco hizo que los dos se olvidaran del asunto. Tanto es así que en el atardecer del lunes en cuestión volvieron a encontrarse como si nada en la puerta del colegio Marcos Sastre, de Tigre, donde cursaban el secundario junto a dicha novia. Nadie suponía que se trataba del preludio de un asesinato. Carolina Aló tenía 17 años, tres menos que él.
Su padre, Edgardo Aló, también atesora vívidos momentos de aquella noche. Semanas antes había quebrado su pequeña inmobiliaria. Y alternaba los sinsabores de la desocupación con la malasangre que le causaba el novio de su hija. Lo cierto es que esa noche tuvo un presentimiento funesto. Entonces se encaminó hacia el colegio, llegando allí a las 23.15. Luego sonó la campana y salieron los alumnos. Pero no Carolina ni Fabián.
Ambos estaban en un chalet de la calle Albarellos 348. Era el domicilio de la familia Tablado.
“Esa vez nos pusimos melosos”, admitió Fabián en una entrevista con el autor de esta nota para el programa Historias del Crimen, de Telefé, durante el otoño de 2003 en la Unidad 23 de Florencio Varela, donde en aquella época se encontraba alojado. Y agregó: “Hicimos el amor; fue hermoso. En el instante del orgasmo le propuse tener un hijo”.
Esa frase habría sido el detonante de la tragedia.
La reacción de ella –siempre según Tablado– consistió en interrumpir la eyaculación con un codazo. Tal actitud enardeció al novio, quien, súbitamente, exhumó del olvido la presunta infidelidad de ella. El joven despechado estaba fuera de sí. Pero su enfado se agravó al enterarse que el tercero en discordia era su mejor amigo.
En tanto, un sexto sentido desesperaba a don Edgardo, cuyo siguiente paso fue correr hacia el chalet de la calle Albarellos.
Allí ya estaba la policía.
Apenas se asomó a la puerta pudo vislumbrar la silueta de su hija, que yacía sobre las baldosas de la cocina. En ese momento salía un perito con el rostro desencajado. Y sin saber que estaba frente al padre de la víctima, soltó: “¡Jamás he visto algo así! Llegué a contar 80 puntazos. No pude seguir”.
Ya se sabe que en realidad fueron 113 puñaladas Hasta la cuarta, ella estuvo consciente. Sólo las tres últimas fueron mortales; las otras se hundieron en brazos y piernas, en los costados del tórax y arañaron el borde del pubis. El tipo había elegido zonas no vitales únicamente para desatar el dolor. Y había usado cuatro cuchillos de cocina.
Para él, no obstante, los recuerdos fueron borrosos, según la versión que esgrimió en esa entrevista; a saber: “De pronto me descubrí tirado en el piso, todo ensangrentado. Carolina estaba debajo de mí. Parecía inconsciente. Traté de reanimarla. Pero no se movía. Ahí me di cuenta de que estaba sin vida”.
A continuación, inició una frenética huida que culminó bajo el puente Tedín, a 20 cuadras de su casa. Allí aguardó infructuosamente el arribo de un remis. En cambio, llegó la policía.
Un cabo gordo y amigable, mientras lo esposaba, le dijo: “Te cagaste la vida, pibe”.
Durante esa entrevista Tablado aseguró que en el momento del crimen su mente estaba en blanco. De hecho, la estrategia del abogado Omar Breglia Arias fue demostrar una “emoción violenta”.
Casi tres años después del crimen, la Sala 2 de la Cámara Penal de San Isidro desestimó aquella línea argumental. Los jueces habían entendido que él, en el instante de matar, comprendía perfectamente la criminalidad de su acto. Y lo condenaron a 24 años de prisión.
Enamorado del amor
Ya en 2003 Tablado era un preso ejemplar. Entre los muros había aprendido el oficio de panadero, trabajaba en la oficina de asuntos judiciales y se entregó a la fe evangelista. Con los carceleros tenía un trato afectuoso y también con los presos, quienes lo bautizaron con un simpático mote: “el Nazi”.
“Es porque mi porte se parece al de un soldado alemán”, explicó, con un dejo de orgullo, ese muchacho petiso y cejijunto. Pero sin admitir que alguna vez había integrado un grupo de skinheads que solía moverse en la zona norte.
También aseguraba que la cárcel lo hizo más reflexivo.
La lectura y el intercambio epistolar alimentaban el resto de sus horas. En la celda que compartía con otros tres internos resaltaba una pila de cartas enviadas por Viviana Palabicino, su novia de entonces.
El romance entre ellos tuvo un origen televisivo. Ella lo había visto en la pantalla de un noticiero a poco de su detención y, al parecer, su mirada le causó ternura. Luego comenzó a enviarle cartas a la prisión y, finalmente, fue a visitarlo. Así nació el amor. Desde entonces habían pasado seis años.
El asesino de Carolina Aló describió su relación con Viviana de manera muy sintética: “Ella tuvo problemas de pareja, se sentía identificada conmigo, y cuando nos vimos por primera vez, nos besamos. Pensamos casarnos para tener una gran familia”.
Aquella mujer también era evangelista, acababa de cumplir 34 años y tenía dos pequeños hijos de su matrimonio anterior.
Lo cierto es que la mirada de Tablado se enturbiaba al tocar este tema. Porque no le causaba beneplácito que su novia recibiera dinero del ex marido en concepto de cuota alimentaria. Tal desavenencia tuvo ribetes judiciales.
En 2001 ella lo denunció por amenazas de muerte. Aquellas macabras advertencias figuran en cartas en las que Tablado revela su animosidad hacia el padre de los niños: “A ese le mando plomo y lo ajusticio mañana mismo”. Y a ella le aconseja: “Cuidate la espalda porque soy celoso y traicionero”.
Pero ese expediente terminó archivado porque ella retiró la denuncia. Y minimizó el conflicto, diciendo: “Todo pasó por un despecho mío”.
Y seguidamente disipó otra inquietud: “A Fabián no le tengo miedo. Si hasta hemos comido juntos usando cuchillos. Y nos han cargado por eso”.
En tanto, Tablado reconoció que muchas veces soñaba con Carolina. Y que se despertaba angustiado. Y que rezaba por ella: “Siempre le pido a Dios que me la cuide”. Pero al evocarla se le filtraba un dejo de reproche: “No es que extrañe ese noviazgo. Ella tomó una decisión y nuestro amor se rompió. Pero sí extraño verla con vida”.
A la vez, imaginaba para sí un futuro venturoso junto a Viviana y los hijos que planeaban tener. Suponía que el control que ya entonces decía tener sobre sus impulsos lo preservaría de repetir su sangrienta historia.
Antes de volver a su celda, se permitió una reflexión: “Lo mío fue muy insólito. Si todas las historia de pareja terminaran así, no habría más lugar en las cárceles”. Entonces esbozó una sonrisa triste.
A partir de entonces, y por un lapso prolongado, el periodismo se olvido de él. No se sabía de su traslado a la cárcel de Magdalena. Ni de su ruptura con Viviana. Hasta que alguien filtró una inquietante novedad: el asesino de las 113 puñaladas se había vuelto a enamorar.
Tal sentimiento esta vez lo llevó al altar. En 2007 la prensa informó su casamiento con Roxana Villarejo, una docente que había sido su vecina. Ella tenía 18 años cuando –a fines de 2003– empezó a cartearse con Fabián. Luego hubo un sinfín de visitas. La boda se celebró en la cárcel, con 50 invitados. Y a los dos años la pareja procreó mellizas.
Por aquella época Fabián obtuvo el beneficio de salidas transitorias para convivir con su familia en una casita alquilada en Escobar. Todo indicaba que estaba a un paso de la libertad condicional.
Pero, de pronto, todo se desplomó como un castillo de naipes.
Tras una seguidilla de episodios violentos, Roxana decidió separarse de Fabian. Fue el inicio de una lluvia de amenazas telefónicas y epistolares que derivó en una denuncia penal y en otra condena, a fines de 2013, de dos años y medio de prisión. La sentencia se sumó a la que ya pesaba sobre él.
En el expediente quedaron registradas todas las amenazas recibidas por Roxana. Por caso, fiel a su estilo, el 20 de abril de 2012 él la llamó para decir: “Si no volvés conmigo yo tengo muchos contactos, Roxana. Yo me voy a reír de vos en la concha del mundo. Si no volvés conmigo te juro por Dios que el único pensamiento que vas a tener voy a ser yo. Estás en el horno, te estoy dando la posibilidad de que vuelvas. En serio te digo”.
Las mellizas ahora tienen 11 años.
– ¿Cuál es el mensaje para tus hijas?”, le chillaba una movilera al oído en la mañana del 28 de febrero, al ser excarcelado.
Y él la miro fijo para contestar:
– Quiero abrazar a mis hijas pero no voy a poder.
Aludía a una perimetral de 300 metros dictada aquel mismo día por una jueza de familia para impedir su revinculación con las niñas.
Esa fue la última imagen que se vio de él.
La enorme repercusión de su salida a la calle, junto a la correspondiente inquietud del espíritu público sobre su futuro, quedó sepultada bajo el peso de otros hechos de la actualidad.
Apenas dos días después, un tal Naím Vera, de 19 años, fue detenido en Catamarca por haber asesinado a su novia, Brenda Micaela Gordillo, de 24, antes de quemar su cadáver en una parrilla y descuartizarla. Sus restos fueron esparcidos en diferentes sitios de la ciudad.